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Mujeres en el púlpito

Patricia Grogg

Pero ser mujer, joven y negra triplicó el reto de romper normas hechas por hombres y para hombres, reconoció a IPS.

“Una tiene que estar constantemente demostrando capacidades y aptitudes, que puedes hacerlo bien, que sirves. Es duro”, explicó. Con 35 años y cinco desde su ordenación pastoral, Samá tiene la certeza de que el camino escogido es el correcto, por encima de sinsabores y dificultades.

La perseverancia, dijo, es la clave.“No me rendí, hubo momentos en que tuve que trabajar en tres iglesias al mismo tiempo, en condiciones muy difíciles, pero a más complicaciones y obstáculos, más fuerza ponía para seguir”, relató.

“Mi fin último era trabajar en una comunidad y ser pastora”, resumió. En el camino, recordó, no le faltaron apoyos, “pastoras y líderes religiosos que me ayudaron”.

Cuando se le asignó finalmente una comunidad donde ejercer su pastorado, la encontró llena de problemas y dividida por conflictos internos. Ahora “es totalmente diferente”, dijo la pastora.

La iglesia de Samá está en el poblado de Los Palos, parte de un municipio de la provincia de La Habana, más cerca de la vecina Matanzas (distante 87 kilómetros) que de la urbe capitalina.

Entre los principales problemas del entorno social de su grey mencionó la violencia de género e intrafamiliar y el alcoholismo.

“Es una comunidad en que muchos desconocen sus derechos ciudadanos, y en eso trabajo mucho con la Constitución y la legislación cubanas. Porque uno de mis puntos es ayudar a hacer mejores ciudadanos. En la medida en que conozcan la realidad pueden contribuir a transformarla”, afirmó.

El propio hecho de ser líder religiosa en un país con las peculiaridades de Cuba, su sistema socialista, los resabios machistas que trascienden las leyes y lo conquistado en equidad de género, ha sido un reto para Samá.

“Ha implicado riesgo, mucho tiempo, desilusiones y frustraciones”, aseguró.

Pero, añadió, “es necesario ser pastora, es necesario transformar. Es necesario estar en Cuba, con todo lo que implica. En el camino puede haber muchas complicaciones, dolores, incomprensiones, pero si desistes y te vas del camino, los problemas van a ser mayores”.

En Cuba, con 11,2 millones de habitantes, una reforma de la Constitución en 1992 abrió paso a una mayor apertura religiosa, después de que por dos décadas el Estado se había definido como ateo, y el ser creyente era percibido como contradictorio con los ideales revolucionarios.

La apertura religiosa reflotó el gran sincretismo que en materia de credos ha caracterizado tradicionalmente a esta isla caribeña, según diferentes expertos.

Se considera que la mayoría de la población es católica y, al mismo tiempo, estar bautizado en esa Iglesia es un paso necesario para ser iniciado en el rito de la santería, una religiosidad popular de origen africano, muy extendida en Cuba.

El cuadro religioso cubano está conformado por la Iglesia Católica, un amplio espectro de iglesias protestantes, expresiones de origen africano, espiritismo y manifestaciones traídas por antiguas migraciones, como el judaísmo y el vudú.

Pastoras contra patriarcados
Pero no ha sido este contexto el mayor desafío de Samá y de otras muchas mujeres que han buscado el liderazgo dentro de sus iglesias, sino el de romper con esquemas patriarcales.

Para comenzar, no todas las ramas protestantes admiten el pastorado femenino, como tampoco el catolicismo ordena sacerdotisas. De hecho, en el mundo, las diferentes confesiones religiosas han tenido como denominador común a lo largo de su historia el papel secundario asignado a la mujer.

“En mi caso, ser joven y tener una concepción diferente del pastorado me costó muchos obstáculos al principio, porque se cuestiona el modelo que estamos implementando”, dijo Samá.

“No se tiene en cuenta lo que aportamos, sino que no nos ajustamos al molde tradicional en que se ha encasillado al pastor”, explicó.

