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Gramsci entre nosotros

Fernando Martínez Heredia

Con este CD recibimos un gran refuerzo para el marxismo cubano. Permítanme añadir algo a la explicación que se ha ofrecido. Ante todo agradecer al Ministerio de Cultura –el que creó la Cátedra de Estudios Antonio Gramsci hace doce años— el auspicio entusiasta a esta iniciativa, y a Cubarte la laboriosidad y tenacidad con que logró que tengamos hoy esta primera edición. Esta es la traducción al español de la edición crítica de Cuadernos de la cárcel, que preparó Valentino Gerratana1. Hasta ese momento se utilizaba la edición italiana temática en seis tomos, de 1948-1951; en la Cuba de los primeros años sesenta leíamos la traducción argentina de los primeros cuatro tomos2. La edición crítica significó un enorme paso de avance en los estudios gramscianos. Siguió un orden cronológico, estableció muy bien los textos originales, las nuevas redacciones y adiciones con sus fechas, y se dotó de un formidable aparato de notas, referencias e índices. En México, Ediciones Era emprendió la difícil —y riesgosa en términos económicos— tarea de traducir y publicar aquella obra en español3. Ante mi solicitud para una edición digital cubana, Era ha sido solidaria y fraterna, brindándonos todas las facilidades. La nuestra no es una edición comercial, es una contribución a las necesidades de las cubanas y cubanos.

Como verán, el CD incluye otros cinco libros; quisiera al menos mencionar dos de ellos. La Vida de Antonio Gramsci, de Giuseppe Fiori, es la biografía clásica de Gramsci. Apareció en 1966 y pronto tuvo ediciones en varios idiomas. En Cuba quisimos publicarla e hicimos una traducción, pero los cambios sucedidos a partir de 1971 impidieron su publicación. Treinta años después volvimos a intentarlo, y al fin salió para el lector cubano esta obra tan valiosa, con la invaluable ayuda de un grupo de sardos solidarios.[4] El otro es Sociedad civil y hegemonía, una de las obras teóricas de mayor calidad producidas en Cuba en los últimos años, y sin duda la mayor entre las referidas a Gramsci.[5] Su autor, el profesor Jorge Luis Acanda, es el vicepresidente de nuestra Cátedra Gramsci.

Estamos en medio de una sorda batalla de ideas dentro de la Revolución. Concepciones diferentes marchan en paralelo, sin polémica entre ellas, ni a causa de las ideologías a las que se adscriben —o a las que contribuyen sin saberlo—, ni a causa de las epistemologías. El marco de esa batalla es un proceso que está afectando a una parte importante de la población: la indiferencia ante todas esas ideas, que a su vez forma parte o es consecuencia de su apoliticismo. Las palabras declarativas formales que adornan momentos de las expresiones públicas que escuchamos o leemos no pesan, no añaden ni quitan nada a esta situación. Por eso resulta tan procedente que aparezca este extraordinario instrumento, que, si es utilizado, puede ser un arma sumamente valiosa para un combate intelectual, cultural e ideológico que podrá ser diferido, pero no podrá ser evitado, y que será decisivo para nuestro futuro.

Ya todos sabemos que el marxismo no es igual a sí mismo, que posee una larga historia. Aludo solamente a dos desencuentros trágicos sucedidos en el siglo XX al movimiento comunista y al marxismo. En los años veinte-treinta el desencuentro con las culturas de los pueblos sometidos al colonialismo y el neocolonialismo, que se levantaban o resistían, que les impidió comprenderlo, y aún menos conducirlos. Gramsci vivió la era de la primera ola de revoluciones socialistas del siglo, y murió junto con ella, en 1937. En los años cincuenta y sesenta, después de llegar la URSS a la cima de su prestigio por su heroica guerra contra el fascismo, sucedió el desencuentro con las revoluciones del Tercer Mundo. El tiempo de Ho Chi Mihn, de Fidel y el Che, de la América Latina insurgente, tuvo que ser hereje frente a los que supuestamente poseían las ideas acertadas y protagonizaban la lucha contra el capitalismo. La parte final del siglo vivió la derrota y disolución del llamado socialismo real, unida a la derrota de la idea del desarrollo del Tercer Mundo. Después hemos entrado en una nueva fase, cuyo destino está todavía lejos de definirse. Mientras, Cuba llevó a cabo su gran revolución, uno de los hechos principales de la segunda mitad del siglo XX, y se mantiene erguida hasta hoy. Su revolución socialista de liberación nacional abrazó con entusiasmo y naturalidad el marxismo, pero entonces sobrevino una historia muy difícil, llena de acontecimientos y procesos de signo negativo o positivo. El marxismo es un campo que ha sufrido detenciones y retrocesos dentro del proceso cubano.

