Algunos se preguntan: ¿por qué esta relación entre los jóvenes y la revolución bolchevique? Yo lo veo claro: es porque Cuba necesita rediscutir y profundizar su revolución socialista, y también porque en América Latina se asoma otra vez la revolución socialista. Por eso vuelve la Revolución de Octubre, y volverá el marxismo.
Los jóvenes que están trayendo al bolchevismo tienen un alto nivel de cultura política. Lo hacen a través de la emoción, que es la más sensible marca de lo humano, pero esa emoción está guiada por la voluntad y el pensamiento. No es una moda que están adoptando individuos, es una comunión y una búsqueda, de quienes ya están en camino y nos están llamando a engrosar la marcha.
Hace noventa años de la insurrección victoriosa de los bolcheviques en Rusia. El inmenso imperio que combinaba un poder zarista y estamentario con un capitalismo de avances recientes, agobiado por la guerra mundial imperialista, fue derrocado por el pueblo rebelado en marzo de 1917. Los revolucionarios dirigidos por Lenin lograron encausar aquella rebeldía y darle un objetivo trascendente, y la guiaron a buscar y conquistar lo que no se creía posible. Esa es la primera enseñanza de Octubre: la revolución rompió los límites de lo posible, la acción organizada y conciente fue capaz de atreverse a vencer, y de cambiar la historia. Enumero muy sintéticamente otros seis logros de Octubre.
Segundo: la revolución triunfante creó una realidad nueva en el mundo: un poder revolucionario anticapitalista. El socialismo dejó de ser solamente una idea que se asumía, se negaba o se discutía; el poder soviético barrió a sus enemigos y le brindó un lugar terrenal al socialismo.
Tercero: el marxismo revolucionario triunfó en Rusia sobre la adecuación reformista del marxismo, que en las últimas décadas lo había hecho formar parte del sistema de dominación burgués. Al mismo tiempo, la revolución y la Rusia soviética ampliaron el objeto y el contenido del marxismo.
Cuarto: millones de personas tuvieron prácticas humanas y sociales que estaban fuera del orden y de la cultura de la dominación capitalista, y alimentaron con ellas sus vocaciones de constituir una nueva manera de vivir y de relacionarse.
Quinto: se puso en marcha un poder revolucionario comunista bajo el ideal de cambiar la vida y crear un mundo nuevo a través del poder popular. Pero ese poder debió utilizar todas las diferentes formas de gobierno y de gestión económica que consideró necesarias, tratando de hacer viable el país, desarrollarlo y avanzar mediante una transición socialista.
Sexto: se internacionalizaron las prácticas revolucionarias y el concepto mismo de revolución. Este fue un formidable avance, frente a la mundialización del capitalismo de la época imperialista.
Séptimo: la revolución bolchevique abrió a un grado extraordinario los horizontes a las ideas y los movimientos de liberación nacional y popular de la mayor parte del planeta, dirigidos contra el colonialismo, el neocolonialismo, la explotación del trabajo, el racismo y todas las formas de dominación. En 1964, el Che se apoyaba en ese logro al argumentar su posición, en “La planificación socialista, su significado”.
Lenin fue el alma, el impulsor máximo del proceso y el conductor de los bolcheviques y de la gran rebelión popular. Cuando logró regresar del exilio, el 3 de abril de 1917, muchos creían que la revolución ya había sucedido, con la caída del zarismo; por el contrario, sus compañeros creían que todavía transcurriría una época histórica antes que fuera posible la revolución socialista. Con gran audacia, Lenin les lanzó de inmediato sus tesis y puso al partido bolchevique en el camino de la acción revolucionaria. Les leo un fragmento de aquel discurso histórico del 4 de abril:
“Propongo cambiar la denominación del partido, denominarle Partido Comunista. La denominación de comunista está clara para el pueblo. La mayoría de los socialdemócratas oficiales han traicionado al socialismo… Liebknecht es el único socialdemócrata… Ustedes temen traicionar los viejos recuerdos. Más para mudarse de ropa hay que quitarse la camisa sucia y ponerse otra limpia. ¿Por qué desechar la experiencia de la lucha universal? (…) La palabra ‘socialdemocracia’ es inexacta. No hay que aferrarse a esa vieja palabra, podrida hasta la médula. Si queremos organizar un nuevo partido… a nosotros vendrán todos los oprimidos.”
