“Te convido a creerme cuando digo futuro”
Silvio Rodríguez
Todo parece indicar que el siglo XXI será una época cargada de grandes cambios pero también de grandes crisis. Si bien es cierto que el panorama latinoamericano avizora nuevas luces, otras partes del planeta se encuentran en desafueros interminables. Mientras en un lado, nuevas voces y actores/as se aproximan a la búsqueda de justicia y paz, otro lado parece seguir creando y re-creando nuevos juguetes armamentistas y estrategias para controlar – ó en algunos casos, destruir- lo más preciado del ser humano: LA VIDA
Sucede que estamos en medio de grandes crisis, y aunque la opinión política e internacional en ambos lados del planeta se devana los sesos en encontrar una salida a la gran crisis financiera que tiene hoy el mundo, algunos/as queremos hacer un llamado de atención, al reclamo que nos hace desde siglos nuestra gran madre TIERRA.
Desde los primeros pasos de la civilización humana ésta ha vivido en estrecha relación con la Naturaleza. Las culturas más antiguas les rindieron culto y muchos de los elementos que componen el Cosmos, fueron considerados dioses. La visión judeo-cristiana también hizo énfasis en la “sacralidad” de la Tierra, al decir San Pablo: “Pues sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora” (Rom.8:22). Sin embargo, la visión occidentalizada con matiz cristiano, confundió el mandato divino de cuidar la Creación (Gn.1:28) con el de dominar la creación, trayendo consigo hasta nuestros días, la gran Crisis de las crisis: la ecológica.
Existen en estos momentos cuatro crisis mundiales: económica, financiera, alimentaria y climática. De éstas, la última parece ser el eje transversal de las anteriores. Las crisis económicas y financieras se encuentran en el centro de los intereses del Norte y la crisis alimentaria amenaza con dejar cientos de millones de personas con hambre en el Sur. Pero los cambios climáticos han tenido – y siguen teniendo- presencia y efectos inevitables en ambas latitudes del planeta. A veces no se perciben como funestos y rápidos, pero están ahí. Se estima que la subida de nivel medio de los océanos afectará una población de 150 millones de personas en Bangladesh; la tala indiscriminada del Amazona hará desaparecer la fauna y poblaciones autóctonas del lugar; las reservas de energía se agotan con mucha rapidez en países subdesarrollados del África y sus tierras, y cada día, producen menos alimentos para su población, el viejo continente europeo se está ahogando en sus propiso rios y lagos, por tan sólo citar algunos ejemplos. ¿Dónde quedan las palabras esperanzadoras de Jesús?: Yo he venido para que tengan vida y VIDA EN ABUNDANCIA. (Jn.10.10).
Debemos de apostar por una ética planetaria, una ética que tenga como centro de referencia el lamento de la Tierra y de nuestra relación sagrada con ella. Como bien plantea Leonardo Boff, debemos autolimitarnos. “Esto significa un sacrificio necesario que salvaguarda el planeta, tutela los intereses colectivos y funda una cultura de la simplicidad voluntaria. No se trata de no consumir, sino de consumir de forma responsable y solidaria para con los seres vivos de hoy y los que vendrán después de nosotros/as. Ellos/as tienen también derecho a la Tierra y a una vida con calidad”.
Concluyo con una vieja profecía de los indios Cree, quienes al igual que Silvio Rodríguez, nos convidan a creer cuando dicen: FUTURO.
“Solo después que el último árbol haya sido cortado; solo después que el último río haya sido envenenado; solo después que el último pez haya sido pescado; solo entonces descubrirás, que el dinero no se puede comer”.