Las principales fiestas populares del mes de mayo están vinculadas a la mujer, más específicamente a la mujer en su dimensión materna. El calendario civil (10 de mayo) y el calendario religioso (diversas festividades en torno a María, madre de Jesús) coinciden en rendir tributo a la maternidad. Y qué duda cabe de que ser madre es una misión central en la vida de la mujer y fundamental para el desarrollo y formación de hijos e hijas; sin olvidar que una amplia y difundida tradición social y cultural ha querido reservar a la mujer solamente la tarea de esposa y madre, sin abrirla a las funciones públicas reservadas en general al hombre.
En este mes estuve en dos parroquias, una de San Salvador y otra de Morazán, compartiendo la visión que encontramos en la Biblia sobre la mujer y la madre. La mayoría de participantes eran mujeres; yo di información y ellas pusieron la reflexión práctica. Para abordar el tema recurrimos – como es habitual en las comunidades eclesiales de base – a la palabra de Dios y a las homilías de Monseñor Romero que actualizan esa palabra poniéndola en un contexto salvadoreño, y latinoamericano. En ambos encuentros seguimos más o menos el mismo esquema: valoración de la maternidad; peligros de idealización; ruptura de estereotipos (lucha por la igualdad de derechos y de dignidad).
El primer texto de nuestra reflexión lo tomamos de la homilía que monseñor Romero pronunció el 8 de mayo de 1977: “La madre es como el sacramento del amor de Dios. Dicen los árabes que Dios, como no lo podemos ver, hizo a la madre que podemos ver y en ella vemos a Dios, vemos el amor, vemos la ternura…”. En seguida vino la primera pregunta: ¿Qué significa la palabra “sacramento”? Y las primeras respuestas lo relacionaban con lo sagrado, con los siete sacramentos de la Iglesia, con los momentos de gozo, con la fiesta (por el nacimiento de un nuevo miembro de la familia o por la decisión libre de formar un matrimonio), con el bien que experimentamos, con los gestos de bondad que damos o recibimos. Una segunda pregunta: ¿Cómo se hace presente lo sagrado en el amor materno? Respuestas: “en la preocupación por el bien de nuestros hijos”; “en nuestros sacrificios para que tengan lo necesario”; “en el cuidado de nuestros niños y niñas para que no les pase nada malo”; “en nuestra angustia cuando sabemos que corren algún peligro”;”cuando prefiero que mis hijos coman, auque yo me quede sin una tortilla”; “en nuestro sufrimiento por las situaciones difíciles por las que pueden estar pasando nuestros hijos”; “en las alegrías que nos causan sus triunfos”; “en el gozo del reencuentro con el hijo o hija emigrante o desaparecido”; “en la alegría que causa la cura de algún padecimiento grave de los hijos”.
Oyéndolas, solo me vino a la memoria la definición de “sacramento” que da el teólogo Leonardo Boff: “son señales que exhiben, visualizan y comunican, otra realidad diversa de ellas, pero presente en ellas”. Es decir, en esas experiencias de abnegación, entrega y dedicación extrema, se hacen presentes rasgos del verdadero rostro humano: la responsabilidad, el cuidado y el amor por la vida. Y desde una perspectiva creyente, en el amor materno se hace visible la bondad, misericordia y gratuidad de Dios. De ahí que se afirma que ser madre es más que una función biológica, es más que un rol; es un modo de ser donde se unifica cuido y ternura, donde se funde cuerpo, psique y espíritu, es amor que humaniza, es sacramento.
