Los movimientos estudiantiles en Chile y Colombia, casos actuales y cercanos, han burlado los pronósticos de analistas escépticos y asombran con su valentía y creatividad. Ambos países recibían diagnósticos desfavorables para el nacimiento de cualquier ofensiva contrahegemónica. El primero se pensaba como sociedad traumatizada y en estado de somnolencia política por la dictadura de Pinochet, mientras que el segundo padecía la guerra, el narcotráfico, la violencia, el paramilitarismo y la corrupción como males invencibles y, en ocasiones, hasta naturales. Sin embargo, aunque las situaciones no son diferentes, un anhelo de cambio late en los jóvenes. No quieren resignarse ni conformarse con la realidad conocida. Quieren imaginar y construir otro mundo. Los chilenos afirman que no tienen miedo y los colombianos declaran que no se limitan a combatir la Ley 30 sino también al modelo que la promueve.
Hace dos meses, un amigo chileno estudiante en Cuba me contaba que cuando estuvo estas vacaciones en su tierra una de las experiencias más impactantes fue ver el coraje de los secundarios en las manifestaciones, su resistencia en huelgas de hambre y cómo decían “no tenemos miedo”.
“La movilización tenía que venir de la generación más joven, de la que no tuviera en la memoria los horrores de la dictadura”, me comentaba Miguel.
Sin dudas, los sucesos acontecidos en las naciones Latinoamericanas –y también en las europeas y árabes- provocan múltiples preguntas y reflexiones acerca de las potencialidades emancipatorias de la región, los sujetos gestores de los cambios, las estrategias de subversión del poder imperante, las lógicas de resistencia y enfrentamiento, entre otras cuestiones. La realidad exige ser leída e interpretada y nos convoca a tomar una posición. Bien pudiera no ser este el momento en que Latinoamérica alcance su libertad, pero sin dudas con estos pasos estará más cerca. Todos los intentos nobles cuentan.
Fue de esta manera, interpelados por el contexto histórico e inspirados en el coraje de la juventud latinoamericana –y de Italia, España (indignada), Egipto, Grecia, Reino Unido- que el pasado 12 de octubre, en un encuentro por el Grito de los Excluidos, estudiantes cubanos y de otros países de América Latina decidimos organizar una jornada para reflexionar y debatir sobre la educación y expresar solidaridad con los movimientos estudiantiles del continente y el mundo.
A pesar de que en Cuba existe el derecho a la educación, y precisamente porque existe, consideramos un deber moral apoyar a quienes hoy salen a las calles y arriesgan sus vidas para entrar a un aula a estudiar. Los cubanos ya conquistamos ese derecho que muchas vidas nos costó y ahora son otros nuestros desafíos. Nos preocupa más la calidad de la enseñanza, los métodos, la función social de la universidad, nuestro lugar en la obra revolucionaria, las condiciones de estudio, el acceso a bibliografías y a las nuevas tecnologías de la información… Pero ello no nos exime de la responsabilidad de actuar ante las problemáticas de otros estudiantes del mundo. Nada humano nos puede resultar ajeno.
Así, tras varias semanas de esfuerzo colectivo y coordinado entre jóvenes de disímiles culturas y especialidades, el pasado 18 de noviembre celebramos la Jornada-Encuentro por una Educación Emancipadora en la Casa del ALBA. Un evento que surgió de la necesidad de conocer y crear consciencia sobre las peleas que tienen en estos momentos chilenos, colombianos, puertorriqueños, dominicanos y otros jóvenes del planeta, y de sentirnos y pensarnos unidos como movimientos estudiantiles.
Buscábamos motivar la creación de espacios donde se discuta sobre la educación y conectar Cuba con América Latina y el mundo.
Lamentablemente, gran parte de nuestros invitados cubanos no llegó al encuentro. Extendimos la convocatoria por disímiles centros de estudios e investigaciones pero no fue suficiente. Muy pocos jóvenes de la Isla estuvieron en la experiencia. Tampoco hubo un diálogo entre generaciones porque la mayoría de los presentes no superaba los 30.
