Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo como hizo Elías, y los consuma?
Por alguna razón, más que la falta de hospitalidad, los samaritanos fueron objetos de odio en el contexto palestino del siglo primero. Tal vez la causa fue una diferencia racial, en la cultura o política, en los pensamientos o creencias, o en la manera de vivir; algo provocó que los samaritanos eran detestados e intolerables para Juan y Jacobo. Estos dos discípulos creyeron que su sociedad sería mejor sin la presencia de tales personas. Creyeron que Dios estaría de acuerdo, y creyeron que con una sencilla petición, Dios enviaría fuego del cielo para consumir a los despreciables samaritanos.
En la noche del domingo, 12 de junio, un hombre de fe entró en un bar gay en Orlando, Florida, convencido que estaba haciendo la voluntad de su Dios, seguro de que sus armas de fuego representaban el fuego del cielo enviado para consumir a los samaritanos, que eran en su mente la comunidad LGBT, una comunidad intolerable para él. Entonces asesinó a cincuenta personas e hirió a cincuenta y tres más. Todo en el nombre de Dios.
El domingo siguiente, dos pastores de mi país: Steven Anderson de la Iglesia Bautista Palabra Fiel en California y Roger Jiménez de la Iglesia Bautista Verdadera en Texas predicaron sobre este evento. Estos dos pastores animaron a los fieles de sus congregaciones que no deben estar tristes por estas muertes. Dijeron que no fue una tragedia, sino fue el juicio de Dios. Celebraron las muertes como buenas noticias, y dijeron que la única tragedia fue que el asesino no cumplió su tarea, porque todavía había homosexuales que sobrevivieron al ataque en el bar. ¿Cómo es posible que seguidores de Jesús de Nazaret pueden pensar y hablar en una manera tan aborrecible?
Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo como hizo Elías, y los consuma?
¿Cómo fue posible que estos discípulos, estos amigos más cercanos a Jesús, el Señor de la vida, pudieran pedir una masacre divina? Jesús inmediatamente reprochó a sus discípulos; tal petición no tiene ningún lugar en su movimiento. Lo reprendió. Pero como Jesús era el amor de Dios encarnado, podemos estar seguro que detras de su reproche, debajo de su denuncia, estaba el amor. Amó a sus discípulos, como amó a los samaritanos que ellos querían destruir. Y Jesús tenía esperanza en esos discípulos tan tontos y odiosos, la esperanza que un día ellos podrían aprender, podrían encarnar, este amor profundo.
Juan y Jacobo no fueron las primeras personas de fe en creer que a Dios le complacería enviar fuego para matar a las personas que estaban fuera de la cultura dominante. Y no serán las últimas. Esta creencia parece ser la norma, la regla, en lugar de la excepción. Los sociólogos nos dicen que esta justificación divina de la destrucción de las personas que están fuera de la cultura dominante ha sido uno de los roles principales de la religión en sociedades alrededor del mundo desde siempre. Este vínculo entre la religión y la destrucción está tejido en el ADN de la historia del ser humano, fluye en nuestra sangre.
En las páginas sagradas de nuestra tradición religiosa es muy aparente esta tendencia de aprovechar la imagen de Dios como conquistador para justificar la matanza, a pesar del mandamiento que prohibe tal cosa. Podemos recordar a Abram y la destrucción de Sodoma, a Josué en la conquista de Canan, a Elías en la masacre de 400 profetas de otra religión.
Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo como hizo Elías, y los consuma?
También, la historia del cristianismo está llena de ejemplos horribles de este matrimonio entre el deseo de seguir a Jesús y el deseo de vencer y destruir. Podemos recordar las Cruzadas, o la colonización del nuevo mundo. Todos vinieron con la espada en la mano derecha y la Biblia en la mano izquierda. Ustedes saben más que yo la historia del Caribe y América Latina, la manera en que los conquistadores españoles trajeron sacerdotes para ofrecer salvación a las personas indígenas, antes de la masacre y la destrucción de sus comunidades.
Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma?
