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El desafío de rearticular el consenso. Entrevista al investigador y politólogo cubano Rafael Hernández, director de la revista Temas

En el quinto piso del edificio que ocupa el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), próximo a la populosa esquina de 23 y 12, tiene su sede la más importante publicación de ciencias sociales que se edita actualmente en Cuba. La revista Temas, desde hace más de una década, se ha constituido en un espacio privilegiado e imprescindible para adentrarnos en la realidad cubana. Allí acudimos para conversar con Rafael Hernández, su director.

En nuestro entrevistado se funden con equilibrio la vocación política y la académica. Durante veinte años dirigió los estudios sobre Estados Unidos en el desaparecido Centro de Estudios sobre América (CEA). Ha impartido cursos en universidades de Cuba, Estados Unidos, México y Puerto Rico. Ya nos resultan familiares sus numerosos libros y ensayos sobre política estadounidense, seguridad y migración, sobre cultura y sociedad civil en Cuba. Pero quizás lo que más cautiva en él es su capacidad de articular un discurso analítico, sólido y coherente sobre Cuba y sus retos de futuro. En estos momentos tan especiales que vive el país Rafael Hernández ha querido compartir sus reflexiones con Espacio Laical sobre variados temas de vital importancia para la nación cubana.

¿Cómo surgió el proyecto Temas?

—Hubo una revista de teoría de la cultura llamada Temas, editada por el Ministerio de Cultura, que se cerró en 1992, en medio de la crisis. Se vivía entonces una situación paradójica, en que, por una parte, se había tenido que cerrar o recortar una serie de medios de comunicación; y por otra, se experimentaba una verdadera eclosión en los estudios culturales y las ciencias sociales en general. Rebasado el peor momento, a fines de 1994, el entonces ministro Armando Hart, advirtió la necesidad urgente de canalizar el debate de ideas en el pensamiento cubano, que, como siempre ocurre con las crisis, estaba en auge.

“Reabrir Temas fue una iniciativa suya; así como ofrecerme dirigirla. Obviamente, ni él ni yo teníamos en mente una revista de culturología, sino otra muy diferente. Mi proyecto partía de premisas y de un concepto editorial totalmente diferentes a la anterior, de la que sólo conservamos el título. Aunque estaba apoyada por el Ministerio, esta Temas no sería la revista de una institución determinada, ni el órgano de un grupo intelectual o cultural, que partiera de un planteamiento doctrinario particular, un manifiesto o algo por el estilo, sino sólo un vehículo para el debate y la reflexión crítica sobre los problemas de Cuba y del mundo actual, dentro y fuera.

“El Consejo Editorial es el órgano que encarna esta misión y gobierna la revista. Son un conjunto de destacados intelectuales, investigadores, estudiosos, académicos, que no sólo pertenecen a generaciones, géneros y campos profesionales disímiles, sino que tienen maneras también distintas de aproximarse a los problemas de la sociedad y la cultura. Cuando los invité a integrarlo no había hablado nunca con muchos de ellos, ni los elegí porque pensaran como yo. Ese Consejo decide los temas que tratamos en cada número y los asuntos que se abordan en los paneles de discusión, y juzga los textos que se someten a publicación.

“Temas se empezó a publicar en 1995, con un espectro de contenido muy amplio, que abarcaba problemas propios de las ciencias sociales —económicos, políticos, sociales, históricos, ideológicos—, y, al mismo tiempo, de la cultura artística y literaria. Buscábamos tender un puente entre esas dos repúblicas —la de las letras y la de las ciencias— que casi nunca se tocan y que se realizan mediante instituciones y publicaciones ajenas entre sí. Dentro de los modestos límites de una revista, intentábamos contribuir a una mayor integración del pensamiento y de la cultura cubanos.

“Finalmente, nos proponíamos colocar al lector ante el horizonte de problemas contemporáneos no sólo de Cuba, sino del mundo, vistos desde la Isla y otras partes. Partíamos de considerar que los problemas cubanos no eran únicos, y que solo se podían entender en comparación con los de otros sitios y culturas.

“Temas persigue estos objetivos a través de una convocatoria muy amplia, que incluye autores nacidos o residentes en cualquier parte, con diferentes perspectivas. El único requisito para considerar un ensayo en Temas —para ser aprobado o rechazado por el Consejo editorial— es que presente un nivel de análisis y problematización del asunto que trata. No es una revista de opinión, sino de análisis. Quiero decir que su misión no es difundir impresiones o criterios personales, sino textos fundamentados, con referencias, fuentes, e incluso datos; y, sobre todo, con una perspectiva analítica seria, que ofrezca argumentos demostrativos y discuta críticamente los problemas.

“No es un requisito que alguien en el Consejo editorial esté de acuerdo con sus tesis, siempre que estén fundamentadas. En todos los números de Temas hay artículos con los cuales muchos de nosotros, en el equipo editorial y en el Consejo, no estamos de acuerdo.”

