Al posicionarnos ante el análisis del cambio climático y de las alternativas que hoy disputan su implementación para mitigarlo, es necesario indagar: ¿desde qué racionalidad, desde qué subjetividad asumimos el hecho y las vías de soluciones paliativas al mismo?
¿Desde qué racionalidad, desde qué subjetividad nos posicionamos ante lo que llamamos clima, ambiente, ecología, naturaleza, ser humano y sociedad? (…).
Si asumimos la ecología como la expresión relacional del ambiente que cohabitamos, es indispensable la elaboración y la implementación de propuestas ante procesos y fenómenos que hoy forman parte de la crisis ambiental como el cambio climático abrupto que sean el resultado de una racionalidad más integral, sistémica, incluyente, justa y equitativa.
Deben ser, por tanto, propuestas que tengan en cuenta la interpretación y la construcción de significados de los pueblos sobre sus realidades ambientales, a partir de sus mediaciones socioculturales, económicas, ideológicas, afectivas y sensoriales nutridas por la subjetividad individual y colectiva, construida a través de las diversas formas de interacción con otros, otras y con la naturaleza en general (…).
Desde los microsistemas que integramos, nuestra práctica debe ser el resultado de un imprescindible diálogo de saberes teórico prácticos, que transforme las monoculturas de nuestra racionalidad, los monocultivos de nuestra producción, y el sentido utilitarista (costo beneficio) de los sistemas sociopolíticos, económicos y culturales que norman e influyen nuestras maneras de ser, sentir, pensar y hacer en la vida cotidiana(…).
Se trata de transformar esa racionalidad “restringida” al que se refiere el sociólogo portugués Boaventura de Sousa que deja fuera una gran parte de la diversidad del mundo al asumir y designar como el todo solo a una parte de la realidad que vivimos. Es decir, se trata de una idea de totalidad que, desde un pensamiento dicotómico y jerárquico de la realidad, deja fuera mucha realidad que no es considerada relevante (…).
Muchos serían los ejemplos de dichas dicotomías jerárquicas que acompañan nuestro fragmentado y antiecológico pensamiento, nuestras maneras de sentir y actuar, atrapados y atrapadas en el caudal de lo dominante y lo dominado, negro/blanco, hombre/mujer, sociedad/ naturaleza, “fuerza inteligente”/ fuerza bruta, incivilizado/ moderno, desarrollado/subdesarrollado, etc., que impiden un sentir, un pensar, y una conducta que favorezca la “caótica armonía” de los sistemas y subsistemas ecológicos (…).
Al ser relaciones jerárquicas, no se puede pensar por fuera del par de la dicotomía que designamos como el todo. Así, por ejemplo, Boaventura de Sousa nos ayuda a entender que pensar el hombre como lo humano incluye la dicotomía jerárquica hombre/mujer, que no nos permite pensar a la mujer sin el hombre, pensar fuera de esa parte dominadora convertida en todo: “¿qué hay en la mujer que no depende de su relación con el hombre?”; concebir el Norte como el sentido de vida, de progreso a alcanzar, incluye la dicotomía jerárquica Norte/Sur, que no nos permite encontrarnos con otros sentidos y con nuestras capacidades creativas, que también son partes del todo que representa la realidad mundial; designar lo humano como existencia incluye la dicotomía jerárquica sociedad humana/naturaleza, que no nos permite pensar y asumir en nuestras maneras de producir la vida qué hay en la naturaleza que no depende específicamente de sus servicios a los seres humanos, sus valores intrínsecos, de existencia propia, sus ciclos, sus flujos.
Posicionarse espiritual, ética y políticamente ante nuestro accionar ecológico nos lleva a los referentes epistemológicos y teológicos de la ecología, según lo cual, la perspectiva espiritual está presente en la esencia de la existencia, y circula, fluye, interconecta, proporciona unidad, al mismo tiempo que hace diversa y exclusiva cada forma de ser de la materia, incluyendo la nuestra.
Algunos llaman a esa esencia soplo, espíritu, otros energía: no se trata de cómo le llamemos, sino del grado de responsabilidad y de compromiso que asumamos, como especie humana, con la expresión armónica de esa esencia que nos vincula e interconecta como sujetos espirituales y materiales en una relación espiritualmente material y materialmente espiritual (…).
Parte del proceso de transformación que esta concepción ecológica demanda, es que cada persona desarrolle una “sabiduría ecológica” es decir, un contacto con la naturaleza y con el resto de los seres humanos que posibilite el rencuentro interior consigo mismo y con la naturaleza que somos, y la profundización de una actitud crítica materializada en la lucha pacífica por la justicia y la equidad de la sociedad (…).
Hoy, bajo la bandera de una economía verde se va a Río +20. Sumideros de carbono, servicios ambientales de los ecosistemas, integran la propuesta ecológica mercantil de una racionalidad capitalista que se reconoce fracasada en su intento de prosperidad y progreso.
Por ello, es importante indagar en nuestra racionalidad de cubanos y cubanas hasta qué punto la naturaleza es para nosotras y nosotros un recurso, una materia prima, una mercancía o un bien común del sistema al que pertenecemos, que tiene el derecho de ser usada, por todas y todos, al mismo tiempo que se le sirva. Y hasta qué punto los seres humanos, los otros y las otras, somos objetos o sujetos de los procesos que se desatan en nuestra vida cotidiana (…).
El uso es parte de toda relación ecológica, es legítimo siempre y cuando sea el juego mutuo de dar y recibir, organizado mediante la valoración, la recuperación y la generación de sistemas alternativos de producción, de organizaciones populares, cooperativas obreras y campesinas, empresas autogestionadas de economía solidaria y otras formas de producción que la ortodoxia productivista capitalista ha ocultado y desacreditado (…).