Lo entrevisto por primera vez cuando es Premio Nacional de Ciencias Sociales.
Conversaciones, han sido muchas.
No tiene ni idea, pero a la Casa llegué por él. Por él y por la mística, de la que también es parte. Lo veo desde mi propia mesa en la oficina de enfrente y en la suya tomo el café de las mañanas, ocupo un rato el sillón, hablamos. Casi siempre, yo pregunto y él responde. Siempre responde. Aurelio Alonso sostiene, alimenta, llena la Casa: acaban de darle el mayor de los reconocimientos a un cientista social en Cuba, pero este hombre que sabe de todo, desconoce, siento, su función en este lugar, el que eligió para “hacerse viejo”. Aquí, ha sido Premio desde hace mucho.
No pensó que fuera a transcribir estas dos horas, pero ese tiempo no es mi patrimonio. Cada letra le debe, no obstante, a esos cafés que sí son cosa mía, y la deuda me honra.
Hace años estabas en “la lista” del Premio…
Calentando el brazo… [Ríe]
¿Te lo esperabas?
En realidad sí, sabía que podía caer en cualquier momento, pero tampoco… cómo decirte: aunque me lo esperaba, no lo esperaba. Estoy habituado a esperar cosas que no llegan nunca. Las frustraciones no están fuera de mi mapa en el campo profesional. Muchas veces he creído que me ha ido bien y al final resulta que no tanto, y recibo un palo. En fin, no sabes lo que es un premio como este hasta que no lo tienes y es cuando te pones a pensar.
¿En qué?
Sobre todo, en que no has estado arando en el mar.
Me he hecho muchas veces esa pregunta y lo seguiré haciendo después del Premio, pero al menos, este me da una idea de que la producción que he hecho ha sido tenida en cuenta, que ha tenido un impacto de una u otra forma. Ese es el impacto que el Premio ha tenido en mí. Y no por la gloria que puede implicar, sino porque ese reconocimiento, creo, supone un compromiso muy serio: que el tiempo productivo que me quede siga la ruta que hasta ahora.
En esa ruta, ¿cuándo te has sentido “arando en el mar” y en qué momentos te has sentido más útil?
Es difícil hablar de “momentos”, pero sí puedo hablar de periodos, de procesos.
No quisiera que esto sonara como un cliché, pero los tiempos más productivos han sido los que motivaron respuestas heréticas: por ejemplo, la polémica de los manuales, en los 60, fue muy productiva para mí. Y subrayo: para mí, como individuo. Fue un desafío que implicó levantar la voz y argumentar un punto de vista frente a la visión oficial. Ese proceso fue más allá de escribir un texto polémico, como lo han sido algunos de mis prólogos —a Sartre, a Marcuse, etc.).
En general, Filosofía [Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana] fue un periodo clave en mi vida y en la de todos los que estuvimos involucrados en ese proyecto, no solo los que buscábamos respuestas a situaciones que no nos satisfacían de los cánones establecidos: en general, para todo el grupo, incluso para quienes siguieron luego una vida más canónica. Había que estar demasiado…, no sé, demasiado ajeno, para no recibir nada de aquella experiencia histórica, para salir de ahí sin impacto.
Dentro de ese proceso, la polémica de los manuales significó para mí el desafío de sentarme a reflexionar sobre lo que decía el otro. Por esa época me impliqué en otra, con Mons. Carlos Manuel de Céspedes, pero no fue lo mismo: aunque mis respuestas a Carlos Manuel tomaban distancia del marxismo dogmático y eso implicaba asumir la herejía de manera coherente, no implicaba para mí el mismo reto intelectual —de hecho, fue tan respetuoso aquel intercambio que terminamos siendo muy buenos amigos. En realidad, la polémica de los manuales me había llevado a intentar un camino o, mejor dicho, a expresar el camino que estábamos encontrando en el pensamiento marxista desde una perspectiva histórica. Fue intenso y lo recuerdo como uno de los periodos de mayor enriquecimiento intelectual en mi vida.
El otro proceso viene a ser casi 20 años más tarde, y tiene que ver con el derrumbe del Campo Socialista.
