Es necesario volver al punto de partida y recordar que la democratización de la cultura sigue siendo objetivo de primordial importancia, sobre todo cuando las desigualdades sociales se acentúan
Sabido es que los lineamientos de la política cultural de la Revolución se formularon en 1961, en las célebres reuniones de Fidel con los intelectuales efectuadas en la Biblioteca Nacional. Los principios fundamentales que se mantienen incólumes son: 1. Democratización de la cultura. 2. Libertad de creación sin interferencia de normativas derivadas del realismo socialista. 3. Estímulo a la participación popular en los procesos culturales.
Sin embargo, transcurrido medio siglo el panorama ha cambiado, tanto en el orden internacional como en cuanto a los rasgos característicos de la sociedad cubana. Desaparecido el campo socialista europeo, se impone la necesidad de un rediseño económico con vistas a garantizar la sostenibilidad y la soberanía del país. Entonces, cumplidas las grandes nacionalizaciones, el Estado podía asumir una política de los recursos en lo material y en lo espiritual. Ahora, hay que establecer criterios de racionalidad.
Entonces, los cambios introducidos por la Revolución determinaron una dinámica social acelerada, evidente en el acceso de los más desfavorecidos a las universidades, así como a altas responsabilidades en las Fuerzas armadas, en el gobierno y en el Partido. Esa dinámica se desaceleró paulatinamente y ha sufrido un retroceso palpable a partir de los 90 del pasado siglo. En aquella época predominaba una noción de la cultura asociada a las bellas artes, a la recreación y a una formación intelectual más exigente. El avance de las ciencias sociales, la experiencia acumulada y la influencia de los medios potenciados por las nuevas tecnologías conducen a definiciones que asocian la cultura con la vida en todos los órdenes: expresión de valores, arraigo de la identidad nacional, ámbito de la espiritualidad ante la arremetida del consumismo, cimiento de la resistencia frente a las múltiples formas de penetración imperialista.
Entonces y ahora, nuestra razón de ser y nuestra garantía de supervivencia responden a una Revolución “de los humildes, por los humildes y para los humildes”, lo que no implica ilusorios igualitarismos, sino construcción de una sociedad orientada hacia los intereses últimos del pueblo con plena conciencia y participación de sus integrantes.
Cultura y sociedad
Con esta concepción, la cultura se inscribe en el tejido de la sociedad considerada en su conjunto. La puesta en práctica de la política correspondiente no puede limitarse al área administrativa de un ministerio, del que dependen las instituciones que conforman el esqueleto que propone modelos. Le corresponde, asimismo, fijar pautas y ajustar plataformas de orden conceptual, atenidas a las demandas de una dinámica social siempre cambiante. La política cultural se lleva a cabo no solamente a través del ministerio que la dirige, sino también del sistema nacional de educación, el Instituto Cubano de Radio y Televisión, los órganos de prensa, el Ministerio del turismo, el de la Industria ligera, los responsables del diseño urbano y los órganos del Poder Popular. Interviene en todo aquello que influye en la vida cotidiana de las personas.
Subvenir a sus necesidades no puede ser responsabilidad de un solo aparato de gobierno, por cuanto requeriría una enorme inversión de recursos financieros y materiales, así como un incontenible crecimiento de la burocracia. Sus beneficios tangibles e intangibles repercuten en todos los ámbitos de la sociedad.
En los momentos actuales, la inclusión de la política cultural como uno de los factores presentes en una política nacional de desarrollo, resulta imprescindible desde el crecimiento previsto de una economía no estatal y la aparición de un mercado con sus tendencias distorsionadoras. De elaborarse una plataforma de política cultural en función de las demandas contemporáneas habría que elaborar un cuerpo jurídico que regulara funciones y responsabilidades.
Sin pretender agotar el tema, me detendré en algunos aspectos específicos.
Patrimonio
El concepto de patrimonio abarca lo edificado, las colecciones museísticas dedicadas a las artes visuales y al testimonio histórico de otras manifestaciones de la creación, así como el extenso patrimonio bibliográfico y documental conservado en archivos y bibliotecas de distinto carácter. Su salvaguarda asegura la preservación de la identidad nacional y beneficia en lo económico por su atractivo para un turismo especializado.
