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Jonrón de la memoria

La casa editora del Centro Memorial Martin Luther King (CMMLK) presentó el libro La memoria y el olvido, de Leonardo Padura. Se trata de una compilación de crónicas y columnas periodísticas, editada en colaboración con IPS–Inter Press Service y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE).

Como se ha vuelto habitual con los textos de Padura, una impresionante concurrencia abarrotó la sala y el punto de venta del libro. Leonardo Padura es uno de los escritores cubanos cuyas obras son más perseguidas y cada una de las ediciones de sus títulos, son muy agradecidas por el público.

Las presentaciones de rigor fueron tarea de José Ramón Vidal, coordinador editorial de este libro por el CMMLK (la otra coordinadora fue Dalia Acosta, por IPS). Las palabras de apertura estuvieron a cargo del periodista del periódico Juventud Rebelde y profesor de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de la Habana, Jesús Arencibia. Elección que se explica por sí misma, si sabemos que Padura, según sus propias palabras, tuvo en este rotativo un importante aprendizaje sobre el oficio periodístico, y más, un sólido basamento para lo que luego sería su escritura.

José Ramón Vidal destacó que el CMMLK acoge con sumo gusto la realización de este libro. “Es una modesta contribución para que los lectores cubanos tengan la posibilidad de acercarse a sus propios recuerdos, a sus propias vivencias, y reencontrarnos con esas vivencias y nos ayudemos a pensarnos y repensarnos de manera constructiva, continuamente.”

Jesús Arencibia calificó el título como provocador, síntoma insoslayable en el caso del buen periodismo. Digo provocador, explicó, porque esta quizás sea la primera y gran virtud del volumen, que provoca inquieta, enamora. “Se me antoja que este es singularmente incitante y vuelve, con esa fuerza más del vocablo oportuno, a las angustias que rondan al autor y sus lectores.”

El presentador, destacó que Padura, anda “en La memoria y el olvido, con su ciudad, con sus perros, con sus utopías. Aquí palpita la realidad que en sus ojos ha sido, y el tiempo (todo el tiempo, Eliseo Diego), que cabe en el entramado sentimental de una crónica o en la hondura ideológica de un artículo. Ambos, con vocación de novelas.”

“Cada vez más, y con mayor astucia, los potentados del miedo y el olvido intentan vendernos su juego. Al ritmo de alguna música simplona, las calles y las comunidades se agrietan, mientras la sustancia de evocación, eso que quedará en los números finales del partido, decrece sin misericordia.” Padura ha decidido batear con furia la amnesia, subrayó el periodista en sus palabras.

“La Cuba de los últimos años, y la de hoy, destinada irrecusablemente a cambiar o borrarse, le duele en cada idea, en cada letra. Gravitan demasiadas demoras, demasiados borrones, demasiadas distancias. Y si el pasado pesa como un ejército, hay algo aún más grande por salvar, lo que él con acierto llama la memoria del futuro. Este libro, otra carrera en el alto average de honestidad y coherencia de su autor, al menos lo intenta. Cumple con el más sagrado deber de los fabuladores de mundos: El dolor de la lucidez”, concluyó Arencibia.

Por su parte el autor hizo una larga pero muy animada intervención, en rico diálogo con los asistentes. Padura recordó la presentación realizada en la Unión de Escritores y Artistas y bromeó con que era condición intrínseca del libro presentarlo con más público de pie que sentado, a causa de lo pequeño que se quedan los espacios asignados.

Elogió la paciencia de la Oficina Cubana de IPS, causante de que estas locuras lleguen a buen puerto, dijo, así como a COSUDE y a la Editorial Caminos. El escritor explicó también que a causa de un error de la mecánica en el momento de la impresión, se escaparon algunas erratas no imputables a la editora Vivian Lechuga, y se obvió el crédito del fotógrafo, Randy Rodríguez Pagés, autor de la foto de portada. Al menos, en el espacio de la presentación, y en estas líneas, pueden paliarse en algo estas omisiones.

El autor recordó su época de periodista en el vespertino Juventud Rebelde y relató varias de las reglas y modos laborales de funcionamiento en aquellos tiempos dentro del periódico. Como dato jocoso, relató que, ante la jerarquía habitual dentro de los periodistas, le tocó escribir de lo que nadie quería escribir. Sin embargo, “traté, en aquellas cuestiones que tenían que ver con movimientos de aficionados, casas de cultura y movimientos juveniles, de encontrarles la parte más humana que pudieran tener aquellos temas aparentemente tan áridos.”

Así, relató, laboró hasta incorporarse a un equipo especial que fue creado en el rotativo para trabajos de investigación hechos para la edición dominical. Un periodismo diferente, que fuera atractivo, útil, instructivo, y acercara a los lectores a una forma de hacer el periodismo mucho más agradable de lo que se hacía por entonces, eran los objetivos de ese equipo y de la dirección, donde intervino también el propio José Ramón Vidal, recordó Padura. “Eso marcó un período, un hito en el periodismo cubano de los últimos cincuenta años. Y fue sobre todo gracias a que en esa jerarquía que existía en el periódico, existía también una confianza. Esa confianza era la necesaria para escribir aquel tipo de trabajo.”

