Las Redes alternativas están heridas de muerte y no lo saben. Algunas se han volatilizado, otras siguen extendiéndose con más o menos suerte, la mayoría ni siquiera ha nacido. Al margen de los movimientos sociales que se articulan en Internet y que rara vez meditan sobre el espacio que les ha permitido asociaciones e interacciones imposibles antes de la era digital, están terminados los planos de la gran burbuja en la que nos meterán a todos y sus ejes ya ha comenzado a levantarse ante nuestros ojos, con mínimas y disgregadas resistencias.
Cada día más el ciberespacio se va pareciendo a una pecera blindada en el medio del mar. La población que está dentro del estanque crece un 40 por ciento cada año, pero la previsión de las trasnacionales de las telecomunicaciones es que el territorio donde se hacinará la mayoría de los usuarios no aumentará demasiado y si crece el número de navegantes, mejor. Quien quiera desplazarse con mayor comodidad e incluso navegar a mar abierto, tendrá que pagarlo a precio de oro. Quien intente salirse del estanque por su cuenta y riesgo, será detectado a través del cristal que limita la pecera, pescado por los policías y llevado ante los tribunales. Quien tenga la ocurrencia de intentar el cambio de la corriente en el estanque y liberar las barreras, será detectado inmediatamente y eliminado, física o digitalmente, que en cierto modo es lo mismo. Jeremy Rifkin, autor de un libro que anticipa cómo serán las relaciones económicas y culturales en la era del acceso1, asegura que la brecha entre poseedores y desposeídos que conocemos y tanto nos angustia, no será tan ancha como la que existirá, en un futuro no muy lejano, entre conectados y desconectados en la red. “Este es el cisma básico que determinará buena parte de la lucha política en los próximos años”, dice.
Pero los próximos años de Rifkin ya son estos. Por ignorancia, por prejuicios, porque hemos llegado con retraso a las nuevas tecnologías y sus proveedores nos excluyen, y porque muchos utilizamos la computadora solo como una máquina de escribir moderna, es muy común en el ámbito de la izquierda latinoamericana la subestimación del cambio que supone la Internet como instrumento principal de la llamada nueva economía y de la comunicación y las relaciones entre los seres humanos. El cambio sustantivo no es, como piensan muchos, la aparición de un medio de comunicación replicante, que se añade a la lista conocida: prensa, cine, radio y televisión. De hecho la Internet es un ajiaco de todos ellos, más el teléfono, la agenda, el lápiz, la sala de juegos, el ojo de una cámara, los anaqueles de las tiendas, el parte meteorológico directo desde el satélite, el boleto del tren y del teatro, innumerables productos culturales y la apabullante mutación de buena parte de los instrumentos conocidos. La convergencia es irreversible y abrumadora, particularmente para quienes siguen apelando a un modelo de articulación política vertical, incapaz de reconocer el modo en que las luchas contemporáneas alcanzan hoy una significación global.
Hace unos días el cineasta argentino Tistrán Bauer, quien dirige la televisora estatal Encuentro e hizo en Caracas una defensa de la webtv como modelo de televisión para nuestros países, me contaba que la SONY ha decidido comprar los derechos de los grandes clásicos del cine y la televisión, para producir cortos de 6 minutos que puedan ser vistos a través de los celulares. Él le preguntó a un ejecutivo cómo iban a resolver la calidad de la transmisión en una pantalla tan pequeña. El hombre sacó su móvil, apretó una tecla y el teléfono se convirtió en un proyector que amplificó la imagen al tamaño deseado.
Mientras se sigue pontificando sobre el valor per se de los medios por separado, las audiencias se están integrando sin grandes traumas. De acuerdo con investigaciones de la Asociación Mundial de Diarios, los periódicos son más leídos desde que tienen sus versiones en Internet. Si se tiene en cuenta que cada mañana hay 1 400 millones de personas en el mundo que leen un diario impreso y que el 80 por ciento de ellos tienen versiones digitales, el incremento de los lectores es exponencial.[2] Cada 18 meses aparece una nueva herramienta digital que revoluciona otras similares o sacude a la Red. Con la aparición del podcasting, se ha disparado de tal modo la radio en Internet que hoy existen más programas radiales en la web que oyentes.
