Está en nuestra cabeza y nos acompaña. Al final de Caín, deja la puerta abierta para entender que su pelea y lucha contra ese Dios “cruel, envidioso e insoportable” no ha llegado a su fin., porque le parece lógico que Caín y Dios “hayan argumentado el uno contra el otro una y muchas veces más, aunque la única cosa que se sabe a ciencia cierta es que siguieron discutiendo y que discutiendo están todavía.”
No sería aventurado pensar que el Caín que pinta Saramago es, en el fondo, él mismo. Entonces, el apasionado rechazo y cuestionamiento de Dios resumiría la paradójica mirada de quien, a la vez que rechaza a Dios, se siente atraído por él. Pero lo hace como quien procura liberarse de ataduras de pensamiento que conforman una rémora religiosa del pasado. No parecen ir en busca de la promoción de un movimiento anti-dios, sino manifestar su decisión de romper con un pasado que se constituyó en una prisión del pensamiento. Por eso, es posible que el suyo sea un clamor en el desierto.
Saramago, a su manera, comparte con Vattimo el resultado de ese encuentro y confrontación donde los dogmatismos no tienen cabida y son inaceptables, porque detrás de ellos se sostiene un orden autoritario. “La historia de los hombres es la historia de sus desencuentros con dios, ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a él.” Es el comentario con que se cierra el relato en el que Caín contempla la destrucción de la Torre de Babel.
Dijo alguna vez, «Escribo para comprender, y desearía que el lector hiciera lo mismo, es decir, que leyera para comprender.” Posiblemente hay muchos que hoy en día acompañarían a Saramago en esa búsqueda por comprender en esa inacabada discusión con Dios. Lo que resta, si se quieren superar esos dogmatismos, parece decir Saramago, es entrar en el camino del diálogo, que es confrontación y encuentro, como Caín y Dios “que discutiendo están todavía”.
por: Carlos A. Valle