Dianet de la C. Martínez Valdés
Escuchar las noticias en los medios de difusión masiva de las consecuencias que trajo para el pueblo del oriente cubano las lluvias y vientos de Sandy resultó alarmante y entristecedor. Pero vivir la experiencia de estar allí, en Santiago de Cuba con la gente; escuchar de sus labios sus historias durante y después de la madrugada del 25 de octubre; sentir juntos; sacar escombros juntos; quitar y poner clavos, palos, zines y ladrillos juntos; eso fue transformador y desafiante.
“Ya no se escuchan los cantos de los pájaros en las mañanas, ahora nos despertamos con el estruendo de martillos”, nos dijo Elaine con lágrimas en sus ojos cuando integrantes del Centro Memorial Martin Luther King, Jr., miembros del Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC) de Cuba, del Consejo de Iglesias de Cuba (CIC) y de la Red Ecuménica Fe por Cuba, llegamos a esta ciudad para ofrecer nuestra ayuda.
¡Qué triste encontrar sobre todo para los que lo conocimos antes, un Santiago sin árboles y con tantas pérdidas, entre otras, de viviendas! , pero nuestro mayor hallazgo, sin dudas, fue reencontrar el Santiago hospitalario, solidario, cálido de siempre, “!con manos y corazones a la obra!” y que celebra, sobre todo, la vida y la esperanza.
“Levantarse ese día y caminar la ciudad, observando la devastación en que se hallaba inmerso, ha sido una de las cosas más difíciles que nos ha tocado vivir, pero si algo debemos agradecer a Dios es que estamos vivos y llenos de esperanza”, nos comentó María de las Mercedes, una mequense Santiaguera.
Lo cierto es que pocos conciliaron el sueño la noche del 25 de octubre con el sonido de los fuertes vientos, la lluvia y los gestos de ayuda a los vecinos que necesitaban un techo amigo, y hay quienes no consiguen conciliarlo todavía. Nueve fallecidos, más de 130 mil casas afectadas y el 90% de los árboles caídos son daños irreparables.
A ellos se suman las consecuencias post-ciclón como las personas con hipertensión arterial, las enfermedades causadas por el agua y/o determinadas condiciones de higiene, los niños y niñas en shock y la poca capacidad de resistencia de quienes ante la catástrofe optan por sentarse a tomar alcohol en las esquinas.
No obstante, en medio de tanto dolor llegan rayitos de luz. Junto a nosotros estaban también hermanos y hermanas de ACT Alliance, que llegaban desde diferentes países de Latinoamérica para diagnosticar de qué manera podía ser más efectiva su ayuda. De toda Cuba se han movilizado brigadas de apoyo y naciones hermanas como Bolivia, Ecuador, Venezuela y Rusia han enviado donativos.
Las iglesias, movimientos e instituciones ecuménicas cubanas no han quedado atrás. Ha habido un acompañamiento constante con gestos solidarios y oraciones. Se han estado recogiendo ropas y útiles del hogar para los damnificados. Las iglesias de la provincia de Santiago de Cuba establecieron 36 comedores comunitarios y han creado comisiones de trabajo para incidir en diferentes áreas: alimentación, higiene y salud, labor reconstructiva, etc.
Pero todavía hay mucho por hacer en esta ciudad de historia y tradiciones, de buenas energías y calor humano y unos meses no serán suficientes para reconstruir muros y corazones. Así que esta vez nos fuimos, pero no con un “adiós”, sino con un “hasta pronto”. Nos llevamos encendida la lucecita de la solidaridad y el compromiso de aunar esfuerzos para regresar.