Un tal José Ignacio

Entró a la radio por pura casualidad, o mejor dicho, por aburrimiento. En realidad, lo que le apasionaba era el teatro y la televisión. Pero antes se había decidido por la carrera eclesiástica y como seminarista viajó a República Dominicana donde presenció los horrores de la invasión yanqui en 1965.

A inicios de los 60 salió de Cuba con su familia, sin embargo, la Isla ha viajado de alguna extraña manera en su mundo interior y en ese particular y criollo modo de hablar y comunicarse. Ya rebasa los 60 y ha pasado buena parte de su vida entre cabinas y micrófonos.

Más que hablar por radio, lo que le apasiona es escuchar a la gente, devolverle la palabra que le secuestraron. “Por la palabra pública los seres humanos nos ciudadanizamos, nos empoderamos”, dice en la sala de su casa, ubicada en el Valle de los Chillos, un barrio de clase media en las afueras de Quito, Ecuador.

La casa está decorada con prolijidad. Su diseño y los detalles con que han sido colocados variados objetos, esculturas andinas, máscaras, libros y pinturas hablan de la personalidad de la pareja que la habita. José Ignacio López Vigil no oculta su admiración por Tachi Arriola, radialista peruana con quien comparte su vida hace ya 20 años.

Afuera duermen Hualaya y Boitatá, sus fieles compañeros a quienes trajo desde Lima cuando decidió afincarse en Quito para seguir impulsando la Asociación de Radialistas Apasionadas y Apasionados.

Eres un cubano de la diáspora que ha pasado buena parte de su vida entre cabinas y micrófonos. ¿Cuán importante sigue siendo la radio hoy día para comunicar ideas?

Un cubano hablando de radio parecería que está hablando de su medio propio porque Cuba fue “la radio de América Latina”, la exportadora no solo de radionovelas, sino de un montón de formatos muy originales que se experimentaron en las entonces cadenas privadas, la CMQ y otras que fueron inspiración para un montón de países en América Latina. De modo que hablar de la radio, siendo cubano, tiene un doble significado. Siempre me viene a la mente una anécdota que cuenta Vargas Llosa en una de sus novelas cuando se vendían a peso los libretos de las radionovelas cubanas. ¡Te imaginas! tres libras de libreto de radionovelas…

En realidad, entré en la radio no por ninguna inspiración cubana, pues salí de la Isla con 15 años a fines de 1961. Luego tuve una vida un poco azarosa porque mis padres tomaron la decisión de irse a España, ya que mis abuelos eran españoles y mis abuelas cubanas. Por suerte, fuimos a España y no a Miami ni a otro tipo de ghetto, claro era la España franquista y no se podía formar ningún ghetto, pero aun así era más fácil abrirse campo, no laboralmente, pero sí tener un poco más de respiro ideológico. Poco tiempo después, como seminarista jesuita, viajé a República Dominicana, Venezuela, Ecuador…

En Dominicana comencé a trabajar en una zona muy, muy deprimida que colinda con Haití, una ciudad llamada Dajabón. Ahí no había nada, excepto Radio Belén, una emisora comercial. Un día, de fresco, llegué y les propuse a los productores que si me lo permitían podía hacer un programita para las tardes. La verdad lo que quería era entretenerme porque las clases de Lenguaje y Biología del seminario jesuita no me estimulaban mucho.

Para suerte o desgracia no pasaron ni 15 días cuando vinieron a verme a media noche unos campesinos para contarme que iban a invadir las tierras que el terrateniente les había robado falsificando títulos. Ellos querían que no solo los acompañara en la invasión, sino que fuera para que entrevistara a los que iban a hacer aquella acción, y al día siguiente lo pasara por el programa de radio. Y claro que fui con ellos.

Grabé las entrevistas en aquella situación realmente impresionante, porque era gente desesperada. Fíjate si era así, que los veías cortando los alambres de púas que el terrateniente había puesto para robarles sus tierras. Al día siguiente, pasé las entrevistas en el programa. Obviamente, el director de la radio comercial me suspendió el programa y me abrieron un expediente para deportarme. Claro, este proceso se arregló después porque como era jesuita tenía ciertas “palancas” donde tocar.

Aquel suceso fue mi mejor escuela, me permitió descubrir la enorme importancia de una radio, de una emisora que se “la juega” por las causas populares, que no es neutral, que no es imparcial, sino que se pone a favor de las causas justas y de las mayorías nacionales. Así comencé a hacer radio, te hablo del año 1967, en el norte de República Dominicana.

