Inicio América Latina Las afrodescendientes, ni víctimas ni perdedoras

Las afrodescendientes, ni víctimas ni perdedoras

Patricia Grogg

Levanta el mentón y añade: “quiero ser ejemplo para las que vengan. Las condiciones en que vivimos son muy malas, tenemos mucho que hacer por nuestra gente”. Su madre, de piel tan oscura como la suya, le enseñó que lo más importante en la vida es prepararse, estudiar.

“Pero una muchacha pobre y negra como yo no podía ni soñar ser doctora sin esta beca”, aseguró a IPS la joven garífuna, un grupo étnico que llegó al continente en el siglo XVII desde Nigeria y que en la actualidad cuenta con unos 600.000 integrantes, diseminados por América Central, el Caribe, México y Estados Unidos.

Bernárdez resumió así una realidad que envuelve a la gran mayoría de las mujeres y niñas afrodescendientes de América Latina, impactadas por la discriminación racial.

Aunque cada vez son más las que se muestran poco dispuestas a seguir
siendo solo víctimas.

En Colombia, Rosmira Valencia, directora de la Red de Mujeres Chocoanas, tiene claro que son ellas quienes más se preocupan por la educación de los hijos e hijas, aún al costo de muchos sacrificios. “En la actualidad, en la Universidad del Chocó, hay mayoría de mujeres estudiando, capacitándose, para que esto mejore”, comentó.

Ese departamento, de población eminentemente negra y situado en el noroeste del país sobre la costa del Pacífico, es uno de los de mayor riqueza natural del país, pero también de mayor pobreza.

“La fuerza de las mujeres es grande, y estamos seguras de lograr nuestro gran reto: incidir en el desarrollo de nuestra región, acrecentar el sentido de pertenencia y continuar en la búsqueda de equidad y respeto”, indicó.

En 2001, durante la tercera Conferencia Mundial contra el Racismo, la
Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia realizada en la ciudad de Durban, en Sudáfrica, 170 Estados adquirieron el compromiso de defender a mujeres víctimas de prácticas discriminatorias por motivos raciales y de género.

En esa conferencia se advirtió que el racismo y la discriminación racial se manifiestan en forma diferenciada para las mujeres y las niñas y pueden ser factores que llevan al deterioro de sus condiciones de vida, a la pobreza, la violencia, las formas múltiples de discriminación y la limitación o denegación de sus derechos humanos, sociales y económico-políticos.

En ese sentido, se reconoció la necesidad de integrar una perspectiva de género en las políticas, estrategias y programas de acción para enfrentar esas prácticas, así como la pertinencia de elaborar un enfoque más coherente y sistemático destinado a evaluar y vigilar la discriminación racial contra las mujeres.

Nueve años después, poco o nada ha cambiado para la población femenina afrodescendiente de la región, según lideresas consultadas en varios países por IPS, con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, que se celebra cada 21 de marzo por iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas.

Ese día, en 1960, se produjo la masacre de Sharpeville, en Sudáfrica, cuando la policía disparó contra una manifestación pacífica contra normas del apartheid (segregación racial). Murieron 69 personas negras y otras 200 fueron heridas, pero la matanza supuso el inicio del aislamiento internacional del régimen segregacionista, hasta su desmantelamiento 30 años después.

“La Constitución (colombiana) de 1991 logró que empezáramos a ser notadas como parte de una sociedad. Pero seguimos bastante invisibilizadas, incluso después de Durban 2001”, dijo Valencia.

Datos aportados por la nicaragüense Dorotea Wilson, coordinadora de la no gubernamental Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, indican que 80 por ciento de los más de 150 millones de afrodescendientes de la región sigue viviendo en estado de pobreza y sin oportunidades de superación por motivos étnico-raciales.

De esa cantidad, 75 millones son mujeres que continúan sometidas a desplazamientos forzados, emigraciones ilegales, criminalización de jóvenes y genocidio encubierto bajo acusaciones de delincuencia, detalló Wilson.

La Red que coordina tiene presencia en 24 países del área.

“La vida no ha cambiado para la gente negra de América. No hay políticas públicas para superar eso, la explotación humana contra nosotras sigue vigente, nos siguen negando el derecho a la tierra, a los créditos, a la educación especial, a la salud. En fin, poco ha cambiado”, insistió.

A modo de ejemplo, la dirigente citó el caso de Nicaragua, donde según datos oficiales, la mayor tasa de mortalidad materna ocurre en las dos regiones caribeñas con residencia mayoritaria de población femenina indígena y afrodescendiente, con tasas de hasta 373 mujeres muertas por cada 100.000 nacidos vivos.

El Ministerio de Salud estableció que en 2009 la tasa media colombiana de mortalidad materna es de 63 por cada 100.000 nacidos vivos, pero reportes de organizaciones no gubernamentales, como Human Rights Watch, la llegan a elevar a 170 madres fallecidas por 100.000 nacimientos exitosos.

Wilson consideró que hay algunos avances en cuanto a visibilizar el movimiento por los derechos de las afrodescendientes y en mantener el tema en agenda de los Estados, pero ellos obedecen fundamentalmente al trabajo de organizaciones de la sociedad civil y, en particular, del movimiento feminista y de los activistas de derechos humanos.

Para la ensayista, crítica de arte y narradora cubana Inés María Martiatu, es destacable el terreno ganado por las mujeres negras de la región en materia de organización, en cuyo contexto concentra su lucha “en la inserción en la sociedad, en lograr su independencia económica”.

“La mujer afrolatinoamericana siempre se rebeló contra la esclavitud, fue cimarrona y participó en las luchas independentistas, no se quedó en un papel de victima, lo que pasa es que la historia la escribieron otros y ahora es que se va conociendo poco a poco”, dijo la intelectual afrocubana.

En su opinión, en Cuba, la mujer afrodescendiente aprovechó las oportunidades que ofreció la Revolución, están en el sector de la educación, la salud, la ciencia, la cultura, aunque no escapa a la discriminación por el color de su piel. Solo que el fenómeno se manifiesta de modo “mas sutil” que en otros países.

“Se mantuvo por muchos años un discurso oficial que decía que no existían el racismo ni la discriminación racial. Ahora se admite que lasmujeres negras hemos perdido tiempo”, reflexionó la intelectual cubana.

“La realidad es que existen prejuicios, racismo y discriminación y estas son categorías de las ciencias sociales. Se manifiestan incluso dentro de la familia, sea negra o blanca”, comentó.

El tema racial es actualmente objeto de debate dentro de la sociedad de la isla caribeña, pero Martiatu y otras intelectuales cubanas coinciden en que falta el enfoque de género. “Queda mucho camino por recorrer. Aunque la solución está en la educación y un fuerte trabajo cultural, ésta sobrevendría a larguísimo plazo”, subrayó.

Martiatu manifestó su confianza en las nuevas generaciones. “El racismo no se resuelve con socialismo o capitalismo, es algo más complejo y profundo”, afirmó.

“Algunas estudiosas y estudiosos han venido trabajando sobre estas cuestiones, han logrado colocarlas en el debate, a contracorriente de opiniones partidarias de aplazar la discusión y el análisis”, aseguró.

Con aportes de Helda Martínez (Bogotá) y José Adán Silva (Managua)

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