¿Por qué le interesa tanto a Temas el análisis diverso?

—Porque vivimos el momento más diverso de todo el proceso y la historia de Cuba en los últimos cincuenta años. Captar esa diversidad, la riqueza que esta entraña para el desarrollo de la cultura cubana, insertar a Cuba en el mundo —como diría Martí— a partir del tronco de nuestra cultura, diversa, dinámica, múltiple, es la aspiración de la revista.

¿Qué lugar ha llegado a ocupar Temas en el universo intelectual y académico cubano después de casi 14 años?

—No me correspondería a mí juzgarlo, porque soy parte —y ser juez y parte no es muy apropiado—. Pienso que la revista tiene un nivel de reconocimiento. Al principio contábamos con ser bien recibidos dentro del ámbito académico e intelectual, en su sentido más convencional. Ha sido así; pero hemos descubierto también que, por una parte, el ámbito intelectual cubano es mucho más amplio de lo que nosotros creíamos; y por otra, que la motivación para leer y conocer acerca de los problemas tratados en la revista rebasa con mucho ese ámbito.

“Encontramos que muchos de nuestros lectores son maestros, que enseñan en distintos lugares, no sólo en universidades, y en campos más allá de las humanidades, desde pedagógicos y academias militares hasta seminarios religiosos. La mayoría de los lectores de Temas son personas con un nivel universitario, e incluyen algunas que trabajan, por ejemplo, en salud pública; o bien son dirigentes; o se dedican a actividades muy diferentes a las que suelen ser identificadas con las del mundo de la cultura.

“Desde luego, en el ámbito académico y de la cultura tenemos muchos lectores y colaboradores. Pero es en ese otro gran auditorio al que me refería antes, más allá del mundo de la cultura y la academia, donde la resonancia resulta socialmente más significativa, en ese enorme acervo de lectores surgidos de estas décadas. Aunque criticamos las reales deficiencias del proceso educacional, dentro y fuera de las escuelas, y aunque afirmamos haber perdido el nivel de intensidad alcanzado por el entrenamiento de la lectura entre los 60 y los 80, cuando disponíamos de una gran infraestructura editorial.

“Sin embargo, seguimos teniendo una vasta población ávida de leer sobre temas muy disímiles, que abarcan desde por qué se cayó el socialismo en la Unión Soviética o lo que está pasando en China, hasta cómo resolver el problema de la agricultura o qué rumbo sigue el cine cubano actual.

“El hecho de que Temas tenga un reconocimiento en un ámbito mayor que el que pudimos calcular se debe también al aporte de muchísima otra gente, más allá del equipo editorial. No lo digo por modestia, sino porque resulta un hecho palmario. Durante todos estos años hemos publicado cerca de mil autores cubanos y extranjeros, todos ellos con ensayos originales, o que al menos se publican por primera vez en español.

“Como te dije, tenemos un Consejo Editorial y un Comité de Evaluadores (incluidos intelectuales no cubanos), que suman más de treinta. Finalmente, una gran cantidad de lectores nos envían opiniones o simplemente buscan la revista, vienen a esta oficina interesados en el último número, pero también en uno de hace tres o siete años. Todos ellos contribuyen a la calidad de Temas. En particular, esos lectores nos hacen sentir que la revista tiene una utilidad.”

En ciertas publicaciones hay trabajos suyos y entrevistas que usted ha concedido a diferentes medios donde discurre sobre realidades cubanas como pueden ser el socialismo, la justicia, la democracia. ¿Le interesan esos temas? ¿Por qué?

—Me interesan esos temas porque yo he dedicado buena parte de mi vida al estudio de la política. Me formé en la Universidad de La Habana, en Literatura Francesa e Historia de la Filosofía; y luego hice estudios de posgrado en El Colegio de México y en la UNAM, en el campo de la ciencia política. Desde entonces, hace más de treinta años, me interesé por el estudio de los sistemas políticos, el poder, la formación de la política, la estrategia, la cultura política, etc.

“Naturalmente, esa vocación mía nada tiene que ver con esta revista. De hecho, nunca se ha publicado un ensayo mío en Temas. Me limito al papel de entrevistador o de moderador del panel que se publica en la sección «Controversia», donde sólo formulo preguntas y trato de provocar el debate. En otras publicaciones cubanas y extranjeras sí he colaborado en torno a temas como esos que tú mencionas, así como sobre las relaciones de Cuba con Estados Unidos. Para mí, todos están íntimamente conectados.

“Durante casi 20 años, dirigí las investigaciones sobre Estados Unidos en el Centro de Estudios sobre América, una institución de investigaciones adscrita al Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Estudiando la política norteamericana y sus relaciones con América Latina y el Caribe entendí mejor la historia, la sociedad civil, la cultura y las revoluciones cubanas. Acaba de publicarse, por ejemplo, un artículo que me pidió la revista Nueva sociedad, que se edita en Argentina, sobre las relaciones entre

Cuba y Estados Unidos. Hago todo lo que esté en mis manos para que esos textos se publiquen también en Cuba, antes o después de que salgan a la luz en otra parte. De hecho, la mayor parte de lo escribo sale primero aquí.

