Por Loyet Ricardo García Broche
En la búsqueda de motivos y razones
Miles de voces repiten frases como esta: “son tiempos difíciles”. Se trata de una tesis defendida por muchos, cuyos presupuestos abarcan un abanico de criterios muy diversos. Algunas personas aseguran la existencia de un deterioro en el entramado de relaciones que organizan y rigen la vida, fenómeno que ha sido considerado desde algunos años como crisis sistémica de la sociedad moderna.
Asimetrías cada vez más marcadas se erigen en todas latitudes. El republicanismo, legado de la victoriosa Revolución Francesa y su proceso constitucionalista, desdibujó una democracia representativa que, a lo largo de la historia, profundizó las ya mencionadas asimetrías. La burocratización de la vida se enquistó hasta en los ámbitos menos esperados. La ideología neoliberal y su lógica del mercado, la necesidad de consumo y la mercantilización de los seres humanos, globalizaron una manera de organización de la vida a niveles alarmantes. Las pugnas entre partidos y líderes relegaron a un segundo plano las verdaderas razones de su existencia en relación con el mandato otorgado por el pueblo. Como si fuera poco, nuevas configuraciones en el ámbito de lo religioso se comenzaron a vislumbrar, resignificando lo que hasta el momento se había conocido como estado laico.[1]
En palabras del teólogo argentino Nicolás Panotto: “Vivimos tiempos en los que la política a nivel global está siendo atravesada por dos fenómenos: el absurdo y el desconcierto.”[2] Evidentemente el absurdo se apoderó de todos los espacios, en tanto situaciones y esquemas de pensamiento, otrora impensables, direccionan procesos y realidades. De igual manera, el desconcierto ante la derrota y pérdida de conquistas ya asumidas o presumiblemente ganadas, generan la incertidumbre y el desaliento, así como la desesperación por encontrar alternativas que aligeren las cargas cotidianas.
De esta forma, la iglesia, una vez más, deviene en espacio de protección que aporta sentido y defiende afirmaciones necesitadas de escuchar para muchos. La esquizofrenia de situar el pecado como responsable de todos los males de la realidad circundante, el literalismo a la hora de interpretar las sagradas escrituras y la incapacidad para asumir el libre albedrío y el discernimiento, construyen una feligresía obediente, temerosa, aislada de la sociedad y expectante ante la promesa de una solución divina a todos sus problemas. Se produce una desconexión con esa realidad tan abrumadora y, por lo tanto, se inicia el camino hacia la espera de algún milagro divino.
Los milagros
Las sagradas escrituras dan testimonio de la vida y el ministerio de Jesús, aquel que fue crucificado por enfrentarse al absurdo de su época y combatir el desconcierto. Uno de los elementos más significativos de los evangelios se relaciona, precisamente, con las disímiles referencias que estos contienen[3] sobre los milagros realizados por el “Hijo de Dios”[4]. En todos ellos se presenta un Jesús taumatólogo, con poderes para curar, expulsar demonios e, incluso, controlar la naturaleza. Más allá de ello se muestra también un Jesús preocupado por los débiles, los marginados y excluidos; por lo que sufrían el estigma del rechazo de la sociedad en la que les tocó vivir; un Jesús que consideró lo impuro como un resultado de las sombras del alma y no vinculado específicamente con lo superficial, o aquellas imperfecciones físicas que se perciben externamente[5].
La cristología se ha encargado de estudiar las dos visiones que de Jesús se tiene y suelen generar conflicto en algunas personas. Estas son: el Jesús histórico y el Cristo de la Fe.[6] Entender a un Jesús solamente humano vs la creencia en el Cristo que es toda divinidad, contrapone dos propuestas teológicas sobre una misma persona, cuya vida inspiró el surgimiento de una de las religiones monoteístas más grandes de la historia. Estos debates suelen ser mucho más complejos cuando se interpela la veracidad o no de los milagros que, según los evangelios, Jesús realizó; la visión más histórica escudriña en análisis basados en otros argumentos y perspectivas, mientras algunos defienden la dimensión milagrosa y exorcista de un Jesús todopoderoso. Lo cierto es que analizar los milagros desde una comprensión historicista, genera reflexiones atrevidas y al mismo tiempo desafiantes.
