En la calle flamean banderas de los 34 pases que se renen por estos das en la Cumbre de las Amricas, convocada por la OEA, en la ciudad balneario de Mar del Plata, Argentina. Hay flores en los canteros y la arena est recin cepillada. Es la postal de un mundo impecable. Los tres anillos de seguridad buscarn que se mantenga as, bellsima y asptica, sin ruidos molestos, ni protestas; sin embargo una ola gigante de hombres y mujeres de todos los colores, credos y orientacin sexual ha inundado las avenidas, plazas y sitios pblicos.
Es el pueblo indio, negro y mestizo que recorre con gritos de esperanza la larga historia de los desposedos de este continente. Frente a ellos, a un soplo de distancia, los pases ricos mascullan el nico vocablo que los hace poderosos: el dinero; se renen en sus lujosos hoteles, disfrutan de apetitosos manjares y acuden a sus ejrcitos para reprimir a los excludos.
Precisamente hoy ser la Marcha de protesta contra Bush. Desde la capital de Cuba, el Centro Memorial Martin Luther King se suma a las actividades que se organizan con motivo de la Cumbre de los Pueblos con una celebracin ecumnica en la que participan los trabajadores de esa institucin de inspiracin cristiana, los integrantes de la Ctedra de la Mujer Clara Rods in memoriam que se reunieron en el taller Genero y participacin y los miembros de la comunidad religiosa de la Iglesia Bautista Ebenezer del capitalino municipio de Marianao (IBEM).
La actividad, preparada por el Programa de reflexin/formacin socioteolgica y pastoral y la IBEM, celebr la vida y el fuego. Hermanos y hermanas compartieron el pan, las voces, los abrazos y las flores en solidaridad con todos los hermanos y hermanas que luchan por un mundo necesariamente mejor y posible.
Fuego y memoria
Cuenta Eduardo Galeano que un hombre del pueblo de Negu, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, dijo que haba contemplado, desde all arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las dems. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quin se acerca, se enciende.
Cientos de hombres como esos que encienden con su fuego la vida, las semillas y la memoria estn ahora en Mar del Plata, en protesta rebelde contra la muerte y la exclusin. Ellos representan a los de abajo, a los del Sur, a los que habitamos una larga cordillera de naciones que va desde el Bravo hasta la Patagonia, a los pequeos de esta parte del planeta.
Y como los pueblos antiguos encendan cientos de pequeos fuegos controlados alrededor de las reas quemadas en expansin, que quitan el alimento y de este modo ahogan con su propio combustible a las llamas arrasadoras, cientos de miles de fuegos dispuestos a ahogar las fogatas genocidas encendidas por los poderosos de nuestro tiempo recorrern hoy las calles de Mar del Plata. Junto a ellos estar presenta la palabra y el gesto de los cubanos y cubanas desde esta porcin de humanidad caribea.
Frente a la represin, la muerte, la desigualdad, la pobreza se levantan los nuevos fuegos de resistencia y oposicin al sistema de marginacin que se nos intenta imponer desde el Norte.
En ese camino est, tambin, el fuego del Espritu que regala Dios cada da a su pueblo; est el poder de la esperanza y la comunidad y la capacidad de lucha que nace de la solidaridad.
En la encrucijada
Tuve un sueo. Estaba en la encrucijada de un camino. Algunos hombres y mujeres optaban por el sendero angosto. Era una ruta larga, difcil, plagada de dificultades. Con mirada terca, llena de esperanza, los locos soadores caminaban hacia la lnea del horizonte y aunque la distancia se mantena y el caminar no les serva de mucho, hipnotizados, no dejaban de andar. El hambriento divisaba los alimentos que siempre debieron alcanzar para todos.
En medio de las zonas de guerra, los soldados, soaban con un extrao paisaje de primavera, y las risas de los nios se mezclaban terriblemente con el tableteo tenaz de las ametralladoras. En esa lnea lejana, las mujeres, los pobres, los indgenas, y los negros vivan sin las discriminaciones que marcan crueles diferencias. Cuando alguno se detena, o pretenda retroceder, una mano solidaria se extenda y animaba la marcha. Aquellos hombres y mujeres no saban de sobornos ni de claudicaciones; y ante el sol, las crecidas, la zarza y los espinos, sedientos, de luto, marginados o heridos caminaban seguros hacia su utopa.
En mi sueo tambin vi que otros elegan el otro sendero, mucho menos soleado, ms amplio, menos largo, ms tranquilo; grandes rocas como asientos les invitaban a sentarse, pero ellos, ciegos por la ambicin, solo sacaban cuentas para enriquecerse ms en menos tiempo, y lograr que los ms dbiles y desposedos, pagaran las deudas que nunca contrajeron.
Pensaban en la guerra como una industria y la venta de armas como un negocio. Se especializaban en tratados, que disfrazan a los lobos de ngeles para engaar incautos. Y a mediados del camino vi que esta senda amenazaba el camino de los otros Y yo, que estaba en la encrucijada, mirando desde lejos y desde fuera, comenc a angustiarme por la suerte de mis locos soadores y mirando al cielo grit por Dios con fuerte voz. Para mi asombro, las nubes no me respondieron, su voz se dej escuchar suave y firme desde el camino angosto: Porqu clamas por m?, dijo aquel caminante Qu haces desde lejos y desde fuera?, cul es tu senda? No ves mis huellas; estn impresas en el barro de esta senda, mi sudor ha regado como roco el caminar de estos soadores. Ven, te necesitamos con la fuerza de tu grito, con la amargura de tu angustia, con el sello poderoso de tu amor.