La semana que culmina nos dejó una nueva jornada de indignación en el país; miles de hombres y mujeres del campo y la ciudad decidieron lanzarse de nuevo a calles y carreteras para mostrar su descontento con las políticas del gobierno de Juan Manuel Santos, pero no solo de él sino de lo que han sido históricamente las decisiones y acciones de quienes han hecho del ejercicio del poder un mecanismo para saciar sus propios privilegios.
La exigencia de mejores condiciones de salud y educación, del cumplimiento de los acuerdos una y otra vez firmados por los distintos gobiernos con las comunidades que de manera permanente son incumplidos y pisoteados por las élites gobernantes, la lucha por garantías para la participación, la denuncia y visibilización del asesinato de líderes y líderesas sociales y defensores de derechos humanos, el rechazo al modelo económico extractivista, la exigencia de la implementación de los acuerdos del Gobierno y las FARC y de la participación social en la mesa del ELN y el Gobierno estuvieron entre las fuertes razones que enarbolaron campesinos, indígenas, mujeres, estudiantes, trabajadores y trabajadoras estatales, maestros y pobladores urbanos para levantar en un solo tono su grito de Indignación.
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La Indignación se mantiene y avizora mayores luchas.*
Esta nueva jornada evidencia que el descontento de amplios sectores sociales se mantiene; si bien esta semana de la indignación no tuvo la fuerza quizás que la Minga del 2016 ni de los paros agrarios, mineros y de transportadores que le precedieron de 2013 al 20015, es bastante significativo que pese a la criminalización de la protesta social con la entrada en vigencia del nuevo código de policía, más la represión ilegal ejercida por el neoparamilitarismo sembrando el terror, la incertidumbre y el desconsuelo entre las comunidades organizadas, aún persista la dignidad popular y se manifieste en las calles expresando que no se dejará amedrentar en su lucha por la paz con justicia social.
En esta ocasión, ante el evidente esfuerzo de los medios masivos de comunicación alinderados al poder de las élites, se movilizó la comunicación alternativa y popular para visibilizar las acciones de las comunidades en los territorios; la voz de campesinos, indígenas y mestizos se hizo escuchar por los diferentes medios que las mismas comunidades y organizaciones sociales impulsan para expresar sus problemáticas, sus luchas y sus propuestas. También surgieron creativas y alegres maneras de movilizarse, con batucadas, comparsas, danzas, cantos cargados de indignación pero que aun así no renuncian a la alegría como un acto de rebeldía contra quienes quieren seguir sembrando de guerra los territorios.
Más importante aún es que esta jornada que tuvo su momento cúspide en la movilización del 12 de octubre, permitió que múltiples sectores que de una u otra manera han actuado solos durante estos años, se juntaran para hacer más fuerte su grito. De allí que las centrales obreras, los indígenas, campesinas, movimientos sociales y políticos agrupados en la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular, La Coordinadora de Organizaciones Sociales y el Comando Nacional Unitarios tuvieran la osadía de ponerse de acuerdo para lanzarse juntos a esta jornada que deja en proyección nuevos escenarios de lucha, organización y movilización para el campo popular.
Por tanto, aunque numéricamente esta jornada no tuviese la espectacularidad de otras, el balance es positivo en cuanto permitió juntar más sectores, pero también más luchas y propósitos y dejar sobre la mesa los anhelos y proyecciones comunes de los sectores movilizados.
Que el descontento se transforme en Indignación y Rebeldía
Son varios los retos que tiene ahora la movilización popular. En primer lugar, es indispensable dar continuidad a los esfuerzos de movilización y organización de cada sector, a la vez que se confluye con quienes en esta jornada no estuvieron en calles y carreteras pese a tener razones para haberlo estado. Esto demanda mayor dialogo, capacidad de escucharnos, encontrar propósitos y caminos comunes; en tal sentido mantener y nutrir los espacios de confluencia, coordinación y articulación será indispensable para elevar los niveles de movilización y acción de las organizaciones sociales, sindicales y políticas de la clase popular.
