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“El poder de la censura siempre es de un político y no de un intelectual”

«Yo publico lo menos posible en la revista Casa de las Américas porque es la revista que hago: aquí publico reseñas y otros textos similares. Pero mis textos más críticos prefiero no publicarlos en Casa, pues ni me agrada que se crea que aprovecho mis responsabilidades en la revista con ese fin, ni quiero comprometer su línea editorial. Casa de las Américas no es una revista ideológica nacional, no es una revista para discutir sobre el socialismo en Cuba. En ocasiones he mandado textos a publicaciones que se han negado a publicarlos. Cuando he insistido, a veces me responde alguien amablemente: “Aurelio, tu artículo es bueno, pero el problema es que tú haces unas críticas muy delicadas”».

Sr. Alonso, como crítico en temas de la política, las sociedades y la religión, se le conoce a usted más allá de las fronteras de Cuba. No hace mucho que, incluso, salió un interesante artículo sobre los veinte años de la caída del Muro de Berlín. ¿Qué es lo que más critica en su país?

—Las cosas que yo más critico son las que tienen que ver con la estructura de la economía, las limitaciones y el estancamiento para un perfeccionamiento democrático de la institucionalidad del Poder Popular y la necesidad de encontrar una democracia socialista, en lo que tengo la impresión de que Cuba se va quedando detrás con relación a los demás esfuerzos latinoamericanos: Venezuela, Ecuador, Bolivia, principalmente. Si ellos logran afincarse, echar raíces, seguir avanzando, pues Cuba puede quedarse atrás, a pesar de tratarse del experimento socialista pionero en nuestra América, y de haber contado con dos figuras tan notables como el Che y Fidel.

¿Me puede hablar un poco del Poder Popular cubano?

—El sistema del Poder Popular cubano buscó diferenciarse del soviético con elementos de participación popular que el soviético no tenía. Pero de ahí no se ha pasado, son muy pocos y solamente se les ve funcionar en las esferas de base. Es un sistema demasiado centralizado administrativamente, en el que los municipios carecen de recursos propios, de dominio sobre la economía misma del municipio. Hay políticas muy democráticas, como la de elegir desde la base misma, sin intervención de partidos y otras instituciones, a los delegados a las asambleas municipales, lo cual no tiene equivalente en el modo de elección de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Y, por otra parte, las municipales no tienen ningún poder, ¡ningún poder!, ninguna capacidad de solución. Los delegados municipales electos son víctimas del sistema político.

»Y cuando escribo esas críticas, no se me publican. Y critico al Partido, que es mi Partido, y del que no me voy, porque creo que vivo con lealtad mi compromiso de militante. Lo critico más duro desde dentro que desde afuera. El Partido tiene que cambiar, democratizarse también como partido si quiere mantenerse como régimen de partido único, lo cual no es tan relevante como queremos creer. Lo importante no es tanto que sea único, sino que constituya con coherencia una vanguardia, y creo que no siempre lo somos. Somos otra cosa.

»Hay artículos míos en que digo esto, y trato de publicarlos aquí, y si no puedo, lo hago afuera, en libros o de alguna forma. Pero mi intención siempre es que me publiquen aquí. El poder de la censura lo ejerce siempre el político, nunca el intelectual, que cuando se desempeña en cargos de poder corre el riesgo de mutar».

¿Los llamados “comunistas viejos” tienen tanta influencia como para paralizar todo un proceso intelectual progresista que cada día está creciendo más en Cuba?

—Sí, tienen todo el poder. Además, en el reciclaje que se viene dando con el paso del poder de Fidel a Raúl, lo que han hecho hasta ahora es llevar a los primeros planos de dirección al lado de Raúl a personajes de los más viejos que todavía tienen el discurso de los 60. Parecería que no se aprecia la necesidad del relevo generacional.

Graziella Pogolotti habla en su antología Polémicas culturales de los sesenta de un debate acerca de unos manuales sobre el marxismo. ¿Estos debates aportan algo a la reflexión crítica sobre la Revolución Cubana de hoy en día?