Samá optó por trabajar con una metodología de educación popular, interactuando con la comunidad y buscando que cada persona tenga conciencia de que puede aportar y participar. Una fórmula que “requiere dedicación completa”, subrayó.

“Además, hay muchos colegas que no nos aceptan, nos ven como enemigos, como alguien que está llegando a la iglesia a usurpar puestos”, detalló.

“Hay una cuestión de poder, de no perder la presencia en los espacios de decisión. Mientras nosotras solo queremos compartir nuestras experiencias”, remató la pastora.

Pese a los obstáculos, la Iglesia Episcopal cubana ordenó en 2007 a Nerva Cott como su primera obispa, y en años recientes, el Consejo de Iglesias de Cuba estuvo presidido por la reverenda Rodhe González, de la Iglesia Cristiana Pentecostal.

Otro caso destacado es el de Ofelia Ortega Suárez, pastora de la Iglesia Presbiteriana Reformada y presidenta para América Latina y el Caribe del Consejo Mundial de Iglesias, entre otros cargos.

Los nuevos actores sociales exigen protagonismo y la mujer no se conforma con las estructuras patriarcales que le cierran el paso, más allá de las dificultades. “El poder no se cede, tienes que disputarlo”, señaló a IPS la antropóloga e historiadora cubana María Ileana Faguaga.

“Las iglesias son parte de las sociedades, en ellas se están reflejando las tensiones y readecuamientos que se viven en cada escenario social, incluidas las sexistas y las sexuales, las raciales, así como las transformaciones por las que está pasando el núcleo tradicionalmente conocido como familia”, agregó la experta.

El académico y secretario en Cuba de la Comisión para el Estudio de la Historia de la Iglesia en Latinoamérica (Cehila-Cuba), Enrique López Oliva, explicó a IPS que este proceso de incorporación de la mujer a roles protagónicos en las iglesias cristianas no católicas comenzó gradualmente a fines de los años 60 del pasado siglo.

Eran los primeros años de la Revolución Cubana y de grandes tensiones con Estados Unidos. Muchos pastores abandonaron Cuba y algunas de sus responsabilidades comenzaron a ser ocupadas por mujeres que permanecieron en las comunidades. “Fue una coyuntura especial que vivieron las iglesias”, comentó López Oliva.

Luego vino la incorporación a cursos de teología. Ahora, muchas son profesoras en el Seminario Evangélico de Matanzas y no es raro encontrarlas a la cabeza de sus comunidades religiosas. “Este proceso ha sido creciente en los últimos 20 años”, añadió el académico.

Al hacer una mirada retrospectiva desde que la mujer fue admitida al “sacerdocio pleno”, la obispa Cott confesó “cierta frustración” porque las mujeres se mantienen como una minoría notable. “Todavía ellos preferencialmente desempeñan los cargos de poder y autoridad”, dijo en un artículo sobre la situación de la mujer en la Iglesia.

Cott argumentó que persiste la mentalidad machista, tanto en hombres como en mujeres a la hora de asumir, elegir, nombrar o designar cargos de importancia en el trabajo de la Iglesia. Al varón que está ordenado en una Iglesia, consideró, se le mide con menos exigencia que a la mujer, con independencia de la capacidad.

En la Cuba actual, con la libertad religiosa garantizada constitucionalmente, existen 27 Iglesias y 12 grupos ecuménicos que son miembros del Consejo de Iglesias de la isla y representan una buena porción de los creyentes protestantes, evangélicos y pentecostales.

También hay cerca de 60 con reconocimiento oficial, pero no miembros del Consejo, y unos 100 grupos, la mayoría muy pequeños, no registrados oficialmente.

La mayor parte de las iglesias protestantes mantienen relaciones consideradas estables y respetuosas con el Estado cubano e, incluso, algunos de sus pastores y personalidades más relevantes han sido elegidos en varias oportunidades como diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Por el lado de la Iglesia Católica, también se ha producido en esta década “un mejoramiento general en las relaciones” con el Estado, reconoció hace poco el cardenal Jaime Ortega. La mejora, explicó, no es sólo institucional sino que alcanza a la situación de los cristianos en general y de los católicos en particular.

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