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World Trade Center: «hasta yo pongo en cuestión la verdad sobre el 11 de septiembre»

Cada vez que doy por ahí una conferencia sobre el Oriente Medio, siempre hay uno en el auditorio –uno, precisamente— a quien llamo el “delirante”. Me disculpo por adelantado con todos y todas las que acuden a mis charlas con preguntas agudas y pertinentes, preguntas a menudo humildes hacia mi, que no soy sino periodista, reveladoras en cualquier caso de que comprenden la tragedia del Oriente Medio harto mejor que los periodistas que informan sobre ella.

Pero el “delirante” existe. Cobró forma corpórea en Estocolmo y en Oxford, en Sao Paulo y en Yerevan, en El Cairo, en Los Ángeles y, con rostro femenino, en Barcelona. No importa el país, siempre ha de haber un “delirante”.

Su pregunta es poco más o menos ésta: ¿por qué, siendo usted un periodista libre, no cuenta todo lo que sabe del 11 de septiembre? ¿Por qué no dice la verdad, a saber: que la Administración Bush (o la CIA, o el Mossad, o quien sea) hizo volar las torres gemelas? ¿Por qué no revela usted los secretos que se esconden tras el 11/9? Se da por supuesto, en cualquier caso, que Fisk sabe; que Fisk tiene una concretísima caja blindada rebosante de hechos concluyentemente probatorios de lo que “todo el mundo sabe” (así suelen expresarlo): la identidad de quien destruyó las torres gemelas. A veces, el “delirante” está manifiestamente poseído por la angustia. Un hombre, en Cork [Irlanda], me espetó la pregunta, y luego –cuando sugerí que su versión del complot era un tanto rarita—, abandonó la sala protestando a los gritos de haber sido insultado y dando coces a las sillas.

Normalmente, he tratado de contar la “verdad”; que aunque había cuestiones sin respuesta en relación con el 11/9, yo soy el corresponsal del Independent en Oriente Medio, no corresponsal de conspiraciones; que ya tengo bastantes complots reales de que ocuparme en Líbano, Irak, Siria, Irán, el Golfo, etc., como para preocuparme de conspiraciones imaginarias en Manhattan. Mi último argumento –concluyente, en mi opinión— es que la Administración Bush ha metido la pata en todo lo que ha intentado –militar, política y diplomáticamente— en Oriente Medio: ¿cómo caramba podría haber entonces perpetrado con tal éxito los crímenes contra la humanidad cometidos en EEUU el 11 de septiembre de 2001?

Bien; sigo en ésas. Cualquier aparato militar capaz de decir –como los americanos hace dos días— que al-Qaeda está en fuga, no es capaz de poner por obra algo de las dimensiones del 11/9. “Desbaratamos al-Qaeda, provocando su huída”, dijo el coronel David Sutherland hablando de la ridículamente llamada “Operación Martillo Relampagueante” desarrollada en la provincia iraquí de Diyala. “Su temor al cara a cara con nuestras fuerzas prueba que los terroristas saben que no hay puerto seguro para ellos”. Y más por el estilo, todo igualmente falso.

En unas pocas horas, al-Qaeda atacó Baquba en orden de batallón y dio muerte a todos los jeques locales que cayeron en sus manos con los americanos. Me recuerda Vietnam, la guerra que George Bush contempló desde los cielos de Texas (lo que puede explicar por qué mezcló esta semana el final de la guerra de Vietnam con el genocidio en un país diferente llamado Camboya, cuya población fue finalmente rescatada por los mismos vietnamitas a lo que los colegas de Bush más valientes que él habían combatido sin cuartel).
¿Cómo entonces pudieron venirse simultáneamente abajo las vigas de las dos torres gemelas?
Pero… A eso voy. Yo me siento cada vez más desconcertado con las contradicciones de la explicación oficial del 11/9. No se trata sólo de los más obvios “non sequitur” [falacia de inferencia deductiva; N.T.]: ¿dónde están las partes de las aeronaves (motores, etc.) del ataque al Pentágono? ¿Por qué los funcionarios involucrados en el vuelo United 93 (que se estrelló en Pensilvania) han sido amordazados? ¿Por qué los restos del vuelo 93 se esparcieron por un radio de kilómetros, cuando se supone que se estrelló entero en un campo? Quede claro: no hablo de la loca “investigación” de David Icke (Alicia en el país de las maravillas y el desastre del World Trade Center), a cuya lectura cualquier hombre sano debería preferir la de la guía telefónica.