Me da mucha pena admitirlo, pero puedo identificarme con Juan y Jacobo y sus sentimientos. Sospecho que todos nosotros podemos nombrar alguna comunidad en el mundo que representa nuestros samaritanos. Por alguna razón, tal vez sus pensamientos o creencias, su cultura, o su manera de vivir, hace a estas personas intolerables para nosotros. Para mí, los samaritanos son los fundamentalistas, las personas como el pastor Steven Anderson y pastor Roger Jiménez. Casi puedo imaginarme rogando que Dios envíe fuego del cielo para consumirlos a ellos y a sus iglesias, para tener un mundo sin tal horrible odio y sin tal creencia tonta de que el odio y la violencia son agradables a Dios.
Pero como Jesús amó y tenía esperanza en esos tontos discípulos, tengo que creer que Jesús me ama y tiene esperanza también en mí, esperanza de que yo puedo ser sanado de tal tontería. Y tengo que creer que Jesús aun ama y tiene esperanza en los pastores Steven y Roger que están predicando el odio. Tenemos que reprender y denunciar, ¡sí! Tengo que gritar, tengo que denunciar, pero también tengo que arriesgar, amar, tengo que esperar por la redención y la transformación de todos los sistemas de violencia. Detrás de la denuncia y debajo del reproche, hay que amar y esperar. Porque, aunque el reproche es importante y esencial, es casi seguro que la denuncia no va a suavizar los corazones odiosos. Los gritos no van a transformar los pensamientos prejuiciosos. Solo el amor puede suavizar y transformar a las personas y romper las estructuras de odio y de abuso de poder.
Hay buena noticia en esta historia. Aquí está: La esperanza de Jesús por la redención y la conversión de Juan y Jacobo ya se ha cumplido, y su esperanza por el mundo ya se ha cumplido muchas veces en la historia.
Es difícil creer, pero el mismo cristianismo que dio origen a las Cruzadas dio origen también a San Francisco de Asis. ¿Cómo fue posible? y ¿cómo fue posible que la misma colonización que produjo la matanza de los indígenas también generó a Antón Montesinos que sembró la semilla de la teología de la liberación y a Fray Bartolomé de las Casas que formó el marco de los derechos humanos? y ¿cómo fue posible que el mismo cristianismo del sur de mi país que produjo el Ku Klux Klan también generó a Martin Luther King y a Jimmy Carter?
Es difícil creer, pero el mismo discípulo Juan, que tenía tanto odio por los samaritanos, más tarde escribió el evangelio más enfocado en el amor. Escribió: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito… Porque de tal manera amó Dios al mundo de los samaritanos, de los discípulos tontos, de la comunidad LGTB, de los pastores fundamentalistas, el mundo de yo y tú, que ha dado a su Hijo unigénito”.
Es difícil creer, pero el otro discípulo, la misma persona que tenía tanto odio por los samaritanos y tantos deseos de su destrucción, más tarde escribió la epístola más enfocada en la enseñanza de Jesús y dijo que la religión pura no tiene nada que ver con la violencia ni el prejuicio, sino que existe en amor, en acciones concretas de amor, como “visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”.
El milagro es que de esta cultura mundial, manchada con miedo y odio, puede nacer la religión pura, el amor sin prejuicio. Todos nosotros respiramos el mismo aire cultural tan tóxico, el aire que genera el cáncer de violencia y aversión a los que son diferentes, pero gracias a Dios existe la posibilidad de respirar aire puro. Que podamos día a día experimentar este micro-clima de gracia y respirar el soplo de Dios, el hálito de vida, para experimentar y ser parte de la sanación del mundo. Jesús está entrando en el mundo y en la historia para ser la luz en nuestra noche fría, renunciando al odio y ofreciendo el amor, para todos y todas, tontos y sabios, golpeadores y víctimas. “Por eso es que hoy tenemos esperanza, por eso es que hoy luchamos con porfía, por eso es que hoy miramos con confianza el porvenir en esa tierra mía y esta tierra tuya”. Gracias a Dios. Amén.
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