La divina insensatez de hacer radio

Era aún seminarista, todavía no era sacerdote. Fíjate las cosas… Estando allí en aquel mismo sitio, en Dajabón, me llega una invitación para participar de un concurso para descubrir nuevos libretistas. La idea surgió de Mario Kaplún, el gran Mario Kaplún, inspirador de tantos radialistas educativos latinoamericanos. La invitación venía del Servicio Radiofónico para América Latina (SERPAL) con sede en Münich, Alemania, que había patrocinado las mejores series de Kaplún, entre ellas Jurado trece y Padre Vicente, entre otras. Mario, preocupado porque no aparecían nuevos libretistas, promovió aquel concurso. Pues bien, me llega la convocatoria y me animo a participar.

En 1965, República Dominicana fue invadida por las tropas gringas para derrotar a Juan Bosh e imponer a Joaquín Balaguer que era sucesor de Rafael Leónidas Trujillo. Allí se produjo una matanza, una cosa bárbara. La casa de estudios donde me preparaba para hacerme cura estaba apenas a 500 metros del playón donde desembarcaron los gringos.

Nosotros presenciamos la invasión como si fuera una película, no ya como una película, sino como un hecho real y nos cargamos de indignación porque eran demasiados los muertos, las violaciones, una barbaridad… Muchos fuimos a donar sangre. Yo era amigo de un muchacho que se había montado en uno de los tanques de la resistencia para luchar contra los invasores norteamericanos y le hice una entrevista.

A partir de esa historia redacté el primer libreto de radio en mi vida, te hablo de 1967, y para mi gran sorpresa y satisfacción resultó premiado. A partir de ese momento quedé conectado con SERPAL, con Mario Kaplún y el mundo de la radio educativa con el cual he caminado muchos años.
Más que hablar por radio, lo que más me apasionó siempre fue escuchar por radio, escuchar a la gente, dicho de otra manera, devolverle a la gente la palabra que le secuestraron. A los latinoamericanos nos robaron la palabra cuando nos invadieron los españoles y los portugueses nos mandaron a callar, todos los dictadores ordenaron silencio.

En América Latina, no solo nos prohibieron las lenguas ancestrales: el quechua, el aymara, las lenguas mayas, las náhuatl, sino también nos prohibieron los instrumentos musicales, los cantos, los bailes, nos prohibieron la cultura.

Nuestras culturas veneraban la Luna, el Sol y las montañas. Nuestros pueblos fueron “ordenados de silencio”, incluso cuando el papa Juan Pablo II, en su campaña para destruir la Teología de la Liberación, visitó en 1983 a Nicaragua en la plaza Carlos Fonseca Amador, gritó siete veces la palabra “silencio” mandando a callar…

—¿Por qué le gusta tanto oír la radio, señora?
—Porque me trae el vecindario a la casa.

Si uno se preguntara ¿qué cosa es la radio?, porque siempre se dice, como la BBC: la radio sirve para informar, educar y entretener; y claro, sirve para informar, educar y entretener pero detengámonos en qué cosa es educar.

Cuando uno utiliza la palabrita educar hace una asociación casi mecánica de dos más dos son cuatro, piensa en Historia, Matemática, Geografía, es decir, piensa en instruir escolarmente; pero educar no es eso, educar es una construcción de pensamiento propio, es fomentar una visión socrática, mayéutica para que la gente saque lo que tiene adentro, guardado. ¿Qué tenían nuestros pueblos guardados durante 500 años?: una palabra silenciada.

Cuando estaba en República Dominicana, en Radio Enriquillo, que fue mi escuela de radio, me salía todas las tardes a entrevistar gente: viejos, viejas, niños, haitianos cortadores de caña, mujeres que son doblemente silenciadas porque no pueden hablar en los espacios públicos pero tampoco en los privados, no pueden hablar en el sindicato ni en la iglesia ni en la casa ni en ninguna parte. Iba con mi unidad móvil, a veces con grabadora, y ponía a la gente a hablar. Y esa experiencia educativa, tal vez la experiencia educativa más importante de todas porque cuando la persona habla se hace gente, se hace mujer, se hace hombre, nos hacemos seres humanos por la palabra, y por la palabra pública nos ciudadanizamos, nos empoderamos.