Lenin fue una de las personalidades más descollantes de la historia de las revoluciones y un extraordinario pensador, el más notable de los seguidores de Carlos Marx. Tuvo la gran oportunidad de poner en práctica las ideas, y la angustia de conocer cuan insuficientes eran los elementos con que contaba para la colosal transformación que pretendían los comunistas. Lenin asumió decisiones muy duras y previó descalabros muy grandes, sin perder nunca sus ideales, su honestidad y capacidad autocrítica y su confianza en que la expansión mundial de la revolución se volviera decisiva. Tenemos que apoderarnos de su pensamiento, para aprovechar ese aporte maravilloso a la cultura de liberación, y utilizarlo frente a los problemas de hoy.
Hubo dos grandes olas de revoluciones de liberación en el siglo XX. La primera fue la iniciada por la Revolución de Octubre, y tuvo su centro en Europa. La segunda fue la de las revoluciones de liberación nacional y socialistas del mundo colonial y neocolonial, prologada por la Revolución china y por el triunfo vietnamita de 1954; su apogeo sucedió después del triunfo cubano de 1959 –que es el verdadero inicio de los años 60— y su centro estuvo en el llamado Tercer Mundo, aunque también ocurrieron importantes episodios en el Primer Mundo, y la inconformidad tocó duro a la puerta del llamado sistema socialista. Durante la primera ola de revoluciones, Cuba vivió su Revolución del 30 (1930-1935). Me detengo un momento en ella, porque allí apareció el socialismo cubano, y lo sintetizo en dos momentos, el de Julio Antonio Mella y el de Antonio Guiteras.
Mella fue el fundador del socialismo cubano. Al inicio de su trayectoria creó y dirigió el primer movimiento estudiantil combativo que existió en el país, pero debió aprender a ir más allá y colocar sus esfuerzos y demandas dentro de un movimiento y un objetivo mayores: el de los trabajadores, la justicia social y el socialismo. Se hizo antimperialista, pero no desde un rechazo cultural conservador a la modernidad, sino asumiéndola para poder negarla mejor. Comprendió que en vez de participar en la modernización de la dominación, el revolucionario debe ser antimperialista para la liberación, y que la forma más acertada de lograrlo es ser comunista. Mella llegó aún más lejos, al plantear que la revolución de los comunistas tenía que ser nacional, aprender a vivir y sentir como propias las ansias de liberación nacional de cada pueblo, lograr la formación de una vanguardia revolucionaria capaz de atreverse a guiar bien a los explotados y oprimidos, arrastrar al pueblo a la conquista y el ejercicio del poder, y no conformarse con reformas parciales, ni con vivir en soledad su “pureza” y soberbia sectarias.
El joven revolucionario Antonio Guiteras comenzó en la rebeldía universitaria del Directorio de 1927, pero pronto se sumergió en el pueblo de Oriente, y fundó una organización para hacer la insurrección armada popular que viniera del campo a la ciudad, en busca de la liberación nacional contra el imperialismo norteamericano, cambiar a Cuba y crear una sociedad socialista. Practicó sus ideas como nadie, y durante la crisis revolucionaria de 1933 fue ministro del Gobierno revolucionario que existió de septiembre de 1933 a enero de 1934. Guiteras trató de llevar aquel proceso más allá de lo que parecía posible, concientizar al pueblo y armar a los revolucionarios, nacionalizar empresas imperialistas e iniciar la reforma agraria, es decir, mostrar la posibilidad del socialismo en Cuba mediante la práctica. Retornó a la clandestinidad hasta su caída en combate en mayo de 1935. Era en ese momento el dirigente de Joven Cuba, organización político-militar que tuvo unos 15 mil miembros, cuya estrategia era la insurrección armada para tomar el poder y construir un socialismo de liberación nacional.