Por ejemplo, para E. P. Sanders, es significativo tener en consideración el tema de las reacciones ante los milagros de Jesús como un criterio importante para valorar si verdaderamente los hizo o no:
“Quizás Jesús no hizo en realidad muchos milagros espectaculares, y por tanto es normal que no fueran muchos los que le siguieron persuadidos a ello por los milagros. De ahí se seguiría que la tradición cristiana aumentó e intensificó las historias de milagros para hacerlos muy impresionantes. Así se podría estimar que históricamente se produjo una reacción pequeña porque hubo pocos milagros importantes, mientras que en los Evangelios hay grandes milagros pero una reacción inexplicablemente pequeña.”[7]
Por su parte, Jhon P. Meier, haciendo énfasis en el Jesús histórico sostiene:
“(…) dado los muchos relatos de milagros presentes en los cuatro Evangelios, ¿hay razones para pensar que al menos algunos de ellos proceden de la época y del ministerio de Jesús? En otras palabras, ¿realizó verdaderamente el Jesús histórico algunos hechos sorprendentes, extraordinarios, que él o quienes le rodeaban consideraron como milagros? ¿O bien fue la imaginación creativa de la iglesia de los primeros tiempos la que produjo la totalidad de esos relatos, al narrar los hechos de Jesús a la luz de figuras veterotestamentarias como Elías y Eliseo y proclamar tales hechos en un mercado “religioso” sumamente competitivo y dominado por taumaturgos judíos y paganos? ¿Fueron las necesidades misioneras de la iglesia primitiva las que crearon los milagros de Jesús que habría carecido de ellos?[8]
Para Luís Schiavo y Valmor da Silva: “Toda esa actividad milagrosa pudo haber sido incorporada más tarde a los Evangelios, para reforzar la idea de que Jesús tenía poderes extraordinarios que hacían de él un hombre divino, el Mesías. También se puede sustentar la idea contraria, de que los milagros eran hechos históricos, esenciales para explicar la pretensión de ser Hijo de Dios, habiendo sido transformados en algo más moralizante por los cristianos posteriores.”[9] (La traducción es propia)
A pesar de que se trata de un tema polémico, la controversia teológica generada por la historicidad de Jesús en torno a la autenticidad de la autoría de sus milagros, no se agota en sí misma. Para millones de personas creer que verdaderamente Jesús tuvo el poder para curar enfermedades, expulsar demonios, resucitar a los muertos y caminar sobre las aguas, se trata de una cuestión de fe que les da sentido a sus vidas; sin ello, su comprensión del mundo se vería erosionada por completo.
Lo anterior complejiza el análisis del tema y su dimensión sobrenatural en los tiempos actuales. Y es que “(…) los milagros de Jesús se han de estudiar a la luz de los demás milagros de su época, no en el contexto de la doctrina cristiana posterior (…)”[10], sobre todo porque en laantigüedad y específicamente en la Palestina en la que Jesús se desarrolla, era muy normal para las personas creer en los milagros. Por su parte, la modernidad y su racionalismo se encargaron de explicar estos milagros a través de argumentos científicos que iban desde la coincidencia con algunos fenómenos naturales, hasta las sanaciones psicosomáticas y el trabajo desde la psicología grupal.
Este artículo no pretende analizar si en verdad Jesús hizo o no los milagros, sino reflexionar sobre aquellos pequeños detalles que iluminan y hacen trascender el “milagro” en sí mismo hasta nuestros días. ¿Cómo asumir los milagros de Jesús desde una perspectiva en la que se interconectan la fe, la política y la sociedad, de manera que su poder sobrenatural sobrepase el hecho milagroso y nos devele enseñanzas que aun en tiempos modernos, mantienen su vigencia? ¿Cómo entender que los milagros cotidianos no se esperan sino que se encarnan?
La invitación es tomar como ejemplo la multiplicación de los panes y los peces, uno de los llamados milagros de la naturaleza[11] que se encuentra en todos los evangelios[12] y recrea cómo Jesús fue capaz de alimentar a una gran multitud con tan solo cinco panes y dos peces. En este caso se pretende buscar algunos detalles que permitan traer el milagro a los tiempos actuales a través de la sabiduría que Jesús demuestra en el mismo. Los elementos a tener en cuenta serían el lugar donde se desarrolla el milagro, los sujetos que intervienen, el abordaje de las limitaciones, así como la repercusión que del mismo se desprende. Estas son claves de lectura que posibilitarán encontrar detalles verdaderamente “milagrosos” en estos actos de Jesús, detalles que en los tiempos actuales se hacen necesarios.
