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Masculinidad y violencia

Se habla de los múltiples costos que la masculinidad hegemónica trae como consecuencia para los hombres. ¿Hasta qué punto pueden considerarse expresiones de violencia? ¿Cómo se manifiesta más comúnmente ese fenómeno?

Julio César González Pagés: Desde mi visión, la masculinidad hegemónica es altamente negativa para la interrelación de los hombres en su vida cotidiana, ya que por un lado exagera la importancia de competir con los otros hombres y disminuye cualquier expresión de sentimientos o emociones; lo cual está asociado al mundo de lo femenino, del que hay que diferenciarse, claramente, para que no quede la menor duda de la virilidad de un varón.

Esta concepción de la masculinidad se sustenta en el patriarcado, que ha proporcionada la base para la construcción de hombres y mujeres desde posiciones antagónicas. El papel de fuerte, asignado al hombre, genera muchas formas de violencia hacia nosotros mismos, lo que se manifiesta en nuestras actitudes.

El hombre, desde niño, va creciendo en una sociedad que cada vez le otorga más responsabilidades y a la vez más poder, y cuando llega el momento de tener una relación de pareja, lo “normal” es que sea él quien decida, ya que desde pequeño se le ha enseñado que los hombres son los que mandan y que las mujeres deben obedecer. Es en este punto donde surge el problema de la violencia doméstica; cuando el hombre lleva al máximo extremo su ejercicio del poder en la relación; es decir, cuando utiliza la violencia física y psicológica para imponerlo.

En Cuba tenemos muchas de las manifestaciones de la llamada triada de la violencia. Los hombres ejercemos con frecuencia violencia contra las mujeres, contra otros hombres y sobre nosotros mismos. Aunque tenemos un sistema social y político que condena el fenómeno, no escapamos de estos códigos.

Maité Díaz Álvarez: Ser hombre se asume como una condición importante en la sociedad y supone privilegios que están sustentados en variados costos personales y sociales.

Estos costos, que pasan por moldes rígidos que la sociedad les impone a los varones y de donde no debe salirse —pues ello los conduce a una censura permanente— violentan, ante todo, la individualidad del varón porque, en algunos casos, tienen que incorporar características que no comparten y reprimir los rasgos que se desvían de este modelo establecido.

Muchas de las construcciones culturales de la masculinidad han apelado a la violencia, a la fuerza, a la agresividad, como distintivo de su condición. Sin embargo, decir que los hombres son los principales responsables de la violencia es dar una imagen excesivamente simple y parcial de la situación. La violencia proviene, básicamente, de factores educativos y sociales que se escapan al control del hombre como individuo y obliga la consideración de elementos culturales, políticos, económicos, históricos de cualquier sociedad.

La asociación de esta condición social con la masculinidad y con lo que significa un “hombre de verdad” es lo que ha hecho etiquetar la violencia como atributo inherente al hombre.

Tradicionalmente, la masculinidad se asocia a machismo, fuerza y violencia. Pero si bien en la literatura de las sociedades patriarcales (entre las que se incluye la nuestra) el paradigma válido suele ser el hombre predominantemente blanco, de clase media, heterosexual, citadino y solvente; económicamente no podemos hablar de una masculinidad monolítica, homogénea y hegemónica, pues esta adopta matices y particularidades derivadas de factores de diferentes variables socioculturales como la raza, la etnia, la clase social, la preferencia sexual, la edad, los mandatos generacionales, los eventos situacionales, entre otros; que se manifiestan de forma singular marcando una gran diversidad.

Estas razones hablan de una pluralidad en las formas de expresar y vivir la realidad de ser y hacerse hombres.

Alberto Roque Guerra: El complejo proceso de construcción de la masculinidad conlleva un alto costo para la salud física y psicológica de la persona. Como constructo social, se asocia desde edades muy tempranas a manifestaciones de violencia. Este aprendizaje comienza en el seno de la propia familia y se acentúa en las escuelas. Ser viril se asocia con ser violento, fuerte, belicoso, tanto en el lenguaje como en la acción.

Ser varón pareciera ser una ventaja desde las relaciones de poder que se establecen con las mujeres, y con todos aquellos “no tan viriles”. Sin embargo, la construcción de una masculinidad hegemónica implica cumplir a cabalidad con una rígida norma socialmente impuesta. No mostrar sensibilidad, emociones; no llorar, vestirse y gesticular de determinada forma son solo algunos de los “parámetros” socialmente normados.

Más aún, algunas investigaciones han abordado el efecto sobre la salud física y la construcción de la masculinidad. Los niños y las niñas mueren más o menos con igual frecuencia desde el nacimiento hasta los cinco años de edad. A partir de esta edad, la mortalidad de los niños comienza a ser mayor que la de las niñas a expensas, sobre todo, de lesiones traumáticas y accidentes secundarios a su comportamiento. Resulta llamativo que la autoconciencia de pertenecer a un género determinado (identidad de género) comienza alrededor de esta edad. En la adultez, el comportamiento de la mortalidad limita la supervivencia de los hombres respecto a las mujeres y esto se explica también por el mayor autocuidado que las mujeres expresan por su salud.

