Fueron aquellas jornadas un inusual movimiento de ideas y relecturas sobre el pasado y el futuro del país dentro del campo intelectual cubano donde, sin embargo, el tema de la educación en la revolución cubana y sus avatares en medio del proceso antes señalado, nunca fue abordado específicamente.
En el marco del debate sobre literatura en el “quinquenio gris” varios compañeros encontramos la oportunidad para señalar la necesidad de que las editoriales de la Isla superaran la grisura editorial en materia de temas sociales que ocurrió entre mediados de los setenta y los años ochenta y rescataran una política de publicaciones que estuviera a la altura de las necesidades de una sociedad en revolución, como había ocurrido en la década del sesenta con las inolvidables ediciones R, entre otras, y particularmente llamamos la atención sobre la impostergable necesidad de publicar la obra del pedagogo y militante revolucionario brasileño Pablo Freire.
Dos años después de estos hechos la Editorial Caminos del Centro Martin Luther King (CMLK) tomó la palabra de aquellas voces aisladas y las convirtió en un hecho relevante: publicar, por primera vez en Cuba, hasta donde tengamos noticia, un libro de Pablo Freire.
Para muchas personas en Cuba y fuera del país, conocedoras del enorme esfuerzo llevado a cabo por el Estado cubano en el tema de la educación, podría parecerles, en una primera aproximación, que la obra de Pablo Freire circunscribe su utilidad y pertinencia a los contextos de sociedades que, a diferencia de Cuba, no han superado el analfabetismo masivo, con sistemas de educación pública desestructurados o colapsados, donde el clasismo, el elitismo y la “rentabilidad de la educación como bien de consumo” es la norma.
Sin embargo, en la sociedad cubana de hoy y desde hace un tiempo considerable, existe una difusa y sana avidez de conocer, no simplemente de la obra de Paulo Freire, que sigue siendo un gran desconocido entre nosotros, más allá de un circuito letradamente culto, sino de textos y de autores que hablen de lo que en otros lugares de Nuestra América se viene denominando “educación popular”, “pedagogía del oprimido” o “pedagogía de la autonomía” que es el título del libro que nos facilita la Editorial Caminos ahora.
Esa avidez por conocer de qué hablan libros y folletos con esos títulos es la superficie, la pequeña punta de un iceberg de cuestiones más penetrantes y entrecruzadas que nos invitan a reformularnos asuntos que parecen ya irremediablemente resueltos, pero con soluciones que siguen inquietando a muchos.
En el diálogo ya histórico que sostuvieron Esther Pérez y Fernando Martínez Heredia a mediados de los años ochenta con el pedagogo brasileño, que afortunadamente forma parte del libro publicado por Ediciones Caminos en su página 211, este afirmó:
“…si bien el educador progresista y revolucionario no puede alojarse en el sentido común y quedar satisfecho con eso en nombre del respeto a las masas populares, tampoco puede olvidarse de que ese sentido común existe. No se puede olvidar su nivel de saber (…) cuando yo afirmo que es a partir de la sabiduría popular, de la comprensión que tienen los niños [de orígenes] populares, su familia, su pueblo, que debe comenzar la educación familiar, no estoy diciendo que es para quedarse ahí, sino para partir de ahí y superar las ingenuidades y debilidades de la percepción ingenua.”
Si quisiéramos comprender y calibrar la significación de esa difusa y sana avidez, a la que antes nos referíamos, por conocer en nuestro país perspectivas pedagógicas como la de Pablo Freire, y en general, la significación de este libro en el contexto cubano, este fragmento de reflexión de Freire nos aporta pistas importantes.
Hoy, los que en Cuba queremos recuperar y profundizar el socialismo, estamos obligados, para ser coherentes y profundos, a estar del lado de aquellos empeños que apuntan a desarrollar los contenidos socialistas latentes y multiformes dentro de la sociabilidad popular realmente existente, con sus luces y sus sombras, o de lo contrario, en nombre del propio socialismo, podríamos ser cómplices distantes de una deriva policial, que inevitablemente criminalizará aun más las prácticas y los saberes populares.
No se trata de una simple incorporación entusiasta a lo que hace algunos años, con mucha insistencia, se ha venido definiendo como “el rescate de la cultura popular tradicional”, porque esos empeños no conducen a otro terreno que al de reconstruir, paralizados en su dinámica interna, los roles, las jerarquías, y los imaginarios que mantenían a “cada cual en su lugar” y hacían eficaz la hegemonía del capitalismo neocolonial que, sea como haya sido, el hecho revolucionario ya barrió.