—Pienso que sí. El debate existió y sigue existiendo. Aquí se siguen publicando cosas, a pesar de que los órganos cubanos se mantienen siendo tutelados oficialmente. Porque el Partido tiene esta política, tiene esta proyección, que está amparada en el paraguas de que la Revolución tiene que protegerse evitando lo que se diga en contra. Eso, dicho así, parecería justo; pero cuando vas al análisis, uno se pregunta qué cosa es definible como lo que está en contra, y dónde está la frontera del “contra”. Empiezas a darte cuenta de que los que administran la política te corren la frontera del “contra” hacia donde ellos quieren, y te estrechan la frontera hasta donde quieren.

Ya estamos a finales de los 60 del siglo pasado. En Cuba empieza un período que marcará de manera negativa los siguientes años después del asesinato de El Che Guevara en 1967…

—Sí, pienso que te refieres a lo que Ambrosio Fornet bautizó como el “Quinquenio Gris”, que en realidad no fue un quinquenio, salvo en el sentido persecutorio que le imprimió la gestión infelizmente dogmática de algunos funcionarios. El plazo quinquenal alude al campo de la creación literaria y artística, donde lo que sucedía guardaba correspondencia a lo que estaba pasando en el campo del pensamiento.

»Pero en otro plano, el de la restricción ideológica en el estilo soviético, llegó a abarcar dos décadas. En el plano de la creación pienso que había dos proyecciones: una defendía el realismo socialista y otra defendía una apertura menos limitada en las formas de producir arte, la cual tocaba muchos sectores: el cine, la creación literaria, las artes plásticas».

El ICAIC siempre ha sido una institución que ha podido, hasta hoy en día, mantener una posición más o menos independiente…

—Sí, precisamente por eso se convirtió desde temprano en el «clavo en el cuello» para el Consejo Nacional de Cultura y del aparato que controlaba la cultura y la educación en el Partido. Lo atacaron con mucha fuerza. Y, en buena medida, gracias a su capacidad de resistencia, el “Quinquenio” fue solo un quinquenio.

»Alfredo Guevara tuvo la capacidad y la valentía de enfrentarse a eso —junto con otra gente, pero sobre todo él— y contribuir a que el ministro de Cultura que se nombrara, al institucionalizarse una estructura estatal calcada de los moldes soviéticos en 1976, no fuera el previsto, un viejo comunista que iba sistematizar el realismo socialista con toda seguridad, sino Armando Hart. Guevara consiguió evitar que se produjera una rutinización del pensamiento y la creación cultural.

»Y por eso Ambrosio Fornet lo llama “Quinquenio”, y lo llaman “Gris” porque en realidad no se mata a nadie. No es la experiencia estalinista, donde si no te desaparecían en una época, te fusilaban en otra, en dependencia del estilo del jefe de los órganos de seguridad que designaba Stalin. No padecimos una represión policial sistemática. Hubo casos sumamente lamentables, como el de Heberto Padilla, quien en 1971 fue encarcelado por haber publicado un libro de poemas supuestamente antirrevolucionario. Pero de esta magnitud, fueron pocos. No se aplicó como norma.

»Pienso que ni para el Kremlin, o para el politburó soviético y tampoco para el politburó cubano, era tan importante que en la creación cultural dominara el “realismo socialista”. La influencia de Alfredo, sumada a la de Hart como primer ministro de cultura, fue decisiva. Pero no podían incidir más en el campo de la ideología, que en el contorno de los 70 y los 80 era imposible rectificar.

»Por esto, otra cosa distinta representaba el campo de la ideología, que ante la doctrina marxista también prevaleciera una apertura. Porque la doctrina tocaba la política y en la política también iba a desarrollarse una tendencia crítica hacia el sistema desde dentro del sistema. Por eso, repito, para la ideología no fue un “Quinquenio Gris”, fue un veintenio».

Háblenos de su tiempo como profesor en la Facultad de Filosofía en la Universidad de La Habana cuando un grupo de jóvenes se unió para buscar una nueva visión del Marxismo…

—Empezamos a desarrollar una crítica de los manuales soviéticos y a cambiar, a experimentar cambios en los programas de la enseñanza de marxismo, llegando a un proceso de madurez que culminó en la enseñanza de un programa de historia del pensamiento marxista, en lugar de uno de filosofía marxista, es decir, materialismo dialéctico y materialismo histórico.

