Con cada haitiano que sufre bajo los escombros o que muere de sed y de hambre, también nosotros morimos un poco con él. A fin de cuentas somos hermanos y hermanas de la única y misma familia. ¿Cómo no sufrir?
Pero hay también un sufrimiento profundo y desgarrador en las personas de fe que proclaman que Dios es Padre y Madre de bondad y de amor. ¿Cómo seguir creyendo? Quejosos nos preguntamos: «Dios, ¿dónde estabas cuando se formó aquel temblor que diezmó a tus hijos e hijas más pobres y sufridos de todo Occidente? ¿Por qué no interviniste? ¿No eres el Creador de la Tierra con sus continentes y sus placas tectónicas? ¿No eres Padre y Madre de ternura, especialmente, de aquéllos que son como tu Hijo Jesús los injustamente crucificados de la historia? ¿Por qué?
Este silencio de Dios es aterrador, porque simplemente no tiene respuesta. Por más que genios como Job, Buda, San Agustín, Tomás de Aquino, Leibniz hayan diseñado argumentos para eximir a Dios y explicar el dolor, no por eso el dolor desaparece ni la tragedia deja de existir. La comprensión del dolor no elimina el dolor, del mismo modo que oír recetas de cocina no quita el hambre.
El mismo Jesús no estuvo exento de la angustia y el sufrimiento. Desde lo alto de la cruz lanzó un grito desgarrador al cielo, quejándose: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Damos la razón a Job, irritado con sus «amigos» que le querían explicar el sentido de su dolor: “Vosotros no sois más que charlatanes y falsos médicos: si al menos os callaseis, los hombres os tomarían por sabios”. Pero no podemos callar. Hay demasiado dolor y la noche es tenebrosa. Necesitamos alguna luz.
Aun incluso sin luz, seguimos creyendo con el corazón partido, porque estamos convencidos de que el caos y la tragedia no pueden tener la última palabra. Dios es tan poderoso que puede sacar bien del mal, sólo que no sabemos cómo. Esperanzados, apostamos por esta posibilidad que no deja que nuestras lágrimas sean en vano. Creemos además que Dios puede ser aquello que no comprendemos. Por encima de la razón que quiere explicaciones, está el misterio que pide silencio y reverencia. Él esconde el sentido secreto de todos los eventos, también de los trágicos.
Me identifico con el poema de un gran argentino, Juan Gelman, que perdió un hijo durante la represión militar:
«Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.
Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello
por que no puedo más, tengo riñones
y soy un hombre,
bájate, ¿qué han hecho
de tu criatura, Padre?
¿un animal furioso
que mastica la piedra de la calle?»
Que el Padre baje sobre el pueblo haitiano con su amor.