Director de la revista cubana Temas, Hernández acaba de regresar de la Universidad de Texas, en Austin, donde impartió un posgrado sobre relaciones Cuba- Estados Unidos, que antes enseñó en Columbia y Harvard y, en México, en el CIDE y el ITAM.
Estima que los disidentes no son sociedad civil, sino “micropartidos de oposición”, que entre sus líderes no hay ningún Havel o Walesa, y que serán los cubanos en la isla quienes decidan si el futuro socialismo cubano pudiera llegar a admitir una oposición leal dentro del sistema.
¿Cuál es la coyuntura internacional actual de Cuba, en especial con Estados Unidos?
Aunque esta administración no ha hecho cambios políticos sustanciales hacia Cuba, el diálogo ha avanzado más en el último año que en toda esta década. Han reanudado las conversaciones migratorias, y abierto temas como el correo directo. El Congreso podría aprobar la libertad de los estadunidenses para viajar a la isla. Algunos grupos semioficiales exploran avenidas de cooperación en intercepción de drogas. Sin levantar las restricciones al intercambio académico y cultural impuestas por Bush en 2005, han otorgado algunas visas. Por otro lado, la UE, con el liderazgo de España, se ha aproximado al gobierno de Raúl Castro, cuyas relaciones con toda América Latina son más estrechas que nunca.
La visión internacional sobre Cuba se concentra en la oposición, tras la muerte de Orlando Zapata Tamayo y la huelga de hambre de Guillermo Fariñas…
La muerte de Zapata es una tragedia humana, pero su repercusión responde a factores políticos, encadenados con la huelga de Fariñas. Ninguna de las actuales presiones para el indulto de presos facilita cambios en la política cubana, rodeada hoy por una tormenta propagandística. Ni siquiera bajo la presión de la Crisis de los Misiles (octubre de 1962), al borde de un conflicto nuclear, la política de Cuba cambió. El camino más efectivo para propiciar cambios (como han sabido casi todos los gobiernos mexicanos) es el diálogo diplomático respetuoso. Es obvio que la muerte de Zapata y sus secuelas convienen a quienes se oponen a ese diálogo con Estados Unidos y Europa.
¿Hablamos de disidentes, opositores, mercenarios, presos de conciencia, presos políticos…?
Un disidente es el que reniega de su creencia anterior. Éste no es el caso de los clásicos anticomunistas del exilio, sino el de los ex comunistas pro soviéticos y de otras tendencias ortodoxas, de donde provienen Ricardo Boffil, Elizardo Sánchez o Vladimiro Roca, auténticos disidentes. Estos descartan la violencia de las armas, igual que las principales fuerzas del exilio anticastrista actual. Ambos grupos difieren en cuanto al bloqueo, pero coinciden en su afán de restauración capitalista y anticastrismo furibundos; por eso se identifican fácilmente con Estados Unidos, con partidos y gobiernos europeos y de otros países. Aunque algunos se presentan como socialdemócratas, el eje ideológico disidente se mueve entre el centro y la derecha. Son grupos pequeños y numerosos, dispersos y sin arraigo en la población. Está claro que, aparte de recibir dinero y apoyo político de Washington, también tienen creencias ideológicas, y entre ellos puede haber personas honestas, resentidas o confundidas. No tienen la base social de un sindicato Solidaridad, ni entre sus líderes hay ningún Walesa o Vaclav Havel. No son sociedad civil, sino micropartidos de oposición. El puñado de presos políticos en sus filas no lo está por delitos “de conciencia”, ni por la mera expresión de ideas contrarias al gobierno, sino por oponerse activamente al sistema, en alianza con Estados Unidos, el exilio clásico y el viejo anticomunismo europeo.
¿Qué los hace marginales al consenso político en Cuba?
Primero, que no son las únicas ni las principales voces críticas en el país. Aunque no con la misma resonancia externa, hay un debate político en curso, dentro y fuera de las instituciones, sobre asuntos como la descentralización, las formas de propiedad no estatal, el salario, el nivel de vida, la ampliación de los espacios de libre expresión, la aplicación de la ley, la democratización de las instituciones, incluso políticas, el control popular de la burocracia. Los opositores no tienen proyecto coherente, sino consignas ideológicas. Su falta de legitimidad interna se deriva del apoyo de Estados Unidos (verificable en el sitio web del Departamento de Estado) y de los partidos europeos, y de su alianza con el exilio. Las embajadas en La Habana los conocen, y saben que no representan ninguna alternativa política viable; las reacciones internacionales y los titulares de la gran prensa responden más a las pugnas electorales y parlamentarias de esos países, que a la situación en la isla.
Alguna posibilidad de salir de ese cuadro…
Hay una lógica perversa, según la cual Cuba tendría que pagar un tributo cada vez que Estados Unidos hace un ligero cambio, por ejemplo, autorizar los viajes de los cubano-estadunidenses. Si esta administración considerara la liberación de los cinco cubanos presos en Estados Unidos, la única “ficha negociadora” aceptable para Estados Unidos serían los disidentes condenados como “agentes de una potencia extranjera” (como se les llamaría allá). Los disidentes resultan peones en este tablero de poderes enfrentados. En un cuadro tan cerrado, es difícil suponer por ahora un cambio en el trato hacia ellos. Serán los propios cubanos los que decidirán si, además de una institucionalidad democrática renovada, un modelo descentralizado y una economía mixta, cabrá una oposición leal dentro del futuro sistema socialista.
por: Gerardo Arreola