Por más vueltas que le doy a un vaso de guarapo y a una mazorca de maíz, no puedo menos que sorprenderme del ingenio humano. Ciencia y tecnología han logrado el milagro de convertir el jugo de la caña de azúcar y una humilde semilla en combustible del progreso. ¿Quieren algo más oportuno? Cuando las entrañas del planeta avisan que ya no les queda mucho petróleo, las fuentes alternativas de energía, biocombustibles incluidos, envían señales –no necesariamente de humo- para indicar un camino a la esperanza. Merecidos aplausos atraen, quizás por primera vez fuera de los corrillos ecologistas.
Dos hombres, sin embargo, se han ocupado de tender nubarrones sobre el etanol extraído del reino vegetal: Fidel y Bush. Mientras el primero, crítico tenaz de la agresión consumista a la naturaleza, que ha depositado una fe irrestricta en la ciencia desde hace casi medio siglo, cuestiona esta opción de energía renovable, el segundo la bendice, a pesar de su compromiso con las transnacionales petroleras de Texas y el nulo caso que ha hecho a los problemas del medio ambiente. Aparentemente algo no funciona.
Vayamos por partes.
El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, presentó en enero un plan para sustituir con etanol el 20 por ciento del consumo nacional de gasolina, en un plazo de diez años. La noticia causó revuelo en muy diversos escenarios: en los mercados el precio del maíz se disparó, algunos círculos ambientalistas batieron palmas, las industrias automotriz y petrolera aguzaron el oído y no pocos analistas recelaron. Dudas, muchas dudas.
De pronto, el mandatario que rechazó al Protocolo de Kyoto contra la emisión de gases contaminantes y gobierna un país causante del 25 por ciento de la polución del planeta, se ha transformado en ecologista feroz. ¿Qué está pasando aquí?
De acuerdo con los cálculos de Washington, para alcanzar esa meta Estados Unidos tendría que multiplicar por siete su producción actual de ese alcohol, para llevarla a 35 mil millones de galones en el año 2017, un dato recibido con escepticismo, incluso, por los fabricantes estadounidenses de etanol. Patricia Woertz, presidente de Archer Daniels Midland Co., principal productor de ese combustible en Norteamérica, confía en que crezca la cosecha de maíz, base del etanol en EE.UU., pero no lo suficiente como para llegar a esa cantidad de galones. “El futuro de la energía no es un solo tipo de siembra y menos aún un solo producto”, dijo.
Bush ha dejado entrever como opción la producción de alcohol a partir de celulosa vegetal sin valor agrícola. Podría extraerse de recursos como la paja, el aserrín y el pasto. Bonita idea. Dejaría tranquila la cosecha de alimentos. Sin embargo, no es una variante comercialmente viable aún: un galón de etanol celulósico cuesta entre 2,25 y 2,50 dólares hoy, un dólar más que el proveniente del maíz. En opinión de Jeff Broin, presidente ejecutivo de la productora de etanol Broin Cos, harán falta seis o 10 años para que el primero sea competitivo. Los ojos de Washington, por tanto, siguen clavados en la mazorca… y en el estratégico apetito, según la lógica consumista, de los estadounidenses por la gasolina.
Aunque Bush se ponga camisa verde, el plan del etanol nada aportará a los objetivos del Protocolo de Kyoto, que han firmado 166 países y no EE.UU. El documento propone disminuir las emisiones contaminantes en un 5,8 por ciento en el año 2015, en relación con el nivel que tenían en 1990, pero todo indica que el sagrado “modo de vida americano” seguirá renuente a entrar por esa canal.
Si el consumo de gasolina aumenta al ritmo de crecimiento del transporte previsto por el Departamento de Energía, 1,9 por ciento anual (bastante moderado en comparación con el 3 por ciento mantenido hasta fecha reciente), en el año 2017 el país demandará alrededor de un 25 por ciento más de combustible que los 588 millones de galones diarios quemados por autos y camiones en el año 2005, siempre según las estadísticas gubernamentales. Ni aún los inflados planes de Bush impedirían que se derroche más gasolina proveniente del petróleo que hoy.
