Home Resumen Semanal No. 18-2012 Reconstruir es celebrar

Reconstruir es celebrar

Para los cristianos, predicar es proclamar, de viva voz y con el testimonio de vidas ejemplares, que Jesucristo ha inaugurado el reinado de amor, paz y justicia entre nosotros.

Hemos sabido que alguno que otro “predicador” del patio –si se le puede llamar “predicador” o “predicadora” a quien proclame el terror y el castigo de un dios terrible y vengativo, en lugar de proclamar la liberación que hay en Jesucristo–, han hecho llamamientos a la oración y al arrepentimiento de nuestros pecados, para que Dios, en su ira, no nos castigue más con futuros fenómenos naturales como los potentes huracanes Gustav e Ike [en términos legales, se castiga al que ha cometido un delito; o, en términos religiosos, al que haya pecado].

Algunos “creyentes”, por su propia cuenta o porque se les ha inculcado tales ideas o creencias, también piensan que los fenómenos naturales destructivos climatológicos, como “vienen del cielo”; u otros, como terremotos, que “vienen de las profundidades” de la tierra, son enviados por Dios como castigo por nuestros pecados.

¡Por Dios!, Gustav e Ike no fueron castigo de Dios; Dios no es un Dios degradado o envilecido por el odio, sino enaltecido por el amor y la compasión. Dios se distingue por perdonar —per+donar: por conceder, por conferir, por dispensar; no por castigar.

Es más, todos sin excepción, somos pecadores, y, por esta razón, ninguno de nosotros tiene autoridad moral, ética o espiritual, para proclamar castigos, sino que nuestra autoridad está dada por la proclamación de que en Cristo hay perdón y vida. Dios defiende a los pobres, a los pequeñitos y a los débiles, porque están en desventaja a causa de las injusticias que sufren, y su reinado incluye la justicia así como la paz, que son frutos de su amor por sus hijos e hijas.

Si un huracán fuera castigo de Dios, Dios es contradictorio, porque el castigo ha caído sobre los más favorecidos de Dios: los más pobres, los más pequeñitos y los más débiles de nuestros países caribeños, en especial de Haití: que sus casas eran pésimas y las perdieron, que carecían de medios para protegerse adecuadamente y pocos se ocuparon de ellos. Dios no puede ser un dios temible, terrible, grande, fuerte y poderoso que juega “al desastre” con sus hijos e hijas, ese sería un dios mezquino.

La fe fundamentalista y los huracanes como castigo de Dios

El fundamentalismo puede manifestarse en cualesquiera de las esferas de la actividad intelectual humana: principalmente en religión y en política. En el caso de ciertos grupos religiosos e individuos conservadores que profesan ideas cristianas, apoyan tanto sus creencias como experiencias de la vida cotidiana, con textos bíblicos del Antiguo y Nuevo testamentos.

Una de las características del fundamentalismo de origen evangélico, es la que afirma la creencia en la infalibilidad de la Biblia. La Biblia nunca se equivoca, siempre acierta, por lo que debe ser interpretada literalmente. Este literalismo se basa en la aceptación cristiana generalizada de que la Biblia es Palabra de Dios y que es inspirada por él, a través del Espíritu Santo –que todos afirmamos y aceptamos desde ángulos diferentes, pero que no vamos abordar aquí por razones de espacio.

Los fundamentalismos proponen que las personas, las instituciones y las sociedades regresen a una supuesta pureza primigenia de las cosas y de las ideas, mediante un apego estricto al pasado, expresado en textos “sagrados” u oficiales, haciendo caso omiso de la historia y del desarrollo de las cosas y de las ideas.

Quizás esa omisión sea lo más grave del fundamentalismo-literal: porque es una ruptura con la historia, que incluye una ruptura con la historia del propio texto de origen en que se fundamenta. Es como perder el propio fundamento que se proclama.

En términos prácticos, después de esos tres pasos anteriores en relación con la Biblia, es decir, que ella es: a) infalible, b) Palabra inspirada de Dios, y c) debe ser interpretada literalmente, hay un cuarto paso: c) Dios interviene en todo lo que sucede. Todo lo que acontece o va a acontecer está previsto en la Biblia y Dios tiene una razón-justificación tanto como para permitir que suceda, como para provocar que las cosas sucedan con una finalidad definida.

Por lo anterior –para el fundamentalismo–, Dios no evita los fenómenos naturales como huracanes, terremotos e inundaciones, porque, incluso [pudiera ser que] él los provoca para castigar a personas, familias, grupos de personas, naciones y hasta la propia humanidad (el diluvio: Gn 11:1-9), debido a su reincidencia en pecar contra Dios. Es la imagen de un Dios vengativo.

La mejor teología en relación con los fenómenos naturales la oí en los años sesentas del siglo pasado, en una discusión entre una maestra que había dejado la fe y su hermano pastor –ambos revolucionarios. Un huracán azotó parte del territorio norteamericano –imagine usted: territorio del imperialismo–, y el pastor dijo que era castigo de Dios contra el imperialismo; a lo que la hermana respondió:

—¡Síiii!; ¿castigo de Dios? Y cuando nos azotan a nosotros, ¿castigo de quién? ¿Y la gente?

