Con diseños del griego Nicholas Georgiadis (1923-2001), ya habían desfilado por la escena del Karl Marx la mayoría de los personajes de Manon, el ballet de Kenneth MacMillan (1929-1992) que estrenara el Royal Ballet en 1974. Corría la última presentación de la compañía en La Habana. Era sábado 18 de julio de 2009.
Pasar inadvertido
Estábamos en el segundo intermedio. Veníamos de la casa, en París, del estudiante Des Grieux (Johan Kobborg, Dinamarca), donde el ingenuo joven y la bella Manon (Alina Cojocaru, Rumania) se habían declarado su amor una vez más.
“¿Nos sentamos?”, le sugerimos al primer bailarín Federico Bonelli. “Gracias, estuve sentado mucho rato”, contestó con donaire. “¡Federico! ¡Federico! “, de continuo lo requerían las admiradoras en pos de su autógrafo. “Un momento”, se defendía.
La escena 2 del acto II había devenido un lío. Irrumpiría en la sala el Señor G.M. (Christopher Saunders, Reino Unido), junto con la policía. Los agentes traerían apresado a Lescaut (Ricardo Cervera, España), el inescrupuloso hermano de la joven cortesana. Manon sería arrestada por prostitución y, en un abuso de poder, el Señor G. M. mataría de un disparo a Lescaut.
“Escribimos sobre la estancia del Royal en Cuba”, le expusimos al bailarín italiano, “y al narrar la función que el miércoles 15 de julio la compañía le dedicó a Alicia Alonso en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana (GTH), relatamos que usted, el “refinado Federico Bonelli”, bailó un pasaje de la variación y el pas de deux de Tema y variaciones (de George Balanchine) con las “dulzuras” del Ballet Nacional de Cuba (BNC) Anette Delgado, primera bailarina, y Yolanda Correa, bailarina principal.” ¿Qué nos puede decir de ese momento?
Habían transcurrido una hora y 40 minutos desde que la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Martin Yates, uno de los más exitosos y versátiles conductores británicos de su generación, dejara escuchar los primeros acordes de la música del compositor francés Jules Massenet (1842-1912).
Bailar con Anette, Yolanda y, en fin, con el BNC, fue una excelente idea —entró en materia Federico—; los bailarines nos sentimos muy bien juntos, como en una familia. Venir a La Habana y bailar separados habría sido una lástima, y más si consideramos la tradición de ballet que tiene la Isla. Aquel fue el homenaje que el Royal Ballet le hizo a Alicia, pero también fue la ocasión para bailar unidos y encontrarnos y reconocernos en la escena, sobre las tablas.
“¡Federico! ¡Federico!”, seguían solicitándolo sus seguidores, de modo que accedió a sentarse entre el público para pasar inadvertido y poder responder nuestras preguntas.
La loca de la casa
Usted bailó poco: lo vimos en Chroma (de Wayne McGregor), durante tres noches, en la sala García Lorca del GTH, y en aquel pasaje de Tema y variaciones.
Me había pasado 6 meses sin bailar, estuve lastimado —reveló—; aún no estoy en plena forma; y bueno, cuando estás acostumbrado a hacer un ballet en tres actos como Manon, entonces Chroma, una pieza de 20 minutos, es algo relativamente fácil.
Chroma, obra del actual coreógrafo residente del Royal Ballet, había iniciado las presentaciones de la compañía en esta capital. La defendieron 10 intérpretes, cuatro mujeres y seis hombres, a saber, la japonesa Yuhui Choe, la italiana Mara Galeazzi, la estadounidense Sarah Lamb, la española Laura Morera, el francés Ludovic Ondiviela, el también estadounidense Eric Underwood, los británicos Paul Kay, Jonathan Watkins y Edward Watson, y el propio Federico Bonelli, todos mezclados en una seductora combinación del estilo clásico de la escuela inglesa y el aire coreográfico contemporáneo. La arquitectura ubica a actores y actrices, bailarines y bailarinas, en un contenedor de luz y movimiento, en un entorno, a decir de su creador, John Pawson, donde el ojo es libre de rastrear los más sutiles cambios, tanto en la musculatura de los cuerpos, como en el color y carácter de la luz.
¿Cuál es su definición personal de la escenografía de Chroma?
Debido a su atmósfera cambiante, se puede interpretar de varias formas —comentó Federico—; es como si los bailarines entráramos, bailáramos, saliéramos y volviésemos a entrar a un box, una caja, un recipiente ubicado fuera de la realidad, pero que es el único lugar donde el baile y el movimiento corporal cobran plenitud. Hay momentos donde bailamos todos juntos, y otros donde formamos dúos, tríos, mas todos con un sentido diferente; van desde la quietud hasta la agresividad; cambian el color y el humor; y no deja de ser danza.
La abertura trasera del box, hace creer que la distancia, dimensión o perspectiva escénica, ora avanza ora retrocede. Es una ilusión óptica, pero no hay tiempo para refutarla. El cerebro, desbocado y fascinado, quiere procesar, de forma simultanea, las lecturas que le ofrecen los 10 cuerpos operantes en el espacio. La reimaginación orquestal, maravillosa y pertinaz, le ayuda, a la mente, a caer en la trampa.