Mella y Guiteras fueron los máximos exponentes del socialismo cubano en esta primera etapa de su existencia. Mientras, el proceso revolucionario soviético se había enredado cada vez más en sus contradicciones políticas y terminó en los años 30, a través de un trágico baño de sangre y la imposición de una dictadura personal; ella fue el vehículo del poder de un grupo que despojó al pueblo de su soberanía y desnaturalizó la transición socialista. Esa octava enseñanza de la Revolución muestra la obligación de que el proyecto de liberación sea siempre la guía del poder revolucionario, y no sea manipulado. En un sentido más general, es indispensable que el proceso sea diferente y opuesto al capitalismo, y no sólo opuesto, y sobre todo que se vaya creando una nueva cultura que sea capaz de multiplicar y hacer permanentes los cambios liberadores de las personas y la sociedad, y el control del pueblo sobre el conjunto del proceso.
Sin embargo, la URSS se consolidó como un Estado poderoso, controló totalmente la Internacional Comunista y tuvo una influencia decisiva sobre los partidos comunistas durante décadas. En Cuba esto llevó a una separación, en el curso de la Revolución del 30, entre el socialismo encarnado por Mella y Guiteras y el del Partido Comunista, que seguía las orientaciones de la Internacional.
No puedo referirme más aquí a la acumulación histórica del socialismo en Cuba, que quedó latente desde el final de la Revolución del 30, pero la insurrección de los años 50 demostró la existencia de esa crucial reserva cultural. El hecho mismo del asalto al Moncada, la noción de pueblo de “La historia me absolverá”, la organización y rápido arraigo del Movimiento 26 de Julio, la estrategia seguida durante la guerra revolucionaria, fueron en la práctica consecuentes con aquella acumulación, y promovieron a Fidel como continuador del socialismo cubano. La insurrección contó también con ideas y visiones expresas de socialismo, como era de esperar dadas sus fuentes históricas y sus objetivos tan ambiciosos. Las ideas de liberación nacional, antimperialismo, socialismo, democracia, latinoamericanismo, aparecían con frecuentes y tenían nexos entre sí: el proyecto revolucionario de consumar la nación cubana exigía visiones e idas que no cabían dentro del orden burgués neocolonial.
Pero hay que reconocer que no está establecido con firmeza el conocimiento de ese campo tan importante de la historia de nuestras ideas y nuestros procesos revolucionarios. Es necesario investigarlo más, discutirlo, sistematizar la comprensión a que se llegue y divulgarla.
El triunfo y la consolidación de la revolución le dieron al socialismo cubano el poder desde 1959, en la sociedad, el Estado, la economía y las ideas y su reproducción. Le abrieron la posibilidad de hacer una transición socialista conducida por comunistas, para asegurar y hacer permanente, en un solo proceso, la liberación nacional y la soberanía –la gran meta histórica de la nación —, y la justicia social, mediante la distribución sistemática hacia todos de la riqueza social, la educación, la igualdad de oportunidades, es decir, la gran meta histórica del pueblo cubano. Esas transformaciones sociales y conquistas del pueblo se codificaron en leyes y se han convertido en costumbres. Pero desde el inicio, el socialismo cubano en el poder sintió la necesidad de proponerse nuevas perspectivas sumamente ambiciosas: terminar con todas las dominaciones y crear una nueva cultura. Para esas tareas colosales era obligatorio pensar con una audacia, creatividad y profundidad nunca antes concebibles, y que el pensamiento fuera un auxiliar imprescindible, un adelantado y un prefigurador.
La dimensión internacional tuvo ahora un peso y una importancia enormes. Por primera vez, el socialismo cubano se relacionó y se alió con la URSS, pero a una escala muy abarcadora, decisiva en lo material y muy influyente en lo ideológico. Puestos a pensar su proyecto, su estrategia y la naturaleza del proceso, los revolucionarios cubanos en el poder acudieron también a la experiencia de los logros, los intentos y las derrotas de los bolcheviques. Lo cierto es que en el origen de ambos procesos había diferencias extraordinarias, que hacían casi imposible compararlos. Pero pronto descubrieron que los bolcheviques habían pensado y polemizado entre sí, habían vivido las creaciones y las angustias de toda revolución verdadera, tratando de hacer lo mismo que ellos: cambiar la vida y cambiar el mundo, ir hacia el fin de todas las dominaciones y la creación de una nueva cultura, sacando todo lo esencial de sí mismos, sin posibilidad de imitar a nadie.