“Desde mi punto de vista, no existen diferencias esenciales entre mi enfoque cuando escribo para publicarse afuera y para una revista nuestra, sino en detalles de información. Compartir mis reflexiones con lectores en Cuba me resulta fundamental; pero también lo es explicar nuestros problemas de modo inteligible a otros que no viven aquí. Este ejercicio, igual que dar una clase a estudiantes no cubanos, permite colocar nuestros problemas en una perspectiva analítica y a encontrar relaciones que a veces se nos escapan por estar muy metidos en ellos.

“Finalmente, editar Temas es muy útil para todo lo que escribo, incluido el análisis de la realidad cubana. En nuestra revista recibimos una gran cantidad de colaboraciones, cuyos autores pueden estar haciendo investigaciones ahora mismo sobre la sociedad cubana y sus problemas, así como sobre las de otros países. Esta es una posición privilegiada. Lo más difícil resulta entender el presente, siempre más opaco que el pasado, porque aunque lo vivimos, no disponemos de acceso a todas las fuentes y documentos que quizás estén asequibles dentro de veinte años, y que pueden explicar lo que está pasando.

“Los historiadores casi siempre tienen mayor acceso a documentos que aquellos que intentan analizar la realidad contemporánea. Ese es un gran desafío, que me motiva personalmente. En definitiva, no sólo se trata de una dedicación profesional o una vocación intelectual, sino de un rol social y de un compromiso.”

¿Sigue siendo el socialismo una propuesta válida para el mundo actual?

—Absolutamente. Ahora bien, igual que el capitalismo no puede ser el del siglo XVIII o el XIX, ni siquiera el de hace cincuenta años, tampoco el socialismo. Por ejemplo, lo que se llamaba el modelo sueco, supuestamente a caballo entre el capitalismo y el socialismo, ya no es hoy para nada el de la época de Olof Palme. Ese modelo sueco se ha desgastado en mucho menos tiempo del que el socialismo cubano ha tenido como experiencia histórica. Y ese socialismo nuestro, el que hemos tenido en Cuba desde 1959, también ha ido cambiando y modificándose. No es, naturalmente, el de los años 60, ni el que se instauró en los 70, ni tampoco el que ha surgido de la crisis de los 90.

“Esta crisis a la que llamamos «Período Especial» ha dejado una huella muy profunda en ese orden socialista, así como en la sociedad cubana. Porque el socialismo no es únicamente una forma de organizar la economía y la política; sino también, y sobre todo, una forma de pensar, una cultura ciudadana, un modo de las relaciones sociales y las conductas. Todo esto se ha transformado.

“Si lo pensamos como un sistema de justicia social, independencia, desarrollo social, dignificación del ser humano, fomento del principio de igualdad entre las personas, libertad y democracia —que son las raíces históricas de nuestro socialismo, nacido de una revolución social radical—, no constituye ningún modelo importado, sino un sistema que sigue teniendo vigencia en la medida en que representa una manera de concebir y alcanzar la felicidad humana. Esta idea sobre el socialismo, naturalmente, se ha transformado en el tiempo, porque es histórica, e inevitablemente tiene que estar sujeta a perfeccionamiento. La cuestión hoy consiste en transformar el orden socialista preexistente, haciéndolo más efectivo, poniéndolo a la altura de la sociedad donde se implanta. Esa sociedad cubana, originada en aquel cambio revolucionario, necesita un socialismo diferente.”

¿Cuáles han sido los mayores errores cometidos por quienes han intentado construir sociedades socialistas?

—Sobre ese tema se podría hablar durante días, nada más que comentando todo lo que se ha escrito. Diría que los principales problemas y deficiencias vienen asociados al carácter estadocéntrico del modelo practicado. Ese modelo ha dado lugar a un enorme aparato burocrático, a un estilo de dirección esencialmente centralista, a una participación que a la larga tiende a declinar, e impone una limitación al impulso democrático y liberador del propio sistema. El concepto de socialismo, hasta en su raíz semántica, implica la socialización del poder, el sistema político, la toma de decisiones; y la permanente ampliación de la participación.

“Entiendo los errores, deformaciones, desviaciones y deficiencias en el funcionamiento de los modelos socialistas no como los de un dirigente en un momento determinado (y naturalmente que los dirigentes cometen errores), sino como derivaciones o secuelas propias de ese concepto estatal centralista en su fase tardía. Como en el capitalismo, el Estado tiene un papel fundamental en el socialismo, pero no puede ser el centro único desde donde dimane el desarrollo de la sociedad. La sociedad tiene que generar su propio desarrollo, mediante la participación creciente en los procesos de toma de decisiones, para poder desplegar plenamente su potencial como motor impulsor del socialismo. Este es el desafío que tenemos delante ya, y que se agudizará en los próximos años, el de un socialismo más social.”

