Llegadas desde todo el mundo, unas trescientas personas participaron del 16 al 19 de enero de 2007 en el II Foro Mundial de Teología y Liberación (FMTL), celebrado en Nairobi, Kenya, ciudad atravesada por el Ecuador y golpeada por los perniciosos efectos de la globalización neoliberal. Con casi tres millones de habitantes y con el inglés y el kiswahili como lenguas más importantes, las tres cuartas partes de la población vive —como Kibera y Gorococho— en “slums” o barrios pobres, en un verdadero cinturón de miseria en abierto contraste con un centro colonial, comercial y administrativo más próspero.
Este segundo foro se inscribe en la ruta abierta por el primero, celebrado en Porto Alegre, Brasil, en enero de 2005 y nacido al calor de los Foros Sociales Mundiales (FSM). La vinculación estrecha entre ambos foros salta a la vista no sólo por las fechas y lugares elegidos para la celebración (el FSM se celebró el 20-25 del mismo mes y en el mismo lugar, inmediatamente a continuación del de Teología y Liberación) sino también por los temas elegidos. Prueba de ello es el lema seleccionado para este II FMTL “Espiritualidad para otro mundo posible”.
El acercamiento también se advierte, visto desde el segundo foro, en la metodología y en los objetivos. Una metodología que, en esta ocasión, ha sido más autogestionada y participativa, ya que incorpora la presencia de diferentes movimientos y organizaciones de base. Y unos objetivos que se expresan en la experiencia espiritual y la reflexión de la lucha práctica contra la pobreza y el trabajo por la paz, en las apuestas por el diálogo interreligioso, intercultural y la perspectiva de género, y en la participación proactiva en los procesos de transformación de la sociedad.
El sello típicamente africano, con su rica variedad de ritmos y colores, impregnó prácticamente todos los momentos importantes del foro: desde las sentidas oraciones matinales y los cantos, pasando por los símbolos y bailes folklóricos, hasta los paneles de las mesas redondas y los debates.
Pero la gran novedad estructural de este segundo foro, además del mayor número de comunicaciones, fue, sin duda, el gran número de talleres que, en sintonía con el motivo dominante del evento, trabajó sobre aspectos como las espiritualidades, las iglesias, el diálogo interreligioso, intercultural e interétnico, los rituales, la justicia económica y ecológica, los derechos humanos, la democracia y la paz, la relectura de los textos sagrados, las diferentes clases de feminismo, las religiones, etc.
Durante el primer día, el foro se centró en la presen-tación de un análisis socioeconómico, estructural y de coyuntura, del neoliberalismo global reinante, a cargo de François Houtart, sociólogo y perito del Vaticano II; así como en la urgencia de una espiritualidad que, centrada en la defensa de la vida, contemple la preferencia de Dios por los pobres por ser “Dios de vida”. De forma brillante y pedagógica, Houtart mostró con gráficos la brecha creciente que se está abriendo entre el Norte y el Sur con el dramático resultado de un holocausto que se cierne implacable sobre la población del Sur, cada día más empobrecida. Entre otros ejes de acumulación y de usura capitalista destacó el agronegocio, la privatización de los servicios públicos y el control de la biodiversidad.
La respuesta a esta situación dramática desde una nueva espiritualidad llegó de la mano de tres teólogos que reflexionaron desde el lado de los perdedores: el africano Tinyko Maluleke, que destacó el aporte que pueden prestar a este empeño las religiones; Rohan Silva, asiático, profundizó en la necesaria complicidad de las iglesias con los movimientos sociales; y Jon Sobrino, que desde América, volvió a enfatizar la centralidad de las víctimas en la experiencia de fe de las comunidades cristianas.