En América Latina por los años 70, se utilizó un slogan muy mal enfocado que tuvo sentido en tiempos de la dictadura, cuando el mismo Oscar Arnulfo Romero decía: “somos la voz de los sin voz”, claro en El Salvador de Romero nadie podía hablar y él asumía la representación de esa voz silenciada con su palabra, pero el pueblo tiene palabra, el pueblo no es mudo. Y, por tanto, esa palabra popular hay que devolvérsela, esa palabra secuestrada hay que devolvérsela al pueblo.

Y esa es la misión fundamental de una radio, de una radio que quiere ser ciudadana, popular, educativa, como se llame. Y eso me fascinó siempre. Por eso, más que hablar por radio, lo que he hecho es recoger muchos testimonios, mucha palabra de gente sencilla que cuenta sus historias, sus relatos, sus dolores, sus fiestas, sus alegrías… Todo eso lo devolvíamos a través de Radio Enriquillo.

En toda esa zona del suroeste que es todavía más deprimida que la del norte: Barahona, Enriquillo, Tamayo que es de lo más pobre de Santo Domingo, completamente llena de haitianos que pasan la frontera para ir al corte de caña, los curas, unos 20 años antes, habían llegado a la conclusión de que a lo que los dominicanos y haitianos llaman “los palos del espíritu santo” —una especie de vudú sin sangre inspirado en las divinidades africanas—, era brujería y, por tanto, había que eliminarlo. Y la forma de eliminarlo no solo era prohibirlo, sino robar los tambores, los tres atabales a los tocadores de las plenas.

Estando en Santo Domingo, en la capital, descubrí tres tambores hermosísimos robados a un paide santo, como dirían en Brasil, que es el palero mayor, como una especie de sacerdote, un babalao. Y sin pedir mucho permiso, agarré los tres tambores, los monté en mi carro y me los llevé para la comunidad de Dermirio Medina y se los devolví. Todavía me acuerdo cuando él vio sus tres tambores, los acarició como a sus tres hijos.

No podía creerlo. Llevaban como diez años secuestrados por los curas. Pero lo mejor no fue la devolución de los tambores, sino que Dermirio me dice: “yo quiero que usted y también Radio Enriquillo vengan a la “levantada” que vamos a hacer con estos tambores. Queremos que usted sea el padrino de estos instrumentos”. Y fui con la móvil de Radio Enriquillo a hacer el programa y lo transmitimos todo, aunque fue a las 12 de la noche, pero al otro día lo retransmitimos íntegramente. Eso fue un escándalo para los curas tradicionales. Pero un escándalo también para la izquierda porque los grupos radicales marxistas entendían que eso era basura, diversionismo…

A partir de ahí no dábamos abasto porque nos llamaban todos los fines de semana para los toques de palo en las distintas comunidades y bateyes haitianos… Esa fue una experiencia muy impactante para mí porque era rescatar ya no solo la palabra, sino rescatar la cultura, los valores, la forma de ver la vida de esas comunidades. Y una radio popular, ciudadana puede hacer eso.

¿Cómo, en qué medida una radio popular puede dejar de ser “popular” y convertirse en todo lo contrario, qué cosas debieran evitarse para no llegar a eso?

Hay experiencias en América Latina que se autodenominan “populares” y la verdad perdieron la brújula hace mucho tiempo. ¿Cómo una radio popular se enajena de su vocación popular, de su vocación ciudadana? Pues por muchísimos caminos. Destaco el primero, que es como el más evidente, la enajenación del lenguaje. Hemos perdido el sentido común. Hablamos y nadie nos entiende. Comunicamos y no comunicamos nada.

En la radio pasa lo mismo. Hacemos editoriales abstractas, incomprensibles, hacemos discursos por radio llamadas “populares” que nadie entiende o que entiende solo la elite. Hemos perdido también el rumbo de la música. Con esto no quiero decir que haya que pasar solamente la música que la gente pide. Hay que pasar la que la gente pide y la que no pide también. Hay que ampliar el paladar. Porque si tú le das nada más lo que la gente pide, solo pedirán lo que tú le das. Es como un círculo vicioso.

Nos hemos distanciado del gusto popular, nos hemos distanciado de los temas, de los formatos, además, hemos “vaciado” los formatos dramáticos y cómicos, que son el alma de lo que fue la radiodifusión, lo que más divierte a la gente.