»Nosotros intentamos cambiar aquella percepción doctrinal. Pensábamos que era más importante enseñar cuál había sido el entorno histórico de Carlos Marx y de Federico Engels, cuál había sido su historia personal, cómo a través de sus aciertos y frustraciones llegaron a la doctrina, en qué cosas esa doctrina tenía que atenerse a su época, y en qué tenía que seguir evolucionando. Cómo sucedió después de que ellos murieron, qué pasó y por qué Rusia llegó a convertirse en el centro revolucionario de Europa, qué papel desempeñó Lenin como genio político y creativo dentro de la tradición marxista, y Trotski también —que tuvo un gran papel— y otros. Llegar también así a la Revolución China. A preguntarnos el papel de Mao y el de Fidel Castro y el de la Revolución Cubana. Ese era el marxismo que enseñábamos y que tratábamos de confrontar con la enseñanza de los manuales soviéticos.

¿Y cómo se concretó esta confrontación?

—Habíamos tenido varias confrontaciones, debates, en reuniones con profesores. En una de esas reuniones, esos profesores nos dicen que iban a sacar un artículo en su revista criticando nuestras posiciones. Por aquel entonces había varias revistas. Las escuelas del Partido tenían una revista teórica, que se llamaba Teoría y Práctica. Nosotros teníamos una que se llamaba Pensamiento Crítico. Nacionalmente, la de ellos tenía más circulación que la nuestra, pero la nuestra tenía mucho más circulación en América Latina, y era más demandada. Había más revistas.

»A raíz de ese artículo crítico, les pregunto si publicarían en su misma revista una crítica mía a su artículo. Se vieron obligados a decir que sí. Y en cuanto la tuve lista, salió el artículo. Ahí empezó una polémica, que al final interrumpí porque sentí que era como caminar en un terreno baldío. Esa polémica sobre los manuales de filosofía tuvo mucho impacto, sobre todo en Francia y en Alemania, donde fue publicada por Hans Magnus Enzensberger en Kursbuch No. 18 de 1969, dedicado a Cuba, a la Revolución.

»Y luego vino el cierre de Pensamiento Crítico y del grupo de filosofía, que se planteaba un marxismo antimanualista y comenzaba a hacerse significativo, con peso contestatario en el campo doctrinal, devino el preámbulo del cierre más general para toda la cultura que se iba a imponer en el año 1971, a partir del Primer Congreso de Educación y Cultura. El comienzo del “Quinquenio Gris”.

¿Y cómo es en su caso hoy en día?

—Yo publico lo menos posible en la revista Casa de las Américas porque es la revista que hago: aquí publico reseñas y otros textos similares. Pero mis textos más críticos prefiero no publicarlos en Casa, pues ni me agrada que se crea que aprovecho mis responsabilidades en la revista con ese fin, ni quiero comprometer su línea editorial. Casa de las Américas no es una revista ideológica nacional, no es una revista para discutir sobre el socialismo en Cuba. En ocasiones he mandado textos a publicaciones que se han negado a publicarlos. Cuando he insistido, a veces me responde alguien amablemente: “Aurelio, tu artículo es bueno, pero el problema es que tú haces unas críticas muy delicadas”.

El 26 de julio se celebrará el Día de la Rebeldía en Cuba. ¿Cómo pasará usted ese día?

—Te aseguro que lo voy a celebrar con la satisfacción de que el sistema que ha creado el experimento socialista cubano, con todos los defectos que arrastra, sigue en pie, resiste, con buena parte de su aliento virtuoso inalterado. Con la indignación de que hayan pasado cincuenta años y los Estados Unidos no hayan sido capaces —ni siquiera ante el reclamo abrumador de los Estados del Mundo, reiterado año tras año en Asamblea General de las Naciones Unidas—, de levantar el bloqueo económico y enrumbar una normalización de relaciones con Cuba.

»Con el pesar de que mi generación, junto a la del liderazgo, no haya tenido la lucidez necesaria para avanzar más en los caminos de consolidación de una sustentabilidad económica que creo viable, y de creación de una democracia y una cultura democrática genuinamente socialistas.

»Con la esperanza del que siente que no todo está perdido, que sabe que tenemos logros, alcanzados en las más difíciles condiciones, la seguridad de que vamos a resistir y la fe en que tenemos cómo mejorar aún nuestra subsistencia. Así es como espero celebrar la llegada del 26 de julio de 2010».

por Ute Evers
Publicado originalmente en el periódico alemán Neues Deutschland

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