En el segundo día, el foro dedicó la mañana a la reflexión sobre la realidad sociorreligiosa africana. El diálogo entre los teólogos John Lukwata, ugandés, y Philomena Mwarua, keniata, puso al descubierto algunos aspectos menos edificantes del actual proceso sociorreligioso africano y las posibilidades de afrontarlos desde un encuentro sólido entre el cristianismo y las religiones autóctonas. Superando atávicas descalificaciones y discriminaciones, sobre todo de la mujer, y racismos encubiertos, todas las religiones están llamadas a impulsar conjuntamente la “liberación integral” tanto de las personas como de las comunidades y pueblos. La tarde de esta segunda jornada nos permitió apreciar de cerca la marcante experiencia de inmersión en los barrios miseria de Nairobi. Llegados al barrio de Kibera, donde el hacinamiento de las chavolas y la podredumbre resisten milagrosamente a la muerte, te envuelve una nube de niños que, en su ingenuidad, te gritan constantemente: “¿how are you?”. Como queriendo decir teológicamente: “¿estás tú dispuesto a entrar en este infierno?”, “¿dónde encontrar a Dios en este lugar de muerte?”…
El foro también dedicó espacio al trabajo en talleres. Veinticuatro de ellos que, en conjunto, parecen representar los mayores desafíos a los que se está enfrentando la espiritualidad del ser humano desde todos los rincones de la tierra. Especial urgencia parecen representar aquellos que llegan desde los contextos socioeconómicos más castigados por el neoliberalismo rampante. Por ejemplo, los barrios miseria y su desafío a la conciencia humana, la lucha contra el SIDA, la prostitución y el tráfico de mujeres; los derechos humanos quebrantados, la democracia y la paz. No faltaron tampoco las teologías del pluralismo religioso, la nueva teología africana, las redes de encuentro entre mujeres musulmanas y cristianas, la teología desde la perspectiva de género, la superación de la teología del imperio y de los fundamentalismos. Por nuestra parte, desde la experiencia europea, presentamos un taller sobre algunas claves para la vivencia de “una espiritualidad laica”.
En la última jornada todo fue más de prisa y concen-trado. El foro dedicó espacio, durante la mañana y parte de la tarde, a dos mesas de discusión: una al diálogo entre las tradiciones religiosas desde una perspectiva liberadora y otra a la espiritualidad y el respeto a la diversidad. En la primera, Laurenti Magesa, desde la herencia espiritual africana, propuso como lugar de encuentro la dimensión afectiva del ser humano para completar el excesivo racionalismo occidental; Abdalla Ibrahim Farah, musulmán, apeló al perdón mutuo y al compromiso social como punto de partida y camino de liberación; por su parte el maestro hindú, Purshottam Rao, reivindicó el cuidado de la tierra y el compromiso ecológico como elementos de afirmación de la vida presentes tanto en los Vedas como en los Upanisads; y el profesor Patrick Ryan habló sobre la necesidad de escuchar y recoger las experiencias que llegan desde las periferias. En la segunda mesa, integrada por Eunice Santana, teóloga puertorriqueña, Juan José Tamayo, teólogo español y la profesora africana Teresa Ocurre, se abordaron las patologías a superar por la nueva espiritualidad y la disposición a aceptar los nuevos paradigmas que se avecinan.
Finalmente, este II FMTL se clausuró con un sencillo homenaje a los teólogos Houtart y Jon Sobrino por haber puesto su talento al servicio de la transformación social, en un caso, y de la proyección de una imagen de Dios que revela su rostro más luminoso desde las víctimas de la historia, en otro. El broche de oro lo puso el brillante y emotivo discurso del arzobispo anglicano Desmond Tutu, ante cuya fuerza espiritual no hay aparhead que pueda resistirle.
Por su parte, el taller sobre “espiritualidad laica” que, impulsado por la Red Europea y no exento de polémica, fue presentado en este foro por un equipo integrado por Hugo Castelli, María José Arana, José María Vigil y Evaristo Villar. Señalaré también algunas apuestas provisionales:
El cristianismo europeo está atravesando una gran crisis por las transformaciones de la conciencia religiosa que ya no nos permiten “creer de la misma manera”.
