Alicia y Edda son dos mujeres desconocidas. Sus historias no cuentan para las pasarelas de los concursos de top models ni sus rostros aparecen en las portadas de las revistas femeninas o en las pantallas de espacios publicitarios de televisión. Sus historias son duras, estremecedoras, sacuden el alma cuando una las escucha.
Mientras nos agrupábamos en círculo en una improvisada aula de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en Quito, Ecuador, donde tuvo lugar el taller Migración, trabajo doméstico y violencia de género, dentro del Foro Social Mundial de Migraciones, recordé a las miles de mujeres asesinadas de Ciudad Juárez, México, a las tailandesas que son forzadas a vender sus cuerpos, a las colombianas, dominicanas que trabajan como verdaderas esclavas en países europeos, la mayoría indocumentadas y pobres, a las indígenas y campesinas que están emigrando cada vez más frecuentemente para las grandes ciudades dentro de sus mismos países y a las congolesas que ahora mismo viven en situación de conflicto. Justamente en ese país africano, la Marcha Mundial de Mujeres cerrará este 17 de octubre su jornada mundial.
No sé porqué extraña coincidencia recordé -mientras escuchaba hablar a mujeres de Ecuador, Costa Rica, Argentina, Colombia, España, Guatemala a la escritora cubana Dulce María Loynaz, Premio Nobel de Literatura, cuando decía que “la mujer debe ver más allá del mundo circundante, y más adentro en el mundo interior, pero no detenerse allí sino saber hacer ver a los demás lo que se ha visto”.
Mujeres en círculo fueron desgranando sus memorias de dolor y de esperanza, compartiéndolas como pan trozado que pasa de mano en mano. El teatro de la liberación fue la metodología empleada por las organizadoras del taller. Y no hubo mejor manera que los trabajos en grupos para que salieran a flote las vivencias cuajadas de sensaciones y colores, de matices y perspectivas diversas como es el universo femenino.
La idea era partir de una construcción colectiva y devolver las realidades mediante el lenguaje del teatro espontáneo, que libera a las personas y sirvie para conocer una problemática, dialogar sobre ella de modo horizontal y abierto; pero también para encontrar alternativas y soluciones.
Rápidamente el escenario cambió y las mujeres se agruparon en cuatro grupos para analizar los temas: violencia sexual en espacios de trabajo doméstico, trabajo doméstico y trata de mujeres, migración nacional e internacional y su relación con el trabajo doméstico y organización social del trabajo doméstico, soluciones para visilizar sus aportes sociales y económicos.
Más allá del escenario
Cada quien a su esquina, cada quien a liberar sus experiencias para ser contadas y compartidas. Y luego, el escenario imaginario del telón que se sube y aparecen estampas representadas de abusos, rupturas y pérdidas de identidades, migraciones forzadas, violencias, descubrimientos de orígenes, recomposición de espacios físicos, geográficos, culturales y emocionales, memoria de cuerpos que hablan de dolor pero tambien de esperanza y lucha organizada por hacer valer sus derechos.
El impacto de la migración como experiencia laboral sobre la condición de la mujer, lleva a la necesidad de examinar las consecuencias globales del proceso migratorio sobre esta condición. Una atenta mirada nos coloca más allá de una simple posición de observación. Existen innumerables declaraciones y recomendaciones sobre la necesidad de proteger a las migrantes y se ha forjado una agenda global en su favor, inseparable de aquella más amplia que persigue establecer relaciones de género más equitativas.
Específicamente, respecto a las mujeres migrantes y los mecanismos internacionales de protección y promoción de sus derechos humanos, los principales son la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, de 1979), el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (El Cairo, 1994) y la Plataforma de Acción de la IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing, 1995), propuestos por las Naciones Unidas.
Pero qué hacer cuando ese cuerpo de leyes y convenios internacionales cae en un saco sin fondo. La respuesta podría ser organizar sujetos, sujetos en movimiento. En este caso particular, empoderar a las mujeres de sus posibilidades reales como sujetos de cambio por una ciudadanía universal que no sólo las proteja sino que ellas mismas sean capaces de transformarse y transformar sus realidades.
Datos que hablan por sí solos
Según ISIS Internacional (Servicio Femenino Internacional de Información y de Comunicación) (1998), las redes de trata de mujeres están especialmente activas en Suriname, donde se concentra y distribuye un alto número de brasileñas, dominicanas y colombianas que ejercen la prostitución. La trata de personas está también presente en las zonas fronterizas de países sudamericanos y centroamericanos con destino a los Estados Unidos y Canadá.
La otra cara de la trata de mujeres es la presencia de un alto contingente de latinoamericanas y caribeñas en países de Europa. Se señala que este fenómeno no puede ser analizado fuera del contexto migratorio y que las mujeres que caen en las redes de los tratantes generalmente han sido contratadas para el servicio doméstico, matrimonios acordados y prostitución.
El único documento internacional vigente relacionado con la trata es el Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena, que data de 1949; tiene la limitación de remitir la definición de trata de mujeres a aquella que ocurre con fines de prostitución, excluyendo a un gran número de víctimas de otras formas de explotación; además, no tiene un enfoque basado en los derechos humanos. Entonces, cabría preguntarse si el cambio vendrá por aprobar más leyes o por concebir aquellas dentro del marco de políticas nacionales e internacionales que tengan en cuenta real y democráticamente a las mujeres como sujetos y no como objetos.
La relación entre migración femenina y vulnerabilidad tiene muchas fuentes: el racismo, la xenofobia, la violencia y la trata de personas, la baja escolaridad y los salarios inferiores a los mínimos establecidos, el trabajo forzado y las peligrosas condiciones de vida, la falta de acceso a servicios sociales básicos, entre otros, que se agudizan con las inequidades de género.
Las mujeres, en general se insertan en el mercado laboral en condiciones más precarias, en comparación con los varones: ganan menos, sus empleos son más precarios , sobre todo en el llamado sector no formal de la economía, tienen trayectorias laborales más interrumpidas, menor acceso a los sistemas de seguridad social, mayores niveles de desempleo y subempleo, trabajan en peores condiciones con respecto a la seguridad y la salud ocupacional y tienen que equilibrar continuamente su trabajo remunerado con sus responsabilidades familiares.
Pero quién o quiénes generan estos desequilibrios. Está claro que no son las y los migrantes. Sabemos que es el modelo patriarcal, depredador y capitalista impuesto por la corporaciones que pretenden controlar la vida de los seres humanos. Pero hasta cuándo.
Ellas vuelven al retablo, pero esta vez al de la verdadera vida. Tienen conciencia de que no es un camino fáicl pero tampoco imposible. El reconocerse en sus historias propias y en la de las demás las hace crecer, les da confianza y ánimo para seguir cambiando el mundo y para reconstruirse como ciudadanas migrantes con voces propias.
- Tags
- Article