Vivimos entonces una fiebre de estudio del pensamiento de Lenin y sus compañeros, de los acontecimientos y las tendencias de aquel proceso, sin hacer caso del pensamiento oficial soviético, que estaba dirigido a su ocultamiento o tergiversación. Como no hay tiempo para tratar el tema aquí, recomiendo al menos que se lea el libro Apuntes críticos a la Economía Política, de Ernesto Che Guevara, que es un ejemplo eminente de la profundidad y el alcance que tuvo la comprensión cubana del proceso soviético en aquella etapa de los años 60. Pero lo principal fue que el socialismo cubano elaboró en buena medida en esos mismos años una concepción comunista de la transición socialista y de los problemas de la revolución en el mundo.
Como decía al inicio, hoy los cubanos estamos urgidos de rediscutir y profundizar los temas de la revolución socialista, sacar a debate todos nuestros problemas importantes, activar y ampliar la información, la participación y el control popular. Si buscamos a los revolucionarios de Octubre, a Lenin y a toda la herencia de las ideas y las luchas socialistas, es porque sabemos que sólo en el socialismo estará la fórmula de la victoria. El socialismo nos ayuda a fundamentar un anticapitalismo sin concesiones, que sabe asumir las realidades más duras u opuestas a nuestros ideales, para conocerlas bien, pero sin dejarse vencer por ellas, para trabajar con el pueblo en vez de intentar donarle al pueblo el socialismo, para fiar el esfuerzo principal, la sagacidad y todos los factores con que se cuenta en dos direcciones fundamentales que estén íntimamente relacionadas.
Una es la labor socialista práctica, creadora y distribuidora de bienes y servicios, y sobre todo creadora de relaciones sociales nuevas, que es decisiva para la formación de las personas y las relaciones sociales en el predominio de la solidaridad frente al egoísmo, en el fomento de la laboriosidad y de hacer que los méritos personales sean el rasero social principal para medir a los individuos, y la defensa del aporte y la eficiencia frente a los intereses individualistas y de grupos, y contra el afán de lucro.
La otra es una concientización permanente y sistemática que no consista en un discurso lleno de frases hechas y vacío de contenidos, sino en el aprendizaje entre todos y a partir de las situaciones concretas, de por qué, para qué y cómo es la sociedad organizada la que debe manejar los recursos del país en bien de toda la población del país; de cómo instrumentar el conocimiento del pueblo acerca de las cuestiones fundamentales y cómo lograr que cada vez más el pueblo participe en las decisiones acerca de esas cuestiones; de discernir lo que es positivo y lo que no lo es, qué actitud es moral y cuál no, qué es lo lícito y qué es lo ilícito, cómo hacer que los instrumentos de formación y de difusión que posee la sociedad sirvan cada vez mejor a la expresión de la rica diversidad de las ideas y las motivaciones de las personas, y al arraigo y profundización de vínculos solidarios socialistas.
Me siento universitario, siempre. Por eso me hacen feliz los logros de nuestras universidades y me duelen mucho sus insuficiencias. Que la universidad se pinte de negro, de mulato, de obrero y de campesino, que se pinte de pueblo, decía el Che en la Central de Las Villas, un año después de haber pasado por ella camino del fuego, de la sangre y de la victoria en la batalla de Santa Clara. Hace pocos años tuvimos que volver a plantearnos el cumplimiento de aquel reclamo del Che, a pesar de los inmensos avances obtenidos después de 1959, y volver a atender a la composición social del alumnado. Eso brinda una enseñanza y tiene, a mi juicio, un significado doble: el de nuestras deficiencias y el de nuestra capacidad de avanzar una y otra vez. La batalla de estos años recientes por defender y ampliar la continua y sistemática redistribución de la riqueza social y las oportunidades entre todos los cubanos y cubanas, que es uno de los rasgos fundamentales de nuestro socialismo, continúa hoy con la misma decisión con que la inició Fidel, pero también con los obstáculos formidables que Cuba ha encontrado siempre para llevar adelante su proceso revolucionario de liberación.
