Por Rafael Villegas*
El pueblo boliviano vive hoy una tragedia y América Latina está en grave peligro. Todos los nacionalismos religiosos e imperialistas responden a una constante: se apuntalan desde una justificación religiosa de supremacía blanca. Así ocurrió con la conquista de América, el colonialismo en Sudáfrica y en Palestina hasta el día de hoy. Todos ellos con la biblia en la mano y el supuesto aval de Dios para destruir y conquistar. «Llenad la tierra, y sojuzgadla, y dominad sobre los peces del mar, y sobre las aves del aire, y sobre todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Génesis 1:28). Tal es el mandato bíblico que los insufla de odio y persecución.
Queda en evidencia que -por detrás de los intereses que el imperialismo y las élites dominantes tienen en el saqueo de los recursos naturales- se observa un profundo sustrato religioso que hace alianza con todo un sistema de símbolos que sostienen el aparato cultural del libre mercado. Marx no se había equivocado. Definió certeramente al capitalismo como un sistema lleno de presupuestos religiosos que podemos encontrarlos en la nebulosa de la teología.
Fernando Camacho, el Pastor Chi Hyun Chung, Jair Bolsonaro y el mismo Donald Trump (ungido por el pastor Robert Jeffress, para comandar una cruzada mundial) son la expresión de un tipo de subjetividad que asoma por arriba pero que se viene vertebrando desde hace décadas en las entrañas de la región. Tiene que ver con el pensamiento mágico y la religión. Es el chasis que sostiene la locomotora del capitalismo en su actual modelo neoliberal.
La ilusión del progreso infinito, la utopía de la felicidad privada, no tienen apoyo más que en premisas teológicas que operan como el fuselaje invisible de la política.
Estos profetas de la muerte no son una saliencia disruptiva del sistema, sino que guardan coherencia con un modo de producción de sujetos. No es una anomalía, sino la consumación de un largo período de siembra subterránea y capilar sobre las ilusiones religiosas que respaldan a la economía del libre mercado: el consumismo y salvación personal.
Tenemos que pensar seriamente como hemos de dar la batalla cultural en estos tiempos tan oscuros. Si es que todavía existe un cristianismo liberador, es evidente que no pertenece al Cristo travestido con el que se sienten representados los poderosos y las élites de este mundo. El cristianismo del campesino Jesús, oprimido junto a su pueblo por la meritocracia Romana es de otra naturaleza. Está presente en el dolor y la resistencia de los pueblos que claman por liberación y justicia, en toda práctica que religa al pueblo en torno a la justicia social, el cuidado del medioambiente y el amor comunitario. Como la Pachamama. De allí que el cristianismo en sus orígenes jamás pretendió ser la religión del libro, ni de ningún fundamentalismo, sino la religión del prójimo, del amor, del compartir.
¡Gracias Presidente y hermano Evo por marcarnos el camino, por enseñarnos el evangelio del amor al prójimo, la hermandad, la justicia social y por desenmascarar a los eternos crucificadores!
Tú has sembrado en tierra fértil que es tu pueblo indio, rebelde y revolucionario. ¡Pronto, muy pronto volverá a flamear la hermosa Whipala!
*Colectivo Teología de la liberación Pichi Meisegeier