¿Qué entiende usted por democracia?

—Para mí, una democracia auténtica es únicamente la popular, surgida desde abajo, donde la mayor cantidad posible de ciudadanos pueda tener el mayor acceso a cuotas de poder que le permitan no solamente participar a la hora de votar, de aprobar o de movilizarse, sino sobre todo a la de controlar y de tomar decisiones. Si no hay participación ciudadana al nivel del control sistemático —no cada cuatro o seis años—, no estamos ante una participación plena. Esta es, quizás, la cuestión clave en el socialismo. Se trata de una participación multidimensional, que implique no solamente hablar, expresarse, en espacios regulares establecidos, sino además, hacerlo activamente, interviniendo en decidir y aplicar soluciones a los problemas y demandas del pueblo, desde la política educacional hasta los precios en el «mercado libre».

“Es el pueblo, la ciudadanía, la que debe juzgar y garantizar el contenido y cumplimiento de esas políticas —no un cuerpo de inspectores—. Una democracia como esa no existe en ninguna parte que yo conozca. En Cuba, creo que estamos en camino hacia ella, por el cual hemos avanzado más que el resto de los países de este hemisferio. El socialismo cubano, que ha tenido su propia ruta histórica, dispone en este momento de una oportunidad única para alcanzarla, por contar con una sociedad civil con un alto nivel educacional y una voluntad de participación ciudadana, partes de una cultura política fomentada por el propio sistema. Se trata de crear los espacios para esa participación y de hacerlos efectivos, de que funcionen eficazmente, como dice la Constitución de la República.”

¿Asegura usted que la sociedad cubana se acerca a esos ideales?

—Estamos en presencia de una sociedad heterogénea, en la cual, precisamente por su nivel educacional y cultural, está muy extendida la idea de los derechos individuales, inherentes a cada persona por el solo hecho de haber nacido en esta sociedad y ser un ciudadano. Esto nos diferencia, en términos reales, no meramente enunciativos, de otros países y sociedades en América Latina y el resto del mundo, donde se habla mucho de ciudadanía y de ciudadanización, pero, salvo una élite blanca de clase media y alta, la gente realmente no se comporta según esas pautas. El que mucha gente crea en ciertos valores de justicia social, siga convencida de que tiene sentido luchar por mantenerla, rechace la aceptación fatal de la inequidad como ley de la vida, es una diferencia de fondo entre Cuba y la mayoría del mundo.

“Estos valores, dicho sea de paso, no tienen que ver con una posición ideológica o política determinada, pues muchos perviven incluso entre personas que se van de Cuba, o que discrepan de la política del Gobierno y el Partido, por alejados que estén en su manera de pensar y de hablar del discurso de las instituciones o de las organizaciones políticas establecidas. Ellos también portan, como ciudadanos, valores de una sociedad y una cultura socialistas.

“Otra cosa es reconocer que, efectivamente, estamos bajo el impacto de la crisis de valores que trajo consigo la debacle de los 90, así como las influencias del mundo moderno (eso que algunos llaman la globalización, palabra que a veces sirve para designar casi cualquier cosa). Ese mundo actual, del que formamos parte, está cargado de antivalores, o más bien de valores con un contenido adverso a los del socialismo. A pesar de todo, seguimos teniendo condiciones sociales y culturales únicas para desarrollar este país y llevarlo adelante —incluso si se abriera la compuerta de las relaciones con Estados Unidos.

“Muchos le adjudican a esa posible relación más íntima con el Norte un efecto letal sobre esas ideas y valores. La verdad es que, aun sin relaciones comerciales y libre intercambio de visitantes, ya todos esos antivalores pululan en nuestras vidas cotidianas, pues nos llegan de todas partes. Si tuvieran razón los que repiten que somos una isla, y por eso estamos aislados, no tendríamos ninguno de estos problemas, y todo sería más simple. Pero la verdad es que, si alguna vez estuvimos en una urna de cristal, hace más de quince años que salimos de ella.

“Si es la sociedad la que sufre el problema, esta tiene que protagonizar su solución. Solo a ese nivel puede tener lugar la separación entre lo bueno y lo malo, lo enajenante y lo liberador. El papel de la sociedad civil cubana resulta cada vez más clave, para filtrar todos estos valores negativos, algunos de los cuales no nos llegan del exterior, sino están implantados de viejo en nuestra cultura cívica. Por ejemplo, seguimos siendo un país donde subsiste el prejuicio racial y la discriminación por orientación sexual. Esas enajenaciones no tienen que ver con Estados Unidos, el capitalismo global, o los errores cometidos por el socialismo histórico. Tenemos que enfrentarlas a nivel social, donde ocurren y pueden erradicarse.”