Metidos en un pantano
De todas las obras que interpreta, ¿cuál prefiere?
Sin duda, Manon, donde llevo el personaje del estudiante Des Grieux. No obstante, Tema y variaciones es otro de mis preferidos; lo defino como un verdadero desfile técnico, acompañado de una hermosa música.
No bien terminemos de conversar con Federico, el Carcelero (Gary Avis, Reino Unido) de la colonia penal de Nueva Orleáns, esperará en el puerto a los convictos de Francia. Entre ellos viajará Manon, que ha sido deportada a América, como ya dijimos, por prostituta, pero que es seguida por Des Grieux: el estudiante finge ser su esposo.
Hubiésemos querido que en el homenaje del Royal a Alicia, el desfile técnico de Tema y variaciones hubiese sido más extenso.
Sí, fue un paso a dos muy fácil y escueto —admitió Bonelli—; el público se quedó con ganas. ¡Ojalá que la próxima vez que me presente en Cuba no tenga ninguna lastimadura, esté en plena forma, y pueda bailarlo íntegramente!
El espectador todavía no lo ha visto, pero está en el programa: en la escena 2 del acto III de Manon, el Carcelero, toda vez que ha arrestado a la joven, le ofrecerá todo tipo de prebendas a cambio de que viva con él. En el intento de rescatar a su amada, Des Grieux lo matará.
Así nos pareció discutible —de la gala/homenaje— la defensa que la Giselle australiana Leanne Benjamin hiciera del Albrecht cubano Joel Carreño durante el pas de deux del acto II del famoso ballet.
Es que solo tuvieron un pequeño ensayo en la tarde de ese mismo día —le cubrió las espaldas a su compañera el bailarín italiano—, cuando se conoció que el partenaire anunciado (Johan Kobborg) se había indispuesto. Por eso Joel salió a sustituirlo. Además, ella tampoco tenía puntas (zapatillas): su maleta se perdió, nunca llegó a Cuba; por suerte trajo un par en su equipaje de mano. Fueron varios los detalles que conspiraron. Son situaciones difíciles de prever.
En la escena 3, final, del acto III, Manon y Des Grieux escaparán al pantano de Louisiana. Mientras eluden a sus perseguidores la muchacha se desplomará y morirá en brazos de su enamorado.
Embajadores de buena voluntad
¿Nos veremos de nuevo en La Habana? —nos despedimos de Federico Bonelli.
Si me invitaran, vendría mañana mismo —se entusiasmó el italiano—; aquí se puede aprender mucho; estudié ballet con profesores cubanos, tengo una conexión con Cuba. Espero que el Royal Ballet vuelva; el intercambio sería bueno para todos; para nosotros, los bailarines visitantes, que beberíamos de la escuela cubana; y para el público de la Isla, que apreciaría nuevas corrientes artísticas, distintas a las que ya conoce.
Durante seis minutos seguidos estuvo aplaudiendo el público asistente al Karl Marx el arte del Royal Ballet al término de la segunda y postrera Manon de su gira cubana.
Cientos de personas siguieron el homenaje a Alicia por una pantalla ubicada al pie de la escalinata del Capitolio de La Habana, adonde los bailarines acudieron para saludar al público. ¿Es una práctica habitual en las capitales del mundo?
Al menos se estila en Londres. En la plaza de Trafalgar, en pleno corazón de la urbe, una de estas pantallas suele transmitir en directo las obras que se presentan en la Royal Opera House, Covent Garden. A los bailarines nos transportan hasta allí en un ómnibus. A la gente le gusta comprobar que se trata de una función en vivo.
Ya se apagaban las luces del teatro. “Así como existe una ética” —nos preguntaba el joven párroco Yosvany Carvajal, impresionado por la última función del Royal Ballet en el Karl Marx—, “¿existe una normativa estética?, ¿contamos con ese conjunto de principios y reglas capaces de regular y calificar con exactitud la creación estética, su pulcritud, su grado de belleza? Solemos vivir apegados a un canon ético, mas pocas veces la estética es el objeto de nuestras reflexiones. El hecho de asistir a esta puesta de Manon me hace pensar si acaso igual no podríamos regirnos por normas estéticas: la estética podría salvarnos.”
Bueno, Padre —le respondimos—, algo de eso intuirá Monica Mason, la directora del Royal Ballet que viajó al frente de las presentaciones de la compañía británica en La Habana. Recuerde lo que nos contestó en la conferencia de prensa del hotel Palco, al día siguiente de su llegada a Cuba, cuando le preguntamos si está visita también era una forma de quebrar el bloqueo estadounidense: “Los eventos culturales”, nos dijo, “juegan un rol; somos embajadores de la cultura; las artes nos unen; las personas pueden utilizar las artes; nosotros recurrimos a las artes para expresarnos.” Cuatro fechas después, al presentar el homenaje a Alicia Alonso, reafirmó su certeza: “En el mundo del ballet, todos somos una gran familia: dedicada, apasionada y unida.”
Para colmo, Federico Bonelli nos acababa de decir: “Los bailarines nos sentimos muy bien juntos, como en una familia. Venir a La Habana y bailar separados habría sido una lástima, y más si consideramos la tradición de ballet que tiene la Isla.”
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