Uno podría preguntarse para qué es que la gente prende una radio, una televisora. Pero estamos hablando de radio ¿para qué alguien prende una radio?, ¿para informarse, para educarse?, la gente prende la radio para tomar aliento, para hacer la vida cotidiana —que tiene mil y una vaina— más placentera, más llevadera. Seguro que la gente también se informa, se educa, pero básicamente la gente prende la radio, yo diría, para dos funciones: para desconectar de tantos problemas, y lo otro igualmente sagrado, para resolver los mil y un problemas de la vida cotidiana.

Esas dos funciones, descansar, tomar aliento, divertirse, sonreírse, entretenerse se han descuidado mucho en la radio llamada “popular”, de tal manera que puedes oír una radio popular y escucharla durante 24 horas y no hay un espacio risueño, un espacio de buen humor, ¿por qué?, ¡ah! porque la izquierda sesuda, aburrida y seria entendió que eso era perder el tiempo y otras emisoras religiosas entendieron lo mismo.

¿Es decir, en tu opinión se han puesto los contenidos populares por encima de las formas?

Claro, pero poner los contenidos por encima de las formas es un camino suicida. Se pueden tener los mejores contenidos, los contenidos ideológicamente correctos, pero si eso no va envasado en una forma divertida y alegre, agradable, placentera, no sirve para nada, ¿por qué? porque la gente no aguanta…

No es lo mismo, por ejemplo, cuando vas a una conferencia y viene un “metratranca” de estos a hablar paja y no te puedes ir, sobre todo si estás en la primera fila; pero en la radio no, en la radio, si algo está “pesa’o”, vas a hacer pis, apagas o cambias de emisora y no tienes que soportar a uno hablando paja. Entonces de nada sirve que organicemos los contenidos ideológicamente correctos si no le damos una forma popular.

¿Para ti cuáles son esas formas populares?

Una forma popular es la narrativa, el relato, el buen humor, la anécdota. La antítesis es el discurso abstracto, redundante, hueco, formal; pero hablar de lo cotidiano, que me cuenten algo y que lo hagan con gracia, con humor, con alegría, eso es otra cosa.

Sin embargo, algunas personas no solamente del medio radial, sino también del impreso y de los sitios digitales piensan que las formas narrativas pasaron de moda, ¿a qué le achacas esto?

Con todo el respeto, discrepo porque desde que el mundo es mundo siempre han existido las formas narrativas: ahí tienes la Biblia, el Popol Vuh, El Quijote, lo que sucede es que esas concepciones responden a una visión ignorante, profundamente ignorante de lo que es la comunicación.

Hay gente que habla no para comunicarse, ni para que la entiendan, sino para “demostrar que sabe mucho”, entonces ahí hay vanidades, arrogancias, ignorancias que están detrás de esas actitudes profundamente elitistas, profundamente humilladoras para la gente sencilla.

Si hablo con palabras que no me entienden, cuando hablo soy yo el que se tiene que adaptar a la gente, no es la gente la que tiene que adaptarse a mí. Sucede como en una boutique, el cliente tiene siempre la razón, en la radio la audiencia tiene siempre la razón. Si usted no es entendido, la audiencia no es la culpable, el bruto, el burro es usted porque habló y nadie lo entendió. Hay vicios de los pasillos universitarios, de las academias que te hacen creer que mientras más raro hables, más científico eres; mientras más incomprensible y rebuscado hables, más profesional eres, más culto eres…

Por eso, siempre me gusta recordar a un poeta cochabambino que dijo que “no hay más ascensión que hacia la tierra”; porque entonces te dicen: ¿y qué usted quiere, que nos rebajemos? En el lenguaje popular usted no se baja, usted sube al lenguaje popular. El lenguaje popular es también un lenguaje culto porque cuando un campesino dice un refrán, eso es más cultura que cualquier palabrería “culta” que muchas veces ni se entiende.

La izquierda hizo gala de lo feo, de lo sucio, de “lo que importa es el contenido”. Y ese es un error gravísimo profesionalmente hablando.
Ahora hablando de las personas, ya sean hombres o mujeres, desde cualquier medio, pero específicamente desde la radio, qué sensibilidad, qué grado de aprehensión, cuál sería su responsabilidad retomando lo que veníamos hablando respecto al descuido de las formas.

