Las palabras anteriores pertenecen al profesor y teólogo dominico brasileño Carlos Josaphat. Ellas resumen con claridad y profundidad algunas de las convicciones que animan nuestro camino en la vida como seres humanos y como cristianos. Ante el desafío de la diversidad religiosa y de la necesidad de convivir con nuestras diferencias sin que estas signifiquen peligros o amenazas, sino más bien oportunidades de crecimiento, quisiera compartir con ustedes algunas luces y sombras, inquietudes y esperanzas que han ido surgiendo al calor de las experiencias que pudimos vivir en el Curso de Ecumenismo del pasado mes de julio, en Brasil. Y lo hago teniendo en cuenta aquella recomendación que nos hiciera nuestro Señor Jesús cuando decía que era necesario sacar primero el tronco que está en nuestro ojo para poder ver bien la astilla que está en el ojo de nuestro hermano.
Reconocer la realidad de la diversidad religiosa
Como cristianos y cristianas necesitamos reconocer la realidad en la cual vivimos, esta realidad está marcada por la diversidad religiosa. Aunque el cristianismo continúa a la cabeza de las religiones en el mundo, desde el punto de vista de las estadísticas, no hay que olvidar que estas estadísticas deben comprenderse en relación directa con el acelerado crecimiento demográfico en el hemisferio sur del planeta, donde el cristianismo concentra el mayor porcentaje de sus fieles.
Esta realidad religiosa tiene sus razones históricas. La expansión mundial del cristianismo a partir del siglo XVI estuvo ligada a los procesos de colonización europea en África, Asia y América Latina. Por lo tanto estamos hablando de una evangelización a escala mundial que se impuso sobre culturas y tradiciones religiosas con la ayuda del poder militar y político. Era la propagación de la cultura occidental cuyo sostén espiritual era la fe cristiana. ¿Podríamos llamar a esto de evangelización?
Según las estadísticas actuales, el cristianismo es una religión minoritaria en grandes regiones del continente asiático y africano. En la Europa cristiana, las iglesias tradicionales se debilitan y el Islam crece vertiginosamente. El Islam es la religión que ocupa el segundo lugar en las estadísticas mundiales, seguida de las personas que no profesan ninguna religión. En América Latina, los pueblos indígenas y sus religiones resurgen con fuerza y reclaman el espacio y la libertad que las iglesias les habían arrebatado. Han quedado atrás aquellos tiempos en que la religión cristiana era la protagonista de la historia y la misión de la iglesia era entendida en clave de conquista y avasallamiento cultural, y en cualquier rincón del mundo era levantada una parroquia o una catedral, muchas de las cuales hoy en día han quedado como reliquia arquitectónica o monumentos de interés cultural y turístico.
El mundo moderno ha señalado, con todo su derecho, los grandes errores del cristianismo. La humanidad y la historia, en ocasiones, han sido iluminadas por vidas cristianas consecuentes con el Evangelio de Jesucristo. En otros momentos, la humanidad y la historia han sido oscurecidas por la conducta de cristianos y cristianas que practicaron el antievangelio de la muerte y no el evangelio de la vida. Como iglesia, muchas veces hemos equivocado el camino de nuestra misión. Con toda honestidad, debemos revisar constantemente nuestro testimonio, no solo aquel testimonio de siglos anteriores, sino también el actual, la manera en que hoy somos iglesia y nuestra actitud ante la realidad de la diversidad religiosa.
Reconsiderar la misión de la iglesia
¿Cuál es entonces la misión de la iglesia? ¿Cuál fue aquella misión que Jesús nos encomendó y en qué momento dejó de ser la misión de Jesús para convertirse en nuestra misión? Les invito a recordar y releer aquel pasaje en que Jesús envía a sus discípulos a proclamar el reino de Dios. El texto aparece en Mateo 10, 5-15, aunque también tiene sus paralelos en Marcos y Lucas. Veamos algunos elementos interesantes de esta misión.
Jesús les pide que no lleven nada para el camino: ni provisiones, ni dinero, apenas un bastón y un par de sandalias. La primera intención en esta misión es provocar la hospitalidad, los misioneros pondrían a prueba la disposición de las personas para acoger a un forastero, lo cual equivale a decir: acoger al necesitado, al que no tiene pan, techo, ni familia. Lo único que los discípulos deben desear a las familias es la paz de Dios. Y aún cuando esa paz no fuese bien recibida, ellos nada perderían.
La segunda intención es permanecer en las casas, integrarse en la comunidad, provocar la solidaridad, el compartir lo que se tiene. La misión no es imponer otro estilo de vida, sino participar de la vida que cada comunidad tiene, permanecer, acompañar, ser parte de aquella realidad. Ese es el significado de la encarnación, en Jesucristo Dios asumió nuestra humanidad, habitó entre nosotros, se hizo carne, participó de una cultura, se identificó con nuestra forma de vivir, con nuestras alegrías y esperanzas.
Tercera intención: compartir la vida de una familia es también participar de la misma mesa, comer lo que sea servido en la mesa. Esta comunión de mesa fue una práctica constante en el ministerio de Jesús. Los religiosos de la época le criticaban por sentarse a la mesa con personas de mala fama: cobradores de impuestos, prostitutas, pecadores. En la mesa compartida, Jesús denunciaba el ritualismo y el puritanismo religioso de fariseos y doctores de la Ley. Para Jesús, ninguna ley o norma religiosa podían impedir la fraternidad, el deseo de compartir y participar de la vida del otro.
