Hay historias que por desconocimento, por aprensión ante el compromiso o por lastimosos estigmas de algunos compiladores del saber, son más difíciles de hallar, y uno tiene que recurrir a un andar horizontal y descentrado para lograr descubrirlas.
Fue de esa manera que supe de la existencia de La Marina. Sobre aquel lugar de la Atenas de Cuba ––como llaman a Matanzas–– que comenzaba a despertar, a propagar un sentimiento de esperanza llegaban más anécdotas orales que referencias e imágenes en medios masivos.
Sin embargo, los comentarios de quienes veían avanzar un proyecto, que poco a poco borraba allí la ebriedad de violencia y desidia, aumentaron mi curiosidad. Cuando en el Centro Martin Luther King (CMLK) anunciaron el viaje para celebrar el décimo aniversario de La Marina, sabía que era la oportunidad de tocar con mis ojos una leyenda.
El sitio de los abrazos
El ómnibus gira, y aunque hemos dejado atrás la bahía, nos sigue contagiando ese olor típico de las ciudades que besan el mar. Cerca del teatro Sauto, empiezan los abrazos. El primero que nos recibe es Kimbo, un negro de cortas trenzas y rostro sonriente, que habla con euforia de la organización de los festejos.
Él nos sirve de guía. En pocos minutos ya andamos por las estrechas callejuelas de La Marina. Los saludos detienen a cada instante la caminata. Desde atrás, percibo el afecto, la complicidad, los recuerdos que no se mencionan pero permean esa satisfacción por el reencuentro.
Mientras nos dirigimos al hogar de Reglita, como cariñosamente llaman a esta mujer con alma de líder, noto escasas diferencias con otros barrios que conozco. En La Marina se vive un sábado tranquilo. Los niños juegan en los quicios de las casitas sin portales, las mesas de dominó arrastran la atención de muchos, y un collage musical inunda el ambiente.
Pero los contrastes adquieren mayor nitidez en las fotos que nos muestran. Esas fachadas derruidas, las viviendas casi abiertas al cielo y callejones barrosos, repletos de huecos, constituyen el pasado de esta comunidad de unos 5 000 habitantes que fue creciendo desde el barrio San Sebastián.
Y uno se sorprende aún más con la saga de esta gran familia cuando observa La Marina desde el parque Aurora. Como un cuadro de Portocarrero, el caserío parece disolverse en la lejanía. Llegar hasta esa cumbre, aunar sensibilidades y reconstruir el barrio, amerita la ovación por un esfuerzo continuo a lo largo de diez años.
Manual de compañía
Cerca del mediodía, quienes vinimos desde el CMLK tomamos el parque Aurora. Como parte de las actividades, se ha escogido este lugar para presentar la Agenda Latinoamericana 2010, un manual de trabajo con temas de actualidad que cada año la institución promueve.
“Salvémonos con el planeta”, el primer enunciado que muestra la agenda, revela su contenido ecológico. Esta vez es propicio renunciar a las extensas explicaciones. Mejor resultado tiene en La Marina la interacción con el público. Por ello, una especie de performance de la Madre Tierra se pasea entre la gente. Sobre el globo de papel, que sostiene Regla, pueden leerse datos de la situación medioambiental e interrogantes que detienen a los transeúntes y los conminan a la reflexión.
La Agenda Latinoamericana, concluye Jesús, integrante del programa de Educación Popular del Centro es un manual de compañía, un instrumento para organizar el trabajo que ustedes realizan, y también, por los temas que contiene, es un cuaderno educativo en el que pueden basarse para continuar transformando La Marina.
Bendita sea La Marina
Ese es el título del documental presentado en el Cine Atenas. Protagonistas del taller de transformación del barrio cuentan, en aproximadamente treinta minutos, lo vivido en estos diez años. Mientras el material avanza, agradezco la voluntad de rescatar la historia, de narrar la épica de los pequeños pueblos, que muchas veces, como decía al principio, quedan fuera de publicitadas antologías.
Pero el mayor mérito del documental radica en que ha sido un proyecto propio de La Marina. Si bien el CMLK también asoma el rostro en la realización, ese reconocimiento que experimenta el público ante cada escena indica que los “marineros” han hecho realidad el sueño de levantar sus voces, de andar solos, reconstruyendo y reconstruyéndose, a pesar de las huellas que dejan la marginación y el abandono.
Venerable es esa Marina que muestra la obra. Rica en tradiciones, orgullosa de sus héroes reconocidos y anónimos, capaz de tomar el poder que irrumpe desde la sensibilidad y el reconocimiento de lo propio.
Venerable es esa Marina que pasó días en el CMLK aprendiendo en talleres de educación popular las herramientas para hacer realidad los sueños, para empujar a sectores dormidos, para levantarse.
Allí estaban los representantes de la Dirección provincial y municipal de Cultura de Matanzas que acompañaron el proyecto, e integrantes de las Artes Escénicas, del Archivo histórico de la ciudad, de la Biblioteca Provincial, de la Asociación de Artesanos que apostaron desde el principio por la renovación del barrio.
Durante el homenaje, también afloraron nombres como el de Nelson Barrera, periodista matancero, Marta Silvia Escalona, investigadora de la religión afrocubana, Mercedes Sallo, vecina de La Marina, y Adalys Vásquez, trabajadora del CMLK, personas que iniciaron el proyecto social, que pusieron sus ánimos a disposición de una utopía de cambio.
El documental levantó al público de los asientos. “Ese es mi barrio”, decía la canción rapeada de El Guerrero, que ponía punto final a la obra y daba paso a una apoteósica comparsa.
Los toques de tambores, los colores azul y blanco de La Imaliana, el baile arrollador que abandonaba el Atenas y tomaba las calles eran el símbolo de la alegría, de la certeza de que el esfuerzo durante diez años ha valido la pena. Veíamos el ritual oriundo de La Marina, la invocación que devolvía un renacimiento.