Hace un tiempo impartí una charla en la Cumbre Indígena en el Cauca, en Colombia, a la que titulé “La descolonización de la palabra”. Recientemente hice un ejercicio parecido en el Instituto Internacional de Periodismo aquí en La Habana. Y es interesante porque a los latinoamericanos no solo nos colonizaron cuando nos robaron el oro, la plata, no solo violaron y mataron, no solo nos colonizaron con la religión, con los misioneros, con toda esa vaina, sino que nos colonizaron también con la palabra ¿en qué sentido? Tú ves locutores —en Cuba y en cualquier sitio— que son gente sencilla cuando están en el parque, cuando están hablando en su casa, son gente alegre y cuentan un chiste, pero cuando se paran delante de un micrófono son incapaces de hablar con naturalidad, de narrar algo, de contar una anécdota ¿por qué? porque nos han colonizado la palabra, nos han colonizado el cerebro. Igual pasa con el indígena.

De pronto, ves al dirigente indígena que se pone a filosofar… En Bolivia recuerdo que los mineros aprendieron la palabra hermenéutica y era hermenéutica p’arriba, hermenéutica p’abajo y ni siquiera sabían qué quería decir hermenéutica, pero son palabras colonizadas, cultura colonizada.

Entonces para ir a tu pregunta, un conductor de radio, un locutor, un comunicador tendría que tener claro qué significa comunicar, es decir, comunicar implica comunión, establecer lazos, unir, es hacer fácil lo difícil, explicar, ayudar a comprender, acompañar, hacer nacer las palabras, el pensamiento propio de la persona con la que nos estamos comunicando.

Nuestra sensibilidad como comunicadores tendría que ser que lo que se escriba, lo que se hable, lo que se diga por la tele, el cine, lo que se haga, llegue a la gran masa, porque es a ellos a los que nos dirigimos.

En Radialistas siempre nos quedamos lejos porque, por ejemplo, uno da por entendido que todo el mundo sabe lo que es una galaxia y es posible que para un hombre del común galaxia sea la discoteca de la esquina.

Siempre, por más esfuerzo que hagamos, aunque tratemos de subir al lenguaje popular, al lenguaje sencillo, siempre nos quedamos lejos; pero la actitud no debe ser la de decir que estoy haciendo el arte por el arte, estoy haciendo esto para complacerme personalmente, para que me miren y me admiren, no, estoy hablando para que la gente me entienda, para descolonizar esa palabra y ese pensamiento. Esa tendría que ser la primera responsabilidad.

¿Y con eso se nace o se aprende?

Hay gente que nace aburrida, nace y muere aburrida por el principio de genio y figura hasta la sepultura. Hay gente que no sabe hablar; hay que aprender a escribir y hay que aprender a hablar también. Igual que usted aprendió a escribir y puso Rosita corta una rosa, hay que aprender a hablar.

Generalmente imaginamos que si echamos palabras, escupimos palabras por la boca estamos hablando, ¡no!, hablar es otra cosa, entonces hay que aprender a escribir y hay que aprender a hablar.
Hay gente que nace como desabrido, hay gente que nace sin gracia —el que nace sin gracia es un desgraciado— pero la gracia y el hablar es también un entrenamiento, básicamente es un entrenamiento.

Los seres humanos, la mayoría de las mujeres y de los hombres pudiéramos ser excelentes habladores si no tuviéramos la mala hierba que nos metieron en la cabeza… Es como sembrar en el campo: lo primero que necesito es buena semilla, claro, pero también necesito sacar la mala hierba. Lo primero que necesitamos es sacar esa mala hierba, lo que nos metieron en la cabeza, esa enajenación, esa mano de palabras raras que en Dominicana le llaman “palabras domingueras”: “ese político siempre habla con palabras domingueras” y “palabras domingueras” significa “palabras que nadie entiende”. Sí creo que se nace pero también se hace, y por eso es importante la capacitación…

“En radio ya no hay nada más que aprender”
Hablando de capacitación. Tú has ayudado haciendo la radio pero también has ayudado a otros a hacerla. Entonces en qué sentido la capacitación contribuye a hacer esa comunicación novedosa, atractiva, que libere el contenido pero que a la vez le dé una forma agradable, entretenida…

La capacitación es indispensable, lo que pasa es que muchas actividades de capacitación, muchos talleres de capacitación lo que hacen es repetir la misma pesadez de las producciones. Es decir, no hacemos nada si invitarnos a un taller de capacitación para decir lo mismo, la gente se aburre, se duerme porque les estamos dando el mismo sonsonete, el mismo discurso.

