Soy una activista hispano-siria dedicada desde hace años a la defensa de la libertad de expresión, centrada sobre todo en la región de Oriente Medio. Como desconocedora de la realidad cubana, soy muy receptiva a escuchar voces que me acerquen a un contexto que siempre me ha resultado difícil comprender a través de medios de comunicación tradicionales. Supe recientemente que comenzabas una ruta por España para impartir conferencias y mantener diversos encuentros con representantes políticos y he seguido muy de cerca tus impresiones a través de medios de comunicación y redes sociales.
Me ha llamado la atención la admiración que demuestras hacia las políticas e instituciones de este país. No niego que quizás puedas valorar aspectos que a los que vivimos en él puedan pasarnos desapercibidos, pero lo cierto es que nuestra realidad está lejos de ser un espejo en el que querer mirarse. Creo que distamos de poder ser señalados como ejemplo a seguir y como fórmula a imitar.
Este país duele. Este país se quiebra bajo el peso de desahucios, desigualdades e injusticias. Los españoles vemos cómo se nos arrebatan a diario derechos que ha costado décadas conquistar. Vemos cómo la sanidad pública de la que nos enorgullecíamos desaparece y cómo la educación universal a la que aspirábamos queda cada vez más lejana.
El derecho a la vivienda que recoge nuestra Constitución ha sido ignorado por el partido que gobierna actualmente y también por el anterior. La cifra de desahucios de primera vivienda ha llegado a superar los 500 diarios y ahora está en 115. Esto significa que miles, cientos de miles de familias se quedan sin techo, sin hogar y sin posibilidad de protección para sus hijos. El número aumenta mientras nuestro Gobierno se niega a cambiar una ley injusta y abusiva que obliga a quienes pierden su casa a continuar pagándola.
Todo este sufrimiento no es consecuencia de un desastre natural. No es una desgracia que ha sobrevenido a la ciudadanía española. Es el producto de una metódica planificación llevada a cabo por esos representantes políticos de los que te rodeas. Los que te invitan al Congreso y los que charlan contigo sobre derechos humanos en tu país tras haber promovido la invasión del de otros, arruinando el futuro de varias generaciones de iraquíes.
Y sí, es cierto que España es una democracia, y que esos políticos que te arropan en tu visita han ganado elecciones. Pero es una democracia con una ley electoral quirúrgicamente diseñada para sostener un sistema bipartidista que nos permite elegir entre lo mismo y lo mismo. Una democracia que permite votar cada cuatro años pero que restringe y limita cada vez más cualquier otro tipo de participación ciudadana. Por eso, para cambiar un sistema que nos margina en la toma de decisiones, recuperamos la calle el 15 de mayo de 2011, sorteando amenazas legales del Gobierno y encajando multas y golpes de los mismos policías encargados de protegernos. Por eso seguimos y seguiremos saliendo.
Nos alegra que valores nuestros logros como país, pero codeándote con nuestra élite política legitimas un sistema que gran parte de la ciudadanía lucha por cambiar para construir uno más justo.
Si algo he aprendido en todos estos años trabajando por la libertad y los derechos humanos, es que los enemigos de nuestros enemigos no son necesariamente nuestros amigos. Hoy me gustaría preguntarte si te has parado a analizar las agendas políticas de quienes se arriman a tu causa, si crees que puede ser de fiar quien dice defender derechos en países ajenos mientras hace todo lo posible por estrangularlos en el suyo. Me gustaría preguntarte, en fin, si basta con colocarse en el lado contrario al del régimen cubano para estar en el tuyo.