Cuando regreso de mi trabajo como diplomático en Europa, ante la crisis de paradigmas y la necesidad de buscar respuestas teóricas a lo que estaba pasando, a la necesidad de hurgar en lo que habíamos estado trabajando en los 60 y que habíamos tenido que interrumpir en tanto no fue “aceptado”, me encuentro ante una realidad: era el momento de una mirada profunda al interior de ese proceso, la economía cubana había caído y el proyecto social cubano pendía de un hilo.
Los cinco años de mi vida como diplomático habían sido una experiencia enorme, pero esa no era mi vocación. De modo que ese periodo tan complejo en la vida de todos los cubanos, me halló trabajando como investigador en el Centro de Estudios sobre América (CEA).
Había sido una propuesta de [Manuel] Piñeiro y la acepté porque realmente, no era Europa lo que me interesaba como campo de estudios, sino América Latina: empecé a trabajar Haití porque se había estado desarrollando un interesantísimo proceso social que significaba, para mí, la avanzada revolucionaria latinoamericana en aquel momento —ni Chávez había asomado entonces—; y me giré muy pronto a la realidad cubana. Quizá mi primer trabajo en ese sentido fue sobre la religión; pero en el mismo 1990 participé en un coloquio internacional en París, un mejunje, pero que fue muy importante: estaban desde Ramonet hasta Fernando Henrique Cardoso… un coloquio al que se me ocurrió llevar una ponencia sobre Cuba y el modelo de socialismo posible que aún representaba la Isla. Tuvo mucho impacto, y realmente me llevó a seguir estudiando los desafíos que presentaba a Cuba la caída del socialismo en Europa. Escribí un texto muy importante para mí: “La economía cubana, el desafío de un ajuste sin desocialización”, publicado en Cuadernos de Nuestra América No. 19. Hablo de los años 90-91, y me planteo cosas que hoy releo y siento que merecían más atención de la que tuvo.
Ese estilo de trabajo dentro del CEA motivó otro golpe a la herejía. Uno menos racional.
Ante el primero, el de Filosofía, uno podría pensar que la explicación se debió a nuestro desajuste con el modelo del socialismo soviético y con un grupo de pensamiento que tenía todas las facilidades para trabajar en esa línea: “Yo creo que ustedes deben existir, pero no pueden ser los únicos ni asumirse como representantes oficiales”, me dijo Carlos Rafael Rodríguez, con un pensamiento mucho más abierto que aquel en que se basó la decisión de cerrar el Departamento —el suyo es un pensamiento que merece reconocimiento, valga decir, como lo merece el del Che—. Para mí, son las dos proyecciones más completas de la época, aunque ninguna funcionaría hoy, siendo claros; ir a ambas fuentes buscando esa adaptación al presente sería antehistórico, fueron visiones propias de los 60 aunque ninguna estaba por una estatización absoluta de la economía: “el socialismo no se puede hacer administrando chinchales”, decía el Che.
¿Leíste ya el libro de Luis Bernardo Pericás, al que la Casa le acaba de dar el Premio Ezequiel Martínez Estrada?
Lo leí y lo propuse para el Premio. Es un libro muy bueno, muy serio. Dejarlo pasar sin el Premio era perder la posibilidad de reconocer al autor y, sobre todo, de publicar el libro en Cuba, en español. Es importante que los estudios guevarianos se mantengan latentes.
En el recuento, íbamos por los tiempos del CEA. Hablabas de cómo el “golpe” fue menos racional. Sin embargo, no volvieron a pasar otros 20 años para que volvieras “a la carga”, como se dice…
El CEA me sirvió para conectar con mi etapa inicial. Y aunque hubo otra sacudida, no fue igual. Nos colocaron en varios lugares, y a mí me tocó el CIPS, un centro muy orgánico al CITMA. Cuando llegué, fui claro: yo había llegado sin sanciones, de modo que iba dispuesto a cumplir el plan de trabajo pero sin renunciar a mis temas de investigación, a lo que a mí me interesaba hacer. Dije también, y cumplí, que cuando tuviese cosas que decir sobre el socialismo cubano las iba a decir y publicar bajo mi responsabilidad.