¿Tiene la sociedad civil cubana la suficiente autonomía en relación con el Estado para lograr ese desarrollo del que usted hablaba?

—Aunque ambos espacios de relaciones —el poder político y la sociedad— nunca se fundieron del todo, la Revolución hizo que se aproximaran como nunca antes en nuestra historia, en la medida en que había surgido del seno de aquella sociedad, y que muchos conflictos históricos entre esta y el Estado se superaran, lo que conllevó que se desdibujara un tanto durante mucho tiempo. Para hablar de estas relaciones en la actualidad, hay que empezar por decir que no es fácil determinar siempre dónde termina uno y empieza el otro.

“Por ejemplo, el Partido Comunista de Cuba tiene más de 800 mil miembros y la Juventud Comunista casi otros tantos. Sin embargo, curiosamente, cuando hablamos del Partido y la UJC, casi siempre lo hacemos refiriéndonos al aparato de dirección, prácticamente fundido con el Estado; y nos olvidamos de ese millón y medio de militantes, que habitan, piensan y se conducen como parte de la sociedad civil; ellos son ciudadanos, personas, seres sociales como los demás.

“La segunda cuestión a precisar es que la autonomía de la sociedad civil no se mide necesariamente por su grado de antagonismo con el Estado. La identificación de la sociedad civil con la subversión del orden establecido, la empresa privada y los grupos antisocialistas en Europa del Este, representa un uso políticamente interesado y propagandístico del concepto, que nada tiene que ver con su uso en el pensamiento social occidental —desde Hobbes, Hegel y Rousseau, hasta Gramsci o Habermas.

“La sociedad civil no lo es menos cuando dialoga o coopera con el Estado. Entonces, para responder a tu pregunta en pocas palabras, diría que el reconocimiento a los espacios de autonomía de la sociedad civil cubana ha progresado mucho en los últimos años. Es evidente, por ejemplo, el papel cada vez más activo de la opinión pública, mediante canales formales e informales; y de las organizaciones sociales (incluidas las religiosas); el fortalecimiento de la actividad comunitaria y la rearticulación de relaciones horizontales, incluidas tradiciones culturales soslayadas u olvidadas; la reactivación de la esfera académica y cultural, y del rol de los intelectuales.

“Hasta hace muy poco tiempo, el propio término de sociedad civil producía alergia en alguna gente, como si se tratara de un ente malévolo o subversivo. Aunque hoy ya no es así, todavía nos falta mucho por avanzar. Las organizaciones sociales en Cuba tienen que desarrollar un espacio mucho más amplio y activo, para lo cual se requiere que la política socialista entre en una nueva etapa de desarrollo.”

¿Supone usted entonces que la generalidad de los cubanos prefiere el socialismo?

—Si se identificara el socialismo con ese ordenamiento hipercentralista, burocratizado, vertical, cuyos medios de difusión no canalizan adecuadamente la opinión pública, y que todo lo quiere resolver a partir de una fórmula uniforme, creo que hay muchos cubanos que no lo comparten, incluido numerosos militantes del Partido. Junto al hipercentralismo estatal, ese uniformismo quizás expresa lo más contraproducente de un orden socialista obsoleto. Ahora bien, si miramos más allá de ese orden contingente, al sistema socialista identificado en términos de sus objetivos, de justicia social, independencia nacional, desarrollo, libertad, democracia, creo que cuenta con el consenso de la mayoría de los cubanos.

“¿Cómo construir un orden socialista más eficaz? ¿En qué medida el modelo económico debe dar espacio a formas más heterogéneas de propiedad social, incluida la estatal? ¿Hasta qué punto pueden existir más órganos de difusión que representen a organizaciones e instituciones diversas, aunque predomine su carácter público? ¿Cómo conseguir que la opinión pública se exprese de modo regular y efectivo? Entiendo que cada vez es menos la gente que no se plantea estas preguntas, que no sienta preocupación por estos problemas, y que no experimenta la necesidad de sustituir estos instrumentos gastados y definitivamente ineficientes.

“Si estamos pensando en un socialismo cada vez más democrático, más social y más en sintonía con los intereses de toda la población cubana —mujeres, jóvenes, viejos, negros y de todos los colores—, se trata de lograr la debida sintonía, lo que constituye un reto político considerable, y que yo identifico con el proyecto de un socialismo mejor.”

O sea, ir hacia un socialismo más social, más democrático, podrá ser un aspecto importante en la agenda del próximo congreso del Partido?

—Naturalmente que sí, es clave. Cuando oigo hablar a los más altos dirigentes cubanos, a Raúl, por ejemplo, mi impresión es que, al más alto nivel, hay conciencia de todos los problemas de la sociedad cubana y sobre lo que la gente está pensando. Nada de lo que discutimos es ajeno o ignorado; y presumo que, así como ocurre en la sociedad civil, entre los ciudadanos comunes, a ese máximo nivel también hay diferentes opiniones, perspectivas, criterios. Es lógico que sea así.

