No hay modo de comprender si no lo situamos en términos de voluntad hegemónica y subyacente psicología imperial, si no lo situamos en términos de intereses político ideológicos cavernarios, que países y dirigentes que se suponen informados y cultos esgriman los pretextos que les entrega el imperio norteamericano y esos centros de poder de autónoma apariencia, sirviéndose de los Medios de Comunicación (no de información) que en redes envuelven el planeta.
Todos sabemos que una campaña de descrédito, no importa el grado de agresividad y vulgaridad que alcance si va dirigido desde esos pocos pero aplastantemente poderosos centros que controlan toda la prensa y otros medios de comunicación y buena parte de Internet, todos sabemos, que será campaña efectiva, es decir confundidora y que usurpará las fuentes de información asesinando el principio que estas debiesen tener, es decir, hacer reinar el principio de la diversidad.
Los que no son propiedad de Murdoch, Time-Warner, Disney, del City Group o de otras multinacionales monopólicas quedan obligados, ante tanto poder, a seguir líneas que fueron planeadas a sus espaldas y que acaso le son ajenas. La deontología de la comunicación resulta barrida de los Medios y de la Información y al ser esta casi inexistente es aún menos visible. Las redes, al mundializar la comunicación, no dejan espacio apenas para esa diversidad asesinada que permitiría una autodefensa eficaz o que la haría siquiera medianamente posible.
Un país como Cuba, en efervescencia revolucionaria, la visible, a un ritmo que puede ser o no convincente pero que se empeña en avanzar con prudencia y tiene razones para hacerlo y la invisible que va construyéndose rostro en las nuevas generaciones, que indefectiblemente y desde dentro, continuarán y perfeccionarán la Revolución social, de vocación Socialista, profundizando y extendiendo esa dimensión que es en esencia y clave ética, la dignidad de la persona, una a una y solo después, colectividad, asociación, Sociedad; y solo a veces, cuando necesario, muchedumbre, masa, o como quiera llamársele.
El cerco mediático, la calumnia y el odio que infecta prensa y redes no pueden ser minimizados. Tendrían que encontrar respuesta y la intentamos, pero esa prensa servil casi toda con conciencia de serlo, otra condicionada, obligada a ser mimética dado que debe cubrir espacios perentoriamente y en términos de competencia, no será nunca o solo esquivamente capaz de darnos voz. A nosotros, o a quienes como marea incontenible protagonizan en otras latitudes el renacimiento de la izquierda y del proyecto socialista nos la niegan. Y es por eso que indefectiblemente debemos buscar y encontrar otros caminos. Tele-Sur, uno, pero aún insuficiente y solitario
Somos ahora los más golpeados pero es la izquierda latinoamericana toda, objeto obsesivo, sistemático, de burdas mentiras y alambicadas calumnias en las que el descaro y el enmascaramiento se conjugan. Al recibirlas a través de tan repetitivos y sofisticados Medios, sean de prensa sean del ciberespacio puede caerse en la trampa de aceptar casi como parte de rutina lo que los Medios entregan. El ritmo acelerado de la vida y el de la información llevan a olvidar no pocas veces que todo mensaje directa o indirectamente relacionado con política o ideología es irradiado desde un solo punto aunque sea expresado de mil maneras.
Tres o cuatro Monopolios Transnacionales tienen control suficiente para hacerlo y están orgánicamente ligados al Imperio norteamericano, a sus líneas estratégicas y a sus finanzas. Todo les une, no hay fisura. Estamos ante la guerra psicológica que subyace bajo la coquetería palabreril. La Revolución Bolivariana, Venezuela entonces, Ecuador, Nicaragua, Bolivia y según se acercan a ese espíritu libertados identitario y económico, países y países de América Latina son sometidos a ese golpeo mediático destinado a deformar la imagen real ante una opinión pública que no tiene opciones. El cerco va cerrándose también en Internet. Es guerra de la información entendida y teorizada por el Imperio como guerra psicológica.
Un ejemplo en marcha subraya y debiese servir de evidencia. El Gobierno australiano fijó reglas del juego a Google limitando su operatividad en función de los intereses del país. No es noticia especial. China ha hecho otro tanto y la prensa mundial sin excepciones califica el ejercicio de sus derechos como censura, abuso, perjuicio y etcétera, etcétera. He aquí ejemplo de Noticia y No-Noticia. Tal y como la campaña mediática anti-cubana que ocupa tanto espacio que nada quedó en estos días no ya para denunciar, o para reseñar tan solo el asesinato de periodistas en Honduras. Noticia y No-Noticia nuevamente como cada día.
Esas grandes monopolísticas agencias de desinformación no muestran, como parece ya casi natural, interés alguno por la muerte en huelga de hambre de un joven estudiante prisionero en una cárcel de Buenos Aires. La muerte de un ser humano, por un motivo u otro y con mayor razón si en huelga de hambre, no puede sino turbar la conciencia del eventual receptor de noticia y entonces, a partir de la información, se preguntará por qué, cómo, qué significación; y podrá así formar criterio. Los grandes Medios y su Internet nada han reflejado de esa muerte en huelga de hambre; ese ser humano carece de importancia. Se quita la vida en marco de protesta en una prisión de Buenos Aires, ciudad federal, con gobierno propio. Esa muerte probablemente tendría otra significación y provocaría acaso otras reacciones y magnificaciones y quién sabe de qué dimensión, si se tratase de igual suceso en áreas en que pudiese pedirse responsabilidad al Gobierno Central y a la Sra. Kirchner.
Es que para esa “gran prensa”, de grandeza inmoral, existe y rige un Código despreciable: Noticia y No-Noticia. Solo es Noticia en ciertos casos aquella que sirve a prolongar de un modo u otro el poder imperial y a dar imagen humanitarista al capitalismo salvaje, del que esos Monopolios de la información son parte y en la guerra psicológica instrumentos. Y debe subrayarse, de guerra psicológica instrumentos.
Noticia y no-noticia esa es la clave.
por: Alfredo Guevara