Si queremos hacer talleres de capacitación que sean coherentes con la radio popular, con la radio ciudadana, con la comunicación popular tienen que ser alegres, divertidos, dinámicos. La gente tiene que aprender cosas, pero no aprender a partir de discursos, sino desde sus propias experiencias.

Es un error en los talleres de capacitación dar las instrucciones, dar el discurso, decir cómo se hace, poner el jodido powerpoint. Porque ahora en América Latina se le llama taller a oír cuatro charlas aburridas. Cuando hablamos de taller tenemos que hablar de práctica y de práctica revaluada, de práctica rehecha; tiene que hacerse esa práctica comunicativa y tiene que evaluarse esa práctica comunicativa.

Mi primer taller de capacitación en radio, te estoy hablando del año 1983, fue en Chile. Cuando llego me entero que ya no era el “asistente”, sino el “capacitador de plantilla”. Tuve que dar un taller de un mes y no tenía nada preparado. Pero como la necesidad obliga, me puse a pensar: lo primero que hay que hacer con esta gente es ponerlos a hablar y evaluar lo que hablan. Comencé por ahí: “Señores tienen media hora para hacer un comentario radiofónico y luego los vamos a pasar por la piedra uno por uno”.

Aquello fue un desastre, fue buenísimo el ejercicio, pero un desastre en el sentido de que salieron todas las durezas, las rarezas, las abstracciones, toda la mala hierba… Y todos ellos, más de 20, eran comunicadores y populares, de radios populares, de iglesias populares y de una revolución popular.

Y literalmente salieron destrozados. No creo en eso de metodologías complacientes, de qué lindo qué lindo. También la metodología tiene que ser fuerte, bien fundamentada y hecha con humor, porque no puede ser que uno le meta un leñazo a la gente, también con humor entran muchas cosas. Metes un poco de humor, un poco de sabrosura y la gente sale de ese disparate, de esa colonización de la palabra…

Después de dos horas de charla. ¿Quieres que hablemos más? Le sonrío y pienso que posiblemente no haya otra ocasión como esta y me lanzo…

Es interesante cómo tu hermana María y tú, que han estado tanto tiempo fuera de la Isla, han sabido conservar muchos rasgos de nuestra identidad, sobre todo ese “cubaneo” que una descubre cuando lee, por ejemplo, _Un tal Jesús_…

¿Sabes?, es curioso eso que dices. Nunca me había detenido a pensarlo así pero con ese libro nos pasaron cosas maravillosas que nos sorprendieron. Eso que hablas del “cubaneo” es una de ellas.

El cubano es por sí mismo irreverente; sí irreverente y en la cultura cubana es difícil ganarse respeto por autoridad porque te lo tiran a mondongo enseguida. Si algo agradezco a la cultura cubana, de la cual soy un profano en muchos aspectos —no conozco la santería, no conozco el interior del país porque mi papá era muy urbano— es precisamente esa manera particular de comunicarse típica del cubano dondequiera que esté y que parte de una filosofía muy sencilla: no hay que complicarse la vida para decir las cosas, mientras más sencillo mejor, el cubano tiene una forma de hablar desenfadada, irreverente —la palabra que siempre me viene a la boca es irreverente— que no guarda demasiadas formas, ni demasiados comedimientos.

Y eso es indispensable para recuperar una forma popular de comunicarse… ¿Cómo es posible que con una matriz cultural que está basada en el relajo, en no te compliques la vida, en no enredes la pita, todo ese palabrerío cubano que uno lo mamó desde niño, no se haya utilizado más esa capacidad de oratoria, de comunicación en los medios, por ejemplo?…

Ahí tienes el caso de Fidel, cuya oratoria está a la altura de Demóstenes… Mi padre que no comulgaba con la Revolución, se parqueaba frente al televisor a oír un discurso de Fidel de ocho horas y no se perdía una palabra. Entonces me digo: ¿cómo es posible que con tamaño maestro no aparezcan discípulos?