“Ahora bien, encontrarles solución a esas demandas de la sociedad cubana, reivindicar la idea del cambio en un sentido más socialista, implica una perspectiva de transformación del orden institucional vigente y del papel de sus ciudadanos. Esta perspectiva la veo delineada en los discursos y medidas que emergen en los últimos tiempos, y que tendrán que cristalizarse en estrategias definidas, dentro del breve plazo que resta hasta el congreso del Partido. Es breve ese lapso, en comparación con los problemas acumulados y el tiempo transcurrido desde el inicio de la crisis, para poder disponer de una fórmula, de propuestas que ya no sean solo ideas, sino políticas, que puedan refrendarse en ese congreso del Partido.

“Se trata de un compromiso apremiante, pues se requiere dejar claras ciertas definiciones, hasta ahora pospuestas, lo que ha dado lugar a un grado de incertidumbre, que ha caracterizado los últimos años.”

Además, llevan a un camino de consenso, si existen diferentes criterios en la sociedad, en los altos niveles de dirección. Hay que lograr consenso primero…

—A la hora de analizar la política cubana, la importancia de ese consenso se relega o simplemente se ignora. Cualquier sistema político supone un grado de consenso. Hace pocos meses, hicimos en la revista una especie de simposio, de entrevista múltiple, a un grupo de académicos y dirigentes políticos, y todos coincidieron en la significación fundamental del consenso. Sin una rearticulación del consenso político, es imposible que tenga lugar una renovación, pues el mandato del liderazgo político se legitima en ese consenso, y para conseguirlo se requiere el diálogo.

¿Se potencian los mecanismos para lograr consenso?

—En primer lugar, es un gran paso de avance reconocer que el fomento del consenso no implica pretender la unanimidad, sino expandir un apoyo crítico, no uniforme, incluso atravesado por discrepancias. Es evidente el esfuerzo dirigido a promover el diálogo, a escuchar a la gente, a evitar respuestas justificativas, a identificar los problemas por resolver, aunque estos no tengan solución en unos días, pero tampoco que se pospongan para dentro de cuatro o cinco años. En un plazo más temprano que tarde, tienen que ser resueltos. Darle respuestas que no sean formales a la población se aprecia en la voluntad política del liderazgo. Responder a las demandas y mantener un canal abierto en ambas direcciones es una condición necesaria básica para fomentar el consenso. Pero para lograrlo realmente se requieren hechos, no solo palabras.

¿Hasta dónde puede construirse el proyecto socialista cubano en medio de un diferendo con Estados Unidos, que se opone a tal aspiración?

—El problema nuestro con Estados Unidos no se reduce a ser un proyecto socialista. El conflicto entre la nación cubana y ese enorme país, entre el pequeño vecino y el gran imperio, es muy anterior a cualquier socialismo. La Revolución agudizó esa oposición de intereses, pero sólo en tanto produjo una reivindicación nacional; no por un mero discurso ideológico antiimperialista, sino en la medida en que implementó una reforma agraria, que no era socialista ni estatalizó la mayor parte de las tierras. Cuando se promulgó esta ley, en mayo de 1959, el conflicto llegó a un punto sin retorno, y a partir de ahí se desencadenó una guerra que dura hasta hoy.

“Claro que está en el interés de Cuba buscar un diálogo con Estados Unidos, para tratar de alcanzar un modus vivendi, una forma de convivencia, que llamemos normalización de relaciones, consistente en el reconocimiento diplomático entre los dos Estados, con embajadas formales, el levantamiento del bloqueo, la posibilidad de viajar normalmente en ambas direcciones, establecer intercambios académicos y culturales, etc. Si se lograra, por la voluntad de ambas partes, iniciar un diálogo, se habría avanzado mucho; y si se alcanzara la normalización de relaciones, sería muchísimo.

“Pero nada de eso garantizaría que el Estado norteamericano fuera a renunciar a influir en el destino de Cuba, como hizo antes de 1959. Eso sería mucho más improbable, tanto en el corto como el mediano plazo. No se trataría simplemente de reducir un «diferendo bilateral» (el problema entre Cuba y Estados Unidos no se contiene en esa definición limitada), sino en la cuestión de la hegemonía norteamericana y el desafío que la revolución representa, particularmente en este hemisferio y precisamente con un país vecino como Cuba. Porque nosotros estamos en la misma frontera de Estados Unidos con América Latina, exactamente como México y Canadá, solo que nuestra línea de demarcación es marítima. ¿Va Estados Unidos a renunciar no solo a influir, sino a determinar de manera decisiva (quiero subrayarlo) el destino de Cuba, por el mero hecho de normalizar relaciones?