Antonio Gramsci es el gran campeón civil de la revolución socialista en el mundo. Hijo de la isla de Cerdeña, una de las zonas subdesarrolladas de Italia, estudioso y militante en Turín, uno de los mayores centros industriales de Europa, comunista de la época heroica del bolchevismo y la creación de la Internacional Comunista, líder máximo de uno de los nuevos Partidos Comunistas, analista certero del fascismo y de la cuestión meridional, Gramsci fue protagonista de una tragedia personal en medio de una tragedia histórica. Logró salir vencedor de todas las cárceles: la del enemigo, que sólo pudo acabar con su vida, pero también la tentación del deseo de ascender y los intereses personales que suelen gravar al joven de niñez muy pobre. Venció la prisión profesional de repetir, copiar, glosar, de volverse un erudito, un ser sabio y estéril, o sabio y adorno. Triunfó sobre el sectarismo y el dogmatismo que fueron tan funestos para la mayoría de sus compañeros, y para medir la dimensión de su victoria pensemos que no la logró ahora, sino en los tiempos en que ser stalinista parecía sinónimo de ser confiable, duro y revolucionario comunista. Inerme, en manos del enemigo, no perdió el humor ni la suave burla de sí mismo, ni al amor a la madre, a la esposa y a sus niños.

Paseado sin abrigo en pleno invierno por las cárceles de todo el país con la intención de quebrantar su salud, once años preso del fascismo, aislado incluso de su propio partido, víctima de la enfermedad que lo iba destruyendo, Gramsci escribió el maravilloso monumento de la teoría marxista que ahora estará a nuestra disposición. Fue el último gran teórico marxista europeo del tiempo de Lenin, por eso tuvo que ir mucho más lejos que el gran pensador bolchevique en cuanto al funcionamiento y los rasgos esenciales de la dominación del capitalismo que triunfaba y del que vendría, fuera fascista en Europa o democracia burguesa en Estados Unidos, y tuvo que lanzarse a crear una teoría marxista de la hegemonía de las clases dominantes, de la investigación de la cultura, del mundo espiritual y moral, de la construcción de los instrumentos ideales y organizativos de las revoluciones anticapitalistas, de la formación de una nueva concepción del mundo y de la vida que fuera capaz de ser no sólo opuesta, sino distinta y superior a la única cultura universalizable y capaz de reformularse una y otra vez, que es la del capitalismo.

No trataré de exponer, ni en síntesis, ideas de Gramsci. Ustedes lo leen, y lo leerán cada vez más. Sí quiero llamar la atención sobre una cualidad suya que me cautivó desde que comencé a estudiarlo, cuando era muy joven, y me hizo llenar una libreta de colegio con lo que me sugería El Materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Gramsci obliga al que lo estudia a ser activo, a conversar con él, a poner a trabajar la mente, a apoderarse de su multitud de preguntas, sugerencias, sutilezas y caminos, a entrar por las puertas que Gramsci entreabre, a darse cuenta de que el mundo no es simplificable, a empezar a comprender –y no sólo vivir—la maravilla y la angustia de la revolución, sus combinaciones de grandezas y miserias, la urgencia de trabajar con las personas reales, la necesidad de que seamos muy superiores al mundo del cual obligatoriamente debemos partir, para que exista la oportunidad de crear un mundo nuevo y personas nuevas.

