Hoy recordamos, sufrimos, lloramos junto al Cristo, condenado, torturado y crucificado, pero de nada vale el Viernes Santo, si no padecemos también con quienes a nuestro lado sufren por nuestras torturas y condenaciones. Jesús, traicionado por amigos, rechazado por su Iglesia, inculpado por su pueblo, llegó a la cruz por incomprensiones, indiferencias, temores y avaricias, las mismas que hoy separan familias, injurian amistades, dominan a los pueblos, dividen las religiones. Pareciera de pronto que todo puede quedar en el silencio y en la oscuridad de la tumba, que aquellas y aquellos que se empeñan en promover la vida, en buscar la justicia, en imponer el amor, solo merecen la muerte.
El Sábado de Silencio es ese tiempo absurdo en el cual a veces nos hacen caer por nuestro empeño, o quizás el hoyo en el que morimos cuando desde nuestro interior solo provocamos la tristeza, el dolor, la humillación, el deterioro en la existencia de todas/os y todo a nuestro alrededor ¡Gracias a Dios por ese Domingo que nos devuelve la esperanza! Es cierto, es posible resucitar, solo que no puede ser un gesto vacío. Salir de la tumba, más que un regalo es una responsabilidad; más que un milagro es un compromiso.
La resurrección nos mueve la esperanza, nos aferra a la vida, y no a esa que malgastamos o atropellamos, sino a aquella por la que el Nazareno afrontó riesgos, enfrentó oposiciones, sufrió laceraciones.
Jesús importunó y por eso lo mataron, lo asesinaron. Al poder religioso, al poder político les molestó, el Jesús vivo, le trastocó el Jesús muerto y le incomodó el Cristo resucitado. Frente a esos mismos poderes que avasallan hoy, tenemos la oportunidad de resucitar, de despertar, convertidos/as en fuerza que incomoda a los poderosos, que hace revoluciones, que genera cambios a favor de la existencia humana.
No resucitamos para el silencio, para la insensibilidad, la exclusión, la muerte, sino para destruir las fuerzas que nos hacen mal, que nos dañan, que nos paralizan. Pueden matarnos una y otra vez, pero al final, estamos aquí resucitando, justo ahí está nuestra esperanza.