Pero la respuesta de Lucius no se hizo esperar. Convocó a una huelga de hambre con la firme decisión de no abandonar el ómnibus hasta que lo dejaran salir para Cuba con destino a la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao para su trabajo de servicio a la comunidad. Con una temperatura de hasta 42 grados centígrados, catorce hermanos y hermanas, bajo la consigna de “Sí se puede”, desafiaron el injusto y criminal bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba. Junto a nuestro hermano Lucius, estaban los que alguna vez aparecerán entre los héroes de la fe y de la solidaridad: Lisa Valenti, fundadora de la Coalición Cuba en la ciudad de Pittsburgh y de la primera caravana; Gilda Roberts, de Filadelfia, miembro de la Brigada Internacional “Abraham Lincoln” durante la Guerra Civil Española, quien a pesar de sus setenta y siete años de edad, y en un sillón de ruedas, no dudó en sumarse a la huelga; Abraham Golokow, de ochenta y seis años, fundador de la primera caravana, conocido por su persistente participación en la luchas políticas y sociales; el reverendo Milton Reid, pastor de la Riverside Gideon Baptist Church, en Norfolk, Virgina, y veterano de la lucha por los derechos civiles. A pesar de su enfermedad y ancianidad, este hermano estuvo al lado de Lucius en este gesto de solidaridad por un pueblo bloqueado; Peggy Hopson, exicano-americana bien conocida como activista en su comunidad de Chicago; y el padre James Mackena, sacerdote de la diócesis de Dallas, Texas, quien ha ejercido su ministerio cristiano durante veinte años en Perú y cinco en Nicaragua. Junto a ellos, también estaban Elizabeth Kirkpatrick, Lisa Rottach, Chritopher Hoeppner, May Ying Welch, Alex Tehrani, Francisco Romería y el cubano-canadiense Camilo García.
Desde que llegó la noticia de la huelga de hambre, Clarita manifestó que en Cuba debíamos hacer lo mismo. Discutimos la idea con algunos hermanos y amigos, la aprobamos y decidimos hacer un ayuno solidario frente a la Sección de Intereses de los Estados Unidos, ubicada en Calzada y L, en el Vedado. Cuando consultamos a las autoridades, entendieron que no era lo mejor. Pero en la medida en que avanzaban los días, nos sentíamos más incómodos con nuestra actitud, porque mientras estos hermanos y hermanas exponían su salud y aun sus vidas en solidaridad con el pueblo cubano, nuestra tarea se reducía a recoger firmas en el Centro Memorial Martin Luther King, Jr. y a tener el templo de la iglesia abierto a la solidaridad en la intercesión por los amigos y amigas de Laredo. El 12 de agosto, Fidel había regresado de una breve visita a Colombia, y al otro día —por cierto, su cumpleaños— informamos que íbamos iniciar el ayuno frente a la Sección de Intereses.
Efectivamente, sin previo aviso pasé por la casa del reverendo Juan Ramón de la Paz, ministro episcopal y deán de la Catedral la Santísima Trinidad, y de su esposa, la pastora Nerva Cott Aguilera. Los invité a iniciar con nosotros cuatro el ayuno. Sin titubeo alguno, no sólo nos acompañaron, sino trasladaron para los alrededores de la Sección de Intereses un histórico reclinatorio de la Iglesia Episcopal de Cuba que había pertenecido a la antigua catedral de Águila y Neptuno, durante el pastorado del reverendo Francisco Díaz Bólero, íntimo amigo de Julio Antonio Mella, a quien había escondido en la iglesia de Jesús del Monte para salvarlo de las garras del tirano Gerardo Machado. Llegamos aproximadamente a las dos de la tarde.
Colocamos el reclinatorio, izamos la bandera cristiana y nos sentamos en la acera. Para nuestra sorpresa, una jovencita, sin avisar a sus padres, ya estaba en el lugar. Inmediatamente, varios residentes del área se acercaron y nos ofrecieron su ayuda. Una comisión de vecinos se dirigió a las oficinas de la Cruz Roja de Cuba, a unas dos cuadras de donde estábamos, y al poco rato levantaron una tienda de campaña a la que nos trasladamos en seguida.
