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Graziella Pogolotti: Tenemos las mejores condiciones para un debate desprejuiciado sobre el racismo

En su opinión, ¿dónde radica la raíz de la problemática racial en Cuba?

A través de la historia, el racismo ha sido un modo de garantizar el poder hegemónico de un grupo o clase social. Una vez sembrada, la semilla sigue su desarrollo orgánico más allá de las circunstancias que la engendraron, asimilada por víctimas y victimarios como un valor consagrado por la tradición, trasmitido por vía familiar como componente irracional de un inconsciente colectivo. Para extirparlo se requiere el diseño de una estrategia dirigida a divulgar las causas que lo originaron y a satanizar sus efectos mediante una acción eficaz centrada en el sistema de educación y en la influencia de los medios de comunicación. Las prácticas de discriminación deben enrojecer de vergüenza a quienes las ejercen, las permitan o las difundan. En Cuba, no arraigó el antisemitismo y las grandes fortunas hebreas se integraron a la alta sociedad. En cambio, a pesar de su poder y de su riqueza, el dictador Batista no pudo franquear las puertas del Havana Yacth Club. La constatación de esa diferencia contribuye a despezar las causas de un comportamiento caracterizado fundamentalmente por el prejuicio contra el negro.

Los griegos llamaban bárbaros a los extranjeros. Resemantizado el término, barbarie devino la contrapartida de civilización. De ahí surgió un ideologema convertido en argumento para la discriminación y en ratificación de la inferioridad de los negros, quienes pagaban con la esclavitud el derecho a cristianizarse y a acceder a la cultura, según el modelo europeo. La trata modificó la composición demográfica de la isla y el precedente de la revolución haitiana generó el temor al peligro negro. Así se definía como “problema negro” lo que, en realidad, había sido “problema blanco”. El ejército libertador fraguó una situación inédita. Blancos, negros, chinos compartieron peligros y penurias. Parecían sentarse las bases de una República “con todos y para el bien de todos”. En sus colaboraciones para la prensa norteamericana, José Martí subraya el hecho revelador de una diferencia esencial entre el proceso histórico de Cuba y el de su vecino del norte. Sin embargo, el advenimiento de la República determinó un retroceso en el plano de las relaciones interrelacionales. El color de la piel calimbó nuevamente a soldados y oficiales del ejército libertador. Sin acceso a la tierra ni a los puestos de trabajo, reducidos a las tareas más duras y peor remuneradas, constituyeron un sector de la población marginado por una sociedad excluyente.

La revolución introdujo cambios sustanciales. Desaparecieron los espacios compartimentados según el color de la piel. El sistema nacional de educación eliminó la segregación racial y se amplió el acceso a las profesiones liberales. Desaparecían muchas de las condiciones objetivas que favorecieron el racismo. La acción internacionalista de los cubanos intervino en África en lo militar y en lo civil. En el plano de la cultura, las instituciones concedieron visibilidad significativa a las tradiciones de origen afro. No pudieron superarse del todo las desventajas acumuladas a través de un largo proceso de desigualdad social y permanecieron soterrados los rescoldos de una herencia de prejuicios. La crisis económica de los noventa acentuó las diferencias. Condicionó un despertar de los peores rasgos de la antigua memoria.

¿Cuál fue la actitud de la intelectualidad cubana frente al racismo, la discriminación racial y los prejuicios raciales durante la época de la República?

Los sectores más avanzados de la vanguardia intelectual contribuyeron a delinear un cambio de óptica en relación con el tema racial. Las propuestas de cambio se manifestaron en la renovación de los lenguajes artísticos y el modo de entender los rasgos característicos de la nación cubana. El concepto de civilización, contrapuesto implícitamente al de barbarie, se desplazó a favor de una noción más contemporánea de cultura. En interacción con el conjunto de la sociedad era un ingrediente inseparable del ajiaco en lenta cocción. En su evolución desde el hampa afrocubana, la obra de Fernando Ortiz impulsa un vuelco en el modo de morar las cosas. Los estudios folklóricos se abren paso. En ese redescubrimiento de la realidad participan la llamada poesía negrista, la experimentación musical de Roldán y Caturla, textos como Ecue Yamba-O de Carpentier y la construcción de una poética inspirada en la cosmogonía llegada de África por Wifredo Lam.

Le he escuchado en dos ocasiones referirse a la necesidad de “tomar el toro por los cuernos”, cuando se ha tratado este tema. ¿Qué quiere decir con ello? ¿Avanzamos o no? ¿Observa usted señales de voluntad política para la erradicación de ese lastre en la sociedad cubana?