Hace algunos años tuve la oportunidad de participar durante una semana de la vida cotidiana y la espiritualidad de un monasterio benedictino en Brasil. Una tarde se celebró la Santa Cena. Según la doctrina católica, el pan y el vino, al ser consagrados, se convierten en carne y sangre de Cristo. En nuestra tradición bautista, la Cena del Señor es sólo un memorial de la muerte y resurrección de Cristo. Pero en aquel momento lo más importante para mi no fue lo que creemos los bautistas sobre la Cena, sino el deseo de compartir la mesa del Señor con mis hermanos y hermanas del monasterio. Porque la mesa del Señor es una mesa abierta donde nos une el compromiso con el evangelio de Jesús; porque en la mesa del Señor, las interpretaciones teológicas deben ser relegadas a un segundo plano; porque en la mesa del Señor no se excluye ni siquiera a aquel que más tarde nos traicionará.
Cuarta intención: expulsar a los demonios, limpiar a los leprosos, resucitar a los muertos y curar a los enfermos. Todas estas acciones no son señales de algún poder religioso, son señales de sensibilidad ante las necesidades humanas. Son gestos donde acogemos las necesidades de las personas y restauramos la vida.
Hagamos un resumen de estos momentos de la misión de Jesús: provocar la hospitalidad, integrarse en la comunidad, participar de la misma mesa y acoger las necesidades humanas. Es decir, el evangelio se comparte y se experimenta en la convivencia, en el compartir cotidiano de la vida. Y en ese proceso de mutuo aprendizaje, el evangelio cobra vida y cuerpo, adquiere un rostro específico, ocurre el milagro del Emanuel, “Dios con nosotros”. Entonces, y solo entonces, el reino de Dios se habrá acercado, será una realidad viviente entre nosotros y nosotras.
Nuestra misión es anunciar el evangelio sin ningún tipo de prepotencia religiosa, sin creernos una religión superior o la religión única y verdadera. Pero para ello necesitamos mucha humildad. Los cristianos y las cristianas afirmamos que Jesucristo es “el camino, la verdad y la vida”. Pero de acuerdo al texto que hemos visto en el evangelio, eso no significa exclusivismo religioso ni superioridad religiosa. Además, este mismo Jesús nos dice que “la verdad nos hará libres”, y si creemos que nuestra verdad es la única verdad posible para toda la humanidad, entonces no somos libres, somos esclavos de nuestra vanidad religiosa, y esa vanidad religiosa nos llevará a seguir cometiendo los mismo errores del pasado.
Desafíos a la vocación ecuménica de la iglesia
¿Cuáles serían entonces los desafíos que presenta esta realidad de diversidad religiosa para una iglesia que se autoproclama ecuménica y que intenta llevar adelante la misión de Jesús? Entre los muchos desafíos que se nos presentan, quisiera al menos señalar tres de ellos.
Primero: reconocer nuestros errores y reorientar nuestra misión como iglesia. Uno de los grandes errores que hemos cometido como iglesias en Cuba es acusar a las otras prácticas religiosas de falsas y demoníacas. Pero el mundo no es un escenario donde hay que librar batallas religiosas. El mundo es la casa común que Dios nos ha entregado para cuidar de ella, y en esta casa, como en cualquiera de nuestras casas, todos y todas tienen derecho a un espacio.
Segundo: superar los preconceptos sobre otras prácticas religiosas. Aquí el reto es doble: cambiar nuestra actitud de rechazo y condena hacia las otras religiones, y disponer nuestro corazón para aprender de ellas. Estoy consciente de lo difícil que puede resultar esta sugerencia. Para ello se necesita de una debida preparación. Más de una vez se ha dicho que solo estaremos preparados para el diálogo con otras religiones en la medida que conozcamos bien la nuestra y estemos plenamente identificados con ella.
Muchas veces nuestra actitud ante la diversidad religiosa está determinada por la falta de conocimiento. Es necesario saber que en no pocas religiones en el mundo, la persona de Jesucristo es respetada e incluso venerada como gran profeta, maestro o encarnación divina. Y nosotros mostramos poco respeto o desconocimiento en relación a las grandes enseñanzas y valores contenidos en otras religiones.
Tercero: promover el diálogo y los proyectos comunes a favor de la paz y la justicia. Existe en las diversas religiones una disposición esencial hacia le construcción de la paz y la justicia. Y es ahí, en el terreno de la vida, de la práctica de la solidaridad y el amor, en el compromiso social y político, en la búsqueda de solución a los problemas comunes, donde los seres humanos se encuentran y echan por tierra las diferencias ideológicas, religiosas y culturales. Es lo que algunos llaman un ecumenismo de base, un ecumenismo que se da en la cotidianidad de la vida.
Es la propuesta ética, inherente a cada religión, lo que puede tender puentes de acercamiento y esfuerzos en común para construir ese otro mundo posible que todos y todas deseamos. Cada religión tiene mucho que aportar en esta lucha por el respeto a la creación y la preservación de la vida. Las iglesias encuentran su mayor inspiración en la ética liberadora y transformadora del evangelio de Jesús. Esa es la contribución que nuestra sociedad y nuestro mundo esperan de los cristianos y las cristianas. Sirvamos a los demás con humildad, respeto y pasión por la vida. Amén.
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