Dos horas después, el primer vicepresidente del Consejo Ecuménico de Cuba (CEC), el reverendo Obed Gorrín García, con el apoyo de Nerva Cott como secretaria del CEC, y junto con sus firmas, también las de Juan Ramón de la Paz y la nuestra, entregamos un mensaje al Cónsul norteamericano en La Habana, que entre otras cosas, resaltaba:
Un grupo de pastores de las iglesias protestantes, apoyados por el Consejo Ecuménico de Cuba, está sosteniendo una vigilia de oración y ayuno permanente frente a la Sección de Intereses de los
Estados Unidos de América en La Habana.
Hacemos esto en respuesta a un llamado del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. para mostrar la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas que llevan a cabo una huelga de hambre dentro de un pequeño ómnibus escolar amarillo, el cual fue detenido por las autoridades de la aduana cuando trataban de traerlo a Cuba para ser usado en la pastoral de los niños y ancianos de la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao. Cuando comenzamos esta vigilia de oración y ayuno, estamos motivados por nuestros sentimientos de amor cristiano hacia nuestro pueblo, que ha sido grandemente afectado por la política de incomprensión y bloqueo que ustedes han mantenido contra nosotros por muchos años. Esta es la situación que ha inspirado a la Caravana de la Amistad Cuba- Estados Unidos a traer ayuda humanitaria y solidaridad para el pueblo de Cuba […] Por lo tanto, pedimos al gobierno de los Estados Unidos que salve las vidas de nuestros hermanos y hermanas e inicien conversaciones con ellos; escuchen la razón humana y cristiana y den los pasos necesarios para liberarlos. “Nadie tiene mayor amor que este cuando uno da su vida por sus amigos” (Juan 15:13).(1)
Esa noche, el Noticiero Nacional de la televisión cubana ofreció las primeras imágenes del pequeño grupo de creyentes en su vigilia de oración y ayuno, en el momento en que el reverendo De la Paz
realizaba el primer oficio religioso a centenares de personas. Allí enseñamos al público el canto-lema de la vigilia, “Que no caiga la fe, que no caiga la esperanza”. Fue nuestro primer culto al aire libre. A
partir de ese momento, cada mañana y cada noche celebrábamos la esperanza de la fe que animaba nuestra firmeza de acompañar a los catorce de Laredo.
Al día siguiente, se nos unieron otros ayunantes: creyentes de las iglesias evangélicas, algunos católicos, otros de las religiones populares de origen africano, y personas no creyentes hasta llegar a unas setenta, por lo que resultó necesario levantar otras carpas.
Dos o tres extranjeros nos pidieron dejarlos participar, entre ellos dos argentinos y un español. Desde entonces, tuvimos que limitarnos a esa cantidad. La solidaridad del reverendo Rafael Cepeda constituyó
un gran estímulo: aceptó la invitación de predicar una de las noches. También el reverendo Carlos Camps, de la Iglesia Presbiteriana Reformada. Se colocaron mesas para que miles de capitalinos
firmaran mensajes de solidaridad con los hermanos y hermanas de Laredo. Las iglesias de Marianao, la Evangélica Libre, del pastor y amigo reverendo Miguel Marcial Hernández, y la Episcopal de Juan Ramón y Nerva, dejaron sus templos y vinieron a celebrar un culto unido. Tuve la oportunidad de predicar a unas setecientas personas, que con un increíble entusiasmo cantaban nuestros himnos de alabanzas a Dios. La calle era en verdad de los creyentes.
Al terminar el primer día de ayuno, el de mayor protesta del estómago, cuando casi todos estábamos dormidos, a eso de la una de la madrugada Joel me despertó: “Papi, ahí está Fidel y pregunta por ti”. Debajo de la carpa, nos dio un abrazo y se interesó por la salud del grupo y por las condiciones del lugar. Al momento, casi todos estaban junto a él. Pasó como una hora conversando animadamente con los presentes. Nos visitó en cinco ocasiones, y con este gesto estimuló a muchos líderes del Gobierno y del Partido a hacer lo mismo, entre ellos al doctor Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, a las compañeras Vilma Espín, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, y a la heroína del Moncada, Melba Hernández.