Comenzando por el sitio, los evangelios sinópticos hablan de un lugar desierto mientras que Juan se refiere a un monte. De aquí se puede entender que Jesús se encontraba en un lugar abierto, descampado, un espacio al cual todos podían acceder y estar en contacto con él. Este es un detalle recurrente en todos los milagros de Jesús; siempre estaba en lugares accesibles y en contacto con la multitud, característica distintiva de su ministerio. Todas las personas presentes se iban a beneficiar de este milagro; todas tendrían la posibilidad de ser alimentadas porque no era un espacio excluyente ni exclusivo para algunos, sino un lugar al que podían llegar sin distinción y acceder. ¿Cuántas veces abrimos las puertas para que lleguen otros a recibir el milagro? ¿Por qué pensamos que solo al interior de una iglesia o de los hogares se puede encontrar la solución de todos los problemas?
Como en otros milagros, Jesús no se encontraba solo. También estaban los discípulos y la multitud, que siempre buscaban las enseñanzas del maestro. Puede considerarse que en entre ellos había gente sencilla, muchas veces excluidas socialmente. Se trata de ese sector de la sociedad que hoy podemos considerar como vulnerables, aunque no se puede descartar la posibilidad de que alguna persona de una clase social alta también estuviera en ese momento. De todas formas, se puede afirmar que el milagro no tuvo como destinatarios a personas privilegiadas, sino a aquellas que verdaderamente estaban necesitadas. Esto lleva a pensar sobre la compasión y la misericordia de Jesús, no solamente en dar lo que a veces no tenía, sino en hacerlo por quien verdaderamente lo estaba necesitando. No importaba la procedencia social, se trataba de atender a una necesidad latente.
Otro elemento interesante radica en la figura de los discípulos, quiénes una vez más no entendieron a Jesús. Ellos fueron quienes alertaron sobre el problema que podía sobrevenir ante la ausencia de comida para alimentar a tantos y le pidieron a Jesús que despidiera a la multitud “para que cada uno vaya a procurarse su propio alimento”. Pero Jesús en su inmensa sabiduría volvió a sorprenderlos, simplemente invitó a compartir; una idea sencilla, pero con una gran repercusión. Una vez más se demuestra la torpeza y la falta de fe de los discípulos, aquellos que habían sido elegidos por Jesús; una vez más se demuestra su incapacidad para entender el profundo simbolismo de los milagros.
En el Evangelio de Juan aparece algo curioso relacionado con la procedencia de los cinco panes y los dos peces. Es un joven de la misma multitud quién ofrece sus alimentos para ser compartidos, es decir, es de la misma realidad de donde se pueden hallar soluciones. Se hizo entonces el milagro de la multiplicación, que también puede ser entendido como el milagro del compartir lo que se tiene.
La época en que sucede el pasaje recreaba un tiempo permeado por legalismos. La norma religiosa regía la vida de la sociedad en sentido general. Todo giraba en torno a cumplir con la ley, lo cual se traducía en una superposición de lo reglado por encima de las necesidades. Ya es conocido que Jesús tuvo que enfrentar esas limitaciones nada sencillas y este caso no fue la excepción. Él no se detuvo a pensar en la pureza del pueblo, lo más importante era la necesidad manifiesta. Tampoco se interesó por la procedencia social o el color de la piel, lo importante era poder alimentar a la multitud. Aquí aparece un antiguo dilema entre lo justo y lo legal, entre lo que se considera éticamente correcto y lo que establece una ley confeccionada por un grupo selecto y con una realidad muy distante a la que viven los que serán los destinatarios de la misma.
Para algunos estudiosos, este milagro no tiene una gran reacción, o al menos es lo que se puede evidenciar en las narraciones cuando se compara con otros, pero lo cierto es que, a nivel simbólico y a la luz de nuestros tiempos, tienen una gran repercusión.
Más allá de si se multiplicaron los alimentos, hacer el milagro de que las personas entiendan la necesidad de compartir, lo hace verdaderamente milagroso. El grado simbólico de la acción de partir el pan, con independencia de que muchos defiendan la tesis de que Jesús evocaba la institución de lo que sería la última cena, representa el amor por los demás, ese sentimiento que impulsa el desprendimiento y la misericordia. Era una manera de presentar el Reino de Dios, porque precisamente ese fue uno de los grandes méritos de Jesús, no solamente anunciarlo, sino también vivirlo, demostrar que era posible.