“Entre el aprendiz de escritor de los primeros cuentos, los de Según pasan los años y mi primera novela, Fiebre de caballos, y el escritor que comienza Pasado perfecto y hace cuentos como El cazador, luego de esa experiencia de seis años en Juventud Rebelde, hubo un aprendizaje en todos los sentidos. Tanto a la hora de pensar la comunicación con el lector, en las estructuras, en el lenguaje, en la capacidad para expresar lo que uno pretende decir o en lo que uno piensa. Fueron años definitivamente tan importantes para mí como los otros cinco que pasé en la Universidad.”

En referencia a su época de periodista, destacó que justamente su desconocimiento de reglas y ortodoxias académicas le permitieron buscar maneras diferentes de escribir para encarar las exigencias profesionales de su labor. Tenía que improvisar y esa improvisación me permitió la mezcla de periodismo y literatura, de estructuras literarias en reportajes, tratando a los personajes como tipos literarios, intentando las entrevistas de modo que la persona fuera la protagonista y con menor énfasis en la parte informativa, abundó.

Rememoró también los años azarosos y complicados de los noventa, su estancia como jefe de redacción en La gaceta de Cuba pues la escasez de papel provocaba la casi total ausencia de posibilidades de sacar a circular la revista. Sin embargo, la suma de libros escritos en ese período dejan saldo positivo: un libro de ensayo sobre Alejo Carpentier, un volumen de cuentos, varias de las entrevistas de Los rostros de la salsa, las dos primeras novelas de la saga Las cuatro estaciones (Pasado Perfecto y Vientos de cuaresma). “Si resistí salir, más o menos sano y completo de esos años tremendos, fue gracias a la escritura, ella me salvó de la desesperación con que vivimos todos esos años.”

Fue en los mediados de los noventa donde comenzó su vinculación con los predios de IPS y la revista Cultura y sociedad. “Ahí me han brindado el espacio para hacer un tipo de periodismo que es el que me interesa hacer y lamentablemente no he tenido una plataforma oficial para hacerlo en Cuba porque ha estado en el margen del periodismo que se admite como el posible en Cuba en estos momentos, pero es el que yo quiero hacer, y donde trato de reflexionar sobre lo que ha sido y está siendo la vida cubana de estos años.

“Trato de verlo, dijo, desde la perspectiva del escritor, pero también desde la perspectiva del ciudadano que vive en un barrio de La Habana, que baja a la calle y desde la calle trata de entender cuál es la realidad que viven los demás cubanos. No trato de que tenga ni mucho menos un sentido didáctico o moralizante, sino de ver y entender lo que están viviendo las personas en Cuba, en estos momentos. A estos últimos años corresponde este libro.”

En referencia al título presentado, Padura destacó que reseña un período de movimientos y cambios en la Isla, saludables y necesarios, y es notable que muchos de los acontecimientos tratados, puedan parecer hoy superados o ya resueltos. Sin embargo, en su momento tuvieron importancias específicas y se van sumando a las importancias específicas de acontecimientos posteriores, subrayó. Por eso este libro trata de rescatar una memoria que tiende a olvidarse, trata de ser el testimonio de cómo se ve o cómo se ha visto o se ha vivido este tiempo de cambios y cómo podrá verse dentro de quince o veinte años”.

El autor agradeció a todas las personas implicadas en la publicación del texto. Bromeó acerca de que este tema en sus libros casi se ha convertido en una nueva saga, como la de Mario Conde, al existir ya Entre dos siglos, del 2006, y ahora este título. “Espero que nos veamos aquí dentro de cinco años para presentar otro”, concluyó.

Al finalizar, Leonardo Padura leyó uno de los textos del volumen, titulado La educación sentimental. Un breve escrito, una suerte de observación adolorida (en el tono de una de esas angustias que recordara Arencibia que comparten el autor y sus lectores) sobre las memorias musicales futuras de la juventud actual. Entre las nostalgias de quienes hoy rememoran a Serrat, a los Beatles o a Rubén Blades y Willie Colón aparece el posible pronóstico de la duda ante las quizás ausentes remembranzas de mañana, para quienes hoy se ¿enamoran? al ritmo reiterativo y las letras hirientes y bastas de un Don Omar o un Daddy Yankee, entre otros, lamentablemente abundantes nombres.

Ante tal tema, cerramos aquí esta reseña, para no contar la película y privar del disfrute de la lectura en letra directa de su autor. Y ponemos el punto final, dejando sonar la entusiasta y prolongada ovación que dedicara a Leonardo Padura el público asistente a esta presentación.

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