Poco a poco se fue acercando la prensa extranjera. Enviados especiales de la CNN vinieron a La Habana y nos entrevistaron. Hicimos conocer —tanto en los Estados Unidos como en Cuba— que las principales iglesias evangélicas cubanas rechazaban la política de bloqueo, por una cuestión de ética cristiana. Los participantes en la vigilia de oración y ayuno en La Habana, como los catorce de Laredo, teníamos la convicción de que esa política debía cesar. The New York Times publicó una carta de Lucius Walker en la cual señalaba las ganancias que tendría para la economía y el pueblo de los Estados Unidos un cambio en la política hacia la Isla. De esta manera, la segunda Caravana de la Amistad Estados Unidos-Cuba lograba uno de sus objetivos esenciales: dar a conocer al pueblo norteamericano la política injusta e inhumana de aquel gobierno hacia Cuba.
Aproximadamente a las siete de la noche del 21 de agosto, a los veintitrés días del inicio de la huelga de hambre en Laredo y a los ocho frente a la Sección de Intereses, Lucius nos envió un mensaje confidencial: el Departamento del Tesoro había ordenado dejar salir el pequeño ómnibus amarillo hacia Cuba. Sobre las nueve, Fidel invitó a Joel a dar un paseo por el Malecón habanero para informarse del problema. Alrededor de las diez ya teníamos la confirmación de Lucius y oficialmente dimos la noticia a los ayunantes ante una gran representación el pueblo de la capital. La alegría fue inmensa.
Una vez más, se evidenciaba que el pueblo es uno. La división entre creyentes y no creyentes es completamente ajena al sentido de la unidad y la fraternidad entre los cubanos.
El 26 de agosto llegaban a Cuba los hermanos y hermanas de Laredo, acompañados por el comité de apoyo que estuvo junto a ellos durante los veintitrés de días de la huelga. Al aterrizar en el Aeropuerto Internacional “José Martí”, el líder de la Revolución los esperaba al pie de la escalerilla del avión. Al otro día por la noche, luego de un fuerte aguacero, frente al Malecón habanero unas cuatro mil personas ofrecieron la bienvenida al reverendo Lucius Walter y a sus compañeros. En ese acto fui el primer orador. Leí un comunicado a nombre de los participantes en la vigilia. Enfaticé su profunda significación ética y su tremenda lección sobre el valor de la unidad.
Muy emocionado, y conociendo que se estaba televisando en vivo para todo el país, expresé agradecimiento a quienes nos habían sostenido durante esos días. No pude dejar de decir:
Gracias damos también, de modo especial, al compañero Fidel Castro, cuya sensibilidad humana y ética lo condujo en cinco ocasiones a encontrar el tiempo, de por sí escaso para él, para compartir con nosotros nuestra fe y esperanza […] La Iglesia que nosotros queremos en Cuba, es una Iglesia con corazón de pueblo […] En uno de los días de nuestro ayuno y oración, en el espíritu de la profunda ecumenía que se dio allí, nuestra hija Raquel oró de la siguiente manera: “Señor, queremos que la experiencia de estos días no quede con el recibimiento de Lucius Walker y a los huelguistas de Laredo, que no quede como un acontecimiento del pasado, que continúe cada día en la vida y en la historia de todo nuestro pueblo”. Y nosotros agregamos que esa experiencia no va a terminar; esto comienza hasta el día en que podamos ver en la realidad las palabras del Salmo 126, del cual hago una paráfrasis y lo actualizo:
Cuando el Señor haga cambiar el Período Especial
Por la fuerza del trabajo de nuestro pueblo,
La rectificación de nuestros errores,
Y el logro de un desarrollo sostenible y armónico;
Cuando el bloqueo sea un triste episodio del pasado
Por la fuerza del amor y la solidaridad,
Nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza,
Entonces dirán entre las naciones:
¡Grandes cosas ha hecho el Señor!
En nuestro pueblo cubano, ¡estaremos alegres!
Los que sembraron las semillas de la firmeza, la resistencia y
el patriotismo
Mostrarán con regocijo las gavillas en sus manos encallecidas.(2)
Antes de entregar la tribuna a Lucius, terminé con estas palabras: Coloquemos hoy, como nuestro antepasado el profeta Samuel, entre Mizpa y Sem, es decir, entre el pasado y el futuro que se avecina
con la felicidad para la totalidad de nuestro pueblo; coloquemos hoy a la manera de monumento para las generaciones venideras, lo que colocó Samuel escribiendo en una roca: Eben-Ezer, es decir, hasta este día, a casi treinta y cuatro años de aquel primero de enero de 1959, hasta aquí nos ayudó el Señor. (3)
La voz profética del pastor de la Iglesia Bautista Salvación, en Harlem, Nueva York, se hizo sentir con toda su convicción evangélica. Expresó su gratitud por el cálido recibimiento que hombres y mujeres del pueblo de Cuba le ofrecían aquella tarde. Hondamente conmovido, se comprometió a continuar sus empeños solidarios con el pueblo.