La Revolución ha concedido a este tema una relevancia que no tiene equivalente en ninguna etapa histórica anterior. Ha formado especialistas y algunas zonas urbanas han accedido al reconocimiento de Patrimonio de la humanidad. La Habana y Trinidad, por citar tan solo ejemplos notorios, reciben un significativo flujo de turistas. Sin embargo, en la actualidad, el legado patrimonial ha sufrido los efectos de la depredación y está gravemente amenazado. En ello intervienen, entre otros, los siguientes factores:
• Carencia de un inventario actualizado de bienes de valor patrimonial. En los que se refiere a los conjuntos edificados, existe un amplio consenso acerca de la importancia de algunas áreas patrimoniales de la etapa colonial. No ocurre lo mismo con el legado del siglo XX, contentivo de valores urbanos reconocidos como joyas a nivel internacional. En otros países estos barrios fueron arrasados por la anárquica especulación edilicia. Ciudades como Matanzas sufren un notable abandono en este aspecto. En todas partes, los organismos gubernamentales han ignorado las regulaciones al respecto y efectuado intervenciones inadecuadas. El Instituto de Planificación Física ha carecido de autoridad para hacer efectiva la legislación establecida. La falta de recursos y las necesidades de vivienda han contribuido a la depredación de bienes inmuebles.
• La Biblioteca Nacional y el Instituto de Literatura y Lingüística —antigua Sociedad Económica de Amigos del País— cuentan con fondos bibliográficos esenciales para el estudio de la historia de la nación cubana. Una parte considerable de ellos ha padecido las consecuencias devastadoras del calor, la humedad y el polvo. Libros publicados en el siglo XX no pueden manipularse porque al pasar las páginas, estas se van haciendo polvo. La prensa también se ha deteriorado gravemente, afectando incluso a los periódicos publicados después del triunfo de la Revolución. Situación similar se advierte en importantes bibliotecas provinciales que atesoran documentos de gran valor. El rescate y la preservación de estos bienes exigen el apoyo de la colaboración internacional.
La institución literaria
La difusión de la literatura está en manos del movimiento editorial con una proyección social limitada. En las circunstancias actuales, aun con mayor razón, se habrá de conceder espacio al mercado del libro, se impone el fortalecimiento de la institución literaria, hoy totalmente desarticulada.
El circuito del libro se extiende desde el escritor hasta su destinatario, el lector. Entre uno y otro intervienen numerosas mediaciones. Entre ellas pueden mencionarse: la educación en todos los niveles de enseñanza, la investigación orientada a profundizar en el conocimiento del acervo histórico, la crítica, las instituciones culturales, el sistema de bibliotecas, el diseño eficaz de la promoción y los medios de información —revistas especializadas, prensa, radio y televisión.
Elaborar una política en favor del libro y los escritores requiere atender al desarrollo de hábitos de lectura y comprometer en objetivos comunes a todas las instancias involucradas. Así, puede traducirse en términos concretos la integralidad de un proceso. En la actualidad hay vacíos graves al respecto en los programas de educación y, entre ellos, la falta de un acercamiento sistemático a la literatura nacional. En lo que se refiere a las investigaciones, no existe la jerarquización debida al estudio de nuestra historia literaria que demanda una actualización permanente de la información y los enfoques, acompañada de la consiguiente elaboración de manuales concebidos con diferente grado de profundidad, según las necesidades de los receptores.
Sin entrar en valoraciones de calidad, mi generación dispuso de los textos de Juan J. Remos, Max Henríquez Ureña, José Antonio Portuondo, Raimundo Lazo y Salvador Bueno. El periodismo cultural dispone de reducido espacio en los medios. La difusión de los títulos que salen al mercado brilla por su ausencia. Las reseñas que aparecen de tarde en tarde responden al azar, por no mencionar intereses creados de toda índole. Público y lector se construyen de acuerdo con un propósito definido en el conjunto de la sociedad.
La difusión de otras manifestaciones artísticas
Criterios similares pueden aplicarse al análisis de la situación en otras manifestaciones. Para ello, hay que recalcar algunos presupuestos: 1. Al formularse nuestra política cultural, predominaba entre los responsables políticos y también entre los intelectuales, la noción de cultura asociada tan solo a las “bellas artes”. Las expectativas en torno a ellas se centraban en su capacidad de “reflejar” de manera directa los cambios introducidos por la Revolución, suplantando en cierto modo el papel correspondiente a otras vías de formación.
2. La introducción de otras formas de comunicación debidas a la aparición de una radical transformación tecnológica, iniciada con el cine y el disco, condujo a la superación de criterios derivados de la tradición decimonónica. Estudios antropológicos contribuyeron a redefinir el concepto de cultura. Con la incorporación de esos medios y, aun más, con los actuales, los públicos se expandieron, se produjo una tendencia acelerada a la uniformidad del mensaje y una dependencia creciente del receptor, simple en su formulación, pero muy elaborado con vistas al logro de su efectividad con el apoyo de expertos en ciencias sociales y publicidad.