Ahí viví diez años donde nada se opuso a que yo siguiera mis líneas de investigación. Trabajé mucho, nuevamente, temas de religión. Me agradó mucho hacerlo desde ese grupo de trabajo en el CIPS porque coincidió con la visita del Papa y hubo mucho material de trabajo en la segunda mitad de los 90: una época clave en las relaciones con la Iglesia, y creo que contribuí de alguna manera en esa dirección.
Y pude hacer, además, otros trabajos: una investigación sobre pobreza en Cuba, por ejemplo. Temas de economía, de política… no sé. Me mantuve. Sin decir nada menos que lo que hubiese dicho estando en el CEA, sin ponerme ninguna restricción y sin plantearme tampoco ninguna revancha. Seguí siendo yo.
De ahí pasé a la Casa de las Américas, donde me he ido poniendo viejo… [ríe] y donde he seguido trabajando y escribiendo sobre aquellos temas que me inquietan.
Te he escuchado confesar, no obstante, que sientes que no has escrito un libro, si se puede decir, orgánico…
…esa fue mi angustia durante años.
En la época del Departamento, me planteé trabajar en un libro, pero al cabo de algún tiempo me di cuenta de que no lograba armarlo como yo quería. Hice entonces una investigación de campo sobre tema religioso, de la que salió un libro demasiado específico. Pero no es algo que me satisfaga como una criatura de mi pensamiento… no sé, digo esto y puede parecer un gesto de vanidad, pero sí, una criatura de lo que yo creo que es mi pensamiento.
En realidad, ya en el CIPS me di cuenta de algo que no había visto: para qué iba a atormentarme en escribir un libro, si mi forma de expresión óptima la logro en un número reducido de cuartillas. Diez, veinte, treinta cuartillas me han servido para plasmar lo que pienso sobre un tema.
Y los libros que he publicado son eso, compilaciones de ese modo de producir: Iglesia y política en Cuba, mis trabajos sobre el tema hasta 2001y 2002, el primero luego de uno más pequeño que creo se llamó Ajustes con Socialismo, donde yo tenía un trabajo; El laberinto tras la caída del Muro, una selección gruesa que publicó Ruth Casa Editorial con CLACSO en 2006; y más tarde, con trabajos que no publiqué en aquel porque eran más coyunturales, y con otros, hice La guerra de la paz, también con Ruth y Ciencias Sociales. Más tarde vino un libro en conjunto con el grupo de trabajo de CLACSO que yo dirigí: La América Latina y el Caribe: territorios religiosos y desafíos para el diálogo.
Aunque parezca un gesto de vanidad voy a decirte algo: Lenin, cuyas obras completas tienen más de 30 tomos, casi no tiene libros publicados. Ni Martí…. ¡Hombre, no pretendo yo compararme con ellos!, pero sí me tranquiliza saber que varios de los grandes pensadores no se dedicaron a escribir ellos mismos sus libros.
¿Crees que eso tenga que ver con que tu vocación, tu verdadero incentivo, sea el de proyectarte con cierta inmediatez sobre las coyunturas, los fenómenos sociales?
Sí…
Reconozco que hay algo de periodismo en mí. Claro, no en el sentido de que me obligue a opinar o a comentar con velocidad, sino en el sentido de la comunicación en mi estilo.
Por ejemplo, hace poco, con el tema de la dualidad monetaria, tenía cuatro o cinco ideas que necesité de poner en blanco y negro. Quizá no hayan sido las más completas, pero sí tuvieron un impacto, motivaron reflexiones y varios amigos economistas, muy serios, las entendieron como aportes valiosos aunque yo no sea un economista. Es eso: me lanzo cuando tengo algo que decir.
Es como si el momento te convocase…
Así mismo.
