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Mirando una carta de Frank. Entrevista a Ruth Gainza que conoció al líder revolucionario cubano Frank País García

Presumiblemente es de día. Un día de 1952. El sol ha salido más temprano que de costumbre. Una muchacha trigueña, alta, con el pelo recogido camina por las calles de Santiago de Cuba. La acompaña una amiga que ha viajado con ella desde Sagua de Tánamo. La muchacha lo recorre todo con la mirada: las gentes, las calles empinadas por donde corren las bandadas de niños, los pregoneros, los autos que vienen y van, las tiendas y mercados, las casas y los parques, cubiertos de grandes árboles, donde se refugian las parejas de enamorados que huyen del agobiante calor en busca de la sombra de los frondosos laureles. Ella tiene apenas 15 años y unos ojos curiosos, llenos de emoción y asombro. Es la primera vez que viene a Santiago.
Pero Santiago es otra ciudad. Ni siquiera el terremoto, que en 1932 casi la redujo a escombros, puede compararse con la sensación de desamparo y brutal represión que vive y sufre su pueblo. Y a pesar del terror, muchachas y muchachos empiezan a organizar la protesta popular y ciudadana para hacer frente a los que quieren hundir en el oprobio y la indignidad a la patria.

Conocí a Frank País García en la Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba, ubicada en las calles Carnicería y Enramadas. Una amiga mía, la hermana Flora Terrero me lo presentó. Fue una linda noche en la que entrecruzamos sentimientos y esperanzas. Después del culto nos llevó a su casa y nos presentó a doña Rosario, su mamá, que nos preparó limonada. Él se dirigió al piano e interpretó para mí Habanera tú. Cierro los ojos y lo veo, y escucho aquella melodía como si estuviera sucediendo en este mismo instante.
Mi nombre es Ruth Gaínza Fonseca. Nací en 1937, en una finca de Sagua de Tánamo, Holguín, en lo que luego fue el Segundo Frente Oriental Frank País. Soy de origen bautista. Mis padres eran campesinos y cristianos (esa fue una de las cosas que nos identificó mucho a Frank y a mí: el hecho de ser bautistas).
Frank era una persona tierna, tenía una mirada muy profunda, era muy curioso en el sentido intelectual, le gustaba conocerlo todo. Le conté que vivía en el campo, monte adentro y se interesó por saber cómo vivían los campesinos, qué dificultades teníamos, cómo era nuestra situación, incluso cómo se hacían los cultos. Por cierto, esa noche, mientras bajaba las escaleras de la casa pastoral, se me viró un pie y se me partió el tacón del zapato. Frank, como siempre muy amable, me pidió el zapato y con un mortero me lo arregló. Fuimos al parque Céspedes a conversar un rato. En aquella época los jóvenes acostumbraban a reunirse en los parques de pueblo.
Me dijo que antes de regresar a Sagua, iríamos al Morro. Y así fue. Le había contado que era la primera vez que visitaba Santiago, que era una campesina de pura tinta. Y él se reía y me volvía a preguntar cosas del campo. En el Morro nos tomamos varias fotografías y merendamos en una cafetería cercana. Yo iba con mi amiga Flora y su novio. Pedimos unos refrescos y chicharritas de plátano. Recuerdo que para hacer una maldad, escondí el plato de chicharritas debajo de la mesa y cuando Frank fue a cogerlo se quedó con las manos vacías y todos nos reímos. Hubo un momento en que nos detuvimos a mirar el mar. Entonces Frank me dijo: “Si pudiéramos irnos juntos en una de esas lanchas de recreo, tendríamos una linda experiencia”. Y mientras lo decía me miraba con mucha ternura. Esa mirada suya nunca la he podido olvidar.
Con el tiempo fuimos fomentando una amistad mediante las cartas que yo le escribía y las que él me enviaba.
En una de aquellas cartas me pregunta cómo era el sitio donde yo vivía, qué condiciones teníamos allí, si estaba apartado de la carretera. Incluso, me llega a decir que iba a ir a mi casa. Luego supe por un compañero suyo que estaba preso. Escondí todas sus cartas y fotografías. Ya Frank estaba conspirando y era demasiado peligroso.
Unos meses antes de su muerte, en mi casa, en la finca, ya había compañeros escondidos. Muchachos que venían de la ciudad, pasaban por allí y luego seguían camino a la Sierra Maestra.
¿Qué sintió cuando supo que habían asesinado a Frank?
Para mi fue un impacto muy grande porque ya sabía en lo que él andaba y los peligros que corría. Fue difícil. No recuerdo si a raíz de eso o unos días después en mi casa se produce un combate. Mi mamá empezó a contar los camiones del ejército que pasaban por el frente de casa. Ya iba por veinte. Se puso muy nerviosa. Entonces decidimos enviar un aviso para pedir refuerzos pues el capitán Sosa Blanco ya había comenzado a incendiar casas, a matar campesinos en la zona. Llamé a mi sobrino para que avisara a los rebeldes. Cuando llegó el refuerzo, comenzó el tiroteo. Fue un momento duro porque no había preparación para enfrentar aquello. Empecé a romper sábanas para auxiliar a los heridos.