En los países socialistas no se produjo una reflexión en este campo, mientras en Berlín, por citar un ejemplo extremo, la batalla entre los dos sistemas se libraba por encima del Muro a través de los mensajes seductores de la TV. El ejemplo específico es muestra de un fenómeno que comenzó a manifestarse aceleradamente durante la Guerra fría y ha adquirido desde entonces un grado de sofisticación cada vez mayor: el empleo de la cultura como instrumento apto para imponer un poder hegemónico mediante el uso de modelos de vidas, expectativas de futuro y de felicidad, así como generación de demandas de consumo.
La manipulación de las conciencias, dirigida principalmente a los jóvenes, consiste en convertir la realidad en espectáculo, diluir los valores de la alta cultura y de la cultura popular, estimular la aspiración a la uniformidad y socavar la sustancia de la historia tanto como de la política a través de la exacerbación del individuo y del espíritu de competencia. Resulta, por tanto, indispensable entender el fenómeno cultural de otra manera, desbordar los límites tradicionales y acercarla al entorno vital de los ciudadanos.
En el caso de Cuba, si centramos el análisis en las artes visuales, podremos observar que el espacio de las galerías, y aun el más amplio de los museos, permanece confinado a una minoría ilustrada. Sin embargo, los gustos reflejan la influencia de valores mediáticos. Quienes disponen de recursos para modificar sus viviendas, agreden la identidad de los conjuntos urbanos con agregados pretendidamente ostentosos, inspirados en imágenes tomadas de la TV y el cine, de espaldas a los requerimientos del clima y de los hábitos de convivencia entre vecinos de larga tradición entre nosotros.
Similar tendencia se advierte en el mobiliario y los objetos decorativos que sobrecargan los interiores. Ese comportamiento revela de manera tangible la voluntad de adscribirse a códigos supuestamente distintivos de una marcada diferenciación clasista. En este ámbito, el diseño —urbano, arquitectónico, de interiores y de vestuario— adquiere una importancia decisiva de orden cultural en términos de valores sociales y de identidad nacional.
La cultura en la comunidad
La vida cotidiana transcurre en la comunidad. Es el ámbito del hogar, de la escuela, de importantes centros de trabajo o pequeños talleres, de los negocios cuentapropistas, de los mercados, de la recreación para quienes no tienen acceso a sitios costosos, el lugar donde perduran las tradiciones. Es el entorno de los jóvenes cuando la beca ha dejado de ser opción fundamental para los estudiantes y permanecen los adultos mayores, con peso numérico creciente en nuestra sociedad. Es el territorio concreto en el que debe producirse el fortalecimiento de los vínculos entre las organizaciones políticas y las masas. Allí se definen, en gran medida, las relaciones interraciales. La composición social es compleja. Coexisten maestros, médicos, profesionales altamente calificados, obreros, artesanos, amas de casa. Es un microcosmos con rasgos identitarios propios.
Con el propósito de compensar las diferencias existentes entre la vida cultural de algunas zonas de la capital y el resto del país, el Ministerio de Cultura propuso en los 80 del pasado siglo la creación de las diez instituciones básicas de la comunidad. Era una acción “desde arriba” que prescindía de las diferencias locales a fin de propiciar el respaldo de las autoridades provinciales. A pesar de algunos logros, muchas de aquellas instituciones perdieron eficacia y padecieron serias carencias de recursos a partir de la crisis económica de la última década del siglo.
Desde otra perspectiva, el grupo de desarrollo de la capital impulsó un proyecto muy promisorio, lamentablemente poco explotado por haber caído en terreno de nadie. Se trata de los Talleres de transformación de la comunidad, vía idónea para potenciar desde lo social y desde abajo las capacidades de gestión y saberes de variada índole para solucionar problemas de la localidad, obviando procedimientos burocráticos y valiéndose del poder de convocatoria de actores involucrados en la vida del barrio. El concepto está dirigido a canalizar la voluntad participativa de los pobladores, reafirmar su sentido de pertenencia y fortalecer una conciencia ciudadana en favor del bien común.
Del análisis de estas experiencias pueden derivarse lecciones útiles. Para reducir costos en recursos humanos y materiales, se impone la flexibilización de las rígidas estructuras verticales, a fin de limitar el excesivo aparato parasitario y evitar la compartimentación de acciones inconexas en la base. Debe favorecerse en cambio, la coordinación horizontal, sustentada en el conocimiento de la realidad concreta de cada lugar, su historia, sus tradiciones, sus necesidades, vertebrando desde lo más profundo del país el vínculo esencial entre cultura y sociedad. A ese propósito pueden contribuir las áreas deportivas, las instituciones culturales, los centros de educación, los talleres de transformación de la comunidad, así como profesionales y artesanos radicados en cada barrio. En los momentos actuales, las bibliotecas municipales deberían estar en condiciones de ofrecer un respaldo a los estudiantes con vistas al logro de resultados óptimos en su tránsito por el sistema de enseñanza.