Una primera transformación es consecuencia del creciente pluralismo religioso. Tras siglos viviendo la experiencia de un cristianismo como “la única religión verdadera”, hoy en día, la biodiversidad —también la religiosa— es percibida como un valor sagrado que no permite tales exclusivismos. Esta nueva conciencia está afectando ya a nuestra forma de vivir y de comprender nuestra espiritualidad y nuestro cristianismo.
Una segunda gran transformación es causada por el avance de los saberes en su conjunto. En la nueva era del conocimiento, en la que estamos entrando, la religión ya no puede seguir desempeñando los papeles que tenía en milenios anteriores. Ahora está en crisis la forma de expresión religiosa que la espiritualidad del ser humano adoptó en los últimos milenios. Hoy necesita otra forma de expresión. Esto nos pone en búsqueda, haciéndonos vivir una hora de preguntas que aún no tiene respuestas.
En este contexto, ¿dónde encontrar un núcleo sobre el que asentar en el futuro nuestra espiritualidad? La búsqueda de muchos de nuestros grupos y comunidades de la Red Europea, en profunda afinidad con la espiritualidad latinoamericana liberadora, cree encontrar ese núcleo en la, así llamada, regla de oro: “trata a los demás como quieres que los demás te traten a ti”, que es, sin duda, la más universalizable colaboración entre las religiones y el más seguro camino para la paz. Entre los cristianos, la regla de oro se expresa en el imperativo categórico del amor-justicia liberador, que, en las últimas décadas, se ha formulado como “opción por los pobres”. Por ahí pasa, a nuestro juicio, el núcleo de lo que hoy sería la espiritualidad esencial.
En concreto, ¿hacia qué tipo de espiritualidad nos dirigimos? La espiritualidad va a dejar de ser un campo separado de la vida y sometido a la religión para convertirse en una dimensión profunda de la vida en plenitud. Será una espiritualidad mayormente desligada de las religiones, laica, simple y profundamente humana. Quizá estamos yendo hacia un “postcristianismo”, o tal vez un “precris-tianismo”, es decir, un fenómeno espiritual como el movimiento de Jesús “antes del cristianismo”.
Si nuestra hipótesis de partida fuera cierta, una espiritualidad para este mundo posible, vista desde muchos de los colectivos cristianos europeos, debería perseguir, al menos de entrada, los siguientes objetivos:
Debería reconocer el pluralismo religioso existente como punto de partida y vía de superación de toda forma de exclusivismo e inclusivismo teológico confesional y como condición necesaria para la aceptación de la igual dignidad de todas las religiones.
Debería tomar conciencia del cambio epocal que se está dando en la conciencia del ser humano y en el conjunto de todos los saberes, así como de la crisis que está afectando muy seriamente a la plausibilidad de la fe, para encaminar conjuntamente a toda la humanidad hacia un lugar común, previo y más allá de las mismas religiones, donde sea posible el encuentro de todos los seres humanos, sean creyentes o no.
Ante la desigualdad y exclusión que agranda la brecha de separación entre los seres humanos por el tener, el saber y el poder, una espiritualidad para este “Otro mundo posible” debería volver a la regla de oro, presente en casi todas las religiones, como base común e impulso ético capaz de implantar unos mínimos de justicia y libertad que dignifiquen la vida humana y la misma continuidad del planeta tierra.
En consecuencia, una espiritualidad para “Otro mundo posible”, debería estar siempre muy pegada a la vida y a la tierra, ejerciendo adultamente su libertad y respon-sabilidad en el mundo, siendo crítica con todas los poderes fácticos que pretendan tutelarla y emancipándose de todas las instancias e instituciones —aún de las mismas religiosas— que intenten recortar la identidad del ser humano. O dicho de otro modo, no renunciando nunca a la aventura de vivir en plenitud.