Si Pablo Freire y la perspectiva de la educación popular hacen falta en Cuba también, no es sólo para dotar al actual proceso de instrucción y educación escolarizada de un “conjunto de técnicas participativas que dinamicen el proceso docente”, que lo modernicen, haciendo eficaz el proceso de adecentamiento y disciplinamiento popular, sino porque la educación popular contiene la posibilidad de que el contenido y el horizonte de la emancipación popular que abrió la revolución en Cuba no siga siendo, simplemente, una democratización del acceso de los menos favorecidos a los frutos estandarizados y enfermos y de la civilización moderna. El problema de la modernidad para el mundo popular y para los que desde él pensamos y vivimos no es sólo que sea la expresión cultural del capitalismo o una forma eufemística con la cual nombrarlo elegantemente, sino porque la modernidad esencialmente tiene una lógica desde la cual es estructuralmente incapaz de reconocer a otras lógicas, como la de nuestros pueblos.
En el decir del educador e investigador popular venezolano Alejandro Moreno “la modernidad es como el personaje mítico de Narciso que dialoga consigo mismo bajo la ficción de estar dialogando con otro” , pero a diferencia del solitario Narciso la modernidad histórica se ha armado de instrumentos de coerción para que el diálogo posible con sus normas sólo ocurra en el marco de las reglas que ella define.
En la obra de Pablo Freire hay una clara intuición de todas estas problemáticas y una sostenida y creciente intención de hacerle frente a estos problemas desde el centro del proceso docente mismo, como aparece en la página 96 del libro:
“Mi papel fundamental al hablar con claridad sobre el objeto es incitar al alumno para que él, con los materiales que ofrezco, produzca la comprensión del objeto, en lugar de recibirla integralmente de mi(…)enseñar no es transferir contenidos a alguien, así como aprender no es memorizar el perfil del contenido transferido en el discurso vertical del profesor. Enseñar y aprender tienen que ver con el esfuerzo, metódicamente crítico, del profesor por desvelar la comprensión de algo y con el empeño igualmente critico del alumno de ir entrando como sujeto en aprendizaje, en el proceso de develamiento que el profesor o la profesora debe desatar.”
En tal sentido, para Freire la autonomía del sujeto de aprendizaje no es un objetivo final expresado en la fundamentación introductoria de un programa docente autodeclarado “liberador”, ni tampoco es un horizonte utópico al cual se llegará luego de pasar por la caja negra de un programa educativo prediseñado hasta sus detalles. La posibilidad de la autonomía del sujeto de aprendizaje debe estar inscrita en la lógica de la relación profesor-alumno, a riesgo de que no esté en ninguna parte, la iluminación del no iluminado (“a-lumne”) es un asunto que, mientras más explícito sea, hará más posible la apropiación crítica del proceso de enseñanza.
De aquí se desprende para nosotros, los cubanos que queremos más socialismo y más protagonismo popular en la definición de los avances de la revolución, que el perfeccionamiento de la educación no podrá ser exclusivamente una cuestión técnica, de dosificaciones equilibradas y manejo adecuado de recursos humanos, sino también un proceso político a través del cual la trayectoria y los resultados del proceso docente y la capacidad de intervenir en el sentido de nuestras vidas a través de él pueda ser analizado y evaluado por los propios implicados en las diversas áreas de la realidad.
Se hace sentir en esta compilación de textos y diálogos de Pablo Freire la no suficiente presencia de reflexiones suyas sobre los entornos institucionales donde ocurrieron sus experiencias pedagógicas, lo cual hubiera podido ser muy útil para ampliar los horizontes a los estrechos marcos en que se ha mantenido la noción de lo público en la educación cubana, gestionado exclusivamente por instancias que no se han caracterizado por involucrar a los colectivos de profesores, estudiantes, padres y comunidades más allá de lo definido por instituciones ubicadas por encima de estos actores del proceso docente.
Por otro lado, hubiera sido muy pertinente en esta edición una historia mínima de la trayectoria de la recepción de la obra y las ideas de Freire en Cuba, los usos, dificultades y resultados de su implementación, pero todo eso queda salvado con creces por el empeño del Centro Martin Luther King de sembrar la simiente fundacional entre nosotros de un grande de la pedagogía de Nuestra América para que florezcan una, dos, tres… muchas escuelas de educación popular.
por: Mario Castillo