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La conciencia: la mejor arma contra Bush

Esta vez se trata de un artículo personal y esperanzado. Es personal porque mis palabras aquí no pretenden ser “objetivas” y, mucho menos, limitarse a saldar un compromiso de publicación. Esperanzado, porque la esperanza tiene que estar de cualquier manera en una experiencia como esta.

Hace apenas unos días visitó Cuba un grupo de mujeres y hombres que hacen cinco o seis años seguramente no pensaban conocerse. Como se sabe, vinieron con el objetivo de ir personalmente hasta la base militar de Guantánamo para exigir el cierre de la prisión ilegal que los Estados Unidos ha mantenido allí a la fuerza durante cinco años. Pero los caminos de cada una de esas personas hasta el aquí y ahora han sido diferentes.

Tal vez los más parecidos sean los de Cindy Sheehan y Adele Welty, mujeres y madres norteamericanas que vieron morir violentamente a sus hijos varones. La historia de Cindy es bien conocida. Su hijo Casey Sheehan murió en Irak el 4 de abril del 2004, y, desde entonces, ella se ha convertido en un símbolo de la lucha diaria por traer de vuelta a los soldados y detener la guerra.

En cambio, a Adele, quien no había sufrido la angustia de ver partir a un hijo hacia el frente, también se le entristeció el corazón el 11 de septiembre del 2001. Su hijo Timothy trabajaba en el cuerpo de bomberos de la ciudad de Nueva York y ese día había terminado sin contratiempos su trabajo en la madrugada. Adele nos contó cómo Timothy, en lugar de irse a descansar, regresó al carro de bomberos y partió hacia a las torres del World Trade Center:

Cuando llamé a su casa, su esposa me dijo que él ya estaba en las torres. Las miré entonces desde la ventana de mi oficina, que está sólo a cuatro cuadras de allí, hasta el momento en que cayeron. Durante cinco años he tratado de quitarme eso de mi mente, las imágenes de ese instante tan terrible. El estaba atrapado y llegó a saber que las torres le caerían encima. Me dijeron que lo que sintió fue muy poco.

Del otro lado del mundo, del “enemigo” no occidental, vinieron en el grupo Zohra Zewawi, su hijo Taher Deghayes y el joven de 25 años Asif Iqbal. Zohra y Taher, madre y hermano de Omar Deghayes (un joven que lleva cuatro años en Guantánamo sin cargos en su contra) viajaron desde el lejano Dubai para estar más cerca de él y protestar contra las torturas a las que son sometidos los detenidos. Omar es residente británico y fue detenido en su casa en Pakistán mientras esperaba que le concedieran visa a su esposa afgana para regresar a Inglaterra. En ese momento el gobierno de los Estados Unidos se dedicaba a pagar cinco mil dólares de recompensa por la captura de cualquier extranjero “sospechoso” que se encontrara en Pakistán.

Mi hermano es noble, muy inteligente, se expresa muy bien. Él es religioso, como el resto de los millones de musulmanes que profesan el Islam en el mundo. Pero nuestra religión no nos incita a la violencia. Nuestra religión no acepta actos de terrorismo en nombre del Islam porque Islam significa paz. Como el profeta Mahoma, mi hermano Omar rechaza la violencia contra las mujeres, los niños, los ancianos y los civiles. Desde el infierno de la prisión de Guantánamo y después de años de maltrato, Omar nos escribió sobre su angustia por los atentados en Londres.

La historia de Asif Iqbal es parecida. Luego de dos años y medio en la prisión de Guantánamo, fue liberado sin cargos en su contra. Ciudadano británico, Asif se encontraba de visita en Afganistán junto a unos amigos cuando fue capturado, interrogado y enviado a Guantánamo. Una vez allí fue sometido a torturas como la exposición a cambios bruscos de temperatura, la inyección de drogas a la fuerza y la humillación sexual y religiosa. El docudrama Camino a Guantánamo, del joven director Mat Whitecroos (quien también vino en la delegación), relata la terrible experiencia de Asif y sus compañeros.

Hasta aquí he escrito sobre hombres y mujeres que han padecido en carne propia las consecuencias de la política estadounidense. Me gustaría ahora explorar el camino hasta aquí de otros miembros del grupo que nos visitara. El primero es el de la coronela retirada y ex diplomática Ann Wright, por mucho la muestra de mayor reconversión ética y política en el grupo. Como se sabe, Ann sirvió durante 29 años en el ejército y dedicó 16 años a la diplomacia, tiempo en el que fue protagonista en países como Nicaragua, Granada, Somalia, Uzbekistán, Kirguizistán y Sierra Leona. Sin embargo, en marzo del 2003 renunció a sus cargos para iniciar una carrera en defensa de la paz y los derechos humanos. El otro norteamericano que convirtió sus privilegios de clase en un arma a favor de los excluidos es el abogado Bill Goodman. Al frente del Centro de los Derechos Constitucionales en Nueva York (grupo de expertos legales que combate el retroceso legal impuesto por el gobierno de Bush a los Estados Unidos), Goodman ha representado a varios de los detenidos en Guantánamo ante la Corte Suprema de su país. Su voz es firme cuando dice “estamos en presencia de un gobierno sin ley”.

Antes de terminar este recuento, quisiera mencionar a Medea Benjamín, cofundadora de las organizaciones CODEPINK: Women for Peace y Global Exchange. Ella viaja constantemente por los Estados Unidos y el resto del mundo para crear conciencia en torno a la guerra y sus secuelas. Es una de esas personas cuya vocación organizativa y entusiasmo fuerzan los límites de lo posible. Consiguen grandes cosas. La más reciente, el viaje a Cuba de esta importante delegación internacional.

Si hasta aquí he escrito sobre desconexiones que a la vez son alianzas, se debe en particular a dos razones. La primera, la de destacar la importancia de la diversidad en todo proceso de toma de conciencia colectiva. Ese es el primer indicio de esperanza que quería compartir con ustedes. Que un grupo como este, integrado básicamente por personas de los dos bandos en conflicto, asuma la diversidad como energía decisiva, es señal de que hay muchas más personas de las que creemos capaces de dialogar y visualizar con claridad al enemigo común.

La segunda razón es la toma de conciencia de los menos favorecidos y excluidos en épocas de crisis. En otras palabras, su asunción revolucionaria. Tanto Cindy como Adele o Zohra o Taher o Asif son mujeres y hombres comunes, gente que podía haber pasado el resto de su vida trabajando sin llegar nunca al terreno de la confrontación política. Sin embargo, bastó con que un acontecimiento terrible sacudiera sus vidas para que despertaran del letargo y se decidieran a actuar. Es también el caso de la activista Medea, el abogado Goodman o el realizador Whitecross, personas sensibles que representan lo más valioso de sus pueblos.

Si ellos y ellas fueron capaces de trascender distancias geográficas y culturales para organizarse y accionar en conjunto, entonces no hay razones para creer que el pueblo norteamericano, o el británico, o al árabe, no puedan asumir por sí mismos la trasformación que necesitan sus países. No sólo se trata de un hecho real, sino también de un hecho de esperanza. Ellos y ellas supieron reconocerse entre millones de personas y hoy conforman una fuerza consciente en la lucha contra el sistema político actual de los Estados Unidos.

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