En mi experiencia profesional como médico, las mujeres predominan sobre los hombres en las consultas por enfermedades crónicas no transmisibles. Resulta gráfico que los hombres asistan acompañados por sus esposas o familiares mujeres y, en ocasiones, son ellas las que asumen el papel de describir los síntomas de ellos.

Desde sus especializaciones diversas, ¿hacia dónde deberían encaminarse los pasos de las investigaciones y el trabajo posterior?

JCGP: Se debiera trabajar más desde la cultura y la educación, de donde se derivan muchos de los prejuicios del sistema patriarcal, que rige de forma global, y del cual Cuba no escapa. También los hombres pudieran ser más militantes de las campañas contra la violencia y en favor de una cultura de paz.

MDA
: Por una parte, creo que el ámbito comunitario tiene un campo de estudio e intervención de sumo interés en nuestra realidad. Desde mi experiencia reciente en los Talleres de Transformación Integral de los Barrios (TTIB) he podido percatarme de que es posible crear importantes espacios de investigación y trabajo con grupos de hombres.

La realidad de sus vidas, sus historias personales, vivencias y experiencias, tanto en el ámbito privado como en el público, afloran de manera muy interesante durante los encuentros grupales y entonces, al tiempo que las conocemos y podemos sistematizarlas como reportes científicos, nos facilita además pensar en el mejor diseño de intervención para contribuir efectivamente al desarrollo de ese proceso de hacerse, ser y desarrollarse como hombres. Abordar temas de violencia es uno de los aspectos que favorece este trabajo, por ser un ícono del proceso de ser hombres.

ARG: Debería abrirse el diapasón de las investigaciones de género sobre masculinidades en nuestra realidad social. Las investigaciones deberían cubrir la relación entre masculinidades con la violencia doméstica, trabajo sexual masculino, marginalidad, la población penal y la diversidad sexual. En esta última interesaría su interacción con otras identidades de género.

¿Cuáles serían las trabas más importantes para el trabajo?

JCGP: Las trabas más importantes están en el inmovilismo para buscar soluciones a problemas que pueden resolverse desde una educación para la paz. No podemos seguir permitiendo que nuestra cultura siga trasmitiendo valores bélicos, que no respeten la diversidad humana, y que haga énfasis en la burla de la diferencia. Nuestra educación debe hacer más énfasis en el respeto entre hombres y mujeres.

MDA: A mi modo de ver, las principales trabas para el trabajo con hombres están en dos aspectos fundamentales. Por una parte, la ausencia de una estructura o mecanismo que permita agrupar, sistematizar e integrar toda la producción científica cubana en materia de investigación, e incluso de intervención, y diseñar una estrategia de acción que permita devolver una determinada influencia en nuestros hombres.

Creo que Cuba tiene resultados importantes y valiosísimos en este campo de estudio, pero precisa de la construcción de un aparato conceptual que, incluso, permita decir cómo trabajar este proceso de ser hombres con los distintos públicos, pues está claro que no construyen ni viven igual ese proceso los jóvenes que los adultos; los campesinos que los citadinos; los militares que los civiles; los científicos que los hombres comunes o subculturalizados; los que tienen una holgura económica respecto a los que no; los heterosexuales que los no heterosexuales; y así podríamos seguir construyendo díadas.

Lo segundo es que el trabajo con hombres requiere de una especialización; cualquiera no puede hacerlo. Trabajar con hombres no es pararse frente a un grupo y decir que eso de no poder llorar o tener que ser fuerte hay que cambiarlo. Es algo más. Para hacer un trabajo serio con hombres se requiere, por una parte, de un conocimiento (al menos elemental) de la teoría de género, del feminismo y la historia y desarrollo de los estudios sobre hombres y masculinidades, pero también del dominio de destrezas y metodologías que permitan lograr una sensibilización, una autoconciencia y resortes de convencimiento para el cambio. O si no para el cambio, al menos para darle, herramientas que les permitan aprender a vivir de una manera más saludable, equilibrada, coherente, la experiencia de ser hombres.

Creo que no siempre hay que cambiar a las personas bajo el supuesto de que los mandatos de la masculinidad son opresivos e invasivos, creo que hay que mostrar opciones, demostrarles la inviabilidad de tener que ser siempre fuertes, homofóbicos, violentos, duros y desvalidos emocionales.

ARG: No me dedico de lleno a los estudios de género, pero percibo una fuerte resistencia social e institucional a debatir sobre masculinidades y heteronormatividad. También se requiere de la disponibilidad de recursos financieros que permitan realizar investigaciones serias y abarcadoras sobre esta problemática.

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