Pero esta no es la gran novedad de la era digital. Lo extraordinario es que se ha iniciado la madurez del medio tecnológico central de un mundo que se está estructurando a marcha forzada en torno a las relaciones de acceso, donde convergen todos los caminos de la producción, el mercado y las finanzas; un mundo que está engendrando un nuevo tipo de ser humano y, por tanto, un nuevo tipo de sociedad. Quien controle esta tecnología tendrá el dominio económico, financiero, militar y político en el planeta, algo de lo cual están perfectamente enterados el complejo militar-industrial estadounidense y sus empleados en la Casa Blanca.
¿Qué han hecho para impedir que la Internet sea un tesoro público y se convierta en una autopista privada, anclada a sus intereses hegemónicos? Están ejecutando impunemente la estrategia que han venido acariciando y probando durante más de una década. En un informe titulado Information Operations Roadmap3 (Mapa para las Operaciones de Información), con fecha del 30 de octubre de 2003, el ex Secretario de Defensa Donald Rumsfeld puso en blanco y negro las diferentes iniciativas que ya venía ejecutando el Ejército para el control de la Red de Redes, y que incluían la guerra electrónica, la intoxicación de los medios, la “guerra en Internet” y las consabidas operaciones psicológicas (Psyops), reactualizadas con las nuevas tecnologías. “El Departamento (Pentágono) –asegura el informe- luchará contra Internet como lo haría contra un sistema de armamentos.”
Más o menos por esa fecha, la revista Military Review4 detallaba las “cuatro necesidades en la política nacional e internacional de los Estados Unidos”, en las que está empeñado el gobierno de ese país: 1)decidir quién proporcionará la seguridad en la Red; 2)proporcionar respuestas legales al rápido crecimiento horizontal de la Red; 3)poner en vigencia responsabilidades legales para quienes creen incidentes no deseados, y 4)detener la proliferación de armas y tecnologías cibernéticas no deseadas. En otras palabras, quién es el dueño de la pecera, cuáles son las reglas para entrar o salir de ella, cómo se castiga a los infractores y de qué modo se garantiza el control de las tecnologías y de los ciudadanos para que no puedan echar abajo el estanque, y los peces chiquitos sean entonces los que aíslen a los grandes.
La lógica que han seguido desde mucho antes de las multitudinarias manifestaciones contra la guerra en Iraq que se articularon básicamente a través de la Internet incluso desde antes del 11 de Septiembre, ha sido adelantarse a cualquier otro gobierno o emporio global para ordenar la Red y proveerla de la arquitectura tecnológica, legal y represiva que mejor convenga a los Estados Unidos, la mayor ciberpotencia del mundo. Su preocupación principal es controlar y apagar las luchas que, como dirían Michael Hardt y Toni Negri, “se deslizan silenciosamente a través de los paisajes superficiales del Imperio”[5] y de cuando en cuando dan muestras de que podrían sacudir las cimientes de todo el sistema.
Hasta el 2003, la falta de canales comunicativos estructurados resultó ser una fuerza y no una debilidad para las acciones de las redes contrahegemónicas, porque todos los movimientos eran inmediatamente subversivos en sí mismos y no esperaban ninguna clase de ayuda externa o extensión para garantizar su efectividad.[6] En estos momentos no se puede decir lo mismo. Se acabó el mito de que la Internet era un espacio inmune a la regulación y todos los días tenemos noticias de cómo están amordazando muchas voces.
Apoyados en la retórica antiterrorista exacerbada después del derrumbe de las Torres Gemelas, los Estados Unidos han logrado levantar los pilares de esa enorme pecera donde a duras penas navegaremos, con normas que legalizan el espionaje doméstico e internacional, favorecen el monopolio de las tecnologías y los productos digitales en manos de unas pocas transnacionales de la informática y las telecomunicaciones estadounidenses, y consagran la división de la Red en dos esferas –una para los ricos y otra para los pobres-.