Cuando me refiero a la necesidad de “tomar el toro por los cuernos”, quiero subrayar que debemos asumir nuestra realidad con todas sus contradicciones, con todo aquello que nuestra cultura arrastra de mala memoria histórica. Reconocer la existencia de una resaca racista entre nosotros, a pesar de los cambios ocurridos en los últimos cincuenta años, es un paso necesario para afrontar la cuestión a la altura de las circunstancias actuales. Se trata, claro está, de un tema delicado por cuanto intervienen en él, no solo elementos del pensamiento lógico sino zonas más oscuras que impregnan el inconsciente. Esas consideraciones han influido en el abordaje cauteloso de un asunto que puede fragmentar la sociedad cubana. Pienso, por lo contrario, que el silencio contribuye a ahondar fisuras. Creo que existe una voluntad política de superar el lastre, tal y como se evidencia con claridad en el comportamiento de los principales dirigentes de la Revolución. Sin embargo, el movimiento es lento, quizá en este como en otros casos, por factores de resistencia inscritos en capas medias en las que sobreviven valores periclitados.

¿Cómo deberíamos abordar esta problemática en el contexto de las nuevas generaciones?

Las generaciones son hijas de su tiempo. Pero no crecen en un recinto amurallado. La memoria cultural, con sus luces y sus sombras, se trasmite a través del entorno: la familia, la escuela, el barrio, el universo sonoro y visual. Por ello, la batalla contra el racismo debe librarse en el conjunto de la sociedad, aunque se establezcan coordenadas mediante una articulación coherente de los planes de estudio en el sistema nacional de educación. Una visión integradora de la cultura nacional debe dosificarse en los programas de historia y en los cursos de español y literatura. Así podrá conformarse una mirada definitivamente liberada de concepciones eurocéntricas -sin renunciar a cuanto hemos heredados de una tradición occidental que también está en nosotros. En similar dirección, los instructores de arte tienen que asimilar la cultura popular viviente en cada región para no producir una falsa dicotomía entre la academia y los contextos sociales.

¿Considera usted que el debate público de este tema pueda dividir la unidad de la Nación?

El silencio no puede borrar la realidad. Las contradicciones latentes deben asumirse desde una verdadera perspectiva dialéctica. De no suceder así, permanecen sumergidas y socavan desde abajo el tejido social, tan subrepticiamente como una filtración de agua en el edificio mejor construido. Tenemos las mejores condiciones para afrontar un debate desprejuiciado, porque nunca se hizo tanto para eliminar las causas objetivas de la exclusión, por mostrar el acervo artístico conservado en el folklore, por garantizar el ejercicio de las distintas prácticas religiosas y por fortalecer los vínculos con África.

¿Qué rol le atribuye a la intelectualidad cubana de estos tiempos, en la lucha contra formas de discriminación y prejuicios por el color de la piel?

La intelectualidad cubana actual ha sostenido la continuidad en la lucha contra la exclusión por el color de la piel planteada por sus predecesores al tenor del contexto de cada época. Antes constituía un sector muy reducido de la sociedad, animado por escritores, artistas, dirigentes políticos y sindicales de posición izquierdista, por algunos periodistas y por un puñado de activistas procedentes de las profesiones liberales, tanto blancos como negros. El espectro se ha ampliado numérica y cualitativamente. Los escritores y artistas se cuentan por centenares. Hay que contar también con los especialistas de las distintas ramas de las ciencias sociales: historiadores, economistas, antropólogos, filósofos. Un repaso a las publicaciones del último medio siglo revela el peso indiscutible de trabajos que permiten analizar el tema desde sus más variadas y complejas aristas. Ciertamente, estos estudios, dado su carácter, tienen circulación limitada. Falta utilizarlos como fuente para divulgar esas ideas matrices a través de medios con mayor alcance popular.

¿A qué le atribuye la tendencia de los medios de comunicación a silenciar este tipo de discriminación?

El silencio de los medios de comunicación en torno a este tema responde a diversas causas. Una de ellas se deriva de la tendencia triunfalista y acrítica que ha dominado por mucho tiempo, respaldad por la cautela ante el despertar de fisuras en la necesaria unidad nacional. No puede descartarse, por lo demás, el desconocimiento del tema con toda su complejidad por muchos actores que intervienen en el trabajo cotidiano de los medios. En este sentido, sería conveniente tener en cuenta para el diseño de una estrategia efectiva, la necesidad de organizar cursos y talleres avalados por el mayor rigor científico para fundamentar las acciones en un conocimiento integral. No descarto con ello la posibilidad de matar al pequeño racista que, sin tener conciencia de ello, sobrevive en nosotros.

En nuestro país se oye hablar poco de la sociedad civil. ¿Piensa usted que esta, aun cuando existe, puede jugar un papel significativo en esta lucha?

No es este el lugar para entrar en el debate de la sociedad civil. Es evidente que existen en Cuba numerosas instituciones revolucionarias no gubernamentales, dotadas de perfil propio. La UNEAC es una de ellas y viene abordando el tema desde la década del noventa. Algunas Fundaciones como la Fernando Ortiz vienen realizando una labor de singular importancia en este aspecto. Creo que el debate podría abrirse con resultado fructífero en otras asociaciones profesionales existentes en el país, con lo cual se abriría el espectro a una mayor diversidad de puntos de vista.

Por Heriberto Feraudy Espino

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