Ahora, eso tiene una limitación en Cuba y tiene que ver no con una limitación tuya ni de otros cientistas sociales, sino con el campo de estos estudios y las mediaciones que le atraviesan: es el tema de los espacios…
Es muy bueno que hablemos de eso. ¿Sabes?: inicialmente, lo sentí como una limitación de madurez. A mi generación se le cortó la iniciativa cuando aún salía del cascarón —la revista Pensamiento Crítico, como puedes observar, fue creciendo, necesitó un tiempo para llegar a números realmente imperecederos. Yo nunca publiqué en Pensamiento Crítico, salvo algunos editoriales de números que preparé. Empezábamos a madurar cuando se cortó institucionalmente ese espacio, y luego cada quien siguió su camino por su cuenta. La chispa herética, no obstante, se mantuvo en cada uno.
La libertad de pensamiento existe sin que nadie te la conceda, y ese es el espacio fundamental y primigenio de la ciencia social: el respeto y el rigor hacia uno mismo.
Desde ese punto de partida, ¿hasta dónde has querido llegar y cuándo has estado conforme, en ese sentido?
Nunca lo he estado del todo. A posteriori, siempre siento que se me han quedado cosas por decir. Aprendo de mis críticos, de mis lecturas autocríticas y de los golpes.
¿Nunca has sentido que necesitas una “reparación” por esos golpes?
¿Cómo decirte…?
[pausa]
Mira, sí lo he sentido, sí me he sentido golpeado. No te voy a decir que no ha habido momentos en que he percibido injusticia detrás de lo que se está haciendo; pero nunca he magnificado la injusticia: he aprendido a salir ganando de esos reveses y no con autocríticas banales, sino aprendiendo a comprender sus causas, aprendiendo a conocer el encuentro (y desencuentro) entre el pensamiento revolucionario y la política revolucionaria.
De todo eso, asumo lo que me toca.
¿Qué le toca a las ciencias sociales hoy en Cuba?
Vamos a empezar por una distinción importante: entre las ciencias sociales y la ciencia social. Esta última, referida a lo científico que hay en el pensamiento.
Si analizas la historia de las ciencias sociales en Cuba, vas a notar muchas particularidades interesantes a la luz de estos días. Al triunfo de la Revolución, no existía una carrera de Sociología ni de Ciencias Políticas, existía Sociología como asignatura en la carrera de Filosofía y Letras, que tenía, más que nada, un fuerte peso en las letras y las artes. Ese era el collage en el cual la Filosofía se insertaba y donde los pocos filósofos que había entonces en Cuba enseñaban las corrientes del existencialismo cristiano, positivistas, etc. La carrera no era Economía, sino Ciencias Comerciales, y formaba un solo licenciado: el contador público. Todo eso tiene una explicación histórica: la República se sostenía en un poder empresarial muy fuerte, los economistas se formaban en MIT y en Harvard…
Yo me formé en Economía en un colegio norteamericano especializado en esa disciplina —solo dos años, pero fue parte de mi formación y mi padre la costeó para tratar de alejarme un poco del ambiente cubano. Mi familia no era una familia intelectual, pero mis padres valoraron siempre la educación de sus hijos. Mi hermano y yo, en consecuencia, tuvimos hábitos de lectura. Como casi siempre sucede, empezamos por Salgari, Dumas, esa novelística. Mi padre nos compró una enciclopedia y desde entonces he estado habituado a usarla y con eso vino otro hábito: el de no dejar nunca preguntas sin respuestas, encauzar siempre las dudas y buscar nuevas lecturas. Es lo que te permite hoy Internet…
En mi propia formación, entonces, yo reproduzco el collage de las ciencias sociales en Cuba. No me formé en una sola carrera, sino que, en el estilo de la enseñanza superior norteamericana, tomé simultáneamente muchos cursos. Cuando llegué a Cuba, en 1959, lo primero que hice fue estudiar Derecho, y desde la Universidad, vivir la Revolución. Rápidamente me fui acercando más a la Filosofía, conectaba más con ella y con la Sociología, a la luz de lo que estaba pasando. Lo que yo produzco, por tanto, tiene de todo eso. No soy un investigador sociológico “clásico”.