Hablo de asuntos científicos. Es verdad, por ejemplo, que el queroseno arde a 820 grados centígrados en condiciones óptimas: ¿cómo entonces pudieron venirse simultáneamente abajo las vigas de las dos torres gemelas, hechas de un acero cuyo punto de fusión se supone que ronda los 1.480 grados centígrados? (Recuérdese que colapsaron en 8,1 y 10 segundos, respectivamente.) ¿Qué pasó con la tercera torre, el llamado World Trade Center Building 7 (o Salmon Brothers Building), que colapsó por sí propia en 6,6 segundos a las 17h20’ del 11 de septiembre? ¿Por qué se desplomó tan limpiamente, sin que ninguna aeronave hubiera impactado en ella? Se encargó al American National Institute of Standards and Technology analizar las causas de la destrucción de los tres edificios. Todavía no ha emitido el informe sobre el WRC 7. Dos prominentes profesores norteamericanos de ingeniería mecánica –no desde luego de la cauda del “delirante”— están ahora inmersos en una impugnación jurídica de los términos de referencia de este informe final, alegando como fundamento el que pudiera ser “fraudulento o engañoso”.

Periodísticamente, hubo muchas cosas raras en torno al 11/9. Las informaciones iniciales que hablaban del ruido de “explosiones” en las torres –que bien podría proceder del desplome de las vigas— son fáciles de descartar. Menos lo es la información, según la cual el cuerpo de una mujer miembro de la tripulación fuera hallado en una calle de Manhattan con las manos atadas. Vale; digamos que se trata sólo de informaciones de oídas del primer momento, del mismo modo que fue un error inicial de los servicios de inteligencia la lista, proporcionada por la CIA, de árabes suicidas, en la que se incluían tres hombres que estaban –y siguen estando— vivitos y coleando en Oriente Medio.

¿Pero qué decir de la enigmática carta escrita por Mohamed Atta, el asesino suicida egipcio de rostro terrorífico, cuyo consejo “islámico” a sus siniestros camaradas –dado a conocer por la CIA— sumió en la perplejidad a todos mis amigos musulmanes de Oriente Medio? Atta mencionaba a su familia, cosa que ningún musulmán, ni el peor instruido, haría en una oración de este tipo. Recuerda a sus camaradas de asesinato el deber de recitar la primera oración musulmana del día y luego cita partes de la misma. Pero ningún musulmán necesita tal recordatorio, por no decir nada de la necesidad de incluir el texto de la oración Fajr en la carta de Atta.
Saber la verdad de toda esa política lunática y falsaria
Repito. No soy ningún partidario de teorías conspirativas. No me vengan con delirantes. No me vengan con complots. Pero a mí, como a cualquier hijo de vecino, me gustaría saber la verdad entera de lo que ocurrió el 11/9, entre otras, por la nada despreciable razón de que fue el disparador de la “guerra al terror”, una política de todo punto lunática y falsaria que nos ha llevado al desastre en Irak y Afganistán y en buena parte de Oriente Medio. El asesor felizmente ido de Bush, Karl Rowe, dijo una vez: “ahora somos un imperio; creamos nuestra propia realidad”. ¿Es verdad? Háganoslo saber, al menos. Impediría que la gente diera coces a las sillas.

Nota: Robert Fisk es el corresponsal del diario británico The Independent en Oriente Medio.
Fuente: The Independent

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