Habló de millones de norteamericanos que comparten sus ideas y rechazan, por su crueldad e inhumanidad, el bloqueo. Denunció la hipócrita política del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba,
y el hecho de apoyar al régimen del apartheid en África del Sur y a Israel, y de guardar silencio ante las violaciones de los derechos humanos de los palestinos. Luego de sus reflexiones, la voz evangélica del pastor llegó también al pueblo reunido en un tono de honda ternura:
Y por último, queremos que ustedes sepan que esta noche hablamos en nombre de un Dios de paz y de justicia, no venimos solos, nuestros corazones están repletos de amor, un amor que tiene su origen en una relación con Dios, conformada por las enseñanzas de los Evangelios, ese Evangelio que compartieron con nosotros, que lo compartió el Canciller de Cuba, quien nos envió un mensaje muy amoroso y muy cálido, mientras nos mantenían cautivos en Laredo y su mensaje expresaba, citando las Escrituras: “El sol no te azotará de día, ni la luna de noche”. Estas palabras fueron fuente de estímulo para que los círculos oficiales cubanos utilizaran las palabras de nuestra fe.(4)
En estrecha relación con estas palabras, recordó la historia bíblica de la reina Esther, esposa del rey Asuero del imperio medo-persa. Frente a una orden del malvado Amán dirigida a exterminar al pueblo judío, Mardoqueo, el primo de Esther, solicitó a la reina interceder ante su esposo a favor de su pueblo amenazado. En la respuesta, la reina habló de los riesgos y peligros que corría en aquella misión.
En este punto de la narración, Lucius señaló:
La respuesta de Mardoqueo a Esther fue —y lo tuvimos muy presente en nuestra estancia en el ómnibus, como una palabra del Señor—: “No pienses que tú vas a salir ilesa allí en el palacio, el Señor va a
buscar algunas otras formas para salvar a los judíos, pero tu vida no será salvada”. Y terminó el mensaje expresando: ¿Quién sabe si para esta hora has llegado al Reino? Y tendríamos que preguntarnos si nosotros llegamos a ese pequeño ómnibus amarillo para enfrentar un momento justo como este. Tendríamos que preguntarnos: ¿acaso no debemos dejar atrás nuestras comodidades para defender nuestra fe? Y les preguntamos a ustedes, como pueblo de Cuba, ¿acaso es posible que hayan llegado ustedes a este momento de la historia para una hora como esta? El mundo necesita el ejemplo de Cuba. El mundo necesita el ejemplo de solidaridad y amor que Cuba ha mostrado a todo el mundo. No puedo imaginarme cómo sería el mundo sin Cuba. ¡Continuemos todos luchando por Cuba! (5(
Bajo un cielo que amenazaba con lluvia, Fidel se dirigió a los presentes y manifestó a los huelguistas de Laredo la profunda emoción —para la dirección del país y todo el pueblo cubano— de poderlos
recibir aquella noche. Hizo referencias a las muchas lecciones recibidas por la acción conjunta de Laredo y La Habana. Al recordar lo ocurrido en el cruce de la caravana, señaló:
Nadie esperaba semejante incidente; fue algo que se produjo de manera absolutamente espontánea —como explicó Lucius—, después que deciden detener allí el ómnibus, y luego de discutir con los que estaban dentro de él, que eran catorce personas, para tomar una decisión de esta importancia, una decisión de esta trascendencia, como la que tomaron ellos, que desató un movimiento de solidaridad grande; pero ese movimiento crecía y crecía, y ya no era posible seguirlo ignorando, porque había muchos periódicos en el mundo y otros medios de divulgación masiva hablando ya y escribiendo sobre el problema que se había creado allí en Laredo.