Un reto mayor está en tener la capacidad de traducir el descontento generalizado de la población tanto con el gobierno nacional como con la clase política dirigente que históricamente ha gobernado; transformar el descontento en indignación popular y rebeldía. Para nadie es un secreto que en las esquinas, en los buses, en las cafeterías, en el cultivo, en la obra y hasta en la casa, la voz de cada hombre, mujer, joven y viejo expresa su inconformismo, su queja permanente por el costo de vida, por los precios de los alimentos, por el pésimo servicio de salud, por la nefasta movilidad de las ciudades, por la mala y costosa calidad de la educación pública, por las altas tarifas de los servicios públicos, por la inseguridad generalizada producto de las desigualdades sociales. Pero todo ese descontento no necesariamente se ha traducido en acción transformadora por parte de la gente de a pie. Al contrario, tal molestia generalmente se ha traducido en conformismo que lleva a la quietud; claro está que ello es producto también de los hábiles mecanismos que las mismas clases dominantes desarrollan para mantener adormecida a la gente, pero no libra de responsabilidad a los sectores organizados que luchamos por la transformación social, de nuestra incapacidad para seducir, enamorar y acercar a las mayorías descontentas pero inactivas.
De allí que un tercer reto esté en la capacidad de generar nuevas y variadas formas organizativas, que trasciendan las que comúnmente conocemos y que en muchos casos no resultan atractivas para la gente trabajadora de este país. No se trata solo de cualificar la organización específica de cada sector, sino de ser capaces que esos millones de colombianos y colombianas que solo se sientan al frente de un televisor, un celular o un computador y que solo gritan ante un gol, sientan que su voz no solo puede ser escuchada sino que sus problemas cotidianos, esos que son causados por el modelo político y económico al que estamos sometidos, pueden ser discutidos, trabajados y superados colectivamente y para ello el gran reto está en desatar la participación como acción transformadora.
Desatar la Paticipa-Acción para que la indignación dé sus frutos
Si bien los acuerdos alcanzados entre el Gobierno nacional y las FARC no son todo lo que esperaríamos para mejorar las condiciones de vida del pueblo colombiano, allí existen muchos elementos que es necesario defender y luchar por su implementación, porque también allí están expresadas demandas históricas de los sectores sociales. Muchas de las cosas allí plasmadas van en la dirección de garantizar unos derechos mínimos que cualquier sociedad medianamente democrática debería tener y que en nuestro caso ni siquiera se aplica y pese a haberlo firmado, el Gobierno se la juega por desconocerlo e incumplirlo; por ello, exigir que se cumpla lo pactado, que el gobierno no le haga más trampas a la implementación, ni le tuerza el cuello a lo firmado es una obligación para el conjunto del movimiento popular.
Y es también una oportunidad y una tarea del campo popular disputarse el escenario de participación que abren los diálogos del ELN y el Gobierno Nacional. Allí tendremos que meternos, desatar la participación no solo de quienes ya están organizados en sindicatos, asociaciones, colectivos, movimientos políticos y sociales, sino de todos y cada uno de los colombianos que tienen algo para decir, exigir y proponer para hacer que hayan cambios que posibiliten la construcción de la paz con justicia social. Se trata entonces de darle continuidad a lo ya acordado en la Habana, defender su implementación, pero profundizar en la lucha para que los futuros acuerdos en la mesa de Quito puedan arrojar mucho más.
Sin embargo, la participación no puede detenerse allí, ni limitarse a los escenarios de implementación y negociación con las insurgencias. Es necesario que la participación trascienda el mero debate, la discusión, el diagnóstico de problemáticas y la lluvia de propuestas. La participación tiene que desatar a su vez la acción transformadora, que lo que la gente dice que tienen que ser los cambios para construir la paz, sea a su vez la acción que realicemos colectivamente para lograrla; no bastará con decir que nos oponemos al modelo minero energético, sino ser capaces de frenar su implementación en los territorios, no bastará que digamos que la salud y la educación están mal, si a la vez no nos organizamos y movilizamos para que se garanticen como bien social con plenas condiciones, no bastará que digamos que nuestros gobernantes son pésimos, sino somos capaces de elegir a otros que salgan de nuestros procesos y sean garantía de luchar por lo que siempre hemos defendido; no bastará con indignarnos, será necesario transformar.
Si, parece difícil que desde estas recientes jornadas de indignación se asuman estos retos, pero el momento del país no nos exige menos. Cada jornada, cada mitin, cada bloqueo, cada marcha, cada paro, cada minga debe estar encaminada a hacernos más fuertes, a sumar más voluntades, a lograr que el descontento se traduzca en rebeldía y que la rebeldía nos permita, desde abajo, abrir los caminos del país que nos merecemos.
Tomado http://congresodelospueblos.org