Hábleme sobre Frank como cristiano. Era muy recto de carácter, muy responsable pero a la vez muy tierno, dulce. ¿Como influyó en su personalidad, en su carácter el hecho de ser cristiano, bautista en este caso?
En una de las últimas cartas que me envía, me dice que está preso. Le repondo: “Procura con diligencia presentarte a Dios como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra verdad”. Y él me dice: “La mujer aprende en silencio como conviene porque no permito que la mujer tenga autoridad. Mas se salvará engendrando hijos”. Fíjate qué curioso. En su respuesta alude o parafrasea una cita bíblica. Recuerdo que mi hermano me contaba que en los Colegios de El Cristo los varones acostumbraban a tomar frases e incluso estrofas completas de los himnos cristianos para enamorar a las muchachitas. Claro, no puedo decir que entre Frank y yo existió un sentimiento amoroso. Si digo eso te engaño. Lo que nos unió fue una atracción, una empatía, un sentimiento compartido que tenía que ver con nuestro origen social: ambos procedíamos de familias humildes: él, de la ciudad; yo, del campo; lo que hubo fue una identificación espiritual por causa de nuestra fe, por ser ambos bautistas.
¿Frank tenía una vida de iglesia, es decir, asistía a los cultos?
Sí, como no. Incluso me contaba la formación que había recibido de sus padres que eran cristianos.
El reverendo Francisco País Pesqueira nació en Marín, ciudad gallega del noroeste de España, el 25 de mayo de 1862. Su primer trabajo fue como zapatero, luego trabajó en una peletería. Según cuenta su hija Sara en su libro Instrumento escogido, publicado en Cuba en 1959, a su padre le gustaba mucho la música; tocó varios instrumentos, entre ellos el cornetín, el bombardino y el órgano. Fue el primer converso y el primer bautizado en la iglesia de Marín, provincia de Pontevedra, siguiéndole más tarde sus padres y otros miembros de su familia. Fue pastor de la Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba. También ofició en Alto Songo, hoy Songo La Maya, El Caney y otros sitios cercanos a la ciudad de Santiago.
Por mi parte, le contaba los trabajos que pasábamos en el campo para ir a la iglesia, para asistir a los cultos. Imagínate que muchas veces teníamos que pasar arroyos grandes o alumbrarnos con mechones. Para las clases nocturnas encendíamos una penca de guano para tener claridad. En el campo no era igual que en la ciudad. Esos relatos le llamaban la atención y lo motivaban. Él me decía que ser cristiano en la situación que vivía el país no era fácil; que un verdadero cristiano no podía aceptar los abusos, crímenes y la violencia tranquilamente. Incluso, en nuestra primera charla, él me contó el impacto que le había causado la muerte de Rubén Batista. Imagino que la situación de desesperanza, la violencia, los asesinatos y las desigualdades tan profundas que existían en la sociedad, le hicieron madurar de manera muy rápida. Creo que en él se produce un crecimiento como cristiano y como persona sobre todo después del golpe de Estado de Batista. Los valores que estaban en él, como resultado de su formación cristiana, comenzaron a chocar con la realidad de violencia y desesperanza que vivía el país. Es decir, esos valores de justicia, de amor al prójimo, de sufrir los males y las penurias del otro, comenzaron a tener verdadero sentido para Frank cuando descubre la falsedad, los crímenes y las injusticias que se cometían; entonces comprende la necesidad de transformar aquella situación.
Muchas personas que lo conocieron, entre ellas Vilma Espín, dicen que era un hombre a quien le gustaba mucho meditar…
Es cierto. Muchas veces se quedaba pensando antes de decirte algo. Se quedaba como con las palabras retenidas. Él te quería decir algo, pero de pronto se quedaba así, pensando, pensando y movía la cabeza una y otra vez. Son cosas que ahora recuerdo que fueron muy lindas y a vez muy tiernas.
Dicen que le gustaba el dibujo, la música y tenía preferencia por la obra de Martí…
Le encantaba tocar el piano y cantar en el coro de la iglesia. Recuerdo que en una de mis cartas le mandé un dibujo de mi casa, que estaba en una loma y desde ahí se veía el mar… Imagínate era un dibujo un poco torpe pero a él le gustó mucho. Nuestra amistad fue creciendo. Y continuamos el cruce de cartas. Luego supe que tenía novia. Era Elia Frómeta.