“Por consiguiente, si pensamos que nuestra democracia, libertad y desarrollo como país independiente va a estar sujeto a lo que hagan los norteamericanos, vamos a vernos seriamente limitados. Somos frontera de una gran potencia cuya visión, desde hace 200 años, es que Cuba no es otra cosa que parte de su flanco sur, y por tanto de su propio espacio político. Esa percepción puede mantenerse inalterable muchísimo tiempo más. De manera que se trata de un factor insoslayable en términos de nuestra seguridad, independencia y soberanía, las que debemos preservar no solo por medios militares, sino políticos, sociales, económicos, culturales.

“¿Quiere esto decir que el desarrollo de una democracia socialista estará siempre comprometido por esa amenaza externa? Tal vez no podamos avanzar todo lo que queremos, no podamos ir tan rápido, pero sí tenemos que seguir avanzando. Sería renunciar a una sociedad socialista plenamente democrática, donde el Partido y el Gobierno respondieran a esa voluntad popular. De hecho, es precisamente ahí, en esa voluntad política donde radica la base de defensa de la independencia nacional. No tendremos independencia nacional nada más porque dispongamos de fuerzas armadas y milicianos. Esas fuerzas militares son imprescindibles, naturalmente.

“Pero la independencia nacional solo se garantizará con una sociedad que se sienta involucrada, dueña de su destino. ¿Cómo vamos a defender un sistema, una soberanía y un modo de pensar que no toma en cuenta ese consenso? El consenso es la verdadera trinchera que garantizará la independencia de Cuba frente a Estados Unidos. No puede ser al revés. Si dejamos que el consenso se estreche, seremos cada vez más débiles ante su amenaza.”

O sea, ¿un socialismo más social contribuiría a garantizar la soberanía nacional…

—Decisivamente.

… en el marco de un diálogo con Estados Unidos?

—No hay nada más importante que esa fuerza política.

¿Qué acciones debería afrontar el Gobierno cubano para facilitar ese diálogo?

—El Gobierno cubano ha hecho ya todo lo necesario, y no le queda otro remedio que esperar a que Estados Unidos se disponga a conversar. Las principales objeciones que ellos hicieron a Cuba durante tres décadas —la alianza con la Unión Soviética, el apoyo militar a los movimientos revolucionarios— se acabaron hace quince años. Las fuerzas armadas se han reducido a la mitad de su tamaño, y muchas de sus tareas están relacionadas con la agricultura, el turismo y la defensa civil. No hay tropas ni asesores cubanos en África ni en América Central; tampoco existen unidades militares ni estaciones de inteligencia electrónica rusas en Cuba. Ninguno de estos cambios hizo que la política norteamericana hacia Cuba se moviera un milímetro.

“La posición negociadora de Cuba es transparente, realista y tiene límites definidos. Según la entiendo yo, el Gobierno cubano está dispuesto a dialogar con Estados Unidos y con cualquier otro Estado, en torno a cualquier tema. No aprecio que ninguno esté excluido de entrada, siempre que se trate de una conversación basada en el respeto a dos principios: no puede haber condiciones previas ni se acepta un doble rasero. En otras palabras, no se admiten condiciones que Cuba deba cumplir antes de sentarse a negociar; ni cuestionamientos políticos que no sean consistentes con los que se hacen (o no se hacen) a cualquier otro país.

“Si Estados Unidos hubiera tenido la voluntad sincera de cambiar la política hacia Cuba, podía haber dispuesto de cualquier cantidad de argumentos, relacionados con cambios ocurridos aquí en los últimos quince años. Jamás han dado ni una sola señal de reconocer uno de esos cambios positivos. Tienen una agenda de hierro, que por cierto, concuerda con la del sector más recalcitrante de la emigración cubana. Eso es así porque ellos quieren, pues en la emigración cubana hay grupos que están a favor del diálogo, muchos cubanos que quisieran normalizar relaciones, y estarían a favor del levantamiento del bloqueo, de facilitar el contacto con sus familiares aquí.

“El Gobierno de Estados Unidos sigue respondiendo al sector más duro del exilio solo por su decisión. No creo que sea al revés, que el Estado de un gran imperio como Estados Unidos esté controlado por un grupo de presión en Miami. No es la cola la que mueve al perro.

“Por tanto, no es el Gobierno cubano el que tiene que hacer cambios dirigidos a ver si ellos los aceptan como buenos. De hecho, desde que asumió el poder, Raúl Castro les ha tendido tres o cuatro veces una “rama de olivo” (sus palabras), haciéndoles entender que estamos a favor de negociar la paz. Ellos saben que si se tomara la decisión de iniciar en serio un proceso negociador, y se quisiera enviar a Cuba una delegación oficial norteamericana con ese fin mañana mismo, sería recibida con una alfombra roja. No es el Gobierno cubano quien puede dar el primer paso de un diálogo —si así fuera, ya habría ocurrido.