¿Y la gente…? Buena pregunta.

Los castigos “vienen” del dios del “cielo”

La literatura deuterocanónica dice: “tu gloria pasó por las cuatro puertas de fuego y terremoto y viento y hielo” (2 Esdras 3.19, libro deuterocanónico). Y en el libro del profeta Ezequiel se relata cómo Dios castigó a los falsos profetas de Israel, que usurparon su Nombre y profetizaron mentiras:

— “Por tanto, así ha dicho Jehová, el Señor: ‘Haré que la rompa un viento tempestuoso con mi ira, y una lluvia torrencial vendrá con mi furor, y piedras de granizo con enojo para destruir’” (13:13) .

Los hebreos creían que Dios hablaba –entre otras formas– a través de los truenos, y la caída de granizos y el fuego:

— “Moisés extendió su vara hacia el cielo, y Jehová hizo tronar y granizar; el fuego se descargó sobre la tierra, y Jehová hizo llover granizo sobre la tierra de Egipto” (Éxodo 9:23) para castigar al faraón egipcio que tenía cautivos a los hebreos. El faraón tuvo que rendirse y decir:

— “He pecado esta vez; Jehová es justo, y yo y mi pueblo impíos. Orad a Jehová para que cesen los truenos de Dios y el granizo. Yo os dejaré ir; y no os detendréis más” (Ex 9:27-28)

Lo cual es una interpretación engañosa, porque, en estas historias, a Dios no se le reconoce a través de los truenos, del granizo o del fuego, sino a través del acto de liberación del pueblo hebreo de la opresión egipcia. Eso es lo grandioso.

El poder de Dios en Cuba no se reconoce en la fuerza de los vientos, de las aguas, de los truenos, de las inundaciones o de la destrucción, sino en el poder liberador de Dios en las personas que no son vencidas por las inclemencias naturales; y porque él mismo nos da las fuerzas para resistir, reconstruir y vencer; Dios es reconocido en el acto re-creativo de hombres y mujeres –que devienen en co-creadores con Dios– en la restauración de su creación. Esa es la interpretación infalible de la Palabra inspirada de Dios.

Hay que re-leerse el primer libro de los Reyes que relata la experiencia de Elías: él tuvo conciencia de Dios en el “silbo apacible y delicado” como algo más significativo de la presencia y el poder divinos que el terremoto, el viento, las inundaciones, la caída de granizo y el fuego (IRey 19.11–13).

Proclamar la redención no es meter miedo con destrucciones

Dios mismo y su poderosa obra no son reconocidos en la destrucción de su creación, sino en la restauración de ella, que incluye al ser humano. A eso viene Jesús continuamente: a sanar al enfermo, levantar al caído, alimentar al hambriento, tener compasión del extranjero y del preso. Jesús así lo reconoce:

“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”.

Respondiendo el Rey, les dirá:

“De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (SMt 25:37-40).

Reconstruir es celebrar

No sé si los psicólogos ya han descrito genéricamente un “síndrome de huracán”, o síndromes específicos como síndrome de Andrews (1992), o síndrome de Katrina (2005), o síndrome de Ike (2008), porque los impactos de poderosos huracanes no solamente impactan la naturaleza y las instalaciones habitacionales, educativas, de salud, industriales, etc., sino que trastornan emocionalmente a las personas y les ocasionan traumas duraderos. Además del impacto del huracán en sí, están los eventos masivos como evacuaciones, pérdida de las viviendas-hogar, o vivir albergado por tiempo indefinido, con la consabida separación familiar, pérdida de la privacidad y de las costumbres familiares, ruptura familiar, etc. Es una conmoción emocional y espiritual.

En este período de reconstrucción, hay mucho trabajo que hacer en el orden material y espiritual. Las iglesias tienen su desafío por delante. Es tiempo de consolar y animar, sin intereses sectarios –catequesis, proselitismos, propaganda–, porque sería una manera solapada de chantaje, que es una de las manifestaciones de violencia contra las conciencias de las personas que están necesitadas y en situaciones de desventaja. En estos tiempos, dar es darse.

Hay una diferencia sustancial entre recordarle constantemente al ser humano lo que hay de “divino” en él (imago Dei); o recordarle constantemente que es pecador. Lo primero es lo que han hecho nuestros artistas; lo segundo, lo que han dicho algunos “predicadores”. Tratar a los seres humanos como imagen de Dios es reconocer sus posibilidades de recuperación moral, ética, espiritual y material; tratarlos como pecadores castigados es degradarlos, ponerlos en posición de inopia espiritual, y no reconocer las potencialidades que en ellos hay para la recuperación.

Nuestros artistas recorren la Isla –en verdad: recorren las islas–, interpretando y componiendo canciones, presentando y pintando sus cuadros, exponiendo y esculpiendo sus esculturas, bailando e inventando sus danzas: celebran la reconstrucción, porque reconstruir es celebrar: celebrar un hombre y una mujer nuevos, porque sin ellos es imposible la reconstrucción; celebrar una nueva nación que se levanta del dolor, porque sin la alegría de la esperanza no se puede reconstruir con confianza.

Martí nos ha enseñado que hacer es la mejor manera de decir. ¡Vivan los artistas!

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