Opino que hoy no les basta a las universidades y a las demás instituciones del país con pintarse de negro, de obrero y de pueblo. Ellas, y cada uno de nosotros, tenemos que entender el papel que nos toca cumplir y, a la vez, debemos tener iniciativa y empeño para encontrar y asumir nuevas tareas y papeles que la revolución necesita. Apoyar y ayudar de maneras concretas en la acción, en la eficiencia y en la necesaria creación, porque por los caminos trillados que se limitan a modernizaciones sólo se logra finalmente modernizar la dominación, y si estamos limitados por una estrechez de miras que nos lleve a repetir lo que ya ha servido antes para sobrevivir y mantenerse, no se podría forzar el cerco del capitalismo en la actualidad y en el futuro próximo.
A los jóvenes sobre todo quisiera decirles —porque los jóvenes vuelven a ser la carta decisiva de la revolución— que la juventud tiene que apoderarse de la historia entera de la revolución, tan llena de maravilla y de momentos angustiosos, y del rico pensamiento que ella ha producido, para unir a la emoción, que es determinante para actuar, el conocimiento que multiplica las posibilidades del que actúa. “La juventud tiene que crear. Una juventud que no crea es una anomalía, realmente”, les dijo el Che a los jóvenes reunidos para conmemorar el segundo aniversario de la integración de las organizaciones juveniles, la víspera misma de la Crisis de Octubre.
Los que fuimos jóvenes de la revolución y seguimos siendo revolucionarios, tenemos el deber –difícil e importante— de evitar la lejanía y mantener abierta la puerta de la continuidad revolucionaria, de trasmitir todo lo que pueda ser valioso, sin temor a no ser los protagonistas. De no traicionar los ideales y la vida que hemos vivido, por cansancio, por cobardía, por intereses mezquinos o por torpeza insondable. Tenemos el deber de ser honestos, aun si nos faltaran capacidades y habilidades, para al menos dar testimonio de la moral y la grandeza de la causa de todos, y ser con eso ejemplos de conducta.
Ya a punto de concluir, me vuelvo a preguntar qué es lo que hace a esta generación apoderarse de la Revolución de Octubre. Pienso que con actividades como esta, y con el estudio y el debate de aquella revolución, ustedes también están acerando su propia identidad, reconociéndose mejor a sí mismos, dándole más alcance a sus ideas, más fundamentos a su pasión, sus criterios, su rebeldía y su militancia. Que a la luz de Octubre están velando sus armas y preguntándose mejor qué hacer. Eso me hace feliz, y les agradezco mucho que me hayan brindado la oportunidad de compartir con ustedes aquí.
También me hace recordar las dos semanas que pasé hace un mes en la Escuela de Formación Política “Florestán Fernández”, del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil. Todas las mañanas hacíamos con los alumnos —que vienen de toda América Latina— una actividad breve pero muy emotiva y profunda, de recordación a eventos de las luchas y a personas que todo lo entregaron en ellas. Siempre la organiza un grupo diferente de alumnos, y siempre los modos de recordar son diferentes, pero al final de ellas, todos los días cantábamos –en portugués, español, guaraní, quichua, creole de Hatí— la misma canción: La Internacional.
Una mañana recordé, mientras cantaba, un hecho que me contaron de joven. La mañana del día de su muerte en el Hospital Calixto García, Gabriel Barceló, el jefe de Ala Izquierda Estudiantil, el más grande líder juvenil de la Revolución del 30, salió del letargo que había interrumpido unas horas sus dolores terribles, y escuchó una canción que cantaban en el Anfiteatro del Hospital. “¿Qué cantan, Eddy?” le preguntó a su amigo y compañero Eduardo Chibás, que lo acompañaba. Chibás le contestó: “¡Gabriel, están cantando La Internacional!”. Fue una última alegría para el moribundo.
Para los bolcheviques de la Rusia soviética, el himno era La Internacional. En esta víspera de la Revolución de Octubre, que es una prenda de unión de los esfuerzos revolucionarios más diversos, quisiera pedirles que al culminar la vigilia de la Plaza, a medianoche, cantemos todos dos canciones. La de letra tan humilde, la inspiración del jornalero negro que supo ir a pelear al Moncada, el Himno del 26 de Julio, que acompañó a los sacrificios y los heroísmos de los cuales salió la revolución socialista cubana. Y la canción del ferroviario convertido en comunero, La Internacional, que es el himno de la revolución mundial.