Leonardo Boff, teólogo nacido en Brasil en 1938, llegó a El Salvador el Domingo de Pascua, víspera del 28 aniversario del asesinato de monseñor Óscar Romero a manos de un francotirador, el 24 de marzo de 1980, mientras daba misa.
Boff participó en las conmemoraciones del crimen para ser testigo de la “resurrección” espiritual de Romero, conocido por los católicos salvadoreños como “la voz de los sin voz”.
El ex sacerdote franciscano brasileño consideró “una deuda que tenía con monseñor Romero” esta visita pendiente a San Salvador, de cuya diócesis el homenajeado era arzobispo.
“Óscar Romero murió por causa de su amor a los pobres. Él inaugura un tipo de martirio por la justicia que nace en un compromiso de fe. En el fondo, imita lo que Cristo hizo”, dijo.
La oficial Comisión de la Verdad concluyó en 1993 que el fallecido mayor Roberto d’Abuisson ordenó su asesinato. El Vaticano inició el proceso de beatificación de Romero.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) responsabilizó en 2000 al Estado salvadoreño de la “violación del derecho a la vida” de Romero y de “la falta de investigación” del crimen.
En octubre pasado, el gobierno se negó ante la CIDH a aceptar la responsabilidad y a aceptar las recomendaciones.
Boff, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, fue objeto de varias sanciones de la Iglesia Católica en los años 80 y 90 a causa de sus críticas, sintetizadas en “La iglesia, carisma y poder”, uno de los 60 libros de su autoría, publicado en 1985.
El entonces director de la Congregación por la Doctrina de la Fe del Vaticano, Joseph Ratzinger, quien hoy es Papa con el nombre de Benedicto XVI, le impuso varias de esas sanciones, entre ellas el silencio forzado, por el cual no podía oficiar misa ni hacer referencia pública a cuestiones doctrinarias.
Finalmente, Boff dejó en 1992 la orden franciscana y se dedicó de lleno a la enseñanza y la escritura.
Para el teólogo brasileño, Romero se convirtió en una “referencia no sólo de la Iglesia sino de otro tipo de humanismo, de búsqueda de diálogo, de saber estar de lado de los más vulnerables, y esto implica rescatar la dignidad del ser humano y reclamar cambios que la garanticen”.
Y eso “fue entendido como algo subversivo”, y, por lo tanto, “fue sacrificado”, aseguró.
Lo que sigue es un breve diálogo que Boff mantuvo con IPS en San Salvador.
IPS: — ¿Cuál considera usted que es el principal obstáculo para no aclarar el crimen de monseñor Romeo?
LEONARDO BOFF: — La sociedad tiene que limpiar su memoria. Sólo así se hace justicia. Las relaciones humanas no pueden construirse sobre la mentira y la impunidad.
Es fundamental que la misma sociedad exija la identificación de los criminales y la aplicación de las leyes. Sin eso siempre habrá una herida abierta y reclamos de dignidad para la sangre derramada.
— Los que están en el poder afirman que eso sería reabrir las heridas del pasado.
— Esa es una visión profundamente egoísta porque quienes murieron siguen perteneciendo a la humanidad. La historia humana está hecha por muertos y por su dignidad, por sus acciones.
Es preciso rescatar la memoria de las víctimas, sin la cual la sociedad pierde su densidad humana. Los muertos tienen otra forma de vida y presencia. Están del otro lado de la vida.
— Monseñor Romero fue un obispo apreciado y querido en todo el mundo. En varias catedrales europeas, incluso, han erigido estatuas en su nombre. ¿Por qué aquí, en El Salvador, aún no se pueden encausar a los culpables del crimen?
— Óscar Romero es un mártir singular. Murió por la justicia, por su amor a los pobres. Es un tipo de santo que no es frecuente en la historia de la Iglesia. Inaugura un tipo de martirio por la justicia que nace en un compromiso de fe. En el fondo, imita lo que Cristo hizo. Por eso entiendo que el poder religioso tenga dificultad de leer ese signo nuevo; no sabe cómo interpretarlo.
