Una de las propuestas del taller de formadores y formadoras organizado
en la sede del Centro Martin Luther King (CMLK), del 18 al 22 de abril
fue el de transformar las habituales comisiones de trabajo no solo en
dinamizadoras del espacio compartido por el grupo, sino en equipos que
reflexionaran sobre sus propios roles al interior de un proceso
formativo basado en la educación popular. A quienes asumieron la
comunicación el tiempo se les fue volando, entre filmaciones de
momentos de la vida del grupo para luego editar y entregar un video,
la búsqueda de informaciones de interés colectivo y los debates para
pensar qué comunicación debe acompañar a una pedagogía crítica.
Quienes han pasado un taller en el CMLK saben que es frecuente
compartir responsabilidades para hacer posible que los propósitos del
espacio se cumplan. Según las vocaciones y capacidades individuales
las personas deciden voluntariamente en qué comisión se colocan y
desde ellas llevan una agenda de trabajo específica, con puntos de
entrada al diseño o programa general del taller. Las comunicadoras y
comunicadores suelen organizar la producción de contenidos propios que
sintetizan en fotos, videos o reportes de prensa lo que sucede en la
semana. Múltiples iniciativas comunicativas contribuyen a que el grupo
se integre mucho más y a que se respire un clima de confianza, idóneo
para la construcción colectiva de saberes, para deconstruir ciertas
comprensiones y disponerse a aprehender otros conocimientos.
Pero ¿cuál es el principal aporte que hace la comunicación a un
proceso educativo como este, qué debe caracterizar a esa comunicación
vinculada a una pedagogía crítica y emancipadora? Sobre estas
interrogantes sostuvimos un intercambio la comisión de comunicación
del taller de formadores y formadoras y yo. Coincidimos en que el
desafío mayor es asumir con coherencia la propuesta dialógica de la
educación y comunicación popular y construir con la gente, abrir y
sostener procesos participativos a partir de los recursos y las
iniciativas que permite la comunicación en un espacio grupal. La
comisión asume un encargo del resto del grupo pero la comunicación no
ha de ser un asunto exclusivo de este pequeño equipo de personas
centradas en esta tarea, porque en verdad son solo, impulsores,
facilitadores de un proceso comunicativo más colectivo y esa
perspectiva no se debe perder.
En ocasiones se destina mucha energía creativa en la realización
audiovisual, sobre todo porque no se cuenta con las condiciones
técnicas básicas para facilitar la producción de videos. Un esfuerzo
como estos también debe tener una intencionalidad y contribuir con el
lenguaje de la imagen y el sonido a la dinámica que vive el grupo,
aportar a su reflexión colectiva, a su crecimiento, al fortalecimiento
de los vínculos afectivos, a la sensibilización con algún asunto, a la
mirada desde otro punto de vista a una situación que tal vez se pasó
por alto y que puede ser aportadora para la transformación en curso.
Es poco el tiempo y no siempre se dedica un momento para en colectivo
enmarcar cuáles serán las jerarquías de esa propuesta comunicativa de
la semana, o para sugerir normas que acoten la comunicación que se
promueve. En ese sentido algunas palabras son claves para no perder el
rumbo de la comunicación que ha de ser: dialógica, inclusiva,
horizontal, creativa, problematizadora, comprometida con el proceso y
la construcción colectiva.
Defender esos principios desde las acciones que se organizan para
comunicarnos mejor, conecta al trabajo comunicativo mucho más con las
esencias de la formación propuesta. Si el horizonte es la emancipación
humana, el perfeccionamiento del modelo político y social que
defendemos como oportunidad para ejercer la libertad que dignifica a
las personas, entonces la práctica comunicativa ha de propiciar el
intercambio de ideas, la recreación de los valores culturales que nos
sustentan, el aprovechamiento de la diversidad que portamos, el
respeto a las individualidades, la honestidad y humildad para abordar
temas complejos, para reconocer las experiencias y saberes de otras
personas, para caminar acompañado, acompañada, acompañándonos.
Con esa comprensión del lugar del proceso comunicativo dentro de un
proceso mayor, educativo, basado en la pedagogía impulsada por el
brasileño Paulo Freire, la caminata práctica queda más clara y no se
reduce en la lógica instrumental de generar medios y productos, que
muchas veces no trascienden el grupo de taller. Otro desafío es
precisamente cómo alcanzar a otros miembros de la Red de educadores y
educadoras populares para que conozcan qué sucede en un taller u otra
actividad, cuáles son las principales conclusiones, reflexiones o
propuestas de sus participantes.
Ayuda en el proceso inicial, aplicar a esta escala el pensamiento
estratégico en la comunicación para definir una ruta a seguir según
las posibilidades y tiempo real, pero sobre todo para aprovechar vías
diversas de intercambio de información y canales de comunicación no
solo con el resto de los y las talleristas, sino también con otras
personas interesadas en enterarse de lo que hacemos y decimos sobre
temas de interés común.
En cada uno de estos espacios podemos ser protagonistas de
interacciones comunicativas que transformen las relaciones verticales,
unidireccionales, dominadoras, que abundan en múltiples escenarios de
la vida cotidiana. Cuestionar esos modelos y proponer cómo romper sus
lógicas, ancladas en tradiciones, en aprendizajes y rutinas, es parte
sustancial del quehacer de quienes se disponen a ser comunicadores y
comunicadoras dentro de un taller de educación popular. La tarea no
acaba con la semana, por eso vale la pena dejar tarea para la casa,
preguntas abiertas y cuestionadoras, junto a iniciativas
sorprendentes, que beban de referentes estéticos pertinentes y que
aprovechen la riqueza del humor, la poesía, la música y muchos otros
recursos para tejer lazos de afecto y compromiso con la transformación
personal y colectiva.