Pero si admirable era lo que ocurría allí, en otra escala era también admirable e impresionante lo que ocurría aquí; lo que estaba ocurriendo en aquella esquina, cerca de la Oficina de Intereses. Como explicó Suárez, visitamos varias veces el lugar, ya que ellos lograron mantener comunicación constante con el grupo de Laredo, para saber cómo estaba la situación, cómo evolucionaba el problema, qué noticias nuevas había y cuál era el estado de salud de los que aquí estaban ayunando, y vimos cosas admirables.
Allí vimos una niña de catorce años, Mirelys, que se había escapado de su casa para unirse al ayuno. Allí aparecieron extranjeros que estaban de visita en Cuba, aparecieron turistas, de todas partes venían personas; pero una de las cosas más impresionante fue que se reunieron creyentes y no creyentes.(6)
Sin duda alguna, Fidel veía la acción de Laredo a partir de la difícil situación que estábamos viviendo. Durante aquellos días, en algunos lugares los apagones duraban hasta veinte horas diarias y las condiciones de vida eran muy duras. Por esa razón, apuntó:
Es cuestión de meditarlo: la actitud sin prepotencia, sin arrogancia, sin vanidad, pero con una firmeza inconmovible, una convicción total, una decisión absoluta. Ellos nos dieron el ejemplo de cómo se puede ganar una gran batalla, a pesar de las condiciones tan difíciles en que se estaba librando, cuando uno tenía duda sobre cuál sería el resultado final de todo aquello, si había suficiente sangre fría por parte de las autoridades norteamericanas, si hubiese suficiente ecuanimidad, suficiente comprensión del tipo de problema que se había creado […] Sin embargo, prevaleció la razón, la justicia, prevaleció la verdad.(7)
En la sexta Caravana de la Amistad se reeditó la intransigencia de las autoridades norteamericanas, con la diferencia de que en lugar de un pequeño ómnibus escolar, esta vez impedían el paso de unas
doscientas cincuenta computadoras destinadas al servicio de información médica de los hospitales cubanos. En este nuevo escenario, la acción de Laredo consistió en un prolongado ayuno de noventitrés días, no en el interior de un ómnibus, sino en una pequeña tienda de campaña convertida en capilla, frente al Congreso norteamericano.
También la batalla se ganó. Una vez más, Lucius Walker, debido a su fe y su vocación pastoral, nos dio el ejemplo de lo que significa la solidaridad con el pueblo. El propio pastor de la Iglesia Salvación lo ha expresado en otras ocasiones: “Si un pueblo merece solidaridad, es el cubano, porque ha dado al mundo el mejor ejemplo de la solidaridad humana”.
Las caravanas han continuado hasta hoy. El proyecto de IFCOPastores por la Paz constituye, sin dudas, un paradigma de la nueva comprensión y vivencia de la fe que experimentan en distintas partes del mundo los seguidores y las seguidoras de Jesucristo. El obispo Don Pedro Casaldáliga, hermano y amigo, ha dicho que el nuevo nombre de la fe es la solidaridad. En todos los rincones de nuestro territorio, decir Pastores por la Paz significa hablar de una institución que ya forma parte de la historia heroica de estos últimos años. Ha sido una acción evangelizadora sin precedentes en la historia de la Iglesia en Cuba. Tengo en mi poder los discursos de Lucius y de Fidel en ocasión de las reuniones celebradas en las visitas de las caravanas. Y suficientes evidencias que comprueban, de nuevo, que cada vez que Fidel se encuentra ante un gesto, una reflexión, un compromiso a favor de una causa justa desde un sentimiento y compromiso de fe cristiana auténticos, reafirma y avanza en la convicción de que la unidad entre cristianos y marxistas es posible. El reverendo Walker y los veteranos de las caravanas han escrito con caracteres indelebles —no sobre la roca, sino en el mismo corazón
del pueblo— las palabras de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que este, cuando uno pone su vida por los amigos”.