“Desde luego que una distensión con Estados Unidos facilitaría los cambios en Cuba. Ellos también lo saben. Incluso, muchos de ellos, pensando que esos cambios podrían beneficiarlos, favorecen una política diferente precisamente porque creen que otro tipo de relación permitiría a Estados Unidos tener una capacidad de influencia mayor en la situación política cubana. Es obvio. Para eso no hay que ser ni de izquierda, ni socialista, ni liberal siquiera; numerosos republicanos se percatan. Todas las motivaciones (incluida la económica, que no es despreciable) están del lado de allá. Para mí es impensable que ellos dieran un paso hacia el diálogo y el Gobierno cubano no respondiera.”

¿Puede mencionar alguno de esos aspectos que han cambiado en la sociedad cubana?

—El peso del Estado en la economía sigue siendo determinante, pero es menor. La producción agropecuaria está pasando, cada vez más, a manos no estatales. Es legal el trabajo por cuenta propia, aunque esta sea un área que se podría expandir aún más. Es evidente que se ha abierto un espacio nuevo para la expresión de la discrepancia y el disentimiento. Incluso ha habido cambios en algunos medios de difusión, que incorporan ciertos espacios para la expresión de la opinión pública, la crítica, el debate. De hecho, se difunden diferentes perspectivas en medios que circulan en Cuba y que se transmiten vía Internet —como nuestras propias revistas, Espacio Laical y Temas— que funcionan normalmente, están legitimados, como otros auspiciados por una institución pública, una ONG, o una iglesia, donde se pueden encontrar críticas a políticas gubernamentales. Los temas que se abordan en la literatura y el arte cubanos, incluido el cine, abarcan muchos altamente polémicos y que antes estaban prohibidos.

“Todos estos cambios son ignorados sistemáticamente de parte de Estados Unidos. Naturalmente, estos no son los que postula como condiciones la Ley Helms-Burton, que están más allá de donde podría llegar una política cubana medianamente decente. Tampoco son todos los que sí estaríamos en capacidad de implementar, y que se facilitarían si se levantara el bloqueo. Pero los que han ocurrido hasta hora ya marcan cambios sustanciales respecto a la Cuba de hace quince años. Está perfectamente claro que el mantenimiento del statu quo por parte de Estados Unidos, es decir, la reiteración de las presiones, las amenazas, la injerencia en los asuntos internos de Cuba, es totalmente contraproducente para la expansión del debate público y los cambios en Cuba.

“Por ejemplo, cuando ellos usan los términos de «sociedad civil», «derechos humanos», «libertad de expresión», «democracia», los cargan políticamente y nos hacen mucho más difícil a nosotros abordarlos en el debate público. Esa no es una buena razón para renunciar a usarlos nosotros, pero es una desgracia.”

¿Cuánto pudieran contribuir los sectores de la comunidad cubana emigrada en Estados Unidos que están a favor de una normalización de las relaciones? ¿Estarían en condiciones de ayudar a que cambie la perspectiva del gobierno norteamericano?

—Existen sectores, organizaciones, incluso líderes de opinión en la emigración cubana en Estados Unidos, quienes, de hecho, dicen públicamente que la política norteamericana hacia Cuba debería cambiar, en la dirección de normalizar las relaciones y levantar el bloqueo. El Gobierno de Estados Unidos lo sabe. Sin embargo, ese grupo de personas no se ha convertido en interlocutor suyo. Es positivo que esos cubanos continúen luchando y no renuncien a expresar esa mayor diversidad dentro de la emigración, que prueba el consenso cada vez menor del sector más recalcitrante. Pero en términos realistas, es el Gobierno de Estados Unidos el que tiene que tomar la iniciativa, porque esos cubanos no tienen la cuota de poder económico y político que les podría permitir representar un factor decisivo.

¿Qué se propone la revista Temas para contribuir a que todo esto ocurra?

—Seguir haciendo lo mismo que empezamos hace 14 años. La revista es un órgano de la sociedad civil cubana, en tanto recoge y difunde lo que se produce en el terreno de la cultura y el pensamiento social, en particular, por parte de aquellos que tratan de entender y explicar la realidad cubana y el mundo contemporáneo. Intentamos servir de espacio para la reflexión crítica y el debate de ideas en Cuba, ser uno entre otros —y ojalá sean cada vez más.

“En la medida en que haya mayor cantidad de medios para difundir ese pensamiento diverso, discrepante, analítico, crítico, estaremos contribuyendo a la reflexión, la profundización sobre nuestros problemas, a entender mejor qué nos pasa, a poder desarrollar decisiones más fundamentadas. Vivimos un momento excepcional en la historia, la cultura y el pensamiento cubanos. Temas existe gracias a la extraordinaria riqueza que caracteriza este momento. Servir de vehículo para la potenciación de uno de nuestros recursos más valiosos, ese pensamiento social y cultural cubano en plena madurez, es nuestra aspiración.”

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