Los tiempos actuales
Hacer milagros en los tiempos actuales parece algo imposible, siempre se piensa en lo sobrenatural, en aquello que sobrepasa la razón y el entendimiento. Por otra parte, solo le es atribuible esta condición a personas con dones especiales y, en el imaginario social, se trata de un hecho limitado y cuyos hacedores también representan un grupo específico.
Recurriendo al aludido pasaje de la multiplicación de los panes y los peces y las luces en él develadas anteriormente, se puede apreciar una resignificación de la manera de entender los milagros de Jesús a la luz de estos tiempos. Todavía son posibles, pero no desde su perspectiva divina, sino desde una visión más humanista. Este aspecto, también representa un gran reto y motivo de asombro si se tienen en cuenta los rasgos de una sociedad que se aleja de esos vestigios, aunque procurar el humanismo en las actuales circunstancias también es un acto divino y de mucha fe.
Jesús sigue caminando por las calles, conversando en las esquinas, formando parte de un centro laboral, alimentando a un bebé, labrando la tierra y cuidando de los enfermos. Jesús también respira aires de desamor y egoísmo, de exclusión y de muerte. Sigue haciendo sus milagros a través de muchas personas que procuran responder ante la necesidad humana. Jesús se encarna en gente común, esas de las que nunca se pudiera imaginar que tienen el don de hacer milagros.
Las multitudes aún están y sus carencias también. El reto es poder vestirse de Jesús y hacer el milagro de la solidaridad, la esperanza, la misericordia y la compasión; es poder hacer el milagro de la otredad y la resiliencia en un mundo que olvidó anunciar a través de la acción cotidiana el Reino que Dios había prometido; el reto está en combatir la injusticia y luchar por la paz; consiste, como dice la canción, en andar por el mundo con fe y esperanza viva.
De esta manera, no se debería perder la oportunidad para hacer un milagro. No es otra cosa que lograr a través de pequeños detalles grandes cambios, de procurar una reacción de indignación ante la desidia, de buscar en la misma realidad aquellas necesidades y, sobre todas las cosas, de saber abrir las puertas para que otros lleguen. No se debería perder la oportunidad de hacer el milagro de la vida plena en los tiempos actuales.
[1] En este sentido se debe prestar especial atención a nuestro continente, ya que disímiles grupos evangélicos institucionalizados y con personalidad y capacidad jurídica reconocidas, forman parte de la toma de decisiones políticas en defensa de su doctrina religiosa, no solo en los ámbitos nacionales sino también en el contexto regional e internacional.
[2] Panotto, Nicolás: “Fe, política y democracia en tiempos de porverdad”, Revista Cubana de pensamiento Socioteológico No. 87-88/2018 Fundamentos de aquí y de allá, pp. 45.
[3] “Los Evangelios contienen más de 200 referencias a las actividades milagrosa de Jesús. Si comparamos, Moisés tiene 124, Apolonio de Tianas 107 y Eliseo 38.” (la traducción es propia) Schiavo, Luis e Valmor da Silva: “Jesus milagreiro e exorcista”, 2000, pp. 89.
[4] Vid. Schiavo, Luis e Valmor da Silva: “Jesus milagreiro e exorcista”, 2000, pp. 123-125.
[5] El Evangelio de Marcos reseña en el capítulo 7, 20-23: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.”
[6] Vid. Boff, Leonardo: “Pasión de Cristo. Pasión del mundo”, Indo-American Press, 1978.
[7] Sanders, E.: “La figura histórica de Jesús”, Editoral Verbo Divino, 2000, pp. 179-180.
[8] Meier, Jhon P.: “Un judío marginal. Nueva visión del Jesús Histórico” Tomo II/2 Los Milagros, Editorial Verbo Divino, 2002, pp. 713.
[9] Schiavo, Luis e Valmor da Silva: “Jesus milagreiro e exorcista”, 2000, pp. 90.
[10] Sanders, E.: “La figura histórica de Jesús”, Editoral Verbo Divino, 2000, pp. 156-157.
[11] Vid. Meier, Jhon P.: “Un judío marginal. Nueva visión del Jesús Histórico” Tomo II/2 Los Milagros, Editorial Verbo Divino, 2002, pp. 999-1113.
[12] Mt. 14.13-21; Mc. 6.30-42; Lc. 9.10-17; y Jn. 6.1-14.