Ante este ejemplo y la expresión teológica de Lucius, en el encuentro con los Pastores por la Paz efectuado en la Misión de Cuba en las Naciones Unidas, Fidel afirmó:
Me alegro de que mi queridísimo hermano Lucius Walker haya hablado breve, no porque me cansen los discursos largos —excepto los míos—, sino porque me han emocionado mucho sus palabras, y no es fácil resistir la emoción durante mucho tiempo que me produce la expresión cariñosa, fraternal, generosa y cristiana de Lucius […] Me faltaría decir que siento una especie de elevación espiritual cuando veo que nuestra Misión, con ustedes aquí, se ha convertido en una iglesia […] Dicen que Cristo le dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Nosotros podemos decir de ustedes, de los amigos de Cuba, de los Pastores por la Paz, aquello que Cristo dijo: ustedes son como piedras de hermandad, de solidaridad, de nobleza, y sobre estas piedras se edificarán las eternas relaciones amistosas y fraternales entre los pueblos de los Estados Unidos y Cuba […] Pero a ustedes los queremos especialmente, siempre los recibimos con mucho amor en nuestro país. Ustedes nos están enseñando a ser cristianos.(8(
No habían transcurrido dos semanas del regreso de los integrantes de la segunda caravana, cuando el 8 de septiembre, día de la Caridad del Cobre, se dio a la publicidad el mensaje de la Conferencia de Obispos de Cuba, “El amor todo lo espera”. Las reacciones de algunos periodistas cubanos, y otras que llegaron del extranjero, así como la respuesta de algunos miembros de la familia católica, colocaron otra vez en la agenda de nuestra sociedad la misión de la Iglesia en el aquí y ahora. Para mí, el problema resultaba muy complejo:
por una parte, decir en público mis criterios podía aparecer como un gesto oportunista, una expresión populista o un gesto para provocar un enfrentamiento entre católicos y protestantes. Por otra, la situación creada, junto a las acciones norteamericanas para estrechar el cerco y lograr el esperado jaque mate a la Revolución, demandaban del movimiento ecuménico un pronunciamiento urgente sobre la realidad cubana.
Consultados los principales directivos del Consejo Ecuménico de Cuba, recibimos la respuesta de que en ese momento no resultaba prudente. Finalmente, aceptaron participar con la condición de que no apareciera como una acción anticatólica. Para nosotros, siempre estuvo claro lo que realmente queríamos: comunicarnos con nuestro pueblo y con la dirección política del país, y expresar nuestra fe y esperanza en los esfuerzos por superar las dificultades por las que estábamos atravesando. El propósito fundamental era una acción pastoral en un momento de crisis.
El 30 septiembre de 1993 un grupo de ochenta y seis pastores y pastoras, hermanos y hermanas pertenecientes a iglesias evangélicas, movimientos ecuménicos, instituciones cristianas y laicos católicos, unidos por nuestra fe común en Jesucristo, nos reunimos, convocados por el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr., con el propósito de continuar “un camino de análisis y reflexión en torno a la coyuntura nacional e internacional, y en el que pretendemos involucrar a nuestras iglesias, comunidades, movimientos e instituciones para lograr discernimiento, claridad y acciones de buena voluntad”.
Como resultado, decidimos, en primer lugar, dirigirnos al Secretario General de las Organización de las Naciones Unidas, en vísperas del 48 Período de Sesiones de la Asamblea General, conscientes de la urdimbre que se estaba armando en torno a nuestro país, en abierta contradicción con la aprobación de la Resolución 47/19 de la Asamblea General, titulada Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba.
En el párrafo final, manifestamos:
Señor Secretario General: como creyentes en Jesucristo esperamos que usted, máximo representante de tan significativa institución, continúe en el espíritu y exija el cumplimiento de la Resolución 47/19; oiga el clamor creciente de los que abogan por una política de buena voluntad inspirada en la fuerza de la razón y el respeto irrestricto a los principios de igualdad y soberana de los Estados.(9)
En segundo, enviar una comunicación a los consejos de iglesias —muy especialmente al Consejo Nacional de Iglesias de Cristo de los Estados Unidos y a los Pastores por la Paz— a fin de que ratificaran ante el Secretario General de las Naciones Unidas las resoluciones contra el bloqueo y la urgente necesidad de una nueva política de los Estados Unidos hacia Cuba.
Insistíamos en que impedir el acceso de alimentos, medicinas y otros recursos que faciliten el desarrollo de la economía con el fin de derrocar a la Revolución Cubana no tenía justificación alguna a la luz de la Palabra de Dios y de los reclamos éticos del Evangelio de Jesucristo, nuestro Señor.
