Estos no son muchos. Los conocerás porque siempre quieren caminar
sobre la acera, te miran hacia abajo, se sientan en palco, viajan en asientos de primera, envuelven su trasero con lino y seda, caminan en pasarela y sus cuerpos remendados conocen el bisturí de las mejores tiendas médicas, por eso tienen sonrisas elaboradas. Lo único que no pueden comprar con su dinero prelavado son dos libras de conciencia.
Le tienen miedo a todo, desde su sombra hasta su otro yo o la negación de su conciencia. Con frecuencia llevan un arma al cinto, llevan
guardaespaldas y montan carritos donde rebotan las balas; les tienen
miedo a los que no tienen miedo: a los niños que piensan, a los puños en
alto, a las marchas infinitas, a las palabras insurrectas, a los gritos de
protesta, a las bullarangas y a los faroles que alumbran las aves en vuelo.
Es fácil reconocerlos por esas calles, porque te dirán que son sus calles; te querrán hurtar el sol de la mañana en pedazos, te pedirán peaje en las
noches de luna llena y te harán pagar impuestos por los sorbitos de aire
que te gastes y luego te querrán crucificar con dos ladrones y hacer de tu
vida un viernes santo.
Te hablan bonito y a menudo invocan a Dios en vano. Te dicen que
gracias a ellos tú tienes trabajo, pero si un día por enfermedad o por vejez
les faltas, te dicen que nadie es imprescindible y que todo tiene su
reemplazo.
Me dan pena los sin conciencia, porque no tienen amigos, ni vecinos, ni
hermanos, no pueden desgajar la alegría en cada esquina y no retozan
con las palabras. No pueden ir por esas calles amasando la dignidad con su paso.
Los sin conciencia te miran y te envidian la alegría, huelen a miseria con
marca, a cobardía envasada. Por eso quieren escupirte la esperanza, les
molesta el resplandor de tus alas libres y desde las profundidades de su
cieno pútrido te llaman rojito, de izquierda, los de abajo, los chuñas, los
descalzos, los apestosos.
No te atormentes, hermano o hermana, por eso. Diles que la patria huele a dátiles, a mandarina, a tierra, a pájaros, a marcha. Diles que apestamos, como ha dicho un poeta, a inmortales: a Morazán, a Bolívar, a Gandhi , al Jesús proletario. Diles que los rojos, los de izquierda, los de abajo, los chuñas, los descalzos, antes que oler a traición, ellos huelen a patria.