Inicio Resumen Semanal No. 18-2012 Mensaje de Resurrección

Mensaje de Resurrección

Amós López

En el Evangelio de Juan, capítulo 20, encontramos uno de los relatos de la resurrección de Jesús. Allí se afirma que el discípulo a quién Jesús amaba llegó a la tumba del Maestro y al ver solo los lienzos y el sudario que cubrían el cuerpo del crucificado, creyó, “pues aún no habían entendido las Escrituras”.

De esto se trata la resurrección, de un acontecimiento que solo puede ser aprehendido por la fe y solo después, comprendido por la razón para, finalmente, convertirse en acción y horizonte de vida. El aspecto racional en relación a la resurrección apunta hacia una nueva lectura de las Escrituras, descubriendo en los textos sagrados de qué modo ellos hablan de Jesús, aquel que había de venir, anunciar el reino de Dios, morir en una cruz y resucitar al tercer día.

La resurrección es parte de un proceso que irrumpe en la vida y en la historia humanas, trayendo cambios y aperturas insospechadas. Leyendo los relatos evangélicos sobre la pasión y resurrección de Jesús podemos identificar un antes y un después en torno a este evento. Se trata de un pasaje (pascua) desde una situación de muerte hacia una situación de vida. Las discípulas y los discípulos de Jesús experimentan su propio pasaje del dolor al consuelo, de la tristeza a la alegría, de la frustración y el desaliento a la esperanza y la puesta en marcha de la vida y misión de las comunidades del Resucitado.

Entre la cruz y la resurrección imperan el miedo, la decepción y la desesperanza. Los discípulos que van a la aldea de Emaús comentan al extraño que camina con ellos acerca de los últimos eventos en Jerusalén. Estos discípulos esperaban que Jesús redimiera a Israel, habían alimentado sueños y proyectos de vida en su caminar junto al Nazareno. Pero ahora la realidad de la muerte los embarga; todo había terminado.
El resto de los discípulos en Jerusalén estaban reunidos, pero a escondidas, a puertas cerradas; por miedo a los judíos. Temían represalias, estaban desorientados, el presente y el futuro eran inciertos.

Cuando vivimos situaciones parecidas también “cerramos las puertas” y nos concentramos en la frustración, el dolor, el desencanto, la falta de fuerzas y de visión. ¿Cuántas veces algún proyecto de vida, de iglesia o de sociedad se ha malogrado, no resultando ser lo que esperábamos? ¿Cuántas veces hemos sentido miedo ante los peligros que entraña ser consecuentes con nuestras propias convicciones y decisiones?

Este “antes”, este tiempo entre la cruz y la resurrección, nos recuerda con mucha fuerza el tiempo presente en que vivimos. Deseamos la paz y seguimos sufriendo el duro golpe de los actos violentos. Deseamos bienestar, pero no todos tienen acceso a las condiciones mínimas para una vida digna. Y en los últimos días, nos preocupan en gran manera las predicciones en cuanto a un nuevo período de escasez para nuestra nación cuyos síntomas, poco a poco, ya los venimos sintiendo. ¿Qué significa entonces celebrar, proclamar y vivir la resurrección en este contexto, en el aquí y el ahora de nuestra historia?

Según los evangelios, después de la resurrección las mujeres que fueron al sepulcro recordaron las palabras que Jesús les había dicho sobre su muerte y resurrección. En Emaús, los discípulos comparten la mesa con el extraño que caminaba junto a ellos, y cuando aquel toma el pan en sus manos y lo parte, ellos reconocen al Resucitado.
Entonces regresan a Jerusalén para comunicar la buena noticia al resto de la comunidad. Los que estaban escondidos, a puertas cerradas, reciben la sorpresiva visita del Resucitado quien, parado en medio de ellos, les brinda su espíritu, su paz y los envía al mundo del mismo modo que Dios lo había enviado a él.

Llama la atención en los relatos de la resurrección la recurrencia de la siguiente imagen: “entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron” (en el caso de los discípulos de Emaús), “entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras” (en el caso de quienes estaban reunidos en Jerusalén). A estas expresiones podemos añadir la siguiente: las puertas cerradas no impidieron que el Resucitado entrara y se pusiera en medio de ellos. La resurrección es una experiencia de apertura: ojos, mentes y puertas son abiertos para que podamos ver, comprender y actuar, enfrentando con nuevas fuerzas la realidad que nos espera, una realidad que no deja de ser desafiante pero que se vuelve, una vez más, el escenario donde Dios actúa y provoca transformaciones.

Hoy, como en aquel domingo de resurrección, es necesario que, como las mujeres discípulas, recordemos. Recordar es “volver a pasar por el corazón”. Recordar las palabras y acciones de Jesús es lo que hacemos cada domingo en nuestro culto. Por eso cada culto cristiano es proclamación de la resurrección de Jesús. Este recuerdo permanente en el acto del culto y de la enseñanza nos prepara para servir, predicar el reino de Dios y dar testimonio de nuestra fe en el Cristo Resucitado.

En nuestros días, con frecuencia, olvidamos que la misión de Jesús es servir y no ser servidos; comprender y acompañar, y no condenar; olvidamos que Dios no es propiedad privada del cristianismo sino que “en cualquier nación acepta a los que lo reverencian y hacen lo bueno” (Hch 10, 35).

La apertura de la mente, del corazón y de los ojos hace posible comprender, sentir y mirar el mundo desde otra perspectiva: la de la resurrección. El Espíritu que crea y recrea la vida nos ayuda a tener una nueva visión de la realidad. Aunque nos domine el miedo, la incertidumbre, la desesperanza, Dios sigue actuando en nuestra historia abriendo nuevos caminos, trayendo nuevas posibilidades, rehaciendo la esperanza, caminando a nuestro lado para que no perdamos el rumbo, el cariño, el sentido; para seguir abriendo puertas, venciendo los miedos, anunciando la paz.

Resucitar, finalmente, es levantarnos y caminar por nuestros propios pies inspirados por la visión del Reino de Dios y guiados por la fuerza y el amor de su Espíritu. La vida y la misión de la iglesia comienzan una vez que Jesús deja de estar físicamente presente, para que así su enseñanza y su ejemplo se prolonguen en nuestras palabras, en nuestra conducta. Solo por la fe podremos vivir como pueblo resucitado.

21 de abril de 2019

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