— En décadas pasadas se consideraba que el vínculo entre la Iglesia Católica y los pueblos latinoamericanos era muy intensa, cercana y fuerte. ¿Cómo lo percibe ahora?
— Casi la mitad de los católicos viven en América Latina. Entonces, es, por sí misma, una fuerza. Pero la Iglesia Católica también es su capacidad de recreación de un rostro nuevo, litúrgico, más adaptado a las culturas. Una Iglesia que recoge las memorias de la sabiduría, de las culturas antiguas, indígenas y negras. Es una Iglesia que está naciendo todavía.
Hasta ahora era un apéndice, un reflejo de la Iglesia europea. Ahora es cada vez más y más una Iglesia fuente y que está consolidando su identidad propia.
— Otras Iglesias no católicas han ganado terreno en América Latina. La Iglesia Católica ha perdido feligreses aquí. ¿Cómo explica ese fenómeno?
— La Iglesia pierde feligreses por su propia culpa, por ser demasiado autoritaria, centralizada. Tiene insuficiencia de ministros porque no acepa que se casen, y esto es cada vez más un elemento de crisis interna permanente.
Esta Iglesia no se abre como lo han hecho las otras. Incluso el judaísmo se abrió a las mujeres. Si la Iglesia Católica no se abre, su grey va ha disminuir cada vez más.
A pesar de eso, la Iglesia Católica tiene irradiación desde las bases, centros bíblicos, pastorales sociales de la tierra, de los negros, de los indígenas, que es donde está su vitalidad.
— ¿Hay relación entre el fenómeno de la fuga de fieles y el movimiento católico de la Teología de la Liberación, que hace tres décadas era muy fuerte pero perdió liderazgo y fue descabezado?
— Las investigaciones muestran que la Iglesia crece donde está vigente la Teología de la Liberación. Donde no, entran las iglesias carismáticas y las sectas. Esto se ha comprobado estadísticamente.
Es falso también que la Teología de la Liberación haya disminuido la cantidad de feligreses de la Iglesia Católica. Creo que se ha intentado desmoralizar e ilegitimizar a la Teología de la Liberación, y, como consecuencia, se han resignado muchos cristianos que no entienden cómo el Papa y los obispos pueden estar del lado de los opresores, de los ricos, y no del lado de los pobres.
— ¿Cuáles son los retos de la Teología de la Liberación para rescatar este espíritu, ahora opacado?
— En el reciente foro mundial de la Teología de la Liberación en Nairobi, con representantes de Asia, África, América Latina, Europa y Estados Unidos, hemos visto su inmensa vitalidad y crecimiento. Pero no es tan visible ni tan polémica como antes. La Teología de la Liberación está presente allí donde las iglesias toman en serio a los pobres y a la justicia.
El movimiento nació de la experiencia de escuchar a los pobres, a los indígenas, a los negros y a las mujeres marginadas, y está tan vigente como hace décadas, porque los pobres todavía le gritan a Dios para que los escuche. El evangelio que no libera no es evangelio.
A mí no me importan mucho las críticas de los pudientes de este mundo y de la Iglesia. A mí me importa que hayan cristianos que tomen en serio el tema de la justicia.
La Teología de la Liberación no ha hecho de los pobres un objeto de reflexión. Ha caminado con ellos, ha sufrido las persecuciones, calumnias, torturas y asesinatos que ellos sufrieron. El teólogo tiene un pie en la miseria y uno en la reflexión, y une los dos y así llega la liberación.
Ahora también debe atenderse el grito de los pandilleros y de los jóvenes que no tienen ningún lugar en la sociedad, los que sobran, sin políticas públicas que los contemplen: los drogadictos, los entregados a la violencia, los condenados de la tierra.
Pero también a la Tierra, las aguas, los bosques y los animales, amenazados por una cultura sin piedad ni sensibilidad, y que puede llevar a un crisis del sistema de la vida con la desaparición de centenares de especies.
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