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La descolonización de la palabra
Nadia Herrada*

Dicen que cuando la alegría se comparte es aún mayor, por ello mientras escribo intento multiplicar la mía. He conocido a Ignacio López Vigil, el más apasionado de los radialistas, autor de uno de los libros de cabecera de la carrera de periodismo “Manual urgente para radialistas apasionados” y además fundador de Radialistas Apasionadas y Apasionados.

En esta oportunidad, invitado por el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, acude a las aulas del Instituto Internacional de Periodismo José Martí para participar en el diplomado “Comunicación hipermedia en ámbitos locales”. Como parte de este curso de superación imparte el taller “La descolonización de la palabra”, un ejercicio colectivo de auto revisión, propicio para la reflexión y la autocrítica en torno a las herramientas que utilizamos como profesionales de los medios de comunicación para relacionarnos con el público.

Allí aguardan ansiosos periodistas y conductores de varios países latinoamericanos, otros de disímiles regiones del país y algunos estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.
El auditorio espera escuchar una conferencia, pero se impacienta, los roles, inesperadamente, han cambiado. Los nervios se ponen de punta, ahora somos nosotros quienes debemos improvisar una charla. Es aquí donde se ubica el punto de partida en este proceso de enseñanza-aprendizaje. A partir de nuestros aciertos y desaciertos comenzamos juntos a construir el conocimiento.

La primera conclusión a la que arribamos resulta una verdad ineludible, pero a la vez un gran reto: Debemos descolonizar la palabra. No basta con que los países latinoamericanos hayamos deshechos los lazos de sumisión con las potencias europeas si aún en nuestros imaginarios reinan sus formas de hacer y, constantemente, en los medios de comunicación masiva y en nuestras propias vidas las reproducimos.

López Vigil así lo afirma: “En América Latina nos prohibieron hablar, nuestra misión era trabajar y guardar silencio. Sin embargo, cuando recuperamos el habla no retomamos nuestras formas de comunicarnos sino que comenzamos a imitar. Pensemos por un momento cuál es el tipo de palabras que utilizamos cuando nos expresamos delante de un micrófono, una cámara o a través de la prensa escrita. Creemos que mientras más raro y enrevesado hablamos somos más inteligentes y profesionales, pero es falso. Lo que estamos haciendo cuando actuamos así es imitando a los colonizadores y siguiendo aquel mal precepto de que si no somos profundos, al menos seamos oscuros.”

Y, según la opinión de los participantes en el taller, esa, realmente, no es la esencia de la comunicación. Si no se logra que los demás comprendan, el trabajo es en vano porque nunca se podrá entablar el diálogo y lo que se imaginaba grandilocuente se convertirá en una palabrería insulsa que lejos de denotar nivel profesional será muestra de una gran incultura. Por ello coincidimos en la necesidad de emplear un lenguaje sencillo, concreto, claro y directo, pero a la vez hermoso.

En este sentido, López Vigil expresó que los medios de comunicación padecen la enfermedad de las palabras abstractas por lo cual recomendó el urgente proceso de rehabilitación pues lamentablemente la mente humana recuerda de manera más fácil las palabras concretas. En fin, que no debemos continuar siendo “materialistas de palabras inmateriales” ni “nacionalistas que no emplean expresiones nacionales”.
“Hoy se impone la necesidad de narrar historias. Aún en nuestros días recordamos las parábolas de Jesús de Nazaret, un radialista sin micrófono, precisamente por el estilo en que fueron contadas. Esta es la forma que debemos seguir, si fabulamos tendremos la audiencia a nuestros pies porque el peor de los cuentos le gana al mejor de los discursos”, comentó Vigil.

De esta manera –aconseja- podremos apelar a que la audiencia nos recuerde porque solo se recuerda aquello que llegó al corazón y solo llega al corazón lo que fue narrado y trae consigo la emoción y el calor humanos. Los comunicadores que no narran no pueden llegar al corazón y, por tanto, no hablan a nadie y nadie los recordará.

Asimismo durante el taller criticamos vicios comunes que lastran la calidad de la comunicación masiva y propusimos consejos y posibles soluciones en aras de lograr una transformación efectiva en este sentido.
Actualmente el comunicador en América Latina debe pensar más en el público local y tener presente sus intereses, gustos y necesidades; desechar para siempre las posturas importadas y lograr ser más natural y autóctono, apegarse a sus raíces y a sus modos de comunicarse.

**Estudiante de Comunicación Social y colaboradora del boletín Caminos del Centro Memorial Martin Luther King.*

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