¿Qué se trae entre manos, entonces, el presidente de Estados Unidos? ¿Una operación publicitaria para lavar su desastrosa imagen antiecologista, como ha insinuado algún observador? Dudo que le interese o que le remuerda la conciencia.
Los norteamericanos lo miden todo en dólares. Buscan reducir su dependencia energética del petróleo importado y, a la par, estrechar el control sobre un mercado naciente, con inmensas perspectivas de desarrollo y previsiblemente jugoso. La demanda de biocombustibles crece, en la medida en que el Primer Mundo comienza a inquietarse por los estertores de las reservas de hidrocarburos del planeta y el alza consecuente del petróleo.
Esto explicaría también la alianza que Bush intenta tejer con Brasil, el otro gran fabricante de etanol -ambos países cargan con el 72 por ciento de la producción mundial, pero mientras el gigante del Norte lo extrae del maíz, el del Sur lo deriva de la caña de azúcar, con más bajo costo y mejor rendimiento energético. Para compensar la menor competitividad de su alcohol, el imperio defiende una política proteccionista, a punta de aranceles y subsidios agrícolas, que el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, no consiguió vencer en la reciente reunión con su par norteamericano en Camp David.
Interés mercantil mediante, Estados Unidos y otros gobiernos de la rica Europa no parecen preocupados por calcular que los biocombustibles, obtenidos también de la soya y otros granos, amenazan con quebrar el frágil equilibrio entre la demanda de energía de las manirrotas naciones del Norte y la urgencia de alimentos para los pueblos del Sur.
Y ahí es donde reaparece, después de ocho meses de críptica convalecencia, el líder cubano, para lanzar un alerta que ha destapado la Caja de Pandora a escala mundial.
Como aquel fantasma vislumbrado por el Manifiesto Comunista, Fidel emergió del silencio para poner sobre el tapete, en sendos artículos, una de las verdades más dramáticas del momento. El “colosal derroche de cereales para producir combustible, sin incluir las semillas oleaginosas, solo serviría para ahorrarles a los países ricos menos del 15 por ciento del consumo anual de sus voraces automóviles”.
Acudiendo a la más elemental aritmética, el Comandante en Jefe demostró que para producir los 35 mil millones de galones de etanol soñados por Bush se requieren 320 millones de toneladas de maíz, muy por encima de los 280,2 millones cosechados por EEUU en 2005, de acuerdo con la FAO. Un nuevo dato amplifica la magnitud del desaguisado: el volumen de maíz que exigiría el plan estadounidense equivale a la sexta parte de los 2082 millones de toneladas de la cosecha mundial de cereales prevista para este año por el mismo organismo.
La apetencia de biocombustibles en el Norte coloca a la humanidad frente al peligro de desviar alimentos que lucirían mejor en una mesa. Consecuencia visible ya es el fuerte encarecimiento del maíz, la soya, el trigo y otros granos. En frecuencia directa con el alza del petróleo, crece la demanda de etanol y biodiesel y suben los precios de cereales y oleaginosas básicos en la dieta de muchos pueblos del Sur. Bien lo saben los mexicanos, revueltos por el alza brutal de su típica tortilla de maíz.
Dos economistas de la Universidad de Minnesota, Ford Runge y Benjamin Senauer, sumaron sus cuentas al debate: “Si los precios de alimentos básicos subieran por la demanda de biocombustibles (…) el número de personas con inseguridad alimentaria en el mundo aumentaría en más de 16 millones por cada porcentaje de aumento real en los (precios de los) alimentos. Eso significa que mil 200 millones de personas podrían estar crónicamente hambrientas en el 2015, 600 millones más de lo previsto anteriormente,” agregaron, en un anticipo del artículo que publicará la revista Foreign Affairs en su edición mayo/julio.
Hasta el Banco Mundial ha aportado datos inquietantes. Según estudios de ese organismo, el consumo calórico entre los pobres del mundo cae alrededor de medio punto porcentual cuando el precio de los alimentos básicos sube en un uno por ciento.
Las preguntas lanzadas por Fidel han calentado un debate urgente, que corría el riesgo de enfriarse, adormecido por la gula del mercado del Norte. “¿De dónde sacarán los países pobres del Tercer Mundo los recursos mínimos para sobrevivir?”