Después de la muerte de Frank, se involucra usted y su familia en la lucha, ¿cómo se produce esto?
Mi casa se convierte en capitanía, y la de mi tío Fulgencio Fonseca, en hospital. Incluso antes de que asesinaran a Frank ya en mi casa había rebeldes. En la finca de mi papá estaba el cementerio. Cuando se produce el combate que te conté antes, la familia se fue a vivir a distintos lugares: vallas de gallos y otros sitios…
¿Qué significó haber conocido a Frank, qué huellas dejó en usted?
Fue una apertura a mi pensamiento, a mi sensibilidad. La breve pero intensa amistad que me unió a Frank me enseñó muchas cosas. Una de ellas es que ni él ni yo negamos nunca nuestra fe. Te digo más, si Frank viviera ahora, tampoco hubiera negado su vocación cristiana. Siempre pensé que negar mi fe, negar el Evangelio, era como negarme a mí misma, traicionarme. Para mí evangelio y revolución siempre estuvieron unidos. Al principio de la Revolución, trabajé en el Estado Mayor del Ejército y en las navidades cantaba himnos cristianos y villancicos. Y también estuve un tiempo en el Hospital Militar. Mira tú qué cosas, recuerdo que había un compañero, que era músico de la sinfónica y, muchas veces, en la sala de anatomía patológica del hospital nos poníamos a cantar himnos cristianos.
Haber conocido a Frank —en realidad lo conocí más por sus cartas—, es un orgullo y un aprendizaje, algo hermoso que guardaré siempre en mi memoria. En una de aquellas cartas, me detalla los sucesos ocurridos cuando el ataque al cuartel Moncada. En ella me expresaba sus verdaderos principios cristianos. Unos meses antes, recibí otra misiva en la cual incluía esta cita bíblica:
Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades […]. Por tanto, todo lo soporto por amor a los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna. 2 Tim 2: 8-10.
Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades […]. Por tanto, todo lo soporto por amor a los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna. 2 Tim 2: 8-10.

Julio de 2007. Acompañadas por Zoraida González, la subdirectora del Museo de la Revolución, antiguo Palacio Presidencial, subimos las escaleras. Han transcurrido más de veinte años desde aquel día en que Ruth Gainza descubrió que una carta de Frank, dirigida a ella, estaba expuesta en el salón de los moncadistas.
Ruth me toma la mano y siento su estremecimiento. Atravesamos la puerta del salón. El sol reverbera. “Hay demasiada luz”, me dice nerviosa, visiblemente conmovida. Se acerca a la vitrina. Sus ojos se detienen en la carta, fechada el 29 de julio de 1953 con el membrete de la Asociación de Alumnos de la Escuela Normal de Oriente. Curso 1952-1953. “Es su letra, la letra de Frank”. Me aparto para tomar una foto. Ruth regresa nuevamente a Santiago y la memoria vuelve a despertar los recuerdos dormidos. El culto en la iglesia, el paseo por el Morro. Todo regresa como en una película. Los ojos de Frank. Cuánta ternura en la mirada de aquel muchacho taciturno que supo poner al lado de su corazón la Biblia y la pistola.

Fragmento de la carta de Frank a Ruth Gainza. 29 de Julio de 1953.
[…] a mí me da una rabia y un sentimiento y te digo que esa mañana salí con un grupo buscando armas y te digo que si las hubiera encontrado a estas horas estaría yo también peleando con ellos. Me da muchísimo dolor que los estén asesinando así y yo con los brazos cruzados, viviendo cómodo en mi casa, es como para desesperar a cualquiera…

Frank Isaac País García nace el 7 de diciembre de 1934 en Santiago de Cuba. Su padre, Francisco País Pesqueira, de origen español, pastor de la Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba, muere cuando el niño tiene cinco años. De su madre, Rosario García, también española, recibe Frank y sus dos hermanos, Agustín y Josué, una recta educación sustentada por el amor, el respeto y la necesidad de compartir responsabilidades.
Se distinguió por su sentido de la justicia, la disciplina y el amor al prójimo. Además de la Biblia, era un ferviente lector de toda la obra de Martí, en especial, de la revista ilustrada La Edad de Oro que recomendaba a sus alumnos del colegio “El Salvador”. Le gustaba la música, la poesía, cantar y dibujar. Aunque quiso estudiar arquitectura, la vocación de maestro se impuso. Ingresó en la Escuela Normal para Maestros de Oriente. Su quehacer revolucionario a través de varias organizaciones lo convirtieron desde muy joven en una figura de prominencia dentro del movimiento revolucionario. El 10 de marzo de 1952, con el golpe de Estado de Batista, comienza su etapa de madurez revolucionaria. Milita en varias organizaciones hasta que integra el M 26-7, dentro del cual ocupó la responsabilidad de jefe nacional de Acción y Sabotaje. Muere asesinado el 30 de julio de 1957 en su natal Santiago. De él diría el Che: “fue uno de esos hombres que se imponen en la primera entrevista; sus ojos mostraban enseguida al hombre poseído por una causa, con fe en la misma; y además, que ese hombre era un ser superior. Hoy se le llama “el inolvidable Frank”. Para mí, que lo vi una sola vez, es así”.

Agradecimientos: Elizabet Rodríguez y Alain Gutiérrez, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau; José Andrés Pérez, Zoraida González, Adela Hernández y José A. Viera, del Museo de la Revolución.

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