Un notable pensador marxista y amigo, Michael Lowy, coloca a Gramsci entre los pensadores europeos que llama “de la derrota”, a los que considera descollantes. porque fueron capaces de dejarnos obras de una enorme riqueza y de valor permanente, a pesar de producirlas cuando el colosal movimiento iniciado en 1917 encontraba sus límites, se enredaba y terminaba. Yendo más allá de debates como el relativo a la izquierda teórica, quisiera resaltar que la grandiosa obra de Gramsci ratifica la relativa autonomía del pensamiento social. Es una comprobación fehaciente de lo que pueden producir subjetividades formadas y conscientes cuando se ponen a trabajar sin miedo de violentar lo que se considera posible producir dentro de los límites de la reproducción de la vida vigente, cuando llegan a comprender que ese es el único camino para la liberación de las personas y las sociedades, y continúan con tenacidad y entrega su labor de subvertir lo existente, abrir puertas al futuro y contribuir a adelantarlo.

Tampoco aludiré aquí a las innúmeras vicisitudes de la posteridad de Antonio Gramsci, a los prolongados silenciamientos que sufrieron su obra y su vida, ni a la reticencia más o menos grande de los poderes levantados en nombre del socialismo a aceptar la concepción de Gramsci, sin duda extremadamente valiosa, pero muy inquietante para los que privilegian la estabilidad del poder frente a la dialéctica revolucionaria y el proyecto de liberación. A las épocas en que Gramsci ha sido acallado por quienes debieron utilizarlo y divulgarlo, prefiero ilustrarlas con una sola anécdota, que es, sin embargo, desoladora. Después de 1956, un hijo de Gramsci, que fue oficial de Marina soviético, pudo visitar la tierra natal de su padre. Atendido por el Partido Comunista italiano, hizo relación con el gran historiador Emilio Sereni; años después, este contó que en una ocasión en que quedaron solos, el hijo de Gramsci se puso muy serio, bajó la voz y le preguntó: “Por favor, ¿usted sabe qué error cometió mi padre?”

Los hijos de la joven revolución recibimos con entusiasmo a Gramsci en Cuba, y se inició así su historia cubana. Como tenía que suceder, fuimos pioneros en América Latina y el Caribe en ponerlo al alcance de un pueblo que leía con voracidad, y también en introducirlo en los planes de estudio y en la docencia universitaria. Miles de alumnos lo estudiaron durante varios años. Después, Gramsci también corrió la suerte del pensamiento cubano durante la etapa iniciada al comienzo de los años setenta. Sufrió la desaparición, el silencio o la sospecha, los infortunios de esa década y la siguiente, el retorno difícil, pero asegurado por una nueva hornada de intelectuales revolucionarios. Podría decirse que Gramsci se nacionalizó, que hoy es un compañero nuestro al que no hace falta explicarle cómo somos ni nuestros problemas, y que comparte nuestros trabajos y nuestros sueños. Por esto termino manifestando mi gran alegría, porque este logro de la cultura que hoy presenta con orgullo el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello es al mismo tiempo una celebración digna del Día de la cultura cubana, que ya se acerca. Miren cuánto ha avanzado la cultura cubana desde la canción guerrera del himno bayamés hasta los días de hoy, cuando somos capaces de socializar, de ofrecerle a todos, instrumentos idóneos para que la gente piense mejor cómo vamos, entre todos, a construir el futuro.

[1] Instituto Gramsci, Giuilio Einaudi editore, Torino, 1975.
[2] Publicados por el Partido Comunista en su Editorial Lautaro, Buenos Aires, entre 1958 y 1962.
[3] Ediciones Era, México D.F., 1981
[4] Giuseppe Fiori, Vida de Antonio Gramsci, Círculo de Sassari, Asociación de Amistad Italia-Cuba, Edizioni Della Sabbia/Edizioni Achab, Verona, 2002. El autor, que también era sardo, dio su permiso, pero ya no tuvo salud para escribir un prólogo a la edición cubana.
[5] Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello.

Tomado de Cubarte

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