Sin embargo, algunas soluciones preocupantemente falsas están sobre la mesa de conversaciones de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, por ejemplo promoviendo los biocombustibles disponibles en el mercado, como el etanol.
El término “biocombustibles” es engañoso. Estos combustibles elaborados en base a vegetales se ajustan mejor a la descripción de “agrocombustibles”, porque distan de ser verdes.
Quienes todavía sostienen que los agrocombustibles emiten muchos menos gases de efecto invernadero que los combustibles fósiles ignoran que sus emisiones se liberan en la etapa productiva, a consecuencia del cambio en el uso de la tierra, la aplicación de fertilizantes y el procesamiento.
Sin embargo, muchos gobiernos, instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y empresas multinacionales dedicadas a los agronegocios, el petróleo y el transporte, promueven los agrocombustibles como una solución a las necesidades energéticas mundiales.
Pasar de los combustibles fósiles a los agrocombustibles no hace que los pobres tengan más acceso a la energía, sino que agrava problemas existentes, como el acaparamiento de tierras. También crea desafíos específicos para la provisión alimentaria, pues cultivos antes dedicados a producir alimentos, como el maíz y el azúcar, ahora se destinan al etanol.
Y, lo que es crucial, los agrocombustibles pueden desviar recursos destinados a energías limpias y renovables como la eólica y la solar.
La agricultura a gran escala para obtener agrocombustibles, a diferencia de la pequeña, suele acompañarse de actividades negativas como el uso intensivo de agua, fertilizantes y pesticidas.
A menudo se causa así contaminación y degradación y se agotan los recursos hídricos disponibles abriendo el paso al peligro de hambrunas.
En el planeta no hay suficientes tierras agrícolas para que los cultivos para agrocombustibles satisfagan las enormes necesidades energéticas de nuestro insostenible modo de vida, sostienen varios analistas.
Un informe de este año sobre el Índice Global del Hambre señala que el cambio climático, la creciente demanda de biocombustibles y el aumento del comercio mundial de materias primas a futuro son las principales causas de la carestía de los alimentos, que exacerbó la hambruna que padece el Cuerno de África.
Los agrocombustibles simplemente no solucionan la crisis climática y energética, aunque hay evidencias de que los biocombustibles a pequeña escala, de producción y capitales locales, pueden ser parte de la solución cuando ayudan a satisfacer las necesidades locales.
En casi todos los 36 estados de mi país, Nigeria, la Corporación Nacional Nigeriana del Petróleo (NNPC, por sus siglas en inglés) y sus socios extranjeros adquirieron grandes extensiones de tierra para producir etanol a partir de mandioca, sorgo y caña de azúcar.
Algunas plantaciones y centrales producción de agrocombustibles se ubican en lugares que ya tenían falta de agua, dejando a las comunidades casi sin medios de vida.
Investigadores del capítulo nigeriano de Amigos de la Tierra concluyeron que el gobierno ni siquiera había consultado a la población local antes de que se adquirieran tierras comunitarias.
África ocupa un lugar importante en el radar de los promotores de los agrocombustibles, y los gobiernos africanos ven en ellos beneficios financieros de enorme potencial para las elites políticas y financieras.
Pero cada vez más investigaciones científicas muestran que los agrocombustibles estimulan la deforestación, la pérdida de biodiversidad y la degradación de suelos, así como la contaminación y el agotamiento del agua, e incluso el cambio climático.
Quienes toman las decisiones deben reconocer esa realidad y el hecho de que los agrocombustibles fomentan la carestía alimentaria, el hambre, las violaciones de derechos agrarios, los conflictos, desplazamientos y abusos.
Que los agrocombustibles han desatado una nueva fiebre por África ya no es noticia. Se acaparan millones de hectáreas sin que nadie se preocupe demasiado por los pobres que probablemente enfrenten desplazamientos, y por el impacto en la agricultura familiar y otros pequeños establecimientos rurales.
La agricultura contribuye con más de la cuarta parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Lamentablemente, el texto de la convención sobre el cambio climático no aclara que la principal culpable es el agronegocio industrial, que depende de fertilizantes químicos y monocultivos, incluso los que se destinan a los agrocombustibles.
Los pequeños agricultores aplican sobre todo técnicas agroecológicas que enfrían al planeta.
Muchos gobiernos, empujados por las empresas, presionan para que las negociaciones climáticas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) apoyen soluciones falsas a la crisis climática, como la adopción de los agrocombustibles y el comercio de las contaminantes emisiones de carbono, en lugar de su reducción.
Por eso nuestro planeta se encamina a un aumento de la temperatura media de más de dos grados y a los efectos catastróficos que la ciencia nos indica traerá aparejado.
Afrontar la crisis climática requiere objetivos obligatorios de reducción de emisiones, aplicados sin el mecanismo de compensación de carbono, que no es más que una cortina de humo para ocultar la contaminación de siempre.
Los objetivos voluntarios de reducción de emisiones, como los incluidos los acuerdos de Copenhague y de Cancún, no son eficaces.
Dejémonos de soluciones falsas. Invirtamos con urgencia en soluciones reales, como reducir el consumo, mejorar la eficiencia energética, virar hacia las energías renovables y limpias y hacia una producción alimentaria local y sostenible.
Mientras las negociaciones de la ONU marchan a paso de tortuga, la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, celebrada en abril de 2010 en Cochabamba, Bolivia, lanzó un avanzado Acuerdo de los Pueblos proponiendo y exigiendo verdaderas respuestas.
por: Nnimmo Bassey es presidente de Amigos de la Tierra Internacional y fundador y director ejecutivo de Environmental Rights Action. Esta columna fue publicada originalmente el 3 de diciembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/2011)