No obstante, sí logramos un diálogo sincero entre juventudes. Quienes quisieron compartieron sus ideas y experiencias en distintas luchas. Los conferencistas fueron los propios jóvenes. No hubo caras serias, ni discursos enrevesados, ni mesas distantes de auditorios aburridos. Todos nos sentamos en círculo y donde pudimos, rodeados de pancartas con consignas como “No se pide permiso para ser libre”, “La FEU soy yo” y “La Educación es un derecho no un privilegio”.
Inspiró también el debate la mística del inicio, guiada por la voz agitadora de un amigo colombiano, que trasladaba al ambiente de una manifestación estudiantil de cualquier parte del mundo, de cualquier época histórica con el legendario llamado de “Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha estudiantil por América Latina…”
Luego nos conjuró un audiovisual realizado por estudiantes del Instituto Superior de Arte, con material compilado del inagotable Google y de italianas y chilenos que almacenaban imágenes y videos de manifestaciones en las que habían estado recientemente.
Con esos ánimos algo convulsos por la fuerza de una causa más universal de lo que parece, empezamos el intercambio. Primero la presencia del micrófono cohibió un poco a la gente, pero con cada intervención el ambiente se hacía más familiar. Los jóvenes contaban sus impresiones y lecturas del contexto actual, casi siempre partiendo de sus vivencias aunque sin quedarse en ellas. Ocurrió que el sentir la injusticia en persona creaba la necesidad de entender y explicar sus razones. Y todos los caminos condujeron a “Roma”. Si en algo coincidimos quienes estuvimos allí, fue en que una educación emancipadora no es posible en un sistema capitalista, que coloque los intereses económicos por encima de la dignidad humana y convierta los derechos en mercancías. Es esencial construir un sistema de relaciones sociales justo e inclusivo.
María Fernanda, de Brasil, apuntaba que “antes de pensar en cómo sería una educación emancipadora debemos pensar en qué sociedad queremos, y qué valores queremos en esa sociedad”.
Entender los vínculos entre educación y sistema social, en la medida en que las personas se educan en todos los espacios donde viven e interactúan –la familia, el barrio, el mercado, el teatro, los medios de comunicación, la escuela- permite entender que luchar por una educación liberadora significa luchar por otra sociedad; de ahí la trascendencia de estos levantamientos y protestas.
Al respecto, Paloma, de Perú, señalaba que “no se trata de un cambio curricular. Las bases fundamentales de cómo construimos el conocimiento es importante cuestionarlas siempre y estudiar la teoría vinculada a la realidad y la comunidad. Se trata de romper las bases epistemológicas y crear nuevas formas de entender los saberes”.
Otra cuestión interesante la presentó Yohana, de Cuba, al hablar de la necesidad de que el proceso de educación sea participativo e implique la construcción del conocimiento en colectivo y una comunicación auténtica entre profesor y estudiante, en contraposición con la transmisión vertical de contenidos.
En este sentido, Esther, educadora popular del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, quien estuvo en el encuentro y presentó una revista Caminos dedicada al tema, comentó que ellos apostaron por la Educación Popular para continuar haciendo la Revolución desde ese frente.
“También porque creemos que después del triunfo popular se pueden seguir reproduciendo signos de dominación, porque todos hemos sido criados en la cultura capitalista”, agregó.
Asimismo, Luis Emilio, joven cubano, afirmó que los estudiantes tienen que aprender a cuestionar las lógicas de enseñanza y a dialogar con las teorías y no asumirlas como verdades absolutas.
En las cuatro horas del encuentro, múltiples fueron las ideas discutidas en sintonía con la dominación y emancipación como dimensiones posibles de la educación. La esencia de las mismas las recogimos en un Manifiesto por una Educación Emancipadora, redactado y leído ese mismo día, y que circularemos por nuestras redes de contactos, en los distintos espacios donde socializamos, y en cuanto medio esté dispuesto a divulgarla.
De la jornada, que continuó en el parque de G y 23 con guitarras, canciones y bailes, nos queda un recuerdo compartido por jóvenes de distintas patrias y la certeza de que la lucha por una educación libre, sea en Santiago, Bogotá o Roma, nos invoca y necesita a todos.
por: Mónica Baró Sánchez