Luego,de la mano del evangelista Lucas, hablamos del peligro que conlleva la imagen ideal de la madre que encubre la realidad triste de la maternidad, socialmente desamparada y fruto no pocas veces de la ignorancia, el apremio y la necesidad. El texto que leímos es el siguiente: “Una mujer de la multitud alzó la voz y dijo:´¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!´. Jesús respondió: ´¡Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!´” (11,27-28). Lanzamos una pregunta: ¿Qué puede provocar en una madre, y en las mujeres en general, esta respuesta de Jesús? Vino una lluvia de ideas: frustración, desencanto, ruptura con la maternidad, sorpresa, desilusión, novedad, extrañeza. Expliqué que similares actitudes pudieron haberse dado en las mujeres del tiempo de Jesús. En la cultura judía de aquella época, la madre era reconocida por el mérito de tener un hijo importante. Jesús ve las cosas de otra manera. Tener hijos no lo es todo en la vida. Por muy importante que sea la maternidad, hay algo más decisivo y primordial: la grandeza y dignidad de la mujer, lo mismo que la del hombre, está en su capacidad para escuchar el mensaje del reino y hacerse disponible a él. La frase de Jesús, según la mentalidad de Lucas, rompe el esquema del privilegio familiar y destaca nuevamente que la importancia de María radica, en primer lugar, en su fe activa, que escucha la palabra de Jesús y la convierte en hechos concretos. Esta es la causa de su grandeza, la maternidad es la consecuencia.
Recordé además, que la tradición mariana más conservadora ha centrado la importancia de María precisamente en el hecho de ser madre de Jesús. Y desde la exaltación de la maternidad, se ha presentado a María solamente como la mujer que supo decir “sí”, que se resignó a cumplir la voluntad de Dios, que se escondió en las tareas domésticas, en la modestia y en el anonimato.
María recibe un nombre especial. Ninguna otra persona tiene en la Biblia este nombre: “Llena de gracia” o “agraciada” (Lc 1,28). A continuación se le dice: “El Señor está contigo”. En la sagrada escritura, cuando la persona tiene una misión importante y difícil, recibe de Dios la promesa de que no estará sola, porque Dios le dará fuerza para cumplirla. Por tanto, las primeras expresiones puestas en labios del enviado de Dios están llenas de sentido y hablan de María y de su misión: alégrate (María ha de participar de la alegría del tiempo del Mesías que llega); llena de gracia (tú eres alguien especial, agraciada de Dios); el señor está contigo (tendrás una misión exigente, pero el Señor estará a tu lado, dándote fuerza para realizar lo que te pide). Planteamos una nueva pregunta: ¿Qué significa estar lleno de gracia? Cito, brevemente, dos testimonios: Una mujer abuela, recia campesina, me dijo: “para mí significa estar alentada”. ¿Cómo es eso? le respondí. Ella explicó diciendo que estar “alentada” es tener ánimo, fuerza, entusiasmo, alegría, ganas de vivir. La palabra yo la identificaba habitualmente como estar bien de salud, pero aquí se me enseñó un sentido que calza muy bien con ser “agraciado”. Luego, una madre joven, puso un ejemplo de una persona llena de gracia: “Catalina Montes, era así, siempre llena de energía, animándonos para que estudiáramos, para que creciéramos en la comunidad, acercándonos la educación, era una gran amiga y una madre de todos nosotros”.
María, la primera discípula cristiana. Tres palabras resumen la condición de ser discípulo de Jesús: oír, guardar, fructificar. Con este molde en las manos, Lucas va a dibujar los rasgos de la figura de María. Muestra que ella tiene exactamente las cualidades que caracterizan al seguidor de Jesús. María oye la palabra de Dios con fe, la guarda en su corazón y la pone en práctica. En María, la fe se traduce en ser madre, educadora y discípula del Señor. En María, la fe no reside, primordialmente, en la maternidad, sino en el compromiso radical y entero con Dios y con su proyecto.
Y de nuevo volvimos con las preguntas: En este salón hay cuatro palabras que nos recuerdan el discipulado vivido en las comunidades eclesiales de base en América Latina: ver, juzgar, actuar y celebrar. Pero falta una palabra o actitud que era propia de María, ¿cuál es? Otra vez una lluvia de ideas: orar, leer la palabra de Dios, comprometernos con los demás, humildad, sencillez, etc. Insistí: esta comunidad suele hacer una gran fiesta, ¿qué recuerdan en esa fecha? Respuesta inmediata: el retorno a nuestra patria, del refugio a la propia casa, a nuestra propia comunidad. ¿Qué palabra falta entonces? Respuesta directa: la memoria, el recuerdo, la historia. De María se dice que guardaba las cosas en el corazón, buscaba el sentido de los acontecimientos. Por eso no dudaba en afirmar que Dios venga a los humildes y a los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos de este mundo (Lc 1, 51-53).