Falta por destacar que la mayoría de las personas de la tercera edad son mujeres en los análisis sobre el acelerado envejecimiento de la población cubana, valoró la socióloga Reina Fleitas en la última edición de la revista electrónica Antropológicas.
En 2012, ellas representaban casi 53 por ciento de la población anciana en Cuba, según datos del Ministerio de Salud Pública local, destacó la científica en el artículo “El discurso invisible del envejecimiento: El dilema de género”, incluido en la publicación de la Cátedra de Antropología “Luís Montané” de la Universidad de La Habana.
De hecho, las mujeres constituían 56,5 por ciento entre las personas de 80 años y más.
“Ellas llevan la parte más difícil de este proceso pues padecen de una mayor carga de morbilidad”, resaltó Fleitas.
La franja femenina en esas edades suele sufrir enfermedades degenerativas como la demencia, alzheimer y osteoporosis, y otras crónicas como los padecimientos isquémicos, diabetes y cardiovasculares.
“En fin, (las mujeres) logran una esperanza de vida más larga, pero su calidad de vida se muestra más deteriorada”, subrayó.
Incluso la especialista cuestionó que ancianas y ancianos puedan sobrellevar por igual dichas enfermedades.
“A pesar de los notables avances que en igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres se han producido en educación, salud y empleo desde la segunda mitad del siglo pasado hasta la actualidad, aún las desigualdades en el empleo y los salarios son importantes”, destacó.
Recordó que varias investigaciones sobre género identifican brechas en el empleo entre hombres y mujeres.
“(Estas inequidades) se reflejan en diferencias salariales por cuenta de una mayor cantidad de ausencias de ellas al trabajo determinado por su función de cuidadoras en la familia, o por su presencia importante en ocupaciones de más bajas calificaciones que tienen una menor remuneración”, contextualizó.
Reveló que ellas suelen tener una situación económica más difícil al final de la vida por esas razones, además de que muchas carecen de ingresos propios porque nunca trabajaron fuera de sus hogares.
Observó que las cubanas son 10 por ciento de la población ocupada laboralmente en las edades de 60 años y más, mientras que los hombres constituyen 27,3 por ciento, según datos del último Censo de Población y Viviendas realizado en el país.
De ese grupo, muchas son profesionales aunque la mayoría de las ancianas trabajadoras tiene puestos en ocupaciones elementales no calificadas.
En estos sectores, ellas representan 27,3 por ciento mientras que los hombres constituyen 21,6 por ciento, según datos ofrecidos en 2014 por la estatal Oficina Nacional de Estadísticas e Información.
A juicio de la autora, “una razón de fuerza mayor que hace al envejecimiento un asunto de mujeres, es que sobre ellas recae el peso del cuidado de los ancianos, tanto en las instituciones públicas como en los hogares cubanos”.
Hoy 18,3 por ciento de los 11,2 millones de habitantes del archipiélago cubano tiene más de 60 años.
Argumentó en tal sentido que “numerosas investigaciones sobre familia muestran que la mujer cubana sigue siendo el centro de la familia” y aquellas con compromisos públicos viven el conflicto de intentar conciliar las demandas del hogar y el empleo.
Para Fleitas, los hombres tienen un “papel creciente en la atención a la familia” pero todavía “el viraje no muestra signos de paridad”.
Si el aporte esencial en la fecundidad se halla entre 20 y 24 años, presumiblemente muchas mujeres entre 50 y 55 pueden ser cuidadoras de ancianas y ancianos de 70 y más, estimó.
“En este punto es necesario que la política pondere valorar el trabajo de cuidado del anciano realizado por un miembro de la familia como una actividad útil”, recomendó la especialista.
También propuso ver la idea anterior como un cambio laboral.
“No debería considerarse jubilada a una persona que asume a tiempo completo el cuidado de un anciano por el hecho de que ha dejado de trabajar en una ocupación pública tradicional”, razonó.
Según la investigadora, los “exiguos” estudios sobre pobreza y familia realizados en el país “apuntan a incorporar como un patrón en estas familias el alto índice de personas dependientes entre los cuales se hallan los ancianos y los niños”.
Para ejemplificar lo anterior, usó datos de una investigación hecha por ella, en 2012, en el barrio de San Isidro, en La Habana.
El estudio arrojó que el grupo de 60 años y más era el de mayor porcentaje entre esas familias, con un valor de 24,1 por ciento. También 50 por ciento de las y los jefes de los hogares estaban en dichas edades. De ellos, 55 por ciento eran mujeres.
Como conclusión, Fleitas planteó que “la falta de tiempo y la sobrecarga de roles que experimentan las mujeres cuidadoras en las edades de 50 y más, es una determinante directa de problemas de salud que ellas viven. Estos conflictos podrían ser atenuados si se cambia el enfoque de la política hacia las familias y las mujeres que viven esas realidades”. (2014)