La película que motiva estas letras, “El joven Marx”, es una obra desafiante y osada. Trae a esta época un Marx accesible y necesario tanto por su reflexión como por su conducta. Retoma ideas con más de un siglo de vida que no son viejas en lo absoluto: abolir la propiedad como derecho natural; desentrañar el materialismo de los conflictos humanos, comprender el trabajo como fuente primera en la creación de riqueza social y asumir la crítica como método revolucionario emancipador.
La amistad, la familia, el amor y la política atraviesan de lado a lado esta película que atrapa, sensibiliza, mueve el pensamiento, renueva la indignación, coloca a los personajes en su contexto y exige tomar partido sobre aquel pasado tan presente.
“El joven Marx” ofrece contenido revolucionario y amoroso a un tiempo. Nos cuenta la vida de un joven que, sin buscar trascendencias futuras, vivió con pasión sus constantes conflictos. Un hombre consciente de la paradoja de su vida: haber escrito tanto sobre el dinero teniendo tan poco dinero. El joven revolucionario que le confiesa a su amigo entrañable, “necesito escribir, pero también necesito alimentar a mi familia”. El que, a la par de la carencia material, sufrió persecución y enfrentó a las autoridades en cada país que pisaba. Como recuerda Galeano, “este profeta de la transformación del mundo pasó su vida huyendo de la policía y de los acreedores”.
La historia del joven Marx es también, con toda justeza, la de la amistad paradigmática con el joven Engels, quien devino en complemento insustituible para su creación teórica y política, en apoyo a sus contradicciones existenciales y en soporte económico indispensable de la familia ante las dificultades que tuvo Marx para encontrar trabajo remunerado estable.
Jenny fue vital en la historia de Marx. Otra justa afirmación de la película. Mujer crítica, ilustrada, mordaz, consecuente con los ideales que la llevaron a renunciar a sus privilegios y comodidades aristocráticas; quien fuera, a un tiempo, esposa amorosa y amada, sustento en la vida material cotidiana, y compañera de gran calibre intelectual.
El joven filósofo, recreado en casi dos horas de ficción, asumió con vehemencia y certezas la lucha contra los horrores del naciente capitalismo. Comprendió, demostró y criticó las esencias explotadoras de ese sistema. Optó por estar en esa lucha al lado de los trabajadores y las trabajadoras. Testimonió la coherencia entre las ideas esgrimidas y la práctica de vida: interpretó el mundo y se dedicó a transformarlo. Fue más allá y planteó una alternativa: la sociedad comunista.
Este hombre cometió demasiadas transgresiones a lo largo de su vida como para ser perdonado por los usureros de la historia y sus emisarios. No deja de ser un fantasma impertinente que despierta la ira de los poderosos de la tierra. Esos que ante el pavor de perder sus privilegios son capaces, para evitarlo, de los episodios más atroces. Marx, el aguafiestas de los conformistas, el agitador de muchedumbres, el que arenga a favor del poder de los sin poder, es un peligro con el que no han sabido lidiar.
El fardo de mentiras, medias verdades y tergiversaciones vertido sobre él; la refinada, científica e ilustrada crítica que lo niega rotundamente, el intento de reducir sus ideas a la condición de utopía sin porvenir y las culpas endilgadas que no le tocan, se desvanecen ante su verdad diáfana, verificable, radical, punzante e incontestable.
No es por azar o por capricho que Marx regresa una y otra vez. Aún perdura un mundo de injusticias asentadas que debe ser interpretado, criticado y transformado. No es casual que regrese joven, condición desde la que pregunta radicalmente ¿cuál es tu posición política ante la vida?