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DECLARACIÓN DEL CONSEJO DE IGLESIAS DE CUBA

El movimiento ecuménico cubano, liderado por el Consejo de Iglesias de Cuba, fundado en 1941, fiel a su lema de Unidos para servir; y comprometido con el proyecto histórico del reinado del amor, la paz y la justicia en las relaciones entre todas las personas y pueblos, reconocemos la valentía política de nuestro presidente, general de Ejército Raúl Castro Ruz, al abordar asuntos sensibles de nuestra sociedad, sin temer a interpretaciones que pudieran desvirtuar la auténtica imagen del proyecto social revolucionario. Nos satisface que, en su llamado a la lucha por el rescate de valores, haya tenido en cuenta a las entidades religiosas cubanas.

Confesamos que no siempre hemos estado a la altura de los reclamos éticos, morales y espirituales del Evangelio. Ante Dios y el pueblo, no siempre hemos sido consecuentes con esos reclamos, porque hemos preferido enfatizar un evangelio de ofertas más que uno profético y liberador, que es el que demanda el evangelio de Jesucristo a los que pretendemos ser sus seguidores.

Sin embargo, a pesar de nuestras imperfecciones, hemos resistido las presiones que vienen del fundamentalismo “político-religioso”, en el que confluye el extremismo religioso, y las interpretaciones tendenciosas y aberrantes de las Escrituras cristianas, con consecuencias que distorsionan la práctica de nuestra responsabilidad ciudadana. Este fundamentalismo intenta introducir, abierta o solapadamente, concepciones que, en esencia, lo que pretende es, con cobertura de un lenguaje y expresiones religiosas, dividirnos, sobre la base de una moral represiva y proselitista, que confunde la evangelización, la acción misionera y la diversidad protestante con un fraccionalismo institucional, dañino al testimonio cristiano y a la unidad reclamada por Jesús en su oración intercesora (SJn 17:21-24).

Somos conscientes que retrocesos en el orden material y sus impactos negativos, tras el derrumbe de los gobiernos socialistas de Europa del Este y Central, y de la Unión Soviética, están en la base de la subjetividad de nuestra población y en la raíz de estos problemas. Por lo que, en el contexto del llamamiento al respeto a la legalidad, al fortalecimiento de los principios éticos, al mejoramiento de la convivencia entre cubanas y cubanos, junto a la batalla por el mejoramiento de la economía y la calidad de vida de nuestro pueblo —sin que generalicemos—, están también en la base del rescate de valores en la sociedad cubana.

La crisis del período especial dio origen a una filosofía de “sálvese quien pueda”, con el consiguiente deterioro moral y ético, lo que debilitó la relación entre trabajo y bienestar. En el sentido bíblico, en coincidencia con la espiritualidad martiana, el trabajo no es solo fuente real de sustento personal, familiar y social, sino también fuente indispensable para la formación de principios éticos y conductas morales; de valores y riqueza espiritual, que contribuyen a la plena realización del ser humano.

Por una parte, no es posible una recuperación material que revierta el desorden, la ilegalidad y el irrespeto en las relaciones cotidianas que han venido proliferando, si no es en un ambiente de orden, disciplina, solidaridad, fraternidad y respeto entre todos los seres humanos; pero, por otra parte, no será posible alcanzar una sociedad cada vez más justa y humana, en un ambiente de orden, disciplina, solidaridad, fraternidad y respeto entre todos los seres humanos, sin una sociedad más justa, próspera y sostenible.

No es que el mejoramiento material conduzca automáticamente al restablecimiento de valores, sino que es preciso, al mismo tiempo, atender a otros factores de orden espiritual, político, y jurídico que también intervienen en esta compleja situación.

Uno de estos factores de enorme importancia, que fue señalado por nuestro Presidente, es el hecho de que las instituciones públicas no han cumplido estrictamente con la legalidad. Solo un estado de derecho, que respeta su propia legalidad, da el ejemplo y goza de total autoridad ante toda la sociedad. Este hecho no siempre creó las condiciones justas y necesarias que estimularan la legalidad. Somos conscientes de la heroicidad de nuestro pueblo, su resistencia y terquedad en su esperanza, lo que nos lleva a la convicción de que, como parte de los cambios en curso, hay que seguir acrecentando la participación popular en la determinación de las políticas, en su implementación y en su control. Un socialismo prospero y sostenible, pero también democrático y participativo.

Superar las limitaciones materiales tomará tiempo, pese a los grandes cambios y enormes esfuerzos que están en curso, pero los factores espirituales, políticos y jurídicos, dependen no sólo del desarrollo económico, sino también de la voluntad de todos y todas los que estamos comprometidos con garantizar la continuidad de la construcción de una sociedad justa, libre y participativa, y de un proyecto socialista próspero y sostenible, no sólo en lo económico, sino en la vida espiritual, ciudadana y de protección a la integridad de la naturaleza.

También son necesarias instituciones públicas y sociales transparentes —incluyendo las religiones—, porque hacen mucho más difícil la corrupción y permiten detectar a tiempo las inevitables conductas no éticas de algunos funcionarios y líderes; con ello se crea un ambiente de no impunidad, que sirve de modelo para toda la ciudadanía, además de que esta se siente entonces más comprometida con el funcionamiento social por su impacto positivo en sus propias conductas.

No hablamos de fórmulas mágicas: hay que formar para la participación. En este sentido, programas del Consejo de Iglesias y otras instituciones ecuménicas que lo integran, brindan un modesto aporte, a través del acumulado de experiencias y de personas formadas durante años de desarrollo, y de programas de formación de valores, de diaconía (servicio), de agro-ecología y de educación popular, que es exactamente un programa para la participación consciente, organizada y crítica de la ciudadanía en los procesos sociales.

Como Movimiento Ecuménico Cubano, nos comprometemos, a trabajar juntos y unidos en la diversidad espiritual de nuestro pueblo, para que sea una realidad las palabras del Salmista:

Sean nuestros hijos como plantas crecidas en su juventud.
Nuestras hijas como esquinas lavadas cual las de un palacio;
Nuestros graneros llenos, provistos de toda suerte de grano;
Nuestros ganados, que se multipliquen a millares y de decenas de millares en nuestros campos;
Nuestros bueyes estén fuertes para el trabajo:
No tengamos asalto, ni que hacer salidas,
Ni grito de alarma en nuestras plazas,
¡Bienaventurado el pueblo que tiene todo esto!
¡Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová!
Salmo 144:12-15.

CONSEJO DE IGLESIAS DE CUBA
15 de julio del 2013, A.D.

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