En tercero, solicitamos al Gobierno Revolucionario el intercambio fraternal de criterios sobre la realidad cubana y la búsqueda de caminos para superar las dificultades. En nuestro mensaje, y con el criterio unánime de todos los presentes, expresamos:
Reconocemos que ustedes, quienes tienen la difícil tarea de ejercer el poder, trabajan de una manera dura y agotadora; y no siempre esta labor es totalmente comprendida. Para ustedes tenemos una palabra de aliento y estímulo por la honestidad y entrega con que realizan su trabajo a favor de nuestro pueblo. Es deber nuestro, según las Escrituras, rogar a Dios por los que nos gobiernan para vivir quieta y reposadamente (1 Timoteo 2:4). La Iglesia no sólo ofrece su apoyo solidario, también aporta el bienestar de la nación al ejercer debidamente y con humildad su ministerio profético.
También entendemos que con sentido profético una contribución desde dentro debe ayudar a la crítica y a la inconformidad con los errores y desaciertos. En este esfuerzo salvador, como hermanas y hermanos, no cabe la sospecha ni la duda, sino la palabra que, motivada por el amor, inspire la fe y la esperanza en un mañana mejor.(10)
Con humildad y respeto, nos dirigimos también a nuestro pueblo para “dar razón de nuestra esperanza” (Epístola de San Pedro). Entre otros aspectos, acordamos hacerle saber lo siguiente:
Los creyentes que hemos optado por “el Camino, la Verdad y la Vida” que ofrece Jesucristo, nos dirigimos a toda la nación para hacerle saber que estamos identificados con el pueblo en sus carencias, en sus luchas, y en sus esperanzas. Basados en esta declaración de fe, “con la libertad con que Cristo nos hizo libres” (San Pablo), y convencidos de que precisamente el ser cristianos nos compromete a tomar posiciones en lo que toca a la política, la economía y la cultura de nuestra patria, deseamos compartir con todos los cubanos —sean creyentes o no creyentes— nuestra perspectiva acerca de la hora actual que vivimos. Nadie debe ceder a la tentación —por muy creyente que sea o muy bien intencionado
que esté— de facilitar la propaganda candorosa de que son los invasores los que “pacíficamente y con amor” van a traernos la “paz interna”. Los planes “salvadores” que se proyectan fuera de Cuba —incluyendo los más nítidos o bondadosos— no son más que vías idóneas, fácilmente utilizables, para aquellos a quienes interesa regresar a un pasado de discriminación racial, analfabetismo, desigualdad, abusos, enriquecimiento ilícito y explotación.
Los logros alcanzados no deben ponerse en peligro, ni en venta, ni en canje. Todos tenemos el deber de contribuir a la “vida abundante” que anunció Jesús, lo que cubre la dimensión total de la vida.
Por esto declaramos aquí y ahora que nos ponemos a disposición del pueblo cubano residente en Cuba para servirlo con nuestra presencia solidaria, con nuestros señalamientos crítico-proféticos, con la proclamación de la palabra bíblica, con la defensa de nuestra historia y nuestra cultura, con nuestros mensajes de responsabilidad y esperanza, y con nuestra diaria conducta, que procuraremos que sea ejemplar y edificante, confiamos en la gracia de Dios y en el poder de Jesucristo, nuestro Señor.(11)
Citas:
(1) Documento conservado en los archivos del Centro Memorial Dr. Martin
Luther King, Jr.
(2) Granma, La Habana, 27 de agosto de 1993.
(3) Ibid .
(4) Ibid .
(5) Ibid .
(6) Ibid .
(7) Granma, La Habana, 25 de agosto de 2003.
(8) Granma, La Habana, 28 de octubre de 1995.
(9) Granma, La Habana, 2 de octubre de 1993.
(10) Ibid.
(11) Ibid. A nombre de los hermanos y hermanas, firmamos el reverendo Joel Ajo Fernández, obispo de la Iglesia Metodista; el doctor Rafael Cepeda Clemente, pastor presbiteriano jubilado; la reverenda Estela Hernández Márquez, de la Fraternidad de Iglesias Bautistas; el licenciado Obed Gorrín Castellanos, primer vicepresidente del Consejo Ecuménico de Cuba; y yo como director del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.
- Fragmento del libro Cuando pasares por las aguas, publicado por la Editorial Caminos, La Habana, 2007