Funcionarios del gobierno norteamericano han reconocido que compañías gigantes como Verizont, Comcast, Bell South y otras avanzan en un conjunto de estrategias que transformarían el acceso a Internet, libre y no discriminatorio, en un servicio privado y basada en las marcas, que cobraría honorarios por prácticamente todo lo que se haga en línea, mientras los ricos, las corporaciones, los llamados grupos de intereses especiales y las grandes compañías publicitarias recibirían un trato preferencial.[7]
Y hay más. Estados Unidos está construyendo una red independiente, que funcionará paralelamente a Internet y que terminará sustituyéndola. Una especie de borrón y cuenta nueva. La Fundación Nacional para la Ciencia ha financiado con cifras millonarias una red experimental conocida como Entorno Mundial para la Innovaciones de Redes (Global Environment for Network Innovations GENI), con el apoyo de varias universidades, el Departamento de Defensa y hasta la Unión Europea, que ha respaldado las investigación con un programa conocido como Investigación y Experimentación Futura de Internet (Future Internet Research and Experimentation, FIRE).[8]
Fuentes de la industria de las comunicaciones en los EE.UU. dijeron a The New York Times que en ese país se generan cada año 9 trillones de correos electrónicos, mil millones de llamadas a través de celulares y otras tantas desde teléfonos fijos. James Risen, el experto en asuntos de Inteligencia de ese diario y quien destapara las evidencias del programa de escuchas de la Agencia de Seguridad Nacional, afirma que “a pesar de esas cifras monstruosas, los Estados Unidos poseen la capacidad para acceder a todas, gracias a que la NSA tiene una enorme influencia en las corporaciones de telecomunicaciones, que están obligadas a cooperar en asuntos de inteligencia. A través de puertas traseras cuidadosamente establecidas con órdenes presidenciales en nombre de la guerra contra el terrorismo, los oficiales de inteligencia norteamericanos acceden a los grandes nodos por donde transita la comunicación del planeta.”[9]
En realidad, el espionaje es una industria altamente lucrativa de las corporaciones estadounidenses, vinculadas a los organismos de inteligencia. El convenio entre el gobierno de Felipe Calderón y el de George W. Bush, por la adquisición de un Sistema de Intervención de las Comunicaciones, financiado por el Departamento de Estado10 y desarrollado por la Compañía Verint Technology Inc., es un raro ejemplo que logró alcanzar notoriedad mediática gracias al diario La Jornada, que denunció valientemente la violación de la soberanía nacional y la anexión de nuestros países al perímetro de seguridad creado por los Estados Unidos tras el 11 de Septiembre. Aunque no hay cifras oficiales, algunos estudios prueban que son muchos los contratos que atienden empresas norteamericanos para proveer softwares altamente especializados que permiten ejercer la censura y el espionaje en Internet. OpenNet Iniciative coordinó durante un año una investigación en la que participaron cuatro universidades –Toronto, Oxford, Harvard y Cambridge-, y evaluaron a 40 países. El estudio probó que este tipo de herramientas eran utilizadas en más de la tercera parte de los países estudiados y que “la mayoría empleaba software comerciales, desarrollados fundamentalmente en los Estados Unidos.”[11]
Quizás estas palabras suenen pesimistas en un panel con un título esperanzador –“Redes contrahegemónicas: experiencias y alternativas”-, pero como sugiere Ernesto Sabato, “hay que decir que no siempre el optimismo desembozado es mejor, ni más constructivo ni más eficaz”. Si se tiene delante a un tiburón, es preferible tener conciencia del peligro, que ser irrazonablemente optimista.
Las experiencias y las alternativas de las Redes deberían tener muy en cuenta estos peligros e incluir entre sus más importantes reivindicaciones políticas la destrucción de la pecera, que sería el fin de la meta que el Pentágono ha resumido en una frase terrible, que es el emblema de su Comando del Ciberespacio, creado en noviembre de 2006: “Alcance mundial, vigilancia mundial, poderío mundial.”[12]
Una alternativa importantísima es encarar este desafío. Hay que estudiar qué resquicios legales nos quedan, quiénes están dando la batalla en solitario y cómo podemos apoyarlos, de qué modo reorganizamos y dirigimos las luchas de hoy para que las enormes corrientes alternativas logren alcanzar la potencia necesaria para construir el contrapoder. Sabemos que la Internet solidaria es un instrumento clave. Salvémosla.
*Intervención en el V Congreso Internacional Cultura y Desarrollo, celebrado en La Habana, Cuba, del 11 al 14 de junio de 2007.