Para echar a andar un proyecto de esta naturaleza es indispensable provocar un cambio de mentalidad en todas las estructuras de dirección. Sería conveniente emprender un plan experimental en algunos barrios de la capital.
La superación de los cuadros
La complejidad de los procesos culturales y su importancia estratégica para la nación exigen la profesionalización de los cuadros técnicos y económicos. Principios generales de la economía no se aplican de manera indistinta a cualquier área de la producción y los servicios. Difieren los criterios de rentabilidad y los tiempos previstos para la recuperación del capital invertido.
En este sentido, cultura y educación tienen rasgos comunes. Son tareas de orden estratégicos con resultados no mensurables. Cualquier error se paga dramáticamente a largo plazo. Conviene asimismo analizar y probablemente rediseñar los objetivos y los planes de estudio de las carreras que convergen en el trabajo cultural, tales como: Bibliotecología, Artes y Letras, Audiovisuales, Estudios Socioculturales y Comunicación Social. Podría también revisarse la pertinencia de los cursos de superación auspiciados por el Ministerio de Cultura.
Conclusiones
Es necesario volver al punto de partida y recordar que la democratización de la cultura sigue siendo objetivo de primordial importancia, sobre todo cuando las desigualdades sociales se acentúan. Por otra parte, ahora más que nunca, la cultura debe ser escudo y espada de la nación.
En alguna medida, existen ya bolsones de mercado operando entre nosotros, sobre todo en el ámbito de la recreación. Los precios son de difícil acceso para los menos favorecidos. Históricamente, en el sector se han mantenido al margen de la gratuidad el disfrute del cine, del teatro, de los conciertos, la venta de libros y de productos de las artes visuales, aunque siempre ha habido un alto respaldo compensatorio por parte de la subvención estatal, marcada por la inversión en divisas para los insumos necesarios. El impacto del turismo internacional ha dado lugar a la aparición de un importante mercado. Sus consecuencias están a la vista, en la mercantilización de la religiosidad cubana y de sus tradiciones folclóricas.
Se construye una falsa imagen de Cuba en torno a la mulata sensual con las consecuencias morales y políticas derivadas que han llegado a comprometer el comportamiento de las autoridades del país con un supuesto comercio sexual. Se produce una pacotilla que se constituye en modelo de gusto para los nacionales. Se perjudica la proyección internacional de la cultura cubana con la presentación de espectáculos de ínfima calidad. Se introduce subrepticiamente una recolonización de la cultura.
La valoración económica del trabajo cultural no puede hacerse siguiendo los indicadores utilizados para la producción mercantil. Desde la aparición de los estados nacionales, los gobiernos han intentado reservar para sí un espacio de acción, a fin de resguardar la cohesión social y la vida espiritual del pueblo, desplazando el papel desempeñado por la Iglesia. El capitalismo asegura su dominio y la férrea disciplina de los trabajadores mediante la presión de ejércitos de reserva —desempleados e inmigrantes— y con el debilitamiento acelerado de los sindicatos. Sin embargo, emplea también fórmulas dirigidas a modelar la subjetividad de los ciudadanos. La publicidad y la influencia de los medios son las fórmulas más visibles. Menos evidentes son aquellas orientadas a la preparación de profesionales especializados en el tema laboral para paliar, desde el interior de las empresas, las contradicciones entre el capital y el trabajo.
En un proyecto socialista, decisivo para garantizar la justicia y soberanía de nuestro pueblo, la cultura se inscribe en el eje central de una auténtica política de desarrollo, fundada en el consenso y en la participación ciudadana. Por lo demás, desde un punto de vista pragmático, cuando escasea la disponibilidad real de estímulos materiales, la moral social adquiere particular relevancia y asegura la gobernabilidad.
En todas partes, al amparo del espejismo de un supuesto crecimiento económico, el neoliberalismo ha desmantelado los sistemas de educación y ha afectado el campo de la cultura. Su plataforma conceptual descansa en la autonomía del mercado en detrimento de otros favores. Para nosotros, en cambio, debe prevalecer una perspectiva de desarrollo centrada en el ser humano, protagonista y beneficiario de cualquier proceso de orden social. Para cumplir este propósito, educación y cultura deben andar estrechamente entrelazadas.