Estamos ante un pensador revolucionario de los 60, uno de los más importantes, pero al propio tiempo, un pensador que rebasa su horizonte de vida, y no dudo en afirmar el alcance de su obra para hoy y para el futuro. Estamos ante un pensamiento que se desarrolla en estrecha relación con la experiencia revolucionaria argelina, aunque rebasa la geografía africana y se inscribe en la tradición de las reflexiones clave, entre los que pensaron y los que piensan el Tercer Mundo.
Fanon pertenece a la misma generación del Che Guevara y Fidel Castro; es hijo del mundo explotado y discriminado, en su caso por pobre y por negro. Los tres viven, desde su juventud, los compromisos sociales que les marcan definitivamente. Fanon primero, en la campaña final contra el nazismo en Francia, en la Guerra Mundial, que sin ser una guerra revolucionaria suponía una confrontación que la legitimaba ideológicamente desde la izquierda. Cerca de diez años después vivió la experiencia de la revolución argelina. El Che se enroló, con Fidel, en la lucha en la Sierra Maestra. Che y Fanon se hicieron médicos en los mismos años. Fanon, psiquiatra, lo que le permitió, desde temprano, asociar sus estudios clínicos a su reflexión general revolucionaria.
Su vida adulta fue sumamente corta y empeñó su aliento final en concluir la obra que transmitiera la madurez de su pensamiento: Los condenados de la tierra. Cuando la enfermedad lo vence en 1961, el Che recientemente se involucraba en los quehaceres de la comprensión económica del proyecto socialista cuya conducción política compartía con sus compañeros cubanos. La vida del Che no fue mucho más larga que la de Fanon, y se sintió igualmente urgido de dejar un legado que resumiera su mirada, con la crudeza que la realidad imponía, y en eso se convirtió su extensa carta al director del semanario Marcha titulada El socialismo y el hombre en Cuba. En ambos luchadores, Fanon y el Che, el concepto de “hombre nuevo” identifica la convicción de que la dimensión humana tenía que presidir cualquier ruta de transformación efectiva hacia un mundo mejor.
Se trata de una propuesta humanista, pero no de cualquier humanismo: una propuesta humanista que no había sido ni sería teorizada, sino que tendría que salir de la lucha por la emancipación definitiva. El pensamiento de Fanon se destaca entre los que se sustentan en la tesis de que el centro de la conflictividad dominante en el sistema mundo había que definirla a partir de la contradicción Norte-Sur. O sea, entre los centros del capital y el mundo constituido por sus periferias. En otras palabras, de la explotación mundializada. De ningún modo desde el llamado “bipolarismo” Este-Oeste, como presumían las potencias. Es obvio que entonces como ahora teníamos que atravesar inevitablemente el narcicismo de las potencias. Fanon se convierte, en consecuencia, en uno de los pioneros de la reflexión revolucionaria surgida en el Tercer Mundo de la posguerra. No fue el único, otros pensadores africanos, como Patricio Lumumba, Amílcar Cabral, y otros. El pensamiento de izquierda africano le debe muchísimo a Fanon.
Los condenados de la tierra nutrió la reflexión de la izquierda africana de los 60, porque partía de la experiencia de Argelia y, sobre todo, porque rebasaba la frontera de la cuestión argelina y tocaba el nervio mayor del problema. También alcanzaría su incidencia a quienes defendían, en la América Latina, las opciones revolucionarias frente a las reformistas. E incluso a los economistas que desarrollaron la crítica de la “dependencia” hacia mediados de los 60, como Theotonio dos Santos, Fernando Caputo, Rui Mauro Marini, Tomás A. Vasconi, André Gunder Frank, y otros. No hay que olvidar que la América Latina se hallaba entonces ante la incidencia de la victoria de la Revolución Cubana que había puesto al país en el camino de la emancipación definitiva, con el desafío de resistencia que le planteaba la agresividad sin tregua del imperio.
Sartre destaca con razón que “el Tercer Mundo se descubre y se expresa a través de esa voz [la de Fanon]: pueblos sometidos, otros que han adquirido una falsa independencia, algunos que luchan por conquistar su soberanía, y otros que, aunque han ganado la libertad plena, viven bajo la amenaza de una agresión imperialista”. Sartre y Fanon se conocieron y se identificaron mucho y, por eso, en su prólogo a Los condenados de la tierra puede asegurar que “Cuando Fanon dice que Europa se precipita a la perdición, lejos de lanzar un grito de alarma hace un diagnóstico […] no pretende condenarla […] ni darle los medios para sanar”. Me permito recordar aquí que Sastre no fue un filósofo de academias, sino un hombre profundamente comprometido, marxista y revolucionaria, que operó un cambio radical en el movimiento existencialista. Fue un humanista. Merece recordarse su renuncia al Premio Nobel de Literatura que se le otorgó en 1964, por negarse a ser galardonado por un mundo en el cual se vivía sin libertad.
Entre otras cosas, con la posguerra y el auge de movimientos populares se aceleró un proceso de “descolonización” de las colonias europeas, término que aludía en el fondo al arte de las potencias para propiciar la transformación de sus últimos enclaves coloniales en neocoloniales. Europa ajustaba su modelo de dominación y explotación según la experiencia que los EE.UU. habían seguido en la América Latina. Lo cual significaba la modernización de la colonialidad. Fanon sostiene la necesidad de la ruptura del lazo colonial como liberación del colonizado del yugo colonial, por oposición a la descolonización, simple rediseño de la dependencia política y económica, a la cual el petróleo comenzaba a potenciar en significado. “Me he comprometido conmigo mismo y con mis semejantes a combatir toda mi vida y con todas mis fuerzas para que nunca más sobre la tierra haya pueblos sojuzgados” nos dice en Piel negra, máscaras blancas.