Te hago toda esta introducción no por mi propia historia, sino más bien, porque la formación de los cubanos en estas disciplinas es un proceso que merece atención.
En el campo de las ciencias sociales, en Cuba, la Economía tiene fuerza, hay pensamiento e institucionalidad económica. La Sociología no. Incluso, el divorcio entre investigación y ensayo desarrolló una visión absurda que ha afectado mucho los alcances de las investigaciones que se han hecho.
Es decir: la ciencia social en Cuba es hoy una ciencia social con un capital que no tenía en los 60, pero muy maltratada. Muy lejana de lo que hubiera podido ser.
Y aun así, se le hace hoy un llamado: que aporte más a los mecanismos de decisión y discusión sobre la marcha del país. Ojo: que exista un “llamado” no quiere decir que existan razones para sentirse demasiado optimistas ni para que nadie crea que todo lo que diga o escriba va a ser tomado en cuenta. No: las tentaciones de la burocracia pueden seguir van a seguir siendo las mismas porque evidentemente, hasta ahora no hay señas de que el entorno político cubano esté totalmente preparado para asimilar el nivel de autonomía crítica que la ciencia social requiere.
Hablo de la ciencia social, en singular: ese fenómeno que tiene que estar en todas las ciencias sociales, en plural, y que, sin embargo, solo está en un mínimo porciento. Si me preguntas cuánto de ciencia social hay en las ciencias sociales cubanas hoy, yo diría que 20 o 25%. Hubo una época en que pudo ser el 70 u 80%, y ser otra cosa. Pero es así… No se trabaja con toda la ciencia que la propia realidad requiere, y hay que hacerlo.
A mí no me importaría tener que volver a caer en una época de estrés en mi vida si lo que piense y lo que diga no guste. De hecho, estoy preparando un libro sobre Cuba, estrictamente sobre Cuba. Hay que volcarlo todo hacia eso, meter el bisturí.
Si tuvieras el tiempo, la salud y (más) juventud, ¿dónde meterías el bisturí?
[Pausa larga]
Metería el bisturí en la Sociología política. Pero si fuera a empezar desde el principio, me haría economista.
Si me preguntaras qué me falta en mi instrumental, es eso, aunque a veces mucha gente piensa que esa es mi profesión. Hablo de Macroeconomía. Empezaría entonces con una formación académica en Economía para meterme luego en la Sociología política.
El fracaso del Socialismo no fue esencialmente un fracaso económico, o lo fue, pero justamente debido a la forma de entender la Economía (hay un problema cultural ahí) y de dirigirla (un problema político). La crisis del Socialismo en el siglo XX fue una crisis cultural e institucional, sobre todo, porque su incapacidad de crear una democracia socialista y de superar el mercado a partir del mercado mismo: ¿cómo superarlo sin creer que lo eliminas?, porque es mentira que lo elimines, solo lo reduces a la sombra y desde esa oscuridad, ese mercado te maneja la sociedad. Es lo que está ocurriendo en este país y tiene enormes connotaciones políticas.
Es eso lo que me interesa, y ahí metería a fondo el bisturí.
Pero ya no me importa tanto lo que yo pueda hacer. Me importa lo que pueda hacer la generación tuya, la de [Julio César] Guanche… Ya no puedo aspirar a hacer mucho más, pero sí, a tratar de garantizar que nuestras energías, nuestras discrepancias, nuestros aciertos y hasta nuestros errores, lleguen a ustedes de cualquier modo: en conferencias, escribiendo, conversando, como sea.
Sí creo que se ha abierto una posibilidad, en parte por la potencia de la tecnología digital. Hay que acabar de aceptar que la gente va a escribir sobre lo que quiera en esos espacios, aceptar que se digan cosas aunque sean barbaridades, aceptar todas las opiniones. Tiene que haberla porque eso ayuda a ejercer el ingenio y a resolver los problemas con la inteligencia colectiva. Como le dijo Martí a Gómez, no se puede dirigir una república como se dirige un campamento.
Seguir eso, aportar a esa posibilidad que ha venido con